México dentro de las Operaciones para el Mantenimiento de la Paz

25 agosto, 2016 • Artículos, Latinoamérica, PJ Comexi, Portada • Vistas: 13842

EFE

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Agosto 2016

Una colaboración del Programa de Jóvenes del Comexi

Las Operaciones para el Mantenimiento de la Paz (OMP) son el máximo instrumento con el que cuenta la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para mantener y garantizar la paz y la seguridad internacionales. Surgieron como una herramienta novedosa en 1948 para supervisar el cese al fuego tras situaciones de conflicto y esa idea aún prevalece. Si bien su objetivo de mantener la paz y la seguridad no ha cambiado, los medios para hacerlo y su complejidad sí han evolucionado, como lo han demostrado operaciones más recientes como la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de Naciones Unidas en Malí (MINUSMA) y la Misión Multidimensional Integrada de las Naciones Unidas en la República Centroafricana (MINUSCA).

Las fuerzas de la ONU -inicialmente, los cascos azules- son desplegadas a sitios donde no hay paz que guardar: se trata de lugares con instituciones débiles, sin Estado de derecho y con altos niveles de violencia. Lo que anteriormente suponía únicamente funciones de supervisión de alto al fuego, ahora implica un mayor involucramiento en el manejo de los conflictos. Estas complicaciones se hicieron evidentes después de la Guerra Fría, cuando las operaciones se convirtieron en multidimensionales y de construcción de la paz, como respuesta a la diversidad de las situaciones de conflicto de esa época, aspectos que continúan hasta ahora.

Actualmente hay 69 OMP en funcionamiento, de las cuales 56 han sido aprobadas desde 1988, lo que revela su gran crecimiento desde fines de la Guerra Fría. Desde ese año, las misiones han aumentado en tamaño, presupuesto, responsabilidades y dificultad. Tan solo entre 1989 y 1994, el Consejo de Seguridad autorizó veinte nuevas operaciones como respuesta a las turbulencias de la época. Dentro de estas nuevas y ambiciosas operaciones, algunas supusieron críticas por su desempeño, como en Ruanda, Somalia y Yugoslavia,  que fueron empresas de muy alto perfil, cuya falta de resultados dañó el prestigio de toda la organización, ya que resultaban muy necesarias pero no protegieron a la población. A raíz de ello se ha revisado la arquitectura de construcción y sostenimiento de la paz de la organización multilateral más importante del mundo, aunque aún quedan asignaturas pendientes.

México y las OMP

Con lo anterior -evolución y alcances de las misiones- en cuenta, es pertinente preguntarse ¿dónde queda México dentro del manejo de los conflictos en el marco de las Naciones Unidas? Este país estuvo mucho tiempo ausente de las OMP: su reticencia a participar se basaba en un posible daño al principio de no intervención, defendido tradicionalmente por la política exterior mexicana (aunque normalmente el Estado afectado solicita la consideración de una OMP), debido a que históricamente, la salida de efectivos planteaba serios cuestionamientos sobre el tema de la soberanía. Se puede argumentar también, que México no participaba por tener otras prioridades dentro de las fuerzas armadas -aunque estas deben ser entendidas como un asunto de política exterior-, como el combate al narcotráfico en los últimos años.

Recientemente, el país eligió volver a contribuir con las OMP, y aun cuando el anuncio se dio en un momento crítico y necesario del compromiso de los Estados, la decisión fue tardía. Así, durante el debate general de la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2014, el presidente Enrique Peña Nieto anunció que México aportaría recursos humanos a este tipo de misiones bajo los argumentos de que ayudan a los países a superar conflictos y crear condiciones para una paz duradera, de que México está dispuesto a evolucionar con las Naciones Unidas, y de que es parte de sus funciones como actor con responsabilidad social. Con esto en mente, anunció que las fuerzas mexicanas llevarían a cabo labores humanitarias hacia la población civil, bajo un esquema de involucramiento gradual.

Raveendran AFP Getty Images

Raveendran AFP Getty Images

Conviene destacar que México participó anteriormente con observadores para la misión en Cachemira en 1949 y en la Misión de Observadores de las Naciones Unidas en El Salvador (ONUSAL) a principios de la década de los noventa. Pero cuando las OMP fueron adquiriendo mayor relevancia dentro del sistema ONU y de las discusiones internacionales, y aún cuando la participación de los Estados era -y es- un indicador de su compromiso con la preservación y promoción de la paz y la seguridad internacionales, México no era parte de ello, por lo que se puede considerar que tardó mucho tiempo en volverse a involucrar.

Tras la noticia, los primeros cuatro elementos fueron desplegados en marzo de 2015 hacia el Sahara Occidental y Haití, y aunque han sido relevados, hoy, los siete efectivos que participan en las operaciones en Haití, Sahara Occidental y Líbano representan un inicio tímido, pareciera, pues se tiene la capacidad de contribuir con más. Así, están desplegados dos efectivos de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) y uno de la Secretaría de Marina (SEMAR) en la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH), quienes desempeñan funciones de asesoría; un efectivo de SEDENA y uno más de SEMAR en la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sahara Occidental (MINURSO), en tareas de observación militar; y dentro de la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para Líbano (UNIFIL) participa un elemento de SEDENA y uno de SEMAR en funciones de asesoría y planeación.

