Un año del efecto Snowden

1 agosto, 2014 • Artículos, Asuntos globales, Portada • Vistas: 4325

avatarDefault José Antonio Brambila

Agosto 2014

El espionaje internacional masivo e indiscriminado que realiza el gobierno estadounidense a través de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y de su contraparte británica, el Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno, es uno de esos temas que parece que siempre han estado ahí. Parece mentira que hace solo un año las sospechas de prácticas abusivas del gobierno estadounidense fueran fácilmente descalificadas de la palestra pública simplemente porque no era posible (acaso imaginable) que un gobierno electo democráticamente, so pretexto de la cruzada mundial contra el terrorismo, estuviera husmeando en las comunicaciones privadas de los ciudadanos estadounidenses (al interferir llamadas telefónicas e infiltrarse en datos y metadatos electrónicos), así como de 35 líderes alrededor del mundo y docenas de miles de ciudadanos.

Las ondas expansivas en Estados Unidos y el mundo de las revelaciones hechas por el exanalista de la NSA, Edward Snowden, han logrado catapultar un debate que se había mantenido cerrado, el de los límites al aparato de espionaje internacional estadounidense frente al derecho a la privacidad de los ciudadanos y la llamada neutralidad de la red. Las revelaciones que comenzó a publicar el rotativo londinense The Guardian en junio de 2013 -y que luego continuaron ferozmente The Washington Post, Der Speigel y The Interpect, entre otros- no solo establecieron las coordenadas del debate sino que han provocado cambios paulatinos a la estructura de espionaje estadounidense que, en pocas palabras, serían simplemente impensables sin las revelaciones de Snowden quien, sin las garantías de un juicio justo por parte del gobierno de Barack Obama, consiguió recientemente un permiso de residencia para permanecer en territorio ruso tres años más.

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A un año de las revelaciones, la administración de Obama se ha enfrentado a reacciones en los ámbitos interno e internacional que buscan detener esta política intrusiva, impopular y tremendamente dañina para los ciudadanos del mundo. Antes de las revelaciones, en Estados Unidos no había un debate abierto sobre el espionaje que realiza tanto la NSA como otras agencias, las cuales recibieron un incremento considerable de recursos e influencia partir de que el gobierno de George W. Bush lanzó la llamada guerra contra el terrorismo internacional en 2001.

Como bien reconoce el periodista especializado en temas de seguridad Glenn Greenwald, quien junto con la documentalista Laura Poitras fue contactado originalmente por Snowden para filtrar la historia, nunca antes se había publicado un solo documento de la secrecía y alcance sobre la poderosa NSA como los que Snowden sacó a la luz. Por ejemplo, de acuerdo con el periodista británico Luke Harding, a diferencia de las filtraciones hechas por Chelsea Manning en WikiLeaks, de las cuales solamente 6% era material clasificado como «secreto», las de Snowden pertenecen a una liga diferente, pues son de carácter «ultrasecreto», es decir, el más alto posible.

De acuerdo con cifras de Gallup, tras las revelaciones, el tema del espionaje gubernamental ha escalado hasta colocarse como uno de los principales tópicos de agenda para los estadounidenses, solamente detrás del económico, el fiscal y la reforma educativa. Según el Pew Research Center, por primera vez desde 2010, en 2014 creció el número de estadounidenses que creen que el gobierno «ha ido muy lejos» en las prácticas antiterroristas, incluido el espionaje masivo.

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Desde enero de 2014 se han visto pocos avances en la materia desde la Casa Blanca, cuando el presidente Barack Obama anunció cambios significativos en la manera como el gobierno recopila llamadas telefónicas. También recibió recomendaciones específicas, por parte de una comisión independiente que él mismo solicitó, para limitar la forma en que la NSA espía a sus ciudadanos.

Sin embargo, a diferencia del titular del ejecutivo, que además ha desatado una oleada de acciones judiciales sin precedentes contra siete filtradores gubernamentales (más que en todos los gobiernos anteriores), en el Congreso se han percibido ciertos avances (aunque no suficientes) desde el surgimiento del escándalo. A escasos días de la publicación de las primeras historias surgió la primera señal seria de que las filtraciones abrían la ventana para regular y limitar el abuso de poder de la NSA: en un acto poco usual en Washington, la Cámara de Representantes estuvo a punto de aprobar, con 205 votos a favor y 217 en contra, la propuesta de dos congresistas que usualmente están en lados opuestos -la iniciativa presentada por el congresista demócrata, John Conyers, y el miembro del conservador Tea Party, Justin Amash-, que defendía la privacidad de los estadounidenses al limitar la recolección de datos que realiza la NSA.

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Desde entonces, uno de los avances más significativos ha sido la aprobación en la Cámara de Representantes de la iniciativa de Ley para la Libertad de Estados Unidos (USA Freedom Act)en junio de 2014. Aprobada por 303 votos a favor y 121 en contra, la ley contempla que sean las compañías telefónicas, y no la NSA, quienes recolecten y almacenen hasta por 18 meses las llamadas telefónicas de los estadounidenses. Asimismo, la iniciativa, que ahora se encuentra en el Senado, despoja a la NSA de la facultad de recolectar indiscriminada y masivamente las comunicaciones de los ciudadanos (telefónicas y por Internet, incluidos los metadatos), pues de ser aprobada, la NSA deberá solicitar, previa orden judicial, la recolección específica de datos. No obstante, los detractores de la iniciativa claman que los términos de la ley han quedado lo suficientemente amplios para dejar a la NSA solicitar grandes listas de números telefónicos o direcciones IP. Se espera que una versión reforzada, con ciertos mecanismos para prevenir abusos de las agencias de inteligencia, sea votada próximamente en la cámara alta.

