¿Kurdexit o crisis de legitimidad?

6 diciembre, 2017 • Artículos, Medio Oriente, Portada • Vistas: 4543

El referendo visto desde los intereses de las élites kurdas

Reuters-Ari Jalal

Juan Carlos Castillo

Diciembre 2017

La búsqueda histórica de los kurdos de un Estado propio es parcialmente producto de la geografía y de los arreglos coloniales de principios del siglo XX. Luego de la desintegración del Imperio Otomano al final de la Primera Guerra Mundial, los kurdos se constituyeron en minorías políticas «no asimiladas» en los Estados surgidos de las ruinas del Imperio Otomano y en la nueva dinastía Pehlevi de Irán. El nacionalismo etnolingüístico que caracterizó a los nuevos Estados nación de Irak, Irán, Siria y Turquía excluyó, o negó, la identidad kurda. Lo anterior desencadenó un sentido de agravio entre los kurdos que desembocó en la formación de un nacionalismo propiamente kurdo a lo largo del siglo XX. En Irak, este proceso derivó en la constitución de una región autónoma en 1992, institucionalizada en el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK). Dicha entidad se fue transformando en un Estado de facto en décadas posteriores, con una sociedad deseosa de ver cumplidas sus aspiraciones de convertirse en un Estado con pleno reconocimiento legal.

El lunes 25 de septiembre de 2017 las autoridades del Gobierno Regional del Kurdistán en Irak -también denominado Kurdistán del Sur- llevaron a cabo un referendo para preguntar a su población si deseaban convertirse en un Estado independiente. De acuerdo a las autoridades kurdas, el 93% de la población votó a favor de la independencia. No obstante que el proceso fue meramente consultivo y legalmente no vinculante, las reacciones de la comunidad internacional mostraron el amplio rechazo a la formación de un Kurdistán independiente. Masud Barzani, presidente del GRK, había declarado que la derrota del Estado Islámico cambiaría el mapa de Irak y del Medio Oriente, ofreciendo a los kurdos una oportunidad histórica para obtener su propio Estado. Frente a este tipo de declaraciones, muchos asumieron que el plebiscito sentaba las bases de una inevitable secesión kurda de Irak y el advenimiento de una marejada nacionalista en las demás regiones del Kurdistán: Rojava en Siria (Kurdistán occidental), Bakur en Turquía (Kurdistán norte) y Rojhelat en Irán (Kurdistán oriental) -como si la sociedad kurda y sus organizaciones fuesen un ente homogéneo-. Las muestras públicas de patriotismo kurdo y de excitación por todo el Kurdistán, y también entre la diáspora kurda, llevaron a varios analistas a advertir de un «efecto dominó», que podría acabar por incendiar el Medio Oriente. Sin embargo, pocos mencionaron la situación política interna en el Kurdistán iraquí y sus relaciones con Bagdad en el mediano plazo, como variables para explicar la premura con que Masud Barzani decidió llevar a cabo la consulta. Ello en momentos en que la fragmentación política y de seguridad regional se incrementó con la recaptura de Mosul y el declive del Estados Islámico. La posición de este autor va en ese sentido, argumentando que la celebración del referendo se explica más a partir de las propias lógicas de poder al interior de la región autónoma kurda, que por los deseos de sus élites en Erbil de cumplir las aspiraciones nacionales del pueblo kurdo en Irak y la región. Ante la proximidad de elecciones parlamentarias programadas para noviembre de 2017 en la región kurda, Barzani y su partido necesitan rendir cuentas a su población frente a las crecientes acusaciones de nepotismo, corrupción y tendencias autoritarias. Nada mejor que agitar la bandera nacionalista.

El choque sísmico que provocaron las revoluciones emanadas de la Primavera Árabe de 2011 cimbraron las bases políticas de los regímenes en el Medio Oriente. La posterior lucha contra el Estado Islámico volcó mucha de la atención mundial hacia la actuación de las milicias kurdas en Irak y Siria y su situación en Turquía. Los kurdos alcanzaron una visibilidad en la esfera pública internacional sin precedentes, junto con su larga narrativa histórica de constituir una «nación sin Estado». Barzani anunció en 2016, lo hizo por primera vez en 2014 tras la caída de Mosul, sus intenciones de conducir un referendo sobre la independencia del Kurdistán, exhortando a la comunidad internacional a moverse más allá de las fronteras fijadas por el acuerdo Sykes-Picot. La idea de un Estado kurdo es una aspiración legítima que muchas generaciones de kurdos han reclamado, pero el uso de un referendo como el instrumento para lograrlo solo cobró fuerza en años recientes. Barzani ha utilizado la noción de la consulta popular para desviar la atención de los serios problemas que enfrenta la región kurda en Irak desde 2014.

