La gran sorpresa de la victoria de Trump

6 diciembre, 2017 • Artículos, Del Archivo, Norteamérica, Portada • Vistas: 4364

Allert Brown-Gort

Diciembre 2017

Material original de Foreign Affairs Latinoamérica Volumen 17 Número 1

Terminó el proceso electoral de 2016 en Estados Unidos y aparentemente terminaron también muchas certezas. La Exsecretaria de Estado, Hillary Clinton, no será la presidenta que rinda protesta en enero de 2017, pero, en rigor, este resultado no se debió a una campaña lamentable. No fue una candidata perfecta, y es cierto que a veces mostró que no era muy adecuada, pero recibió el apoyo popular que hubiera bastado para ganar el cargo en cualquier país no gobernado por un arreglo político del siglo xviii destinado a mantener la unidad con los aristócratas propietarios de esclavos de las colonias del sur.

A pesar de haber perdido el voto popular por cerca de 2.5 millones de sufragios, Donald Trump resultó ser el ganador en el Colegio Electoral al recaudar 306 votos contra 232 de Clinton. El Colegio Electoral tiene 538 votos que se reparten a cada estado según el número de senadores (2 en cada estado para un total de 100) y representantes (435 votos distribuidos proporcionalmente conforme a la población), además de tres votos otorgados al Distrito de Columbia. Es apenas la cuarta vez en la historia electoral de Estados Unidos en que el voto popular no significó en una victoria electoral. Los primeros dos casos ocurrieron en el siglo xix y el tercero en 2000, cuando Al Gore tuvo una diferencia sobre George W. Bush de unos 544 000 votos.

En las elecciones de 2016 votó el 59.1% del universo de 231 556 622 ciudadanos con derecho a votar. Donald Trump obtuvo una proporción menor del voto popular (46.2%) que el candidato Mitt Romney en 2012 (47.2%). También logró menos votos que John McCain en 2008 y que George W. Bush en 2004. Sin embargo, fue poco lo que Clinton pudo hacer: aunque superó los resultados anteriores de Barack Obama en ciertos estados, en suma recibió seis millones menos de votos que en 2012 y casi diez millones menos que en 2008. El resultado final es que, en total, menos del 26% de los votantes estadounidenses votaron por quien ocupará la Oficina Oval desde enero de 2017.

El fracaso de Clinton se atribuyó a su incapacidad de atraer suficientes seguidores en Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Según Philip Bump, de The Washington Post, unos 79 646 votos de estos tres estados del cinturón industrial (es decir, estados que han perdido cientos de miles de puestos de trabajo fabril) decidieron de hecho las elecciones. En los tres estados, Trump ganó por menos de un punto porcentual (0.2% en Michigan, 0.7% en Pensilvania y 0.8% en Wisconsin).

¿Qué sucedió?

La primera explicación de las elecciones fue que Clinton convirtió una victoria segura en derrota por su exceso de confianza en la campaña y por su incapacidad para entusiasmar a sus votantes. Es claro que Clinton no inspiró entre los demócratas el entusiasmo que había despertado Obama. El margen de Clinton en Wisconsin, por ejemplo, que cuenta con un electorado fuertemente afroestadounidense en Milwaukee y en el que los demócratas confían para ganar ese estado, resultó ser muy inferior al de Obama en 2012. Trump, por su parte, logró un número de votos similar al candidato republicano Romney en 2012. Trump ganó Wisconsin no porque haya superado a su predecesor, sino porque Clinton obtuvo menos votos.

Un error de Clinton consistió en seguir una estrategia de campaña de larga duración y una sola dimensión: atacar a Trump. Esa estrategia se mantuvo a pesar de las pruebas abrumadoras (no solo en el éxito de Trump en las primarias republicanas, sino también en la lucha de Clinton contra Bernie Sanders durante las primarias demócratas) de que el electorado quería cambios políticos y económicos significativos.

Pero las cifras no justifican totalmente esta conclusión. Tanto en Florida como en California, la participación electoral aumentó más del 8% respecto de las elecciones de 2012. En Florida, Clinton obtuvo 930 000 votos en los condados que abarcan el 58% de los votantes del estado, los mismos condados donde el presidente Obama obtuvo un margen de 770 000, lo que le permitió alcanzar una victoria en 2012 por 70 000 votos. La ventaja de Clinton no sirvió, porque Trump recibió un millón de votos en el resto de los condados rurales. Clinton perdió Florida, pero ella, al igual que Trump, entusiasmó a los votantes. En California, Clinton acabó con unos 9 millones más de votos, casi el doble que Trump. En este momento no ha terminado el conteo de votos, pero todo indica que sobrepasará a Obama (tanto en las elecciones de 2008 como las de 2012) por 3%, aproximadamente.

 

Al final, la derrota de Hillary Clinton en la jornada electoral refleja un país extremadamente dividido.

 

Además, mientras que muchos especialistas han criticado al equipo de campaña de Clinton por no haber entendido mejor el momento político, el resultado también sorprendió al equipo de Trump, así como a muchos de los miembros de su equipo de transición. En privado, esperaban que el republicano fuera castigado en las urnas. De acuerdo con Joshua Green y Sasha Issenberg, de Bloomberg, «incluso en la víspera de las elecciones, los modelos de Trump pronosticaban solo un 30% de probabilidad de victoria».

¿A qué se deben, entonces, estos resultados? Hay muchas explicaciones y seguramente influyeron muchos factores. En parte, parece probable que el anuncio del 28 de octubre de 2016 del Director del Buró Federal de Investigaciones (fbi), James B. Comey, de que estaban investigando la computadora de Anthony Weiner (el exesposo de la asesora principal de Clinton) en busca de correos de Clinton con material secreto, llevó a algunos electores a concluir que los dos candidatos eran corruptos y que no tenía mucho sentido ir a las urnas. Por lo menos, es probable que el que se reavivará el asunto de los correos electrónicos haya frenado el entusiasmo entre la base de votantes de la demócrata. Después del anuncio de Comey, la posición de Clinton con los votantes de los suburbios y los estudiantes universitarios se desplomó y socavó el núcleo de su estrategia electoral.

Por otra parte, fueron las primeras elecciones presidenciales después del fallo de la Suprema Corte del caso Holder vs. Shelby County, que debilitó significativamente la Ley de Derecho al Voto. Así, los estados controlados por republicanos aprobaron medidas para suprimir votos de los electores demócratas, especialmente los afroestadounidenses, los latinos y los estudiantes universitarios. Estas leyes, de las que se ha declarado en los tribunales que fueron diseñadas «quirúrgicamente» para reprimir el voto, comprenden el requisito de mostrar una identificación oficial para votar, límites a la votación anticipada y reducción de los centros de votación. Estas medidas parecen haber tenido el efecto deseado en algunos de los estados en los que Trump logró sus victorias.

Por último, la campaña de Trump también desplegó una estrategia explícita para desmoralizar a los demócratas, ideada por Stephen Bannon. Según informes de Bloomberg y Businessweek, en lugar de ampliar el electorado, Bannon y su equipo trataron de reducirlo, dirigiéndose a tres grupos que Clinton necesitaba para ganar: liberales blancos idealistas, mujeres jóvenes y afroestadounidenses.

Otros factores resultaron decisivos. Por ejemplo, hubo una enorme diferencia económica. Según investigadores del Programa de Política Metropolitana del Instituto Brookings, los menos de 500 condados que Clinton ganó representaron el 64% del

Los votos que más cambiaron fueron los del cinturón industrial. Trump ganó Indiana, Ohio y Virginia Occidental, más o menos como se esperaba, pero también ganó Michigan, Pensilvania y Wisconsin, y casi gana Minnesota. En esta zona, Trump acabó con la coalición demócrata. Hay que reconocer que la historia de los Clinton había convertido a Hillary en una candidata terrible para una región donde muchos recuerdan las políticas de William en favor del libre comercio y el abandono de la industria, así como la defensa de Hillary de Wall Street y del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (tpp). En general, Trump obtuvo una mayor participación que Romney en la región. De hecho, si en algún lugar despertó entusiasmos Trump, fue en el cinturón industrial.

Al final, la derrota de Clinton en la jornada electoral refleja un país extremadamente dividido. En parte, fue resultado de la profunda polarización que se ha vivido desde comienzos del siglo xxi y que se aceleró con la presidencia de Obama y la intransigencia republicana, la cual llevó a muchos republicanos a votar por Trump a pesar de abrigar dudas sobre su viabilidad como presidente. Pero también se observaron divisiones en un eje urbano-rural, por el desplome de la economía del cinturón industrial, y en otros factores, como la identidad racial, la escolaridad, el temor a los inmigrantes y las preocupaciones por el terrorismo.

El voto latino

En los primeros análisis se dijo que el voto latino no fue tan grande ni tan contundente en contra de Trump, pero se habían basado en encuestas de salida, diseñadas para abarcar una representación amplia del electorado estadounidense. Por lo tanto, en lo que se refiere a las minorías, estas encuestas reúnen muestras pequeñas no representativas, y se aplican únicamente en inglés y en un número limitado de casillas.

En encuestas más amplias de empresas como Latino Decisions, así como en estudios más detallados con votos directos de los condados, se ve que los latinos votaron en grandes números por Clinton. Además, el voto latino aumentó significativamente respecto de 2012.

Por ejemplo, la encuesta de Latino Decisions se llevó a cabo con una muestra aleatoria de todos los votantes latinos de cada estado, en inglés o español. Los resultados indican que el 79% de los latinos votó por Clinton, mientras que Trump recibió solo el 18%, el nivel más bajo registrado por un candidato presidencial.

Los comentarios antimexicanos y antinmigrantes de Trump durante la campaña movilizaron al electorado latino. En la misma encuesta, el 55% de los votantes latinos pensó que Trump era «hostil» hacia los hispanos y el 29% opinó que los latinos «no le importaban mucho». En comparación, en 2012, solo el 18% vio a Romney como «hostil», mientras que el 56% consideró que los hispanos «no le importaban».

Asimismo, Latino Decisions calcula que de 13.1 a 14.7 millones de latinos votaron en las elecciones de 2016, lo cual representaría un aumento significativo respecto de los 11.2 millones de votos emitidos en 2012. Además, también hubo una copiosa votación anticipada que superó la votación de 2012 en esencialmente todos los «estados de batalla». En Florida, por ejemplo, las encuestas indican que la votación anticipada aumentó cerca del 90% en comparación con las elecciones de 2012.

Lo que cabe esperar

La pregunta fundamental es qué clase de presidente será Trump y si podrá gobernar un país tan dividido. Los demócratas enfrentan un enorme reto, pues no solo perdieron la Casa Blanca que todos pensaban que estaban destinados a conservar, sino que ahora se encuentran en minoría en el Senado y la Cámara de Representantes. También son minoría en una Suprema Corte politizada, después de la decisión de los republicanos de negarle a Obama el derecho de nombrar un juez en remplazo del jurista conservador fallecido Antonin Scalia. El panorama en las gubernaturas y las legislaturas de los estados no es mucho más alentador. Los demócratas perdieron su base tradicional entre los blancos de clase trabajadora, y si bien conservan alguna mayoría entre los blancos con educación, las minorías y los jóvenes, los esfuerzos republicanos por suprimir el voto de estos dos últimos grupos no auguran una salida ni fácil ni rápida.

Por su parte, los republicanos enfrentan una profunda crisis de identidad. Ahora Trump lidera una coalición que incluye a la clase política republicana, pero la ganó con los votos de ciudadanos que desprecian a esa misma élite. El Presidente electo es un recién llegado, carece de experiencia, no cuenta con el personal adecuado ni tiene propuestas de políticas realistas, así que no puede ejercer el poder sin la ayuda de los políticos a quienes ridiculizó.

Más aún, Trump tomó la decisión de incorporar este conflicto en la estructura de la Casa Blanca. Su Jefe de Gabinete, Reince Priebus, fue el autor intelectual de la famosa «autopsia» republicana de 2013, en la cual se aseveró que el partido tenía que adaptarse a un futuro multicultural de Estados Unidos o desaparecería. Mientras tanto, Bannon, su asesor principal, ha hecho toda una carrera resistiendo a ese futuro. ¿Qué facción ganará?

Parte del problema está en la variedad de opiniones -muchas sobre el mismo tema- que expresó el Presidente electo durante su campaña. Sin embargo, ha sido constante (aunque no siempre congruente) en tres temas: la inmigración, el comercio internacional y la necesidad de ley y orden. Los primeros dos temas son importantes para la formulación de la política exterior, y en ese marco ha expresado una hostilidad continua hacia México y China.

 

Trump no puede ejercer el poder sin la ayuda de los políticos a quienes ridiculizó.

 

Durante un tiempo no sabremos cuáles serán los efectos de la presidencia de Trump sobre la política exterior de Estados Unidos. Sin embargo, como observa Michael Barnett, profesor de la Universidad George Washington, puesto que en la visión del Presidente electo no se mencionan los ideales estadounidenses, se prevé una política exterior al estilo de las empresas depredadoras que carecen de responsabilidad social corporativa.

Entre tanto, tres grandes pruebas mostrarán adónde va Trump. La primera avanza rápidamente, pues se trata de los nombramientos del gabinete. Hasta ahora, la lucha pública sin precedentes para ocupar el puesto de Secretario de Estado entre Romney y Rudolph Giuliani (con la posible presencia de uno o dos candidatos más, como David Petraeus) no ha servido para instilar confianza. Tampoco ha ayudado que otros nombramientos a la fecha hayan sido más de cómplices excéntricos de Trump (como el general retirado Michael Flynn para el puesto de asesor de Seguridad Nacional o el senador Jeff Sessions para el puesto de Procurador General) que de funcionarios experimentados, como el senador Bob Corker o el exasesor de Seguridad Nacional Stephen Hadley. Estos nombramientos son importantes porque determinarán si la mayoría de los internacionalistas republicanos se unen o rechazan al nuevo gobierno. Si se suman al régimen, la formulación de las políticas puede seguir un curso relativamente convencional. En el caso contrario, el futuro se vuelve incierto.

La segunda gran prueba se refiere a las relaciones de Trump con Rusia y China. Trump negó que el gobierno de Vladimir Putin hubiera intervenido en la campaña, incluso después de ser informado por los servicios de inteligencia, y muchos de sus colaboradores cercanos (como el mismo Flynn) tienen lazos estrechos con Moscú. En lo que se refiere a China, sus acercamientos a Taiwán y sus acusaciones a China de que incurre en prácticas comerciales desleales tampoco auguran una nueva era de cooperación sinoestadounidense.

La tercera prueba será la disposición de Trump a colocar sus intereses comerciales en un fideicomiso ciego. Si no lo hace, dada la amplitud internacional de esos intereses, podría causar la impresión de que ejerce una influencia indebida en la política exterior o incluso llegar a ser la causa de un juicio político.

Para terminar, ¿cuál será el futuro de la relación bilateral con México? Dada la insistencia de Trump en los temas de inmigración y comercio internacional, podemos pensar que la relación va a enfrentar años difíciles. El nombramiento del senador Jeff Sessions como Procurador General, aunado a los rumores de que Kris Kobach, defensor de las leyes antinmigrantes de Arizona, Alabama y Georgia, entre otras, ocupará un alto puesto en el Departamento de Seguridad Nacional, significan que, por lo menos en el ámbito de la migración, hay lugar para cierto pesimismo.

La victoria de Trump fue anticipada de alguna manera por el voto del brexit en el Reino Unido y parece que será continuada en el creciente populismo etnonacionalista de Europa. Además, hace prever un reordenamiento de las relaciones con China y Rusia. Cabe concluir que en el mundo de la posguerra, de las grandes estructuras del orden internacional, la segunda ola de globalización está, si no rota, a punto de transformarse significativamente.

ALLERT BROWN-GORT es miembro distinguido del Institute for Work and the Economy, un think tank independiente con sede en Chicago, y profesor visitante en el Departamento de Estudios Internacionales del itam. Sígalo en Twitter en @AllertBG.

 

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