Crisis en Venezuela

13 febrero, 2019 • AMEI, Artículos, Latinoamérica, Portada, Sin categoría • Vistas: 9467

Origen y solución

El Carabobeño

David J. Sarquís

Febrero 2019

Una colaboración de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales

Hablar de crisis en cualquier parte del mundo implica reconocer graves desequilibrios que afectan la estabilidad política, económica y social de un determinado núcleo de población. Naturalmente, estos desequilibrio ameritan correctivos antes de expandirse hasta un punto de no retorno o propagarse hacia otras regiones. Las crisis son una constante en la historia universal. Difícilmente vamos a encontrar épocas, países o regiones en las que no se hayan padecido y por ello constituyen, de una u otra manera, un objeto de estudio obligado para los especialistas en ciencias sociales.

Quienes las padecen no siempre están dispuestos a reconocerlas y esto constituye uno de los primeros problemas para poder confrontarlas con éxito. Sin embargo, su existencia puede medirse por medio de diversos indicadores. En el caso de los países, por ejemplo, se puede medir mediante el análisis de la estabilidad monetaria, el nivel de desempleo, la carestía de la vida, el abasto de suministros para la población, la regularidad en los servicios, la libertad de expresión o los niveles de seguridad, entre muchos otros que esbozan el panorama de la vida en sociedad. En este sentido, es claro que la mayor parte de los países tienen problemas, pero no todos están en crisis. El advenimiento de una crisis está condicionado por factores tanto naturales como sociales, de carácter interno (inherentes a la dinámica propia de los grupos afectados) o externos (impulsados por agentes externos), y más frecuentemente por ambos. El caso venezolano no es la excepción.

El chavismo socializante

Si uno sigue los medios de comunicación más conocidos del mundo occidental, verá que existe un consenso prácticamente universal respecto la existencia de una crisis en Venezuela y también respecto de su origen: la llegada del chavismo socializante desde finales del siglo XX. Es difícil disputar ese argumento. En efecto, el origen de la actual crisis en el país bien puede ubicarse en ese preciso momento. Pero eso haría caer toda la responsabilidad de los acontecimientos en el intento por establecer un gobierno socialista y sus políticas populistas, empeñadas en buscar una mejor distribución de la riqueza y un mayor nivel de bienestar social mediante un esquema distributivo de corte igualitario.

Ese argumento, sin embargo, parece no tomar en cuenta que la llegada de Hugo Chávez al poder no fue producto de la casualidad ni de una irregularidad electoral. Había una creciente ola de descontento en el país (como en el resto de Latinoamérica) por la imposición del modelo neoliberal propuesto por el Consenso de Washington, que llevó a las privatizaciones y el adelgazamiento de las burocracias estatales en todo el subcontinente durante la década de 1990 y que generaron, eso sí, notables incrementos en los niveles de riqueza, pero solo para unos cuantos bolsillos, mientras el resto de la población sufría de desempleo, carestía, inseguridad y malestar.

Existen elementos suficientes, como las manifestaciones globalifóbicas del cierre de siglo, para sostener que el giro hacia la izquierda, característico de la primera década del siglo XXI en Latinoamérica, fue una reacción en contra de los efectos adversos que resentía la población latinoamericana como resultado de las imposiciones del modelo neoliberal. Hacia finales de la década de 2000, cerca de una docena de países latinoamericanos había optado por gobiernos de izquierda. Y aunque los académicos hacían una distinción entre las izquierdas progresistas y las retrógradas (Venezuela estaría entre este último grupo, junto con Bolivia y Ecuador) la verdad es que, para los partidarios de la economía neoliberal, ninguna izquierda era buena o aceptable, por progresista que pudiese parecer.

Mientras Maduro mantenga el apoyo del ejército, difícilmente podrá hacerse algo más determinante en su contra.

Venezuela pudo resistir un poco más que los demás países que habían intentado el giro hacia la izquierda gracias a su riqueza petrolera. Sin embargo, la volatilidad de los precios internacionales del petróleo, aunada a las fuertes e incansables presiones externas, así como (hay que decirlo) a la torpeza política de Maduro, parecen haber sellado la suerte del país sudamericano. Cierto es que mientras Maduro mantenga el apoyo del ejército, difícilmente podrá hacerse algo más determinante en su contra. Pero es claro que esa situación puede cambiar más pronto de lo esperado.

