Lograr el «sí» de Irán

1 noviembre, 2013 • Artículos, Medio Oriente, Norteamérica, Portada, Sin categoría • Vistas: 5205

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Noviembre 2013

Para evitar que Irán avance en la obtención de una bomba nuclear, será necesario que Estados Unidos formule, al mismo tiempo, promesas y amenazas convincentes. FAL recupera otro clásico (vol. 13, núm. 2) que ayuda a entender dónde se encuentra el mundo tras el acuerdo de las 5+1 con Irán sobre el programa nuclear del mismo.

Sería conveniente que Estados Unidos se resigne a que Irán desarrolle armas nucleares y que se centre en persuadirlo de no utilizarlas jamás. Sin embargo, los líderes de Estados Unidos han rechazado explícitamente esa línea de acción. «No se equivoquen: un Irán con armas nucleares no es un desafío que pueda ser contenido», fueron las palabras de Barack Obama, Presidente de Estados Unidos, ante la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) en septiembre de 2012. «Y por eso, Estados Unidos hará lo que sea necesario para impedir que Irán obtenga un arma nuclear.» Los funcionarios estadounidenses también han dejado en claro que consideran que las medidas militares directas para evitar que Irán adquiera un arma nuclear son una opción poco atractiva: una opción que se tomaría sólo como un lamentable último recurso.

En la práctica, entonces, sólo quedan dos herramientas para lidiar con el avance del programa nuclear iraní: amenazas y promesas, a cuya fusión el politólogo Alexander George denominó «diplomacia coercitiva». Para detener el avance de Irán en su intención de obtener la bomba nuclear, Estados Unidos tendrá que combinar las dos herramientas, no sólo alternarlas. Debe hacer promesas y amenazas creíbles, simultáneamente, algo muy difícil de lograr. En este caso, la dificultad se ve agravada por varios otros factores: la larga historia de intensa desconfianza entre ambos países; la alianza de Estados Unidos con Israel, el archienemigo de Irán, y la opacidad de la toma de decisiones iraní.

Hay pocas probabilidades de que se superen todos estos obstáculos. Por lo tanto, si Washington realmente quiere evitar tanto la disuasión como la acción militar, será necesario que mejore su juego y utilice una estrategia inusualmente inteligente y audaz para las negociaciones.

¿POR QUÉ ES COMPLICADA LA DIPLOMACIA COERCITIVA?

El reciente historial de la diplomacia coercitiva estadounidense no es alentador. Una combinación de sanciones, inspecciones y amenazas obligó al presidente iraquí Saddam Hussein a congelar sus programas de armas de destrucción masiva después de la Guerra del Golfo, pero no lo forzó a aceptar un acuerdo de largo plazo. Las razones, como saben los investigadores desde el derrocamiento de Hussein, tienen que ver con sus motivos y percepciones. El líder iraquí no sólo buscaba la dominación regional y la destrucción de Israel; también le preocupaba parecer débil ante Irán, veía su supervivencia tras la Guerra del Golfo como una victoria y sospechaba de tal forma de Estados Unidos que un acercamiento real nunca estuvo al alcance. Todo esto dejó sin efecto las amenazas emitidas por el gobierno de George W. Bush durante el período previo a la invasión estadounidense de Iraq en 2003 y probablemente también dejó sin efecto las promesas de un acuerdo razonable.

