El virus de la metamodernidad y la confusión permanente

11 septiembre, 2020 • Asuntos globales, Opinión, Portada • Vistas: 6756

El Correo

Manuel Cebrián y José Balsa-Barreiro

Septiembre 2020

Pensemos cómo hemos llegado aquí, a una pandemia. Todo empezó con unos casos de neumonía atípica en China que, por alguna razón, en Europa eran causados por una pequeña gripe estacional. Como la situación fue empeorando, se optó por eliminar lo de “pequeña” y se nos tranquilizó con el mantra de que “solo afectaba a personas con un sinfín de patologías previas”. Días después, no eran solo estos, sino también otros muchos con dolencias comunes, como el asma, la diabetes o la hipertensión, y de ahí a jóvenes sanos y deportistas de alto nivel que, de repente, eran población de riesgo. Lo más paradigmático no es la historia en sí, sino el tiempo que transcurre entre noticias incoherentes y totalmente inconsistentes. Aunque el despropósito máximo se da cuando una noticia se contradice con la siguiente o, directamente, se contradice a sí misma.

La reacción de una sociedad ante una situación dramática parece confusa y visceral. Sin embargo, sigue un patrón de transición emocional descrito en el modelo Kübler-Ross, según el cual nuestras reacciones siguen una secuencia lógica donde el paso entre fases sucesivas depende de nuestra capacidad de adaptación. Pues bien, este modelo plantea una teoría válida, o, al menos, la planteaba hasta esta pandemia, en la que hemos vivido un verdadero atropello emocional. Todos hemos sentido ansiedad, terror, humor, esperanza, pero de una forma agregada y simultánea: ¡todo a la vez!

Ante esta vorágine, no queda más que resignarse y dar la bienvenida a la metamodernidad. Según esta teoría, la sociedad actual vive dentro de un sistema altamente inestable que no deja de oscilar a lo largo del espectro conceptual, perceptivo y psicológico. Así, lo que hoy es verdad, mañana ya no lo es. Lo que hoy es controvertido, mañana es cotidiano, y viceversa. Siendo ambos extremos verdad, aunque ninguno a la vez.

Esta es la primera pandemia metamoderna de la historia de la humanidad. Si el pasado es el prólogo del futuro, uno se pregunta qué hemos hecho para merecer esto. Por supuesto, la metamodernidad estaba ahí antes y ha seguido estándolo cuando la tragedia ya era un hecho consumado. En abril de 2020, aunque España presentaba los índices de letalidad más altos del mundo, su gestión de la crisis era elogiada por la Organización Mundial de la Salud. Mientras que en la televisión se afirmaba que la célebre curva de fallecidos se aplanaba, el número de muertes seguía aumentando porque, probablemente, habíamos entrado en un repecho. La buena gestión de Corea del Sur apuntaba al uso masivo de pruebas. España, como muchos otros países, decide comprar muchas pruebas para ser uno de los países que más las aplica, aunque horas después era de los países que menos pruebas realizaba en Europa. En Madrid, el colapso sanitario obligó a reclutar personal sanitario de urgencia, aunque también eran frecuentes los despidos masivos de médicos. Mientras las unidades de cuidados intensivos de los hospitales madrileños estaban completamente desbordadas, 2200 plazas nunca llegaron a ocuparse.

Pero no solo el impacto sanitario, sino también el social. Según los medios de comunicación, tras semanas de confinamiento, la gente está deseando salir de sus casas, aunque, en realidad, muchos no quieren salir porque tienen miedo. Por supuesto, la gente quiere volver al mundo de antes para viajar y reunirse, pero aún el riesgo es latente. El virus está matando a mucha gente, no se sabe muy bien cuánta, pero, por otra parte, al quedarse en casa, se pueden estar salvando vidas en otro sentido, ya que se reduce la contaminación y ayuda a solucionar el problema del cambio climático. En China, Wuhan vuelve a la normalidad tras un largo confinamiento, pero el problema es que hay personas asintomáticas. Y ya no es Wuhan, sino es Wuhan 2.0, un escenario espectral como salido de una película de ciencia ficción.

La pandemia actual se ha convertido en el caso tristemente paradigmático de cómo la metamodernidad ha impedido a muchos gobiernos occidentales asumir la gravedad de la situación y actuar en consecuencia.