No es casual que las principales fuerzas detrás del referendo fueron Barzani y su partido. La organización política más importante en el Kurdistán iraquí es el Partido Democrático del Kurdistán (PDK). Barzani ha sido su presidente desde 1979 y ha dirigido al GRK durante 12 años, los 2 últimos como Presidente de facto cuando finalizó oficialmente su gobierno en 2015. El objetivo más inmediato para Barzani no era trasladar las exigencias hacia una declaración de independencia -como muchos analistas expresaron comparando el reciente proceso en Cataluña con el del Kurdistán- sino apuntalar su posición política dentro del GRK. Las élites kurdas nunca se han caracterizado por poseer actitudes democráticas. Las propias circunstancias históricas de su desarrollo como líderes nacionalistas explican la ausencia de una agenda programática en ese sentido. La negativa de Barzani a abandonar la presidencia del GRK y convocar a elecciones para la formación de un nuevo gobierno desde 2013, lo ha llevado a adoptar una postura nacionalista asertiva, con la esperanza de silenciar a la disidencia que exigía su renuncia. Frente a la erosión de las relaciones entre Erbil y Bagdad, las autoridades kurdas decidieron extender el referendo hacia los llamados «territorios en disputa». Barzani buscaba con ello sentar bases argumentativas para una posible anexión de estas áreas.

Reuters

Casi nada se dijo sobre la celebración del referendo en provincias y ciudades como Kirkuk, Khanaqin, Sinyar y Makhmur, territorios estratégicos cuyo control administrativo es disputado por el GRK y el gobierno central, y variable clave para entender los motivantes de las autoridades kurdas. El sí mayoritario otorga a Erbil la ventaja inicial frente a un inminente proceso de negociación que vendrá para definir el control de estas áreas y su pertenencia jurisdiccional, particularmente en el caso de Kirkuk. Las milicias kurdas ocuparon de facto la mayoría de estos territorios luego de la caída de Mosul en 2014. El propio gobierno central pidió a las fuerzas kurdas ocupar Kirkuk para evitar que cayera en manos del Estado Islámico. Detrás del referendo se encuentra el interés de las autoridades kurdas por dotar de cierta legitimidad a la política de hechos consumados en estos territorios y su eventual incorporación al GRK. De cara a las tensiones y ríspidas negociaciones que se abrirán con Bagdad, los kurdos tendrán un argumento firme para reclamar la ampliación de su región autónoma.

Contra los cálculos de Barzani, el referendo ha recibido nulo respaldo internacional. Únicamente Israel se pronunció a favor, por consideraciones geopolíticas y una larga trayectoria de apoyo moral a la causa kurda para tratar de influir en el balance de poder regional. Estados Unidos y el Reino Unido también se opusieron al referendo, mientras que Francia y Rusia mostraron una posición ambigua, sin apoyarlo, pero tampoco negándolo categóricamente. A pesar de ser un aliado de Washington, Estados Unidos considera que el voto independentista mina el liderazgo del primer ministro iraquí Haider al-Abadi, en momentos claves por la cercanía de elecciones nacionales, alejando a Erbil y Bagdad de la estrategia conjunta de combate al Estado Islámico. Abadi calificó al referendo como anticonstitucional, ordenando de inmediato, junto con Irán y Turquía, la cancelación de vuelos hacia el GRK y maniobras militares conjuntas en la frontera con Kurdistán. Los países vecinos esperan presionar de esta forma al GRK, mediante la imposición de un embargo y sanciones económicas que disuadan a los kurdos de tomar medidas más allá del referendo. A pesar de los ejercicios conjuntos, una intervención militar directa parece poco probable, en tanto Erbil constituye una pieza clave en la estrategia de seguridad estadounidense diseñada para la región. Irán y Turquía buscarán explotar las vulnerabilidades del GRK y su extrema dependencia hacia estos actores como vías de acceso al exterior. Sin embargo, Irán también observa el referendo como una oportunidad para reforzar su posición en Bagdad. El deterioro de las relaciones entre Erbil y Bagdad terminará reforzando la posición de facciones cercanas a Teherán, a expensas del gobierno de Abadi. En consecuencia, el escenario después del referendo podría, paradójicamente, incrementar la dependencia de los políticos kurdos hacia Irán y Turquía, ante un eventual incremento de las tensiones con Bagdad.