El caso de Iraq, por otra parte, es menos una excepción que una regla. La diplomacia coercitiva ha funcionado en algunas ocasiones, como en 2003, cuando el líder libio Muammar al Qaddafi decidió dejar de desarrollar armas de destrucción masiva, en parte, como resultado de la presión y las garantías de Estados Unidos. Sin embargo, la mayoría de las veces, en décadas recientes, Estados Unidos ha fracasado en la diplomacia coercitiva a pesar de que tiene un poder abrumador y de que ha dejado en claro que utilizará la fuerza si es necesario. Una sucesión de adversarios relativamente débiles, entre ellos Panamá (1989), Iraq (1990 y 2003), Serbia (1998) y el Afganistán gobernado por los talibanes (2001), no respondió a los intentos estadounidenses de ejercer presión, lo que llevó a Washington a recurrir repetidamente a la acción militar directa. La diplomacia coercitiva convenció a la junta militar que gobernaba en Haití a dimitir en 1994, pero sólo cuando quedó claro que los aviones de guerra estadounidenses ya estaban en el aire. Además, Irán no es el único que lo desafía: a pesar de haber emitido numerosas amenazas y promesas, Estados Unidos ha sido incapaz de persuadir a Corea del Norte de renunciar a su arsenal nuclear o incluso de abstenerse de compartir su experiencia nuclear con otros países (como aparentemente lo hizo con Siria).

Las amenazas y las promesas que Estados Unidos ha utilizado con Irán no son inherentemente incompatibles: Washington ha dicho que va a castigar a Teherán por continuar con su programa nuclear, pero está dispuesto a hacer un trato si suspende el programa. Lógicamente, estos componentes pueden reforzarse mutuamente, ya que el primero presiona mientras que el segundo atrae a Irán hacia el acuerdo. No obstante, la sombría historia de la diplomacia coercitiva muestra que, con demasiada frecuencia, las amenazas y las promesas se socavan, en lugar de complementarse.

Las amenazas pueden resultar especialmente problemáticas, ya que si fracasan pueden obligar a la parte que amenaza a seguir un camino que en realidad no deseaba seguir. El presidente John F. Kennedy aprendió esta lección durante la crisis de los misiles en Cuba en 1962. Kennedy bromeaba, aunque no totalmente, cuando dijo, al enterarse de que la Unión Soviética había estacionado ojivas en Cuba: «El mes pasado dije que no íbamos [a permitirlo]. El mes pasado debí haber dicho que no nos importa». Más importante aún, incrementar las amenazas puede menoscabar la posibilidad de que las promesas se tomen en serio. Infligir cada vez más sufrimiento y lanzar amenazas explícitas de que se seguirá la misma estrategia también puede plantear preguntas sobre si la parte que provoca el sufrimiento realmente desea llegar a un acuerdo y aumentar el costo político interno que tales concesiones implican para el gobierno que sufre.

Cuando Estados Unidos sugiere que está dispuesto a bombardear a Irán si no negocia su programa de armas, implica que los estadounidenses creen que el costo de la acción militar es tolerable. Aunque esto aumenta la credibilidad de la amenaza, también podría obligar a Irán a pensar que Estados Unidos considera que el costo del bombardeo es lo suficientemente bajo como para que la acción militar sea más atractiva que cualquier otro resultado, con excepción de la rendición total de Irán. Además, dado que el deseo de Irán de ser capaz de protegerse de un ataque impulsa, al menos en parte, el programa nuclear iraní, esta amenaza de Estados Unidos probablemente crecería el peligro percibido y por ende aumentaría la determinación de Irán de no alejarse de su camino actual.

Esto no significa que la presión siempre sea contraproducente. Según las agencias de inteligencia estadounidenses, los iraníes detuvieron el desarrollo de armas nucleares en 2003, supuestamente en respuesta a la amenaza creada por la invasión de Estados Unidos a Iraq. Aparentemente, lo que un diplomático estadounidense dijera una vez de Corea del Norte también se aplica a Irán hoy: «Corea del Norte no responde a la presión, pero sin presión no responde».

¿POR QUÉ ESTE CASO ES AÚN MÁS COMPLICADO?

