Moïse, magnicidio y mercenarios

12 julio, 2021 • Artículos, Latinoamérica, Portada • Vistas: 2083

IG News

César Niño y Camilo González

Julio 2021

Haití es conocido por ser el primer país que obtuvo su independencia en la región después de liberarse del dominio francés en 1804. La gesta libertadora de Toussaint Louverture y Jean Jacques Dessalines, y el posterior desarrollo de instituciones republicanas con Alexandre Petión, hicieron posible el nacimiento de la primera república negra del mundo. Esto sirvió de inspiración a los movimientos de independencia en el resto del continente que, con el tiempo, dieron lugar a los Estados latinoamericanos actuales.

No obstante, el siglo XIX fue testigo de una descomposición política del experimento republicano. Caudillos y aspirantes a monarcas tropicales fueron los protagonistas del proceso político haitiano durante sus primeros 100 años de independencia y con sus acciones institucionalizaron el uso de la fuerza y la violencia para acceder al poder, mantenerlo y arrebatarlo. De la misma manera, las tensiones entre las élites comercial mulata y la militar negra, delinearon un clivaje racial en los conflictos políticos, que sería una constante de inestabilidad política en Haití. Por último, la intervención de potencias internacionales en el desarrollo político del país caribeño también afectó la consolidación de un Estado republicano. Desde otro ángulo, la deuda externa contraída con Francia tras la independencia sumió al país en la debacle económica y la intervención de Estados Unidos en 1915 reforzó una dependencia histórica de la presencia militar estadounidense como un remedio ante la inestabilidad interna. De hecho, desde el gobierno de Theodore Roosevelt (de 1901 a 1909) ya venían acuñándose los conceptos de “interés nacional” y “área de influencia en Latinoamérica” desde Washington.

Bajo la sombra de esta herencia autoritaria, Haití desarrolló un frágil sistema democrático constantemente amenazado por los golpes militares y deslegitimado por los fraudes electorales. Esto generó un periodo de gobiernos de corta duración que vio su final en la llegada de la dinastía Duvalier. François Duvalier (de 1957 a 1971), Papa Doc, mediante el fraude electoral y los cambios amañados a la Constitución, logró consolidar el poder sultanístico que se extendió con su sucesor Jean Claude Duvalier (de 1971 a 1986), Baby Doc. Sin embargo, la consolidación del poder tuvo una patrimonialista que afectó gravemente la capacidad estatal. El nepotismo y la política étnica se erigieron como guías a la hora de componer la administración del Estado. Un Haití patrimonialista redundó en uno limitado, segmentado y clientelar que profundizó la precaria situación social de los haitianos, particularmente en la provisión de bienes públicos.

Un ejemplo ilustrativo de cómo la desarticulación del Estado por parte de la familia Duvalier afectó la capacidad del Estado es la seguridad. Desconfiado de la élite militar, Papa Doc nombró en puestos de mandos claves a sus aliados, y adicionalmente creó los Voluntarios de la Seguridad Nacional (VSN), conocidos como los Tonton Macoutes, como un contrapeso de los primeros. Aunque sobrevivieron a la caída de Baby Doc, los remanentes duvalieristas no se desmovilizaron. La coalición de militares desafectos y antiguos milicianos del VSN ⸺ahora organizados en el Frente para el Avance y el Progreso de Haití⸺, tomaron el poder en 1991 al derrocar al Presidente democráticamente elegido, Jean-Bertrand Aristide. En 1994, tras la intervención de Estados Unidos, el ejército fue eliminado, lo que abrió un vació en la capacidad estatal para afrontar las tareas de defensa y de seguridad.

Bajo la sombra de esta herencia autoritaria, Haití desarrolló un frágil sistema democrático constantemente amenazado por los golpes militares y deslegitimado por los fraudes electorales.

Es así que, en 2004, las milicias armadas fueron protagonistas en el segundo derrocamiento de Aristide. Las milicias lideradas por señores de la guerra, como Guy Philippe, ocuparon las principales ciudades del país y subordinaron a los mandos de las fuerzas de seguridad bajo sus órdenes, que derivarían en la decisión de Estados Unidos y de Francia de retirarle su apoyo y presionar al Presidente haitiano para su dimisión. Tras los hechos, la reconstrucción de las instituciones estatales de coerción comprendió la formación de un cuerpo de policía de 1500 hombres y un ejército de 500 individuos, cifras que revelan la limitada capacidad estatal en un país potencialmente inestable.