Sin embargo, la repercusión regional que realmente importa a Barzani y a las autoridades kurdas es el daño que puede traer el referendo a sus relaciones en el largo plazo con Turquía. La cancelación total de interacciones con Ankara pone en peligro la viabilidad del proyecto kurdo en Irak. Barzani y el gobierno de Recep Tayyip Erdogan cultivaron una alianza por más de una década, fundada en el intercambio de energéticos y en acuerdos de seguridad fronteriza para contener el activismo del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), organización considerada terrorista por el gobierno turco y con bases de operación en territorio del GRK. La política de acercamiento con Ankara ha hecho a las autoridades kurdas extremadamente dependientes de su alianza con Erdogan para contar con una salida hacia el exterior y exportar su petróleo. El Presidente turco aprovecha esta debilidad, amenazando con el cierre total de la frontera con el GRK. Lo anterior causaría el quiebre de la economía kurda, su aislamiento del mundo y probablemente una nueva guerra intrakurda como la de 1994. Sin embargo, el gobierno turco no parece dispuesto a ir tan lejos, a sabiendas que la estabilidad del GRK es un asunto de seguridad nacional en su lucha interna contra el PKK.

Frente a estas consideraciones resulta valido preguntarse ¿qué tipo de Estado kurdo nacería bajo estas condiciones? Las autoridades en Erbil están al tanto de que una declaración de independencia necesita un mínimo de consenso regional. Una acción unilateral de este tipo no está en los deseos inmediatos de las élites kurdas, quienes históricamente se han caracterizado por su interés en retener feudos de poder, antes que por generar un movimiento kurdo unificado. Por ello se argumenta aquí que el referendo respondió, en buena medida, a los intereses políticos de Barzani y su grupo en el poder. Más que una progresión lineal e histórica hacia un Estado kurdo, el referendo es reflejo de las crisis que rodean al GRK, al propio Estado iraquí y a una región en convulsión. Frente a la eventual derrota del Estado Islámico, aspectos clave de la estructura de poder en Irak estarán abiertas a renegociación, incluyendo la descentralización de la autoridad iraquí, la organización y el despliegue de sus fuerzas de seguridad, así como los balances internos de poder. Con el referendo, Barzani arrojó la primera carta con la que buscará negociar su posición al interior del GRK y el futuro de sus relaciones con Bagdad y con la región.

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Sin duda, 2014 es un año clave para entender la situación actual del gobierno regional kurdo y las causas que llevaron a Barzani a proponer el referendo. La economía kurda, dependiente de la venta de petróleo a transnacionales extranjeras, colapsó en ese año con la caída global de los precios de los hidrocarburos. El Estado Islámico lanzó en el verano de ese año una ofensiva que lo llevó a capturar Mosul y declarar la instauración de su nuevo califato. Bombardeos conjuntos estadounidenses e iraníes impidieron que en agosto de 2014 las fuerzas del Estado Islámico tomaran Erbil, dando tiempo a los Peshmerga de reagruparse y contraatacar. Las milicias kurdas capturaron el 95% de los territorios en disputa y Barzani estableció a partir de entonces una política de hechos consumados orientada a su anexión. Las fuerzas de seguridad iraquíes reagrupadas bajo tutela estadounidense recapturaron Mosul en 2017 en conjunto con milicias paramilitares y peshmerga kurdos, abriendo la competencia política por el control de los territorios recapturados, frente al debilitamiento del Estado Islámico.