Aunque la presión pueda funcionar, y a pesar de que las amenazas no necesitan ser totalmente creíbles para ser eficaces, Washington se enfrenta a enormes obstáculos al tratar de ganar la credibilidad de su amenaza de atacar a Irán. Es más, bombardear sería muy costoso para los estadounidenses (que es una de las razones por las que no ha sucedido). Como seguramente entiende Teherán, Washington sabe que los resultados probables incluyen, por lo menos, una pequeña guerra en la región, la profundización de la hostilidad hacia Estados Unidos en todo el mundo, un mayor apoyo interno para el régimen iraní, la legitimación del programa iraní de armas nucleares y la necesidad de volver a atacar si Irán restablece dicho programa. Dados los elevados costos, Teherán podría concluir que la amenaza de Washington de bombardear es sólo una fanfarronería que los iraníes están dispuestos a aceptar.

Irónicamente, el éxito de las sanciones económicas podría disminuir aún más la credibilidad de la amenaza estadounidense de un ataque militar. Los líderes iraníes podrían pensar que sus homólogos estadounidenses seguirán adelante con las sanciones con la esperanza de que el sufrimiento produzca, en última instancia, un cambio en la política iraní, o podrían pensar que los funcionarios estadounidenses rechazarán una opción militar unilateral y poco popular para evitar trastocar el régimen de sanciones multilateral y relativamente popular.

La credibilidad de la amenaza estadounidense de bombardear también se ve afectada por las percepciones e intenciones de los gobernantes iraníes. Los líderes iraníes podrían caer en la trampa de basar sus predicciones acerca de la política estadounidense en sus propias expectativas, que pueden diferir de las de los estadounidenses. Los iraníes con intenciones relativamente buenas hacia Estados Unidos podrían esperar que sea bastante fácil para los estadounidenses vivir con un Irán con armas nucleares, asumir que sus contrapartes estadounidenses piensen de manera similar y, por lo tanto, podrían creer que sería poco probable que Estados Unidos inicie un ataque militar preventivo. Los líderes iraníes más agresivos, por otro lado, podrían tomar más seriamente la amenaza estadounidense de bombardear, ya que ellos mismos consideran que el hecho de que Irán obtenga una bomba es importante y suponen que sus homólogos estadounidenses piensan igual. Estos halcones iraníes podrían, por lo tanto, considerar que la acción militar preventiva de Estados Unidos es plausible y, además, que se dirija a objetivos más amplios, como el cambio del régimen, en lugar de sólo limitarse a detener el programa nuclear iraní.

La historia de la política de Estados Unidos hacia Irán durante la última década también complicará la credibilidad de las amenazas estadounidenses. Por un lado, Estados Unidos ha impuesto sanciones unilaterales y ha obtenido, hábilmente, el respaldo de los europeos para establecer sanciones internacionales más rigurosas. Muchos observadores occidentales se sorprendieron con esto, y los líderes iraníes probablemente también se sorprendieron. Por otro lado, Estados Unidos no ha bombardeado a Irán, a pesar del continuo desafío iraní a las resoluciones de la ONU y a las políticas estadounidenses. Además, es imposible que Irán no haya notado que Estados Unidos no atacó a Corea del Norte cuando estaba desarrollando sus armas nucleares, incluso después de haber emitido repetidas amenazas de que lo haría. Por otra parte, Washington ha estado tratando de forzar a Irán a abandonar su programa nuclear desde hace mucho tiempo, con poco éxito, por lo que es difícil que les infunda un sentido de urgencia a sus esfuerzos actuales.

Por supuesto, amenazar con bombardear las instalaciones nucleares iraníes no es la única forma de presión que puede ejercer Estados Unidos. Washington puede mantener el actual régimen de sanciones punitivas de manera indefinida o incluso reforzarlo. Podría llevar a cabo acciones encubiertas adicionales, en especial, ataques cibernéticos, para frenar el programa nuclear iraní. Debido a que estas acciones son menos costosas que un ataque militar, la amenaza podría ser más creíble. Pero puede ser más difícil hacer realidad tales amenazas. Los iraníes comprenden que pagarán por seguir adelante en el frente nuclear. Para que cambien de opinión, por lo tanto, los extranjeros tendrán que amenazar o infligir aún más sufrimiento que el que esperan los iraníes.

¿CÓMO HACER CREÍBLES LAS AMENAZAS?