Haití es la muestra de los Estados presa de las ambiciones de los caudillos y cómo generan un ciclo vicioso de capacidad estatal segmentado y clientelar. El Estado es un botín para los líderes políticos, y los costos de perderlos son tan altos que la violencia se exacerba en forma de represión de los gobernantes o de violencia contra el gobierno. Desafortunadamente, esta historia de brutalidad política desafió los menguados esfuerzos por construir una democracia y, por el contrario, sumergió al país caribeño en una nueva y desestabilizante crisis política.

Moïse: incómodo y autoritario

Jovenel Moïse ingresó a la política gracias a su cercanía con el entonces presidente Michel Martelly, quien en su último año impulsó una política de mejoramiento de las condiciones del sector agropecuario. Como empresario de la industria bananera, Moïse lideró la creación de la primera zona franca agrícola del país, un proyecto que contó con el patrocinio estatal como parte del objetivo de mejorar la exportación de banano y crear empleo en uno de los países más pobres del hemisferio. La Constitución impedía a Martelly, del Partido Haitiano Tèt Kale, volver a competir por un tercer mandato y postuló al empresario como candidato de su partido. Durante las elecciones generales de 2015, Moïse logró 32.85% de los votos frente al candidato opositor, Jude Celestin, quien no reconoció los resultados. Desde entonces, el Consejo Nacional Permanente (CEP) aplazó, por seguridad y por la emergencia climatológica generada por el huracán Matthew, la celebración de la segunda vuelta presidencial. En paralelo, los tiempos de la sucesión presidencial imprimieron una presión adicional sobre el logro de un acuerdo político para la provisionalidad en la presidencia, ya que el mandato de Martelly terminaba el 7 de febrero de 2016. La presidencia quedó en manos de Jocelerme Privert, Presidente del Senado, por espacio de un año, mientras el CEP daba luz verde para la celebración de los comicios.

Sin embargo, el informe de la Comisión Independiente de Evaluación y Verificación Electoral sobre la existencia de irregularidades electorales, convenció al CEP de la realización de una nueva elección. Así, en noviembre de 2017, Moïse y Celestin debieron enfrentarse a un ramillete a 27 candidatos, más los resultados siguieron la tendencia de las elecciones de octubre de 2015, en las que Moïse logró alzarse con la victoria al recibir el 55% de los votos. El 7 de febrero de 2017, el empresario bananero asumió la presidencia con una minoría legislativa de 31 diputados de 116 y 2 senadores de 30, un balance de fuerzas que presagiaba la futura ingobernabilidad en el país caribeño.

El nuevo Presidente debió enfrentar acusaciones de corrupción sobre la malversación de fondos del acuerdo energético de Petrocaribe, que produjeron protestas fuertemente reprimidas en 2019. Asimismo, la creciente inseguridad se expresaba tanto en el aumento de la violencia de las organizaciones criminales como de las fuerzas de seguridad acusadas de ejecuciones extrajudiciales. Sin embargo, sería el debate sobre la duración del mandato presidencial lo que desataría el mayor desafío a la democracia haitiana. Las protestas antigubernamentales exigían la salida del Presidente el 7 de febrero de 2021, ya que, según los opositores, esa fecha vencía el quinquenio iniciado en 2016. Sin embargo, el Presidente se negó a renunciar al argumentar que su mandato vencía en febrero de 2022 debido a que su periodo había iniciado en 2017. Lo anterior aumentó la crispación entre simpatizantes y adversarios del presidente Moïse, reflejados en violentos choques y acusaciones de intentos de golpe de Estado. En un contexto de alta tensión política, la democracia haitiana, que ya venía debilitada por la polémica constitucional, sufrió un revés mayor cuando Moïse decidió disolver el Congreso y gobernar por decreto, e incluso proponer un referendo para reformar la Constitución de 1987 que aumentaba los poderes presidenciales. En medio de este polarizado ambiente político, Haití y el mundo se despertaron el 7 de julio de 2021 con el magnicidio del presidente Moïse.

Magnicidio: ni el presidente está a salvo

Entre dictaduras, pobreza, plagas y desastres naturales, la violencia política se erige nuevamente en el territorio. Si bien Haití ha sufrido convulsiones sociales, económicas y políticas desde su configuración como Estado más antiguo de la región, con la excepción del magnicidio de Vilbrun Guillaume Sam, en 1915, el asesinato de un presidente en ejercicio es atípico.

