El litio como recurso estratégico del siglo XXI

9 diciembre, 2020 • AMEI, Artículos, Asuntos globales, Latinoamérica, Portada • Vistas: 11197

Una ventana de oportunidad para el desarrollo

Manufactura

Enrique Catalán Salgado

Diciembre 2020

Una colaboración de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales

En un mundo regido por la electricidad, en el que los dispositivos electrónicos móviles, como celulares y computadoras, han inundado los mercados, la necesidad de fuentes de energía que puedan alimentar la demanda energética de estos productos ha hecho que algunos materiales necesarios para producir baterías durables y de gran capacidad cobren interés geoestratégico e incrementen enormemente su valor en el mercado. Este es el caso del litio que, al ser usado también para las baterías de los nuevos automóviles eléctricos, adquiere un rango superior de relevancia económica e industrial y es considerado actualmente como el petróleo del siglo XXI.

Aunque el litio fue descubierto en 1817, lo cierto es que durante estos 2 siglos había permanecido subutilizado. A principios del siglo XIX se usó principalmente en tratamientos de salud para enfermedades, como la gota, problemas cardiacos e hipertensión con distintos resultados, y, posteriormente, ya en el siglo XX empezó a usarse para tratamientos psiquiátricos, por lo que cobró mayor relevancia. Pero su uso y explotación en dicho rubro continuó siendo mínimo, en especial en comparación al despegue que significaría el descubrimiento de su versatilidad para múltiples usos industriales.

Y es que con el paso del tiempo y la evolución científico-tecnológica, el litio ha demostrado poseer propiedades físicas y químicas que, en conjunto, son de enorme valor para una amplia gama de aplicaciones. En 1923 se empezó a utilizar en la producción de grasas lubricantes para todo tipo de maquinarias con gran efectividad, y a mediados del siglo XX se incrementó la demanda al utilizarse sus derivados en la industria metalúrgica y en la de cerámica debido a que permite alcanzar más rápidamente los puntos de fusión y maleabilidad. Desde entonces, estas industrias destacan como principales consumidoras de litio.

Para 2020, el uso final del litio es de 18% para el caso de la cerámica y vidrio y 5% para las grasas lubricantes. El indiscutible primer lugar, por un amplio margen, lo tiene la producción de baterías de iones de litio, que utiliza 65% de la producción mundial.

Grafica 1: Usos finales del litio en 2020

Elaboración propia.

Es importante destacar que el auge del litio en la producción de baterías ocurrió en un periodo muy corto. Si bien a inicios del siglo XXI este uso apenas figuraba en las estadísticas, su crecimiento fue exponencial y continúa un ascenso prácticamente vertical debido a que los últimos 20 años se presentó un salto tecnológico de gran escala que corresponde a dos elementos fundamentales: el auge de dispositivos móviles de alto consumo energético, entre los que destacan significativamente los teléfonos inteligentes y las tabletas, y la entrada al mercado masivo de los vehículos eléctricos que eligieron al litio como el material más idóneo para las baterías de los automóviles. Esto último consolidó al litio como un material altamente estratégico a escala mundial.

El litio como recurso estratégico en la nueva dinámica tecnológica mundial

El uso del litio es diverso y permite con facilidad obtener beneficios económicos por su explotación, pero lo más importante es que los cambios ocurridos en los hábitos de vida y consumo debidos a las tecnologías desarrolladas durante el siglo XXI han construido una sociedad que en gran medida depende de la movilidad que demanda mucha autonomía energética de los dispositivos electrónicos: celulares, tabletas, computadoras personales, equipos de trabajo inalámbricos y distintos aparatos de última tecnología para uso civil o militar, como los drones y aeronaves no tripuladas, que requieren gran almacenaje de energía y capacidad de recarga, a la vez que exigen ligereza de peso y poco volumen. El uso de baterías de iones de litio ha sido hasta ahora la respuesta a estas necesidades debido a sus positivas ventajas en comparación a sus alternativas, pues, por mencionar una de las más relevantes, una batería de litio puede almacenar la misma cantidad de energía que una batería de níquel en tan solo la mitad de tamaño, lo que resulta muy conveniente con la tendencia a la miniaturización de dispositivos electrónicos y a las necesidades de movilidad.