Hay muchas maneras en las que Estados Unidos puede hacer que sus amenazas sean más creíbles. La primera es expresarlas públicamente y sin ambigüedades. Obama ya ha ido bastante lejos en sus declaraciones públicas, por lo que no es necesario esforzarse en este punto. Sin embargo, si la confrontación continúa, una campaña para informar al pueblo estadounidense sobre el inminente riesgo de guerra sería muy bien recibida, en especial si va acompañada de una resolución del Congreso que autoriza el posible uso de la guerra contra Irán. Si esas medidas no persuaden a los iraníes, Estados Unidos podría emitir un ultimátum, que enviaría una señal clara de que el tiempo para una solución pacífica a la crisis se está acabando, aunque esto sería muy polémico en Estados Unidos y en el extranjero, e implicaría renunciar a las ventajas militares que supone la sorpresa.

Los formuladores de políticas públicas en Estados Unidos también podrían dejar de expresar públicamente su renuencia a utilizar la fuerza y señalar, en cambio, que probablemente un ataque a Irán beneficiaría a Estados Unidos. Podrían declarar que esperan que un ataque de Estados Unidos le asestaría un golpe dramático al programa nuclear iraní, serviría como una poderosa advertencia para otros posibles proliferadores, fortalecería la reputación de Estados Unidos en el mundo y podría incluso desencadenar una revolución en Irán.

Las amenazas privadas en este momento quizá añadirían poca credibilidad, pero las amenazas enviadas de forma confidencial a través de terceros cercanos a Teherán, como China y Rusia, podrían tener más credibilidad; estos Estados podrían llevar el mensaje si estuvieran convencidos de que la única alternativa es la acción militar estadounidense. Por el contrario, el escepticismo expresado por los israelíes de que Estados Unidos bombardee a Irán ha debilitado la posición de Washington. Si los líderes israelíes dejaran de hablar así y comenzaran a declarar que ahora confían en que Estados Unidos está dispuesto a atacar si es necesario (aunque no en el momento que Israel preferiría), este cambio sería advertido en Teherán.

Estados Unidos también podría aumentar la credibilidad de las amenazas especificando las acciones iraníes que desencadenarían un ataque. El hecho de que Obama se haya resistido a los llamamientos para anunciar dichos «límites» no significa que no los haya delineado. Es probable que la decisión de atacar se tomaría si Irán se acercara tanto a la posibilidad de producir un arma nuclear de manera rápida y sigilosa o si comenzara a producir uranio altamente enriquecido o si expulsara a los inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica. Sin embargo, incluso si anunciar límites específicos de este tipo podría aumentar la credibilidad de Estados Unidos, también tendría desventajas. Especificar lo que está prohibido delimitaría lo que está permitido, e Irán podría tomar eso como una invitación para llegar hasta los límites mismos.

Washington podría darle credibilidad a sus amenazas mediante acciones más que con palabras. Podría reforzar sus capacidades militares de una manera que demostrara su seriedad, como hacer preparativos costosos para hacerles frente a las represalias de Irán después de un ataque estadounidense. Incluso podría iniciar maniobras militares que tienen cierto riesgo de provocar a Irán y producir una escalada, lo que demostraría que Washington no teme la posibilidad de que se desencadene una lucha por accidente.

Las amenazas de Estados Unidos también podrían tener más credibilidad si Washington desarrollara planes para un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes y luego permitiera que los servicios de inteligencia iraníes conocieran los detalles. En este escenario, los iraníes tendrían que creer que descubrieron algo que los estadounidenses querían ocultarles, para que no lleguen a la conclusión de que era simplemente un ardid para impresionarlos. Este tipo de maniobras es complicado: aunque parecen acertadas en principio, en la práctica han demostrado ser, en general, demasiado astutas. Durante la crisis de Berlín de 1961, por ejemplo, el gobierno de Kennedy le proporcionó a Alemania Occidental sus planes para una respuesta militar a la confrontación, sabiendo que el gobierno de Alemania Occidental había sido penetrado por la inteligencia soviética. En 1969, el gobierno de Richard Nixon organizó un ejercicio, manifiestamente secreto, de alerta nuclear diseñado para mostrar la fuerza del compromiso estadounidense con Vietnam del Sur. En ambos casos, sin embargo, los soviéticos apenas se dieron cuenta.