Lo anterior confirma la tesis que Latinoamérica es una región pacífica pero altamente violenta. Haití no representa un peso trascendental en la geopolítica mundial ni hemisférica, no tiene escaramuzas de gran calado con su vecindario y, al parecer, no es evidente un interés internacional en el magnicidio de Moïse. Al Presidente lo acribillaron mientras dormía y sus asesinos, según los informes más recientes, son mercenarios de nacionalidades colombiana y estadounidense.

Las hipótesis sobre los responsables del hecho van desde el patrocinio de sus enemigos políticos en Haití hasta intereses privados por su muerte con el uso de mercenarios. Entre otras probabilidades, existe la idea que el presidente Moïse tuvo que contratar fuerzas mercenarias para protegerlo de su propio esquema de seguridad, todo un contrasentido con mucha lógica en el contexto de Puerto Príncipe. Sin importar cuál sea la correcta, la configuración de un caos general, el vacío de poder y la inseguridad hacen carrera por definir a la Haití de los últimos días.

Mercenarios: un actor en auge

Hasta el momento, se han identificados a veintiséis colombianos implicados en el asesinato de Moïse. Militares retirados y con un alto entrenamiento en guerra irregular y conflictos asimétricos, es la característica principal del contexto colombiano que promete un personal capacitado en escenarios complejos. La noticia sobre su participación en el magnicidio llamó la atención de las autoridades regionales y de los medios de comunicación. Si bien es preocupante y si se comprueba su participación en los hechos, no sería la primera ni la única vez del involucramiento de mercenarios de Colombia en operaciones internacionales.

La seguridad y la violencia también se convirtieron en bienes transables. Responden a lógicas de mercado y de globalización que configuran la idea de seguridad por delegación. El contexto del conflicto en Colombia ha dejado un personal altamente entrenado en guerra de guerrillas que es apetecible para empresas privadas con objetivos por todo el mundo.

El uso de mercenarios contemporáneos responde a la tercerización de la fuerza y se basa incluso en la reducción de responsabilidades estatales en ejercicios armados, como violaciones de derechos humanos.

El uso de mercenarios contemporáneos responde a la tercerización de la fuerza y se basa incluso en la reducción de responsabilidades estatales en ejercicios armados, como violaciones de derechos humanos, entre otras. Hubo un apogeo de su uso luego del 11-S como mecanismo de eliminación de costos de transacción de las guerras regulares. También su uso es atractivo para países que tienen intereses en las guerras, pero que sus ciudadanos no quieren luchar. Por ejemplo, la guerra en Irak y la intervención en Afganistán, fueron escenarios en los que se hizo evidente el complejo industrial militar privado, y la participación de colombianos y otros latinoamericanos, fue central.

En ese sentido, en 2015, se encontró evidencia de al menos 450 latinoamericanos, entre ellos 220 colombianos, que prestaron servicios de seguridad en un ejército extranjero, específicamente en Yemen bajo el auspicio de Emiratos Árabes Unidos y la empresa Blackwater para luchar contra los rebeldes hutíes. Detrás de dicho ejercicio, estuvo Estados Unidos y Arabia Saudita. En otras palabras, los mercenarios colombianos en tareas de seguridad y de vigilancia, contratados por terceros en territorio extranjero, no es una novedad, sin embargo, si se comprueba su participación en la muerte del Presidente haitiano, deja en evidencia un mercado de la violencia transnacional que profundiza la crisis de seguridad continental.

Hipótesis en pugna

Si se comprueba la tesis de los mercenarios colombianos en el asesinato y su captura como lo han mostrado las autoridades haitianas, se pueden tejer varios elementos. En primer lugar, para el desarrollo de operaciones de dicha envergadura, veintiséis individuos es un número exagerado. Su captura se produjo en inmediaciones de los hechos y eso demuestra que no había claridad en un plan de escape. Si había todo un plan para matar al Presidente, la extracción de los individuos es central en una operación clandestina como esta. Se ha registrado que los capturados viajaron con pasaportes legales, documentación al día y por medios regulares.

En segundo lugar, una tesis poco barajada pero considerable, es que el Presidente haya contratado mercenarios para su esquema de protección. Esto porque, en otras líneas de investigación, hay evidencias sobre que los mercenarios colombianos llegaron al lugar después del asesinato. Si esto se comprueba, también es un escenario peligroso, pues se demostraría la erosión de las instituciones de seguridad, la privatización de un bien público, la tensión entre lo legítimo y lo legal, así como la arquitectura de violencias compartidas. Todo lo anterior sería un coctel peligroso en la idea de un Estado.

