Hacia un nuevo modelo mundial de seguridad y defensa

28 marzo, 2022 • Artículos, Asuntos globales, Guerra Rusia-Ucrania, Portada • Vistas: 2019

Infobae

Vicente Torrijos

Marzo 2022

Los pavorosos ataques terroristas de 2001 contra Estados Unidos y el sistema occidental de valores fueron obra de una organización no estatal llamada Al Qaeda, que estaba financiada por una organización gubernamental que, en ese entonces, controlaba Afganistán. En consecuencia, Washington atacó e invadió a Afganistán, eliminó a Osama bin Laden y derrocó a los talibanes. Después de 20 años, la Casa Blanca perdió la paciencia y la perseverancia estratégicas, y se retiró de Afganistán, devolviéndole el poder a los talibanes.

Semejante actitud político-militar produjo tres inquietantes interpretaciones entre socios y adversarios. Primero, los aliados no daban crédito a lo que presenciaban: si Washington era capaz de abandonar Kabul, también podría hacerlo con ellos en cualquier momento. Segundo, China asumió que si la Casa Blanca dejaba a su suerte al gobierno afgano, jamás acudiría en ayuda de Taipéi si Beijing decidiera ocupar Taiwán. Y, tercero, Moscú entendió que si invadía y recobraba de inmediato a Ucrania, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), liderada por Estados Unidos, no movería un solo dedo para defender a Volodimir Zelenski.

En otras palabras, la “diplomacia apoplética” y negligente nunca ha sido una buena práctica, sobre todo si de contiendas imperiales se trata. Entre otras cosas, porque en un sistema transnacional, caracterizado por tendencias propias de la seguridad cooperativa (basada en la confianza) y la seguridad competitiva (basada en la preponderancia), el tejido estratégico de las alianzas es la clave para influir y prevalecer. Es decir, que si los lazos de reciprocidad positiva entre los aliados se rompen desde el centro imperial, ya sea por aislacionismo, entreguismo, desidia, lasitud o astenia, cualquier imperio, por robusto que sea, o haya sido, sucumbirá ante el otro, o los otros que desafían su hegemonía, independientemente de que choquen o no frente a frente.

Nos dejaron solos

Cuando pocas horas antes del asalto a Ucrania, ordenado por Vladimir Putin, el Presidente ucraniano exclamaba que a su país lo habían dejado solo a merced del imperio ruso, y el Secretario de Estado estadounidense predecía (con sorprendente precisión en la cuenta regresiva) que se produciría la invasión, el sistema internacional percibió tres cosas. Primero, los aliados concluyeron que el gobierno de Joseph R. Biden tenía serias dificultades para respaldar su red de contribuyentes y asociados en el mundo. Segundo, China estimó que podría entablar una asociación estratégica “sin límites” con Rusia para refundar el orden internacional y pulverizar la prevalencia occidental. Y Moscú entendió que los vínculos transatlánticos no eran suficientes para defender a los socios no pertenecientes a la OTAN (como la propia Ucrania, Finlandia, Georgia o Moldavia); y que, quizá, tampoco lo serían para proteger a los mismísimos integrantes de la Alianza Atlántica que, haciendo parte del vecindario ruso, son, lamentablemente, los más vulnerables: Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania.

Dicho de otro modo, si los líderes occidentales de hoy, Biden, Kamala Harris, Olaf Scholz, Pedro Sánchez y Boris Johnson (tan distintos a Charles de Gaulle, Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy, Ronald Reagan, Helmut Kohl, Winston Churchill o Margaret Thatcher), no supieron contener a Putin ante Ucrania, ¿cómo podrían disuadirlo de ocupar mañana, o pasado mañana, a los países bálticos, para poner tan solo un ejemplo? En otros términos, ¿por qué la disuasión basada en sanciones económicas fue percibida por el Kremlin como un blof, de tal modo que perpetró el ataque, y por qué el artículo 5 del tratado constitutivo de la OTAN podría estar corriendo la misma suerte?

En todo caso, volviendo a la tesis central de este texto, basada en la reciprocidad positiva de los países nodos de las redes de alianzas, vale la pena preguntarse por qué algunos baluartes, como Arabia Saudita, Brasil, la India, Israel o Turquía, se han mostrado tan cautelosos al estudiar la conducta estratégica de Washington y la Unión Europea, dejándose llevar por una cierta “diplomacia pendular”, oscilatoria, entre Moscú y Washington.

En concreto, el anuncio conjunto del Primer Ministro israelí, Naftali Bennett, y de su Ministro de Asuntos Exteriores, Yair Lapid, promulgado el 18 de marzo de 2022, es una clara muestra de lo traumático que resultaría para Jerusalén ⸺y para el consorcio de seguridad occidental⸺ que, solo por hacerse de petróleo persa, Biden terminara renegociando precipitadamente el acuerdo sobre cuestiones nucleares con Teherán y, lo que sería aún más abrumador, que retirase al Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica iraní (CGRI) de su listado de organizaciones terroristas.

En la práctica, Bennett y Lapid no han podido ser más didácticos: “El intento de eliminar de la lista al CGRI como organización terrorista es un insulto a las víctimas e ignoraría la realidad documentada respaldada por pruebas inequívocas. Creemos que Estados Unidos no abandonará a sus aliados más cercanos a cambio de las promesas vacías de los terroristas”.

Como puede verse, se trata de una eventualidad que evoca de inmediato otro episodio, el de hace pocas semanas, cuando Estados Unidos anunció que retiraban a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia de tal listado, solo para aclarar tan solo unas horas más tarde que se referían a lo que hoy es el partido político Comunes, sucedáneo de la organización armada y con asiento en el Congreso, pero que, al mismo tiempo, mantendrían en el catálogo a la agrupación que conservó las armas tras las negociaciones sostenidas en La Habana.