Se podría suponer que Estados Unidos sería capaz de elevar la credibilidad de sus amenazas a los ojos de los iraníes aumentando sus defensas, aparentemente en preparación para un posible conflicto.

No obstante, incrementar las capacidades estadounidenses contra los misiles iraníes en el Mediterráneo y en el golfo Pérsico también podría mandar la señal opuesta: que Estados Unidos no se está preparando para atacar, sino para vivir con un Irán con armas nucleares (y para disuadirlo). Cancelar el despliegue de sistemas diseñados para defenderse de los misiles iraníes, de hecho, podría ser una señal fuerte y dramática de que Estados Unidos no tiene la intención de permitir que Irán tenga armas nucleares y que está dispuesto a iniciar ataques preventivos para impedir tal perspectiva.

¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL HACER PROMESAS CREÍBLES?

En general, hacer promesas creíbles es aún más difícil que lanzar amenazas creíbles, y eso es especialmente cierto en este caso, debido a la historia de desconfianza mutua y a las narrativas históricas enfrentadas que ambas partes se cuentan. Las promesas que Estados Unidos le hace a Irán se complican también por otros factores. Hay múltiples audiencias que escuchan cualquier cosa que Washington diga sobre Teherán: grupos nacionales, los Estados árabes, Corea del Norte, otros Estados que podrían querer armas nucleares y, por supuesto, Israel. El temor de un ataque israelí podría ser una fuente útil de presión adicional, pero la percepción iraní del contubernio entre Estados Unidos e Israel puede dificultar aún más que Washington le envíe señales a Irán. También se debe percibir que las promesas estadounidenses cubren las acciones israelíes, y algunas promesas diseñadas para confirmarle a Israel la protección de Estados Unidos podrían chocar con los mensajes conciliadores que Washington desea enviarle a Irán.

Los formuladores de políticas públicas estadounidenses también tienen un conocimiento limitado de las percepciones y políticas internas iraníes. En general, se acepta que la política nuclear de Irán está en manos del líder supremo del país, el ayatolá Ali Jamenei. Pero es difícil saber cuáles son sus objetivos, cómo percibe los mensajes de Estados Unidos e incluso si los mensajes se le transmiten con precisión. Si la historia sirve de lección, lo más probable es que él interprete el comportamiento de los estadounidenses, incluidas las promesas, de tal forma que los estadounidenses las considerarían totalmente extrañas.

Además, lo que los diversos actores iraníes podrían percibir como una recompensa podría ser difícil de determinar. Algunas figuras del régimen o cercanas a él, por ejemplo, han acumulado fortunas y bases de poder político en torno a la adaptación a las sanciones, por lo que retirar o relajar las sanciones podría dañarlos en lugar de ayudarlos. Incluso el premio más valioso que Occidente puede ofrecer -la normalización de las relaciones y la integración de Irán a la comunidad mundial- podría chocar con el punto de vista de los actores dominantes de Irán, debilitar su poder y ser percibido por ellos, de manera bastante atinada, como un paso hacia un posible cambio de régimen.

Todos estos vacíos de conocimiento y confianza son un obstáculo para que Estados Unidos pueda hacerle a Irán promesas creíbles de cualquier tipo, sean éstas garantías de menor importancia dirigidas a servir como medidas para fomentar la confianza o promesas más sustanciales que podrían llevar a un acuerdo diplomático duradero. En el acuerdo más probable, Irán aceptaría dejar de diseñar ojivas nucleares y abstenerse de enriquecer uranio a una concentración superior al 20%, sólo conservaría reservas limitadas de uranio enriquecido a entre el 5% y el 20%, aceptaría límites para la capacidad de sus instalaciones de enriquecimiento, permitiría inspecciones consistentes de sus instalaciones nucleares y se comprometería a abstenerse de construir instalaciones que Estados Unidos no pueda destruir. (Tal acuerdo permitiría que la muy fortificada planta subterránea de enriquecimiento de Fordow siga abierta, ya que es vulnerable a un ataque de Estados Unidos: algo que no agradaría a los israelíes, cuya capacidad militar es insuficiente para superar las defensas de Fordow.)