Esta irrupción de nuevas tecnologías y sus cambios sociales asociados, como el uso intensivo y casi dependiente del teléfono inteligente, que es a la vez un medio de trabajo, una fuente de información y un centro de entretenimiento, tiene un empuje muy fuerte en la actualidad y ha hecho que la demanda del litio sea continua y esté garantizada, pues cada vez se fabrican nuevos dispositivos electrónicos móviles de todo tipo. Al respecto, las últimas estadísticas disponibles revelan que, para 2019, había en el mundo 5200 millones de personas suscritas a un servicio de telefonía celular activas, lo que representa el 67% de la población mundial. En cuanto al número de dispositivos celulares, los cálculos más recientes estiman que hay 3500 millones de teléfonos inteligentes, que representan el 44.87% de la población mundial, así como 4780 millones de teléfonos básicos, que representan el 61.28% de la población del mundo. Como se observa, en conjunto, el número de teléfonos móviles existentes es mayor a la población mundial. Esta brecha de producción se rompió en 2017 y obedece a la frecuencia con la que estos equipos se desechan y renuevan, sobre todo en países desarrollados, pero también a que en estos países hay personas con varios equipos a su disposición. El crecimiento en la producción de equipos de telefonía celular fue de 40% en los últimos 4 años, y se prevé que ese ritmo de crecimiento continúe con la respectiva demanda de litio para sus baterías. El consumo de otros dispositivos móviles distintos al celular (tabletas, computadores portátiles, etc.) arroja datos similares, pues se calcula que 5200 millones de personas cuentan con uno de ellos, lo que representa el 66.83% de la población mundial.

A esta enorme demanda de producción de baterías para equipos de telefonía celular, tabletas y otros dispositivos electrónicos, hay que sumar la que actualmente se ostenta como la principal fuente de demanda de litio para producción de baterías, que son los nuevos modelos de vehículos eléctricos que integran baterías recargables de ion-litio como su fuente de energía principal, y en la mayoría de los casos, única. Todas las estadísticas disponibles demuestran que la irrupción de los vehículos eléctricos no es una moda y que cada vez tienen más preponderancia en el mercado de automotores a nivel mundial. Si bien actualmente los vehículos eléctricos ocupan solo 2.2% del mercado mundial, hay un claro crecimiento exponencial en la producción y ventas en todos los países en los que los vehículos eléctricos están disponibles al consumidor.

La información disponible también muestra una tendencia a la consolidación de la batería de ion-litio como el estándar de los vehículos eléctricos, pues si bien en 2008 había menos de un millón de vehículos estos eran híbridos y usaban predominantemente baterías de ni-mh (níquel-hidruro metálico). Conforme avanzó el tiempo se observó una clara transición por la preferencia de los fabricantes hacia el ion-litio, pues de los cinco millones de vehículos híbridos y eléctricos que existen actualmente, aproximadamente el 80% utiliza este tipo de baterías.

Ahora bien, la tendencia al crecimiento y el auge de vehículos eléctricos y otros dispositivos que usan baterías de ion-litio no solo parece difícil de revertir. La evidencia sugiere que la producción y la demanda de vehículos 100% eléctricos tiende a incrementarse sustancialmente debido al impulso de disposiciones legales en distintos países relativas al medio ambiente y al calentamiento global mediante las cuales establecen la sustitución total del parque vehicular actual por vehículos eléctricos en el corto plazo.

Por poner dos ejemplos recientes, el Reino Unido anunció en noviembre de 2020 que, a partir de 2030, quedará prohibida la venta de automóviles que funcionan con gasolina y diésel, quedando restringida la venta únicamente a vehículos híbridos hasta 2035, y, posteriormente, solo vehículos 100% eléctricos. En el estado de California, Estados Unidos, el cual lidera el consumo total de automóviles nuevos de ese país y es también el principal comprador de autos eléctricos, se acaba de promover una ley similar con el objetivo de prohibir la venta de automóviles de combustión en 2035, para iniciar la sustitución a vehículos 100% eléctricos.

