Mientras Estados Unidos sigue ocupado en descifrar a Irak y las razones que llevaron a Saddam Hussein a pensar que su país no sería invadido, los engaños de su propio equipo, entre otras cosas, y su esperanza de que Francia y Rusia defenderían sus jugosos contratos mediante el veto en la ONU de cualquier resolución al respecto, América Latina apenas se asoma al radar internacional. Cuando lo hace, una figura emblemática, casi caricaturesca, es el referente: Hugo Chávez.

El presidente de Venezuela está por todos lados; lo mismo cena con Kadafi que renuncia al Grupo de los Tres, en el que participaba con México y Colombia; y la revista Times lo considera el único latinoamericano entre los 100 personajes más influyentes del mundo.

Hay que tomar en serio a Chávez. Los altos precios del petróleo le están dando aire para una serie de travesuras nacionales e internacionales. Su discurso populista, «izquierdizante» y ultra antiyanqui, se propaga como el fuego en una región sedienta de posiciones alternativas a lo que fue el Consenso de Washington, esas recetas neoliberales en una región con niveles de pobreza lacerante s y una distribución de la riqueza cada vez más monstruosa.

Nadie niega que se impone «reformar las reformas», como lo explica el connotado economista chileno Ricardo Ffrench-Davis en su más reciente libro, reseñado en una de las secciones de mayor lectura dentro de nuestra revista. Desde el máximo centro de estudios económicos de la región, la CEPAL reconoce el problema de la falta de crecimiento económico, pero advierte también en contra de volver al estatismo económico de antaño.

Es evidente que hay que atender las necesidades financieras de los más pobres y que aún queda mucho por hacer, según la opinión de Tomás Miller-Sanabria, del Banco Interamericano de Desarrollo, pero también que no se puede descuidar el rigor financiero que alejó a la región de las hiperinflaciones de la década de los ochenta.

Chávez rechaza ese gradualismo. Deambula por una América Latina con liderazgos apagados. Encuentra un vacío que no satisfacen ni Washington, ni Brasilia, ni México. Mientras el venezolano ofrece una Revolución Bolivariana, pan y circo para los excluidos, la oposición interna no termina por estructurarse y sus detractores en el ámbito internacional no ofrecen alternativas viables.

América Latina está en un momento de transición decisivo. Las democracias deben responder a los reclamos de justicia social que van desde marchas pacíficas y movilizaciones estudiantiles, hasta quema de automóviles y enfrentamientos con las autoridades. Ahora es cuando nuestros sistemas democráticos deben demostrar su capacidad de responder de manera eficaz, permitiendo que estas necesidades se traduzcan en políticas responsables y no den pie a medidas populistas que hundan a nuestra región en crisis políticas y endeudamientos endémicos.

Los países de nuestra región deben construir nuevos liderazgos o revivir los tradicionales. Lo que queda claro es que no pueden darse el lujo de dejar que esos vacíos sean aprovechados por el atractivo y polarizante discurso chavista, Tampoco podemos esperar que Washington se canse de Chávez y apoye un golpe de Estado en Venezuela. Con un intervencionismo así perdemos todos.

En otro lugar y con la pasión latinoamericana por el fútbol decidimos explorar ese fenómeno como una forma de diplomacia no tradicional. Después de todo, la FIFA, como máximo órgano rector del deporte del balompié, es una economía más grande que la de varios de los países sudamericanos, ya no digamos de los de América Central.

¿Quién puede pensar en Brasil sin recordar forzosamente dos elementos culturales: las telenovelas y el fútbol, que forman parte de su identidad colectiva?

¿Cómo no recordar el propio Mundial de 1978 en Argentina y hacer un repaso de la historia de ese país donde el fútbol más que un deporte es una herramienta política?

Por último, en el candente tema de la inmigración -al cual dedicaremos toda una sección en nuestro próximo número, una vez que haya mayor claridad respecto a si el Congreso estadounidense adelantó o no en el consenso para una reforma-, en este ejemplar veremos cómo, con legalización o sin ella, el fútbol es cada vez más popular no sólo entre los inmigrantes latino- americanos sino entre los propios estadounidenses.

Cosas de la globalización, donde nadie puede olvidarse de la guerra que se libra en Irak, pero tampoco de la importancia de las patadas en el otro imperio, «el imperio global del fútbol».