A cambio, Estados Unidos aceptaría un programa limitado de enriquecimiento iraní, prometería no tratar de derrocar al régimen (y quizá no debilitarlo) y suspendería las sanciones que se impusieron como respuesta específica al programa nuclear. Estados Unidos también podría restablecer relaciones diplomáticas normales con Irán; no obstante, dicha medida, junto con la suspensión de otras sanciones, podría requerir un acuerdo más amplio que incluya que Irán deje de apoyar a Hamas y al Hezbolá.

Para convencer a Irán de que tal acuerdo es posible, Estados Unidos tendría que superar cuatro obstáculos. Necesitaría lograr cierto grado de aceptación de Israel, para satisfacer a los grupos influyentes que están a favor de Israel en Estados Unidos y convencer a Irán de que el acuerdo no sería socavado por asesinatos, ataques o por el sabotaje israelí. Aceptar un programa nuclear civil en Irán requeriría derogar alguna resolución o crear una especie de excepción a diferentes resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, porque las sanciones originales se aplicaron como respuesta al establecimiento del programa nuclear en sí y no al avance posterior que aparentemente ha hecho Irán.

Washington necesita convencer a Teherán de que las negociaciones no fueron diseñadas para debilitarlo y que el acuerdo pondría fin a los esfuerzos estadounidenses de cambiar el régimen. Las garantías de seguridad tendrían que ser parte de cualquier acuerdo, y sería difícil establecerlas. El hecho de que Estados Unidos ayudara a derrocar a Qaddafi en 2011, a pesar de su anterior acuerdo de abandonar sus programas de armas de destrucción masiva, seguramente estará presente en la mente de los iraníes.

Finalmente, Estados Unidos tendría que encontrar alguna forma de ofrecerle a Irán los bienes intangibles que realmente desea: respeto y ser tratado de igual a igual. El proceso de negociación no sólo puede interferir con el tratamiento respetuoso, lo mismo podría suceder con las imágenes utilizadas para pensar en dicho acuerdo, como hablar de «zanahorias y palos», que implica que Irán es un animal que Occidente trata de manipular. Por otro lado, mostrarle respeto a Irán no le costaría demasiado a Estados Unidos.

¿CÓMO SENTARSE A LA MESA?

Aunque Estados Unidos y sus aliados europeos están hablando ahora con Irán, estas conversaciones parecen incluir poco más que una retahíla de posiciones iniciales inflexibles. La desconfianza generalmente está en su punto máximo al principio de un proceso de negociación, ya que ambas partes temen que cualquier concesión preliminar no sólo será aceptada, sino que también se tomará como un signo de debilidad que alentará a la otra parte a exigir más.

Hay formas convencionales, aunque imperfectas, de lidiar con este problema, como utilizar terceros que puedan ser desautorizados para presentar ideas atractivas sin exponer las posiciones de negociación reales. Los «tanteos» ambiguos también son útiles, ya que requieren que la otra parte responda a un mensaje antes de que se revele su verdadero significado y, por lo tanto, limitan la exposición del primer país. Sin embargo, la desconfianza existente entre Estados Unidos e Irán es tan profunda que aplicar las reglas habituales podría no funcionar. Será difícil llegar hasta el líder supremo y convencerlo de que las negociaciones serias le convienen. Dirigirse personal y directamente a él, tanto en público como en privado, podría ser eficaz, al igual que enviar un emisario de alto nivel (aunque tales medidas se deben reservar hasta el último minuto, para evitar una humillación en caso de que fracasen).