La pandemia actual se ha convertido en el caso tristemente paradigmático de cómo la metamodernidad ha impedido a muchos gobiernos occidentales asumir, desde un primer momento, la gravedad de la situación y actuar en consecuencia. El primer ministro británico Boris Johnson anunció que buscaría la inmunidad del rebaño, aunque 4 días después optó por la estrategia contraria. Su asesor más influyente, Neil Ferguson, abogó por un confinamiento radical y estricto, pero tuvo que dimitir porque ni siquiera él se lo tomó en serio, saltándose el confinamiento en dos ocasiones para poder visitar a su amante.

A nivel científico, un grupo de expertos buscaba que hubiera una vacuna para el otoño, mientras que otros apostaban por la inmunidad de rebaño, para lo cual tendría que infectarse el 60% de la población mundial, algo que después pudo haber sido incontrolable, por lo que esta estrategia rápidamente fue descartada. Por otra parte, están aquellos que no creen en el virus, pero aun así no piensan salir de casa hasta que haya una vacuna, pero, cuando la haya, no se la pondrán porque seguramente Bill Gates la usará para inocular un microchip de control mental.

Vivir oscilando constantemente entre realidades diametralmente opuestas supone estar en una zona de confusión y paralización permanente que nos vuelve extremadamente indefensos y desorientados. El daño de la metamodernidad debe entenderse en el contexto de las sociedades líquidas definidas por Zygmunt Bauman. Vivimos en sociedades de consumo masivo en las que la información, tiempo y atención son simples bienes de consumo. Las redes sociales se han convertido en el principal motor, tanto de interacción social como de consumo de información. Estas optimizan la información para lograr una exposición masiva mediante titulares pretenciosos, imágenes sensacionalistas y memes. Esto ha obligado a una reinvención de la prensa, especialmente la digital, optando en ocasiones por presentar información de forma sesgada e incompleta. Hasta la fecha, la metamodernidad ha demostrado ser una estrategia muy eficiente de desmovilización y desinformación ciudadana. Así, mientras los gobiernos plantean actuaciones de censura ante las noticias falsas, las cuales pueden ser filtradas y contrastadas, no hay acciones concretas para hacer frente a la metamodernidad y al espacio de incertidumbre generado.

P.D.: Son las 8:00 de la noche en Madrid. Hoy toca aplaudir por la gran labor del personal sanitario, los grandes guerreros en esta pandemia. Mientras nos disponemos a aplaudir, sentimos como la adrenalina recorre nuestro cuerpo por ser un par de los millones de héroes anónimos que han luchado contra este virus quedándome en casa. Aunque unos segundos después sentimos, de repente, una vergüenza indescifrable por aplaudir ante una situación que no entendemos muy bien. No podemos evitar que se nos escape una risa. Esto confirma que somos un par de víctimas más de la metamodernidad.

MANUEL CEBRIÁN es investigador en el Max Planck Institute for Human Development, Berlín. JOSÉ BALSA-BARREIRO es investigador afiliado al MIT Media Lab del Massachusetts Institute of Technology, Cambridge. Sígalo en Twitter en @pepebaisa. Este artículo es una versión corta del ensayo “La primera pandemia metamoderna”, publicado en Los Angeles Times el 15 de agosto de 2020.

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2 Responses to El virus de la metamodernidad y la confusión permanente

  1. A-Salamm dice:

    Creo que el autor no entiende lo que es la metamodernidad, o bien encontró una palabra «nueva» para ensalzar este artículo.

  2. Cristian dice:

    La metamodernidad como tal es casi una broma (según he leído), plantearse víctima de un sistema denominado así solo reivindica que todo lo creado y lo generado esta encerrado en nuestros conceptos de seres flotando a la deriva, plantearlo como un virus es gracioso, casi todo tiene notas hilarantes, no considero que seamos víctimas, estamos viviendo algo interesante, esa impotencia debe encausar los ánimos a tratar de hacer algo, por la vía comunitaria, política, periodística, este post exacerba, a tal punto de plantearse en el papel de víctima y quejarse o tomar acciones y desde mi humilde pantalla escribir algo (que es muy poco LOL), gran post!

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