Es de reconocerse que esta participación representó la ruptura con la visión tradicional de que una participación de las fuerzas armadas en otra jurisdicción comprometería el principio de no intervención, pero el involucramiento ha sido tímido y limitado para un actor con responsabilidad global. Esa responsabilidad global implica mucho más que un tímido involucramiento, significa una activa participación y el genuino interés en la resolución de los conflictos, aunque parezcan geográficamente muy lejanos.

De colaborar más activamente, a México le derivarían beneficios, que van más allá de la sensibilización en la relación con la población civil, del entrenamiento, de la aplicación de los estándares de las Naciones Unidas, y de la convivencia con miembros de fuerzas de otros países. Debido a que actualmente las operaciones involucran personal civil, militar y de policía, México podría tener una más sofisticada participación; al ser parte de los Estados que aportan personal para determinadas operaciones, le daría oportunidad de participar y negociar en el proceso de consulta para su realización, diseño y mandato, aspectos que lo dotarían de una participación muy activa y reconocida en la gestión de conflictos. Es claro que el Estado cede el uso de sus fuerzas armadas -o personal de otro tipo- para servir bajo la bandera de las Naciones Unidas, pero el hacerlo le aporta privilegios, como el involucrarse directamente en la máxima expresión de la acción multilateral para implementar y construir la paz, aun cuando se trata de misiones cada vez más riesgosas.

En su reciente visita a México, Hervé Ladsous, Jefe para las OMP en la ONU, reconoció que se enfrentan a duras condiciones en donde no hay paz que mantener, sino que se debe construir y celebró que México ahora desee participar. En este sentido, se puede afirmar que el éxito de las OMP da credibilidad a la ONU y, por consiguiente, a los Estados participantes, es por eso que, ahora que México participa -aunque limitadamente- dentro de las OMP, está inmerso directamente en los retos y en las soluciones que se les planteen, como responder a casos de ataques en su contra y a casos donde ellos mismos vulneren a la población civil.

UN Photo Marco Dormino

UN Photo Marco Dormino

Los retos de las OMP y de México

Claramente, los conflictos se han hecho cada vez más complejos y extensos, con más actores involucrados, más afectaciones a la población civil, mayores flujos de desplazamiento forzado y mixto; pero quizás el mayor cambio ha sido la supremacía de conflictos internos con repercusión internacional. Aunque se ha establecido ya que situaciones pasadas plantearon un declive y serias interrogantes sobre la vigencia y responsabilidades de las OMP, lo cierto es que no se ha desarrollado aún ningún mecanismo capaz de superarlas.

Pese a que suponen el mecanismo de construcción de la paz más vigente, las OMP presentan retos importantes. Entre estos están involucrar aspectos de género en su planeación; consultar con la población afectada acerca de sus necesidades; enfocarse en la prevención de mayores tragedias humanas; guiarse por el principio de tolerancia cero y disciplina frente a los casos de abuso sexual por parte del personal desplegado en el terreno; sofisticar los mandatos y adecuarlos a cada país; corregir la fragmentación institucional, es decir, mejorar la comunicación entre la sede, las oficinas regionales y el personal en el terreno; así como enriquecer la cadena de mando y,  por último, mantener el momento del multilateralismo evidenciado por la adopción de la Agenda 2030 y del Acuerdo de París para generar el compromiso político de revisar la arquitectura de las OMP. Todas estas áreas representan potenciales y valiosas contribuciones de México hacia la arquitectura del mantenimiento de la paz.

Se ha recorrido un largo camino desde que el Consejo de Seguridad autorizara las primeras misiones de observadores militares en 1948 en el Medio Oriente -la Misión de Supervisión de la Tregua (UNRSO)-  y en Cachemira -el Grupo de Observadores Militares en India y Pakistán (UNMOGIP)- para supervisar los respectivos ceses al fuego. Es evidente que los mandatos han tenido que evolucionar para hacer frente a la naturaleza cambiante de las OMP, ya que ahora sus responsabilidades se han ampliado hasta incluir responsabilidades de construcción de la paz y tareas de  desarme, construcción de instituciones, promoción de los derechos humanos, y de desmovilización y reintegración de los combatientes a la sociedad. Asimismo, ahora incluyen variedad de personal -no solo fuerzas armadas-, como abogados, expertos en derechos humanos, y especialistas en tecnologías y comunicación, otra área en la que México podría incrementar su participación, ya que lo hizo desde una visión tradicional de conservación de la paz y la seguridad, es decir, únicamente mediante el envío elementos de las fuerzas armadas, y no desde una perspectiva multidimensional.

Lo cierto es que las OMP constituyen una herramienta internacional de respuesta hacia situaciones que pudieran desestabilizar el orden y la paz mundial y aunque han estado envueltas en una gran controversia no hay ningún instrumento que las pueda reemplazar en el corto plazo. La opción es actualizarlas, repensarlas y reformarlas, y aunque a primera vista parece que actúan en situaciones muy alejadas de México, su participación en el manejo es en sí una contribución para su solución.

LAURA PARDO es licenciada en Relaciones Internacionales por el ITAM y maestra en Derecho Internacional por la Universidad de Sussex. Actualmente es asesora en la Comisión de Relaciones Exteriores Organismos Internacionales del Senado de México. Sígala en Twitter en @Laurapardoc.

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