Fuera de Estados Unidos, Europa es uno de los sitios en donde más indignación y consternación han causado las revelaciones de Snowden. Sin lugar a dudas, la relación bilateral de mayor importancia entre los aliados de Estados Unidos que más se ha visto afectada es con Alemania. El país que en los últimos 60 años padeció los abusos de la Gestapo y la Stasi recibió con especial rechazo el espionaje a sus conciudadanos -en 30 días, la NSA recolectó 500 millones de datos de ciudadanos alemanes- y, sobre todo, al teléfono privado de su canciller Angela Merkel. De hecho, las relaciones entre Washington y Berlín se encuentran en su peor momento desde el inicio del escándalo, pues el 11 de julio de 2014, los alemanes expulsaron de su país al jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), tras el anuncio de que el gobierno alemán detuvo a principios de ese mes a dos agentes dobles que trabajaban al mismo tiempo para los servicios secretos alemanes y estadounidenses.

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Además de estas acciones, el gobierno alemán ha dado pasos firmes en la materia: por una parte, en junio de 2014 abrió una investigación oficial sobre el espionaje a la Canciller; por otra, ya en octubre de 2013 había lanzado un proyecto para que las empresas de comunicaciones alemanas, junto con la estatal Deutsche Telekom, no dependieran de gigantes tecnológicos estadounidenses, como Google, involucrado en el escándalo de espionaje.

A pesar de que en Latinoamérica las filtraciones revelaron espionaje contra líderes y ciudadanos en Brasil, Ecuador, México (incluido el entonces candidato presidencial Enrique Peña Nieto) y Venezuela, solamente en Brasil la reacción gubernamental ha seguido acciones concretas y pasos firmes.

La publicación del espionaje a la empresa estatal Petrobras, así como a la presidenta Dilma Rousseff, provocó dos reacciones. La primera fue la aprobación de la Ley de Marco Civil,que tras 3 años de estar estancada en la congeladora legislativa, fue discutida y aprobada con toda celeridad el 22 de abril de 2014. Marco Civil, comúnmente llamada la «constitución» del Internet, garantiza la neutralidad de la red -con lo cual se evita la discriminación de la información por parte de los proveedores del servicio-, y salvaguarda el derecho al secreto y la privacidad de los internautas.Asimismo, en la nueva ley se considera ilegal que las empresas de Internet colaboren con órganos de inteligencia extranjeros, como la NSA.

AP / Eraldo Peres

AP / Eraldo Peres

La segunda reacción desencadenada fue que, en abril de 2014, el gobierno brasileño auspició la Conferencia Net Mundial, un congreso internacional respaldado por 800 representantes de 85 países, con el fin de discutir una hoja de ruta para la gobernanza y el futuro de Internet. La conferencia aprobó un breve documento de 10 páginas que, aunque por presiones de la delegación estadounidense y de la europea, dejó fuera la garantía sobre neutralidad de la red, condenó el espionaje masivo de la NSA y determinó que la Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números (ICANN), organismo encargado de gestionar los dominios y nombres de IP, ya no se encontrará bajo el yugo del gobierno de Estados Unidos, sino que ahora será una «verdadera organización internacional al servicio de los intereses del público, con mecanismos claros, verificables y transparentes».

Tanto Alemania como Brasil también han sido importantes aliados para impulsar iniciativas internacionales que contrarresten el espionaje masivo que realiza Estados Unidos. Por una parte, en diciembre de 2013, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas aprobó por unanimidad una resolución impulsada por estos dos países que condena el espionaje masivo a los ciudadanos y exhorta a proteger el derecho a la privacidad. Por otra, ya en febrero de 2014, la presidenta brasileña anunció el proyecto de un cable submarino trasatlántico, que va desde la ciudad brasileña de Fortaleza hasta Lisboa, mismo que empezará a operar en 2015 y evitará que el intercambio de datos por Internet atraviese por territorios estadounidense o británico, por donde pasa la mayor parte del tráfico de Internet mundial.

AFP / Paul J. Richards

AFP / Paul J. Richards

Ya sea desde Estados Unidos, Europa o Latinoamérica, las voces que condenan y buscan detener el espionaje masivo que lidera la NSA se han manifestado a lo largo del último año.Lentamente este descontento se ha transformado en los primeros avances para regular el sistema de espionaje masivo internacional y garantizar el derecho a la privacidad. En los meses y años por venir seguramente habrá más reacciones y se pelearán sendas batallas para proteger a los ciudadanos del uso abusivo de las tecnologías por parte de los poderosos. Y aunque falta mucho por hacer, seguramente en los meses y años por venir también seguiremos presenciando las ondas del efecto Snowden.

JOSÉ ANTONIO BRAMBILA es estudiante de doctorado en la University of Sheffield, maestro en Ciencia Política por El Colegio de México y asociado joven Comexi. Sígalo en Twitter en @jabrambila.

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