De hecho, una situación similar volvió a presentarse hace unos días cuando la Casa Blanca entró en tratativas con el régimen de Nicolás Maduro para adquirir petróleo venezolano a cambio de levantar las sanciones, severas pero infructuosas, aplicadas durante largo tiempo en consonancia con Bogotá, a fin de restablecer la democracia en ese país.

Ante la turbulencia causada por semejante decisión, Washington recapacitó de inmediato y superó el punto muerto comprometiéndose a elevar el estatus colombiano en la OTAN, pasándolo de “socio global” al de “aliado estratégico no miembro”. Con esto, restañó, in extremis, una fisura que hubiera podido generar una insospechada conmoción al interior de la red hemisférica de seguridad.

Modelo modular de seguridad

En resumen, los acontecimientos de Afganistán y Ucrania no solo han roto la globalización, tal como había sido concebida. También han afectado sensiblemente el tablero de seguridad y defensa, inaugurando lo que podría denominarse como nuevo “modelo modular” basado, precisamente, en bloques imperiales antagónicos.

Al no tratarse de polos ideologizados, sino absolutamente utilitarios, no podría hablarse de una nueva guerra fría sino de un sistema que, más que realista, sería “hiperrealista” y funcionaría basado tanto en la solidaridad intrabloques como en la agresividad-destructividad interbloques. Un modelo al que, en todo caso, habría que ver como la summa de todos los arrestos imperiales por cuanto el totalitarismo sería la marca distintiva de uno de esos módulos (el liderado por Beijing y Moscú), mientras que el arma nuclear estaría determinando la ecuación estratégica superior. Una ecuación en la que, precisamente, el arma nuclear táctica sería el recurso preventivo por excelencia ante cualquier amenaza existencial, aunque siempre con la ilusión puesta en una trampa, en una ruleta: la de que, al ser táctica, su uso no tendría por qué conducir, necesariamente, a la destrucción mutua asegurada.

En tal sentido, la complejidad de la contienda entre los sistemas autocrático y liberal no podrá interpretarse solo bajo la inercia antropológica de la victoria maniquea del “bien” sobre el “mal”, ni bajo la lógica tradicional del alineamiento puesto que, en vez de la convergencia entre los aliados, se buscarán las virtudes de la “divergencia estratégica”, aquella en la que los gregarios se benefician de las diferentes experticias y grados de especialidad de los asociados, más que del simple seguidismo o los juramentos de fidelidad.

Los acontecimientos de Afganistán y Ucrania no solo han roto la globalización, también han afectado el tablero de seguridad y defensa, inaugurando un nuevo “modelo modular” basado en bloques imperiales antagónicos.

Por ende, estos módulos o bloques altamente funcionales, irán desenvolviéndose como consorcios de seguridad que estarán afincados en un “esquema contributivo”, aquel en el que se espera que los socios hagan aportes cada vez más significativos entre sí y se esfuercen voluntariamente por garantizar tanto la sostenibilidad de la defensa como la preponderancia de la comunidad de valores en la que reposa su identidad más profunda.

Por eso, ante semejantes perspectivas, es apenas comprensible la gravedad que revisten las ya mencionadas actitudes asumidas recientemente por Washington, debido a que pueden ser leídas por sus aliados como indiferentes, desconsideradas o poco comprometidas, horadando así las redes de compromisarios y la valiosa noción de la unidad de esfuerzo.

Entonces, cada vez parece más claro que estas conductas disruptivas han ocasionado una conmoción en el sistema de seguridad occidental y han estimulado la conformación del antedicho bloque bicéfalo Beijing-Moscú, tal como se colige de la Declaración Conjunta del 4 de febrero de 2022, justo cuando se inauguraban los Juegos Olímpicos de Invierno.

En consecuencia, es de esperar que la nueva Brújula Estratégica europea, dada a conocer el 22 de marzo de 2022, y, sobre todo, el nuevo Concepto Estratégico de Madrid para la OTAN, llenen el vacío, dotando de suficiente vigor al módulo democrático liberal. Y que ese vigor irrigue suficientemente bien el Sistema Interamericano de Defensa, la Fuerza Expedicionaria Conjunta del Reino Unido (JEF), el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo, la Fuerza Escudo de la Península, los Acuerdos de Abraham y las alianzas AUKUS (Australia, el Reino Unido y Estados Unidos) y el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad).

De lo contrario, el bloque de actores estatales y no estatales que conforman la que podría conocerse desde ahora como la asociación autocrática transnacional, basada en el hermetismo verticalista, pero sólida y desafiante, asumirá que tiene luz verde para proseguir su carrera expansionista, selectiva y gradual. Incluso, hasta que la disuasión, como madre y maestra de la seguridad planetaria, quede irreversiblemente convertida en añicos.

VICENTE TORRIJOS es profesor titular de la Escuela Superior de Guerra de Colombia y profesor adjunto del W.J. Perry Center-National Defense University, Washington, D.C. Sígalo en su sitio de internet vicentetorrijos.com.

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One Response to Hacia un nuevo modelo mundial de seguridad y defensa

  1. Leopoldo Cabrera Perdomo dice:

    …”hasta que la disuasión, madre y maestra de la seguridad planetaria, quede irreversiblemente convertida en añicos”.
    Esta frase es demoledora y sintetiza magistralmente la situación actual y futura de este choque entre Putin Zelenski.
    Magnífico análisis de la situación mundial actual y de lo que nos puede suceder si la OTAN sigue cruzada de brazos.

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