Carta de los Directores

Para cerrar el año con ánimo propositivo, este número está dedicado a pensar qué opciones tiene quien ocupe la Casa Blanca a partir del 20 de enero de 2009. Dado el legado de su predecesor, el reto es descomunal. Sin embargo, no todo está perdido, como bien reflejan las estrategias y recomendaciones para el próximo Presidente de Estados Unidos que aquí se presentan.

Jorge G. Castañeda dice que Estados Unidos podría tener una oportunidad única para cambiar la relación con sus vecinos latinoamericanos, si quien resulte elegido propone soluciones para los temas de Cuba, la inmigración, el comercio y las «dos izquierdas». Por su parte, Abraham F. Lowenthal hace un llamado para que el nuevo gobierno sea pragmático y piense de forma más estratégica cómo transformar sus relaciones con América Latina, en vez de hacer promesas vacías.

Tras estos dos ensayos generales sobre la relación Estados Unidos-América Latina, presentamos una colección de textos escritos por quienes, sin duda, son una de las mayores riquezas de Foreign Affairs Latinoamérica: los expertos de la Junta Directiva y del Consejo Editorial. Aunque desafortunadamente no pudimos incluirlos a todos, quienes aquí escriben reflejan la diversidad de pensamiento y puntos de vista detrás de esta publicación.

Para empezar por los vecinos de Estados Unidos, Jorge Montaño escribe que la relación México-Estados Unidos, de suyo compleja, no pasa por sus mejores momentos y propone formas para restablecer un diálogo constructivo que evite tensiones innecesarias. Jennifer A. Jeffs interpreta lo que quiere Canadá, quien podría ayudar a Estados Unidos para que vuelva a asumir sus responsabilidades de liderazgo global. Por último, Rafael Hernández reflexiona desde La Habana sobre la necesidad de que Estados Unidos formule una nueva política hacia la isla, basada en un consenso que contrarreste las posiciones del lobby anticastrista, con el fin de sacar mejor provecho a una vecindad que, por ahora, es sólo una fatalidad geográfica.

Cristina Eguizábal plantea la necesidad de que, en América Central -y en las relaciones de esta región con Estados Unidos-, empiece a dominar una nueva perspectiva que incorpore, por fin, las realidades de la interdependencia que caracteriza a los países de la Cuenca del Caribe. Arlene B. Tickner presenta un recuento crítico de la que, para muchos, es la única historia de éxito en materia de política exterior del gobierno de Bush: la relación entre Bogotá y Washington. No obstante, apunta la necesidad de dejar atrás el discurso antiterrorista, así como la «guerra contra las drogas».

Hasta aquí, pareciera que los vecinos de Estados Unidos y aquellos otros países con los que ese país tiene vínculos más allá de las relaciones diplomáticas tradicionales comparten preocupaciones y puntos de vista sobre lo que hay que hacer. Ya en lo que Luis Maira llama la «América Latina del Sur», el panorama es radicalmente distinto. Los países sudamericanos han padecido más que otros la «no política» estadounidense hacia América Latina y han escogido sus propios derroteros en materia política, económica y social. En consecuencia, hoy son más autónomos y el relevo en el Ejecutivo estadounidense les genera -para bien y para mal- menos expectativas.

Sin embargo, los cambios en América del Sur no han producido resultados uniformes en lo interno ni tampoco en las relaciones con Estados Unidos. Tal es el caso de Brasil, por un lado, y de Argentina, por otro. Ricardo Sennes plantea que Brasil ha sabido colocarse en una nueva posición política y económica tanto dentro de la región como en el ámbito global, lo que obligó a Brasilia a redefinir su relación con Estados Unidos y a encontrar puntos de acuerdo que permiten a ambos actores conseguir sus objetivos. En contraste, Roberto Russell pinta un panorama poco prometedor para las relaciones entre Buenos Aires y Washington, no sólo por la pérdida de peso internacional de Argentina, sino también por sus problemas internos.

Desde Europa, los textos de José Antonio Sanahuja y Dominique Moïsi reflexionan sobre la difícil tarea que aguarda al nuevo Presidente de Estados Unidos, si es que desea restaurar el vínculo trasatlántico. Para Sanahuja, la única opción que permite albergar alguna esperanza es Barack Obama; para Moïsi, Obama es también el único que puede devolverle a Estados Unidos la esperanza y, al resto del mundo, la confianza en ese país. Desde Asia, Yoichi Funabashi hace un diagnóstico más optimista de la era Bush, aunque advierte que su sucesor debe buscar profundizar la relación con Japón y con China, amén de privilegiar el multilateralismo en la región.

La respuesta estadounidense a todos los retos que se plantean en estos textos viene de la pluma de Condoleezza Rice, quien, al igual que hace 8 años, vuelve a ofrecer su definición del interés nacional de Estados Unidos. Para Rice, el 11-s fue un momento definitorio para la política exterior estadounidense, y describe la estrategia resultante como «un realismo propio únicamente de Estados Unidos».

En otros asuntos, la integración en América del Norte ha sido materia de debate en las campañas electorales estadounidenses, y el cambio en la Presidencia de ese país abrirá paso a una nueva etapa en las relaciones entre los miembros del TLCAN. Robert A. Pastor expone que el nuevo gobierno tendrá una gran oportunidad para reactivar el proceso de integración regional, medida que podría servir para garantizar la seguridad y la prosperidad de Estados Unidos. En el mismo sentido, un grupo de analistas de Canadá, Estados Unidos y México presenta, en tres ensayos cortos, distintas claves para pensar en el futuro de América del Norte.

En momentos en los que el tema energético sigue acaparando titulares, no está de más saber, como explican Victor y Eskreis-Winkler, cómo se protege la principal potencia del mundo de las crisis en el mercado petrolero mundial. Para equilibrar el debate, en la sección de «Comentarios y reseñas», publicamos la respuesta del Embajador de Venezuela en Estados Unidos, Bernardo Álvarez, a las críticas a la gestión de Chávez que presentó Francisco Rodríguez, en su texto «Una revolución vacía» (Foreign Affairs Latinoamérica, vol. 8, núm. 3). Las reseñas, como siempre, tratan de presentar opciones diversas para que nuestros lectores profundicen en los temas que sean de su interés. Por último, el «Clásico», de 1973, hace una crítica a la política de «negligencia benigna» que Estados Unidos ha seguido en sus relaciones con América Latina. Una vez más, es difícil creer que el texto tenga 35 años, pues su argumento principal bien podría aplicarse a la situación actual.

Al ser éste el último número del año, querido lector, no nos resta más que agradecerle su preferencia, enviarle nuestros mejores deseos y confiar en que sigamos juntos en 2009. Esperemos que, en este «mundo sin Bush» que nos hemos atrevido a plantear aquí, se hagan realidad los mejores augurios de nuestros autores y que el cambio de inquilino en la Casa Blanca traiga un soplo de aire fresco.

Rafael Fernández de Castro y Érika Ruiz Sandoval