Las invocaciones del gobierno estadounidense a la insurrección ciudadana deben tomarse con sumo cuidado. Estados Unidos tienen una larga tradición de alentar al levantamiento contra los regímenes que no son de su agrado, para luego abandonar a su suerte a los insurrectos. Ahí están los casos de Hungría en 1956, Cuba en 1961 o Irak después de la primera guerra del Golfo.

El repudio internacional al régimen oficialista de Venezuela podrá alentar los ánimos de la oposición, pero van a tener que esperar a que finalmente sea el ejército el que decida inclinar la balanza. Mientras tanto, conviene hacer un balance objetivo de las causas reales de la crisis que padece Venezuela y, sobre todo, de las formas posibles para remediarla.

La intervención internacional

Habrá quienes puedan criticar al actual gobierno mexicano por no pronunciarse en contra del régimen de Maduro, como han hecho la gran mayoría de países latinoamericanos, y también quien celebre el apego a los tradicionales principios de política exterior mexicana que claramente sugieren la no intervención en los asuntos internos de otros Estados.

Sin embargo, más allá de las preferencias personales, hay que tomar en cuenta que efectivamente existe una crisis humanitaria de graves proporciones en el país, que ha llevado a unos tres millones de venezolanos a emprender el siempre incierto camino de la emigración. El desempleo, la carestía, la hiperinflación, por la que se duplican los precios cada 19 días y la inseguridad rampante, plantean retos enormes para cualquiera que vaya a gobernar Venezuela en el futuro inmediato. Y aunque Venezuela no sea el único país que enfrenta estos retos, en un mundo globalizado como el nuestro, ¿podrá lograrse la solución a sus problemas sin apoyo de la comunidad internacional? ¿Tiene sentido todavía, en este contexto, seguir privilegiando la no intervención en los asuntos internos de otros Estados? No existen respuestas fáciles para ninguna de estas interrogantes, todas las cuales ameritan serias reflexiones.

No podemos limitarnos a exigir que se vaya Maduro o que se ignoren las demandas de Juan Guaidó.

La soberanía de los Estados ha sido pieza clave del actual sistema internacional como principio rector de las relaciones entre sus integrantes, pero ¿es válido emplear este principio como escudo para la impunidad? Una de las ramas más recientes del Derecho Internacional es la del Derecho de Intervención Humanitaria. Por supuesto que implica riesgos de un intervencionismo abusivo, pero también es una excelente oportunidad para impulsar la idea del Estado de derecho por todos los rincones del mundo y no solo de manera selectiva en contra de nuestros adversarios, como diría el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Esto es lo que hace difícil un pronunciamiento simplista en el caso de Venezuela: no podemos limitarnos a exigir que se vaya Maduro o que se ignoren las demandas de Juan Guaidó. Tiene que haber una solución negociada para evitar los excesos de la violencia y los riesgos de la ingobernabilidad. El problema en este caso es que ninguna de las partes parece dispuesta a negociar y no se conforma sino con la eliminación del otro, como los judíos y los palestinos. Convencidos de la justicia de su propia causa, ambos son incapaces de vislumbrar una solución conjunta que haga posible un gobierno para todos los venezolanos.

Podemos acusar a Maduro de dirigir un gobierno dictatorial y represivo que solo ha logrado incrementar la miseria de su pueblo y distribuir equitativamente la injusticia, pero no se puede ignorar la magnitud de los retos externos que enfrenta el país desde que el chavismo tomó el poder. En este sentido, parece loable la posición del gobierno mexicano de conminar a las partes al dialogo, antes que descalificar abiertamente a cualquiera de los involucrados en las disputas.

No obstante, en la medida que crece la tensión, es claro que «conminar» dejará de ser suficiente y nuestro país tendrá que decidirse a ejercer algún tipo de presión más fuerte y decidida, junto con el resto de la comunidad internacional, en la búsqueda de soluciones viables para aliviar el sufrimiento del pueblo venezolano. Solo de esa manera se podrá garantizar que la crisis en Venezuela no se vuelva una crisis regional, o peor aún, internacional.

DAVID SARQUÍS es Vicepresidente de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales (AMEI). Es doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), doctor en Historia por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y maestro en Ciencias por el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Es profesor investigador en el Instituto Isidro Fabela de Estudios Internacionales de la Universidad del Mar, campus Huatulco. Además, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 1. Sígalo en Twitter en @amei_mx_oficial. 

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