Y una tercera hipótesis es que, si los colombianos que capturaron llegaron al lugar luego del asesinato, otro grupo de mercenarios se les adelantó. Esta idea no es descabellada teniendo en cuenta que los enemigos de Moïse querían deshacerse de él a como diera lugar. Como los mercenarios operan por dinero y no por ideología, es probable que lo ocurrido con el Presidente haya sido una suerte de concurso por su cabeza. “Quien lo logre tiene el dinero.”

Conclusiones

Los procesos de construcción del Estado-nación en Latinoamérica siguieron un patrón caracterizado por un movimiento desde la anarquía de las guerras caudillistas hacia la centralización del poder. De esta manera, la idea de un Estado se ha asentado sobre la base del monopolio de las armas y el control territorial ejercido por un gobierno. Sin embargo, Haití parece estar estancada en el tiempo y su historia revela como la autoridad del Estado siempre ha estado contestada por las milicias, las potencias extranjeras y ahora los mercenarios. El asesinato del presidente Moïse revela con preocupación que la crisis haitiana está lejos de ser tener una solución efectiva debido al desmantelamiento histórico de las instituciones estatales. De alguna forma es difícil desarrollar una democracia en un polvorín. Por ello, la crisis de estatalidad ha supuesto una crisis de la democracia misma, ya que la normalización de la violencia como medio de acceso al poder solo termina por decantarse en una cultura política violenta y autoritaria que guía las formas de resolver los conflictos políticos.

Por último, la mercenarización de la seguridad pone de relieve una preocupación adicional sobre el futuro de los Estado. En Haití, así como en ciertos lugares donde la estatalidad es casi nula, asistimos a un fenómeno de protección delegativa, donde los Estados ponen en manos privadas el ejercicio de la coerción legitima. Incluso, este tipo de seguridad aparece asociada con los contextos autoritarios donde los Estados se desempeñan segmentadamente y las amenazas concebidas se relacionan con la supervivencia de las élites autoritarias, más que con la existencia de una organización estatal. Por último, el caso haitiano complejiza más estas nuevas modalidades de la seguridad. Las tesis sobre el magnicidio abren la puerta a entender que no solo esta protección es exclusiva de los presidentes con gran poder político y económico, sino también de sus rivales que buscan medios pare removerlo de manera menos costosa y subrepticias. Por lo tanto, la estabilidad política de los países parece estar en manos del mejor postor.

CÉSAR NIÑO es profesor asociado de Relaciones Internacionales de la Facultad de Economía, Empresa y Desarrollo Sostenible de la Universidad de La Salle, Colombia. Es doctor en Derecho Internacional por la Universidad Alfonso X el Sabio, España, y maestro en Seguridad y Defensa Nacionales por la Escuela Superior de Guerra, Colombia. Es profesional en Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda, Colombia. Sígalo en Twitter en @cesarnino4. CAMILO GONZÁLEZ es profesor auxiliar y director de Investigación de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda, así como maestro en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca, España, y Profesional en Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda. Sígalo en Twitter en @CamGlez94.

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3 Responses to Moïse, magnicidio y mercenarios

  1. Freddy dice:

    Terrible como la ambicion de unos pocos destruye cualquier modelo de democracia básica.

  2. Jaime Borda dice:

    El artículo aquí expuesto deja más dudas que respuestas. En mi humilde opinión las hipótesis planteadas, aunque válidas, no se sustentan sobre argumentos suficientemente desarrollados. Queda en el aire la sensación de que la hipótesis más segura es que los militares colombianos asesinaron al presidente Moïse, aunque existen algunas versiones que lo desmienten.
    La situación de Haití, desde mi punto de vista, requiere un análisis mucho más de fondo, pues es quizá una de las más complejas que afronta actualmente nuestro continente, especialmente en la zona del Caribe, donde además de las dictaduras de Maduro, Ortega y Castro ahora se suma la del (des)gobierno Uribe-Duque. Haití es una muestra más de cómo el poder y la ambición de unos pocos puede echar a perder completamente la vida de cientos y miles de personas que, por circunstancias ajenas a ellas, han tenido que nacer en un contexto donde «la vida no vale nada»…
    No obstante todo, los levantamientos que hemos visto en Cuba, Colombia y el mismo Haití, nos hacen creer que quizá los pueblos latinoamericanos estamos caminando hacia una nueva emancipación, que espero nos abra una puerta ancha a un mejor futuro para todos.

  3. Diego Mora dice:

    Interesante articulo, pero dentro de las hipótesis me queda faltando algún planteamiento asociado a las fuerzas intelectuales del magnicidio. ¿hacen parte de la pujas de poder interno? o ¿hay participación extranjera más allá de los mercenarios?

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