El ascenso del Estado islámico demostró la incapacidad del Estado federal iraquí para proteger a sus ciudadanos y otorgó al presidente del GRK una poderosa carta de legitimidad internacional en su retórica de desconexión de Irak. La crisis política y económica en la región kurda llevó a Barzani a utilizar el tema del referendo para generar consensos alrededor de su cada vez más cuestionado gobierno. Los escándalos de corrupción y falta de transparencia habían dominado la escena política kurda hasta entonces. Los partidos de oposición, especialmente el recién formado partido Gorran, y la sociedad civil kurda incrementaron las demandas de transparencia y rendición de cuentas al gobierno de Barzani. La crisis política se agudizó cuando este último pospuso la celebración de elecciones para formar un nuevo gobierno, apelando a la situación de emergencia generada por la lucha contra el Estados Islámico. El parlamento regional kurdo también estuvo suspendido por meses y la oposición demandó la resolución de estos asuntos, antes de conducir cualquier referendo. En el ámbito económico, la deuda del GRK había alcanzado miles de millones de dólares y era incapaz ya de pagar los salarios de sus burócratas, quienes constituyen el 80% de la fuerza laboral. Las condiciones para un estallido social en contra de Barzani estaban más que dadas. Para muchos kurdos, el acceso a servicios básicos como agua limpia o electricidad son preocupaciones más inmediatas. La crítica hacia Barzani y sus allegados es que el referendo, en mucha medida, fue instrumentalizado para remover estos asuntos de la agenda pública, desactivar a la oposición y a la sociedad organizada y obtener una válvula de legitimidad mediante la movilización nacionalista.

La estrategia tuvo los resultados esperados ante la enorme popularidad y legitimidad que genera la idea de un Estado kurdo dentro y fuera de Irak. La esfera pública trasnacional kurda se manifestó a favor del referendo, arguyendo que consiste en un derecho histórico del pueblo kurdo y sus deseos de autodeterminación. Incluso movimientos políticos kurdos contrarios a Barzani, como el PKK, expresaron su apoyo al principio fundamental que conllevó la celebración del instrumento democrático entre los kurdos de Irak. El GRK ha iniciado una campaña para persuadir a grupos étnicos no kurdos de la región -árabes, asirios y turcomanos principalmente- de aceptar un gobierno kurdo donde su situación mejoraría significativamente. Resulta raro que, ante la cantidad de evidencias, muy poco se haya mencionado el papel e intereses de las autoridades kurdas para explicar el referendo y sus objetivos inmediatos. Días antes de la consulta, el GRK dejó en claro que no deseaba redibujar las fronteras del Medio Oriente, sino definir sus límites dentro de Irak desde una posición de ventaja frente a Bagdad.

Las autoridades kurdas y el GRK se han conducido históricamente desde una zona de ambigüedad que les reditúa importantes beneficios políticos. Las élites kurdas han sabido tomar ventaja de las fallas estructurales de los Estados de la región y aprovechado las coyunturas críticas para obtener mayores beneficios. A juicio de este autor el referendo debe leerse en esa misma lógica, muy propia del desarrollo histórico del movimiento kurdo en Irak; es decir, como un instrumento diseñado para obtener mayores prerrogativas que legitimen la actuación de las autoridades kurdas. Debido a la ausencia de apoyo internacional a una eventual secesión de Irak, el escenario más probable en el mediano plazo es que el voto mayoritario a favor del sí sea utilizado por Erbil como una carta de negociación para obtener mayor autonomía y control sobre los recursos petrolíferos del GRK. Lo anterior, mediante alguna forma de acuerdo confederal con Bagdad u otra fórmula de federalismo asimétrico que termine beneficiando al GRK. La retórica independentista fue para consumo interno de las audiencias kurdas, pero no un fin en sí mismo para sus élites. Un Estado kurdo sería factible solo bajo un acuerdo negociado con las autoridades iraquíes, el «divorcio amigable» del que tanto han hablado las autoridades kurdas, escenario que se antoja poco probable por ahora. Por lo tanto, la situación de crisis al interior de la región autónoma ofrece argumentos más sólidos para explicar los motivos que llevaron a Barzani a conducir prematuramente el referendo. Abadi y el gobierno en Bagdad deben evaluar cómo distinguir entre los intereses y acciones de las élites kurdas y las aspiraciones colectivas, legítimas, de generaciones de kurdos que históricamente se han sentido excluidos y agraviados por el Estado iraquí. El recrudecimiento en la aplicación de sanciones económicas, suspensión de vuelos, cerco y aislamiento del GRK, en combinación con una retórica de intervención militar por parte de Irak, Irán y Turquía, continuarán «etnitizando» el conflicto e incrementando los ánimos separatistas entre la población kurda.

JUAN CARLOS CASTILLO es licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de Quintana Roo. Maestro en Estudios de Asia y África por El Colegio de México, especialidad Medio Oriente. Doctorante en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Contáctelo en el correo electrónico juancastillo@politicas.unam.mx.

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