Para entender la dimensión comercial y el tamaño de mercado del que estamos hablando, es necesario señalar que California consume aproximadamente el 10% de todos los vehículos nuevos estadounidenses y cuenta con aproximadamente 15 millones de autos registrados, de los cuales solamente 750 000 son vehículos eléctricos. También es el estado donde se fundó Tesla, la empresa más icónica de autos eléctricos que abrió el mercado para este tipo de vehículos.

Parece claro que en este siglo se ha generado ya una dependencia energética en torno al litio como materia prima esencial para el abasto energético de productos de alto consumo necesarios para nuestro actual estilo de vida, razón por la cual frecuentemente es nombrado como el “petróleo del siglo XXI” o el “oro blanco”, dotándole de un carácter estratégico del más alto nivel y un elemento crítico para la industria tecnológica y automotriz. Esto lo convierte en un recurso natural sumamente valioso y codiciado por las potencias mundiales, con Estados Unidos y China a la cabeza, y coloca a los países que lo poseen en una posición de relativa ventaja, pues pueden utilizarlo como un elemento para impulsar su propio desarrollo económico e industrial. En ambos casos, ya sea como país comprador o abastecedor, el litio se coloca como un recurso geoestratégico de gran valor en el más amplio sentido.

¿Dónde están las reservas de litio?

Aunque en un sentido general podría considerarse que el litio es un recurso relativamente abundante, pues se estima que se encuentra en 65 partes por millón en la corteza terrestre y se puede encontrar en minerales concentrados, compuestos minerales y metal refinado, también se halla disuelto en el agua de mar en 0.17 partes por millón. Pero, en cualquier caso, extraerlo en la mayoría de estos lugares resultaría económicamente inviable.

Sin embargo hay un pequeño número de países que por sus características geográficas y geológicas poseen territorios con concentraciones extremadamente altas de litio de hasta 1000 partes por millón, como ocurre en los grandes salares de Sudamérica, estos yacimientos resultan aptos para su explotación y venta comercial colocándolos entre los principales proveedores a nivel mundial y promoviendo una industria minera importante para este recurso, en algunos casos con proyectos nacionales liderados por el Estado y en otros mediante concesiones e inversión extranjera directa.

Por país, las mayores reservas mundiales de litio se encuentran en Chile, con 8 600 000 toneladas, seguido de Australia con 2 800 000 toneladas y Argentina con reservas por 1 700 000 toneladas. Sin embargo, el mayor productor a nivel mundial es Australia, que en 2019 extrajo 42 000 toneladas de litio, superando por más del doble la producción chilena y casi cinco veces la producción china. Una de las razones que explica la mayor productividad australiana es su cercanía geográfica con la región de Asia-Pacifico, que presentan una alta demanda de litio, puesto que China (29.6%), Singapur (8.05%), Indonesia (6.67%) y Japón (4.56%) figuran como principales productores y exportadores de baterías a nivel mundial.

En cuanto a Latinoamérica, cabe destacar que, en conjunto, los tres países sudamericanos que poseen grandes cantidades de litio, Bolivia, Chile y Argentina, forman el llamado “triángulo del litio”, una región que concentraría la mayor acumulación de este recurso, calculada entre 50% y 85% del total mundial disponible. Sin duda, esto le da una posición de ventaja comercial y económica e, incluso, podría otorgarle facultades, como el control de precios de mercado, si los tres países lograran organizarse en dicho sentido.

Tabla 1: Principales fuentes de litio y reservas mundiales en 2019 (millones de toneladas)

Elaboración propia

Recientemente se descubrieron en el norte de México yacimientos que podrían incorporar a este país como uno de los principales productores a nivel mundial. De acuerdo con datos de Mining Technology, con base en la información que provee el proyecto minero de Sonora Lithium, se calcula que hay yacimientos potenciales de hasta 243.8 millones de toneladas, lo que lo convertiría indiscutiblemente en el depósito de litio más grande del mundo y abriría varias oportunidades de inversión y desarrollo para el país.