Un método dramático (aunque improbable) sería que Estados Unidos suspenda unilateralmente algunas de las sanciones contra Irán, que suspenda todos los preparativos militares relacionados con Irán o que declare que la opción de utilizar la fuerza ya no está sobre la mesa. Un escenario más plausible sería que los líderes estadounidenses traten de comunicar que están listos para un acuerdo, informándole al régimen iraní que están estudiando la forma de suspender gradualmente las sanciones y que desarrollarán diferentes formas de garantías de seguridad.

El procedimiento normal de negociación sería iniciar con pequeñas medidas para aumentar la confianza y aplazar los temas centrales y más conflictivos por un tiempo hasta que se haya logrado cierto progreso y confianza mutua. Sin embargo, probablemente es demasiado tarde para eso, en especial porque muchos de los pasos estándar menores no se consideraron en la reciente aplicación de sanciones internacionales mucho más duras contra Irán. Hasta hace poco, por ejemplo, un enfoque de «congelación por congelación» para aumentar la confianza podría haber sido posible: un ofrecimiento de Estados Unidos de no tomar medidas agresivas adicionales a cambio de un movimiento comparable por parte de Irán, pero en este punto, dado el sufrimiento que están causando las sanciones, probablemente sería necesario modificarlas o suspenderlas, lo que sería una concesión mucho mayor por parte de Estados Unidos y Europa.

Probablemente será necesario que Washington esboce las líneas generales de un posible acuerdo final antes de que inicien las conversaciones. Iniciar negociaciones serias acarrearía altos costos políticos para la Casa Blanca y desencadenaría una lucha política importante en Teherán; los líderes de cada parte tendrían que asumir estos riesgos si hubiera posibilidades de una solución aceptable. Cualquier acuerdo, sin duda, tendría que llevarse a cabo de forma paulatina para que cada una de las partes se proteja si la otra da marcha atrás.

Sin embargo, Estados Unidos podría necesitar poner más cartas sobre la mesa desde el principio. Tendría que convencer a Jamenei de que el éxito en las negociaciones reduciría en gran medida la amenaza que Estados Unidos representa para su país y que Washington estaría dispuesto a aceptar un programa nuclear civil con salvaguardas adecuadas en Irán. Washington se sentirá tentado a reservar tales incentivos para la etapa final de las negociaciones, pero es probable que la posibilidad de que las negociaciones lleguen a esa etapa se reduzcan significativamente si no los utiliza.

Los obstáculos para el éxito de las negociaciones pueden ser tan grandes que Estados Unidos sólo logrará una forma de contención que mantendría algo parecido al statu quo, donde Irán se queda a cierta distancia de las armas. Tal situación podría no ser estable, sin embargo; y lo que el primer ministro soviético Nikita Kruschev le dijo Kennedy durante el punto álgido de la crisis de los misiles en Cuba, también podría ser relevante para la confrontación entre Estados Unidos e Irán: «Señor Presidente, usted y yo no debemos tirar de la cuerda en la que usted ha atado el nudo de la guerra, porque mientras más tiremos, más se apretará el nudo. Y quizá llegue un momento en el que ese nudo estará tan apretado que ni siquiera el que lo hizo tendrá fuerzas para desanudarlo. Entonces será necesario cortar ese nudo».

En este caso, analizar cuidadosamente los retos de la diplomacia coercitiva es aleccionador. Utilizar amenazas y promesas para manejar con éxito los problemas que representa el programa nuclear de Irán será difícil, en el mejor de los casos, y requerirá un grado extraordinario de calma, audacia, creatividad y templanza. Pero si Washington está decidido a evitar tanto la acción militar como la disuasión, esas son las cualidades que necesitará.

ROBERT JERVIS es profesor de la cátedra Adlai E. Stevenson de Política Internacional en la Columbia University y miembro del Saltzman Institute of War and Peace Studies.

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