Identity: Contemporary Identity Politics and the Struggle for Recognition

21 enero, 2019 • Reseñas • Vistas: 10607

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Identity: Contemporary Identity Politics and the Struggle for Recognition, Francis Fukuyama, Londres, Profile Books, 2018, 240 pp., US$17.10.

Para Francis Fukuyama, la política de la identidad surge de quienes buscan recuperar su dignidad. El término «política de la identidad» habría comenzado a circular en la década de 1950, cuando el psicólogo Erik Erikson afirmó que del interior del individuo surge un reclamo contra el constreñimiento impuesto por las normas sociales, dirigido a cambiar esas normas y abrir nuevos espacios a la dignidad humana. Sin embargo, en algunos casos la política de la identidad «se convierte en una exigencia de que se reconozca la superioridad de un grupo», como parece que ocurre en el nacionalismo exacerbado y el extremismo religioso. En Identity: Contemporary Identity Politics and the Struggle for Recognition, Fukuyama indaga los orígenes del término «identidad» en Sócrates, la Biblia, san Agustín, Martín Lutero, Jean-Jacques Rousseau, así como en Immanuel Kant, Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Friedrich Nietzsche, entre muchos otros.
En esa búsqueda, Fukuyama advierte dos vertientes para reivindicar la dignidad: la del individuo y la de las colectividades. Como ejemplo del primer caso, recuerda al vendedor callejero de Túnez que en 2010 se inmoló tras ser humillado por la autoridad municipal, lo cual desató la Primavera Árabe. El segundo caso es el reclamo de los activistas de Hong Kong que buscaron un voto más libre a favor de candidaturas independientes al Consejo Legislativo local, pero sin la interferencia de Beijing. Estas protestas recuerdan los movimientos de liberación nacional de mediados del siglo xx, cuyo denominador común fue la reivindicación de la dignidad de los pueblos que habían padecido el colonialismo y que luchaban por recuperar el orgullo étnico y cultural. De algunas surgieron líderes populistas que exaltan el nacionalismo al tiempo que erosionan las instituciones de las democracias liberales o profundizan la autocracia por una supuesta recuperación de la dignidad nacional.
Herbert Marcuse y sus seguidores propugnaron la liberación del individuo agobiado por las restricciones sociales como vía para recuperar la autoestima, en la creencia de que, como pensaba Rousseau, el ser humano es bueno en esencia; pero Fukuyama contrasta esta tesis con la de Nietzsche, para quien la liberación personal podría conducir al dominio del más fuerte y no a la igualdad. La idea de la liberación del ser interior de cada individuo pertenece a la psicoterapia freudiana, cuyo objetivo consiste en hacer del paciente un individuo funcional apoyado en la autoestima. La búsqueda de la autoestima en las democracias liberales ha generado movimientos sociales a favor de la diversidad étnica, de género, orientación sexual, afiliación religiosa, etcétera.
Los movimientos a favor de la autoestima y de la dignidad también han tenido efectos significativos en el mundo islámico. Con la Revolución iraní de 1979 y el financiamiento saudita al salafismo (una versión ultraconservadora del islam suní), núcleos de jóvenes musulmanes de Europa dejaron de tratar de integrarse a la sociedad de los países de residencia y optaron por una cultura y unas instituciones propias. En fechas recientes, el movimiento #MeToo, iniciado en Estados Unidos y extendido a otros países, ha puesto en evidencia los abusos sexuales contra las mujeres y la falta de un marco jurídico que los penalice.
En el fondo, la política de la identidad es una respuesta inevitable contra la injusticia, pese a que en las democracias liberales ha menguado el interés por combatir la desigualdad. «La política de la identidad es la lente a través de la cual se contemplan ahora los problemas sociales en todo el espectro ideológico.» Más adelante, explica Fukuyama: «La confusión de la identidad surge de una condición de vivir en el mundo moderno. La modernización significa un cambio constante y la apertura de opciones que antes no había». La utopía cede ante la distopía. El futuro oscila entre distopías de hipercentralización y de fragmentación. En novelas como Neuromancer (1984) de William Gibson, con las previsibles actividades perversas de los rusos, la Guerra Fría se libra en el ciberespacio, mientras que en Snow Crash (1992), de Neal Stephenson, el futuro no está dominado por dictaduras centralizadas, sino por una metástasis de fragmentos sociales potenciada por las nuevas tecnologías de la información.

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