Sin embargo, falta realizar estudios a profundidad para confirmar el potencial real del yacimiento, pues mientras los ejecutivos del proyecto de Sonora respaldan estos datos, por parte del gobierno de México, la Secretaria de Economía, Graciela Márquez, ha declarado que esta información es inexacta y que la calidad del litio encontrado es muy pobre como para que sea rentable explotarla, por lo que no hay aún suficiente información ni claridad sobre la cantidad de litio que, en efecto, podría poseer México en sus yacimientos.

Sin embargo, esto no ha impedido el acercamiento de empresas internacionales para adquirir concesiones que permitan su explotación. También se ha levantado un debate nacional sobre la posibilidad de nacionalizar este recurso, lo cual dependerá de la evolución de los descubrimientos, pues actualmente México no es un país productor de litio. Por el contrario, los datos demuestran que México importa la totalidad del litio consumido en el país.

El desafío geopolítico y geoestratégico que implica para el triángulo del litio poseer la mayor cantidad de este recurso del mundo, involucra enfrentarse al constante problema latinoamericano de superar el extractivismo y la dependencia consecuente, lo que implica perder la riqueza y las posibilidades de desarrollo intrínsecas a la posesión del recurso, así como evitar que el auge de proyectos de la megaminería sin los debidos controles y regulaciones medioambientales produzca más daños que beneficios. La cadena de valor que involucra la industria del litio, en el caso específico de la generación de baterías para automóviles, ofrece numerosas oportunidades y niveles para todo tipo de industrias, desde la primera etapa, que es la extracción en sí misma, pasando al refinamiento, la producción de cátodos, la producción de células, el ensamble modular de las baterías, llegando finalmente a la posibilidad de producir incluso vehículos eléctricos.

Para obtener el mayor beneficio económico posible, los países ricos en litio y, particularmente los que se encuentran en desarrollo, como ocurre en Sudamérica, deberán enfocarse en generar las industrias necesarias para la transformación del litio en sus distintas fases conforme lo demanda el mercado, fomentar el desarrollo científico y tecnológico en las áreas correspondientes para generar sus propios procesos de transformación e innovación, con la consecuente creación de empleos y derrame económico dentro de sus respectivas economías, y no quedarse en un extractivismo primario exportador que históricamente ha contribuido al subdesarrollo y cuyos beneficios son pasajeros y volátiles.

Políticamente, también deberán cuidar que la existencia de estas reservas no atraiga atención no deseada e intervencionismos políticos y militares por parte de las potencias que deseen acceder al valioso recurso en “mejores términos”, particularmente tratándose de Estados Unidos como potencia regional en Latinoamérica, cuya historia de intervencionismos en el continente es larga y conocida, pero sin excluir a potencias extrarregionales como China, que pueden presentar un rostro más amable pero perseguir los mismos fines de apropiarse de los recursos bajo otros medios, como ocurre con los mecanismos de deuda.

Debido a la relevancia estratégica del litio en el corto, mediano y largo plazo, esta es una oportunidad irrepetible para todos los países con yacimientos importantes de colocarse a la vanguardia en una industria que aún está en ciernes, pero cuya relevancia está garantizada varias décadas hacia adelante y muy probablemente durante el siglo XXI.

La cuestión ambiental en la extracción de litio

Una mención aparte merece la cuestión ambiental, pues si bien en ocasiones se menciona al litio como un elemento que pude contribuir a solucionar el calentamiento global por ser una fuente de energías más limpias, suele omitirse los evidentes daños ambientales que ocurren en los sitios de extracción cuando no se realizan bajo regulaciones que protejan el medio ambiente, y que no son distintas ni menos lesivas que en cualquier otro proyecto de minería extractivista, por mucho que tenga sus particularidades. En el caso de la extracción de litio en Sudamérica, uno de los problemas medioambientales más graves tiene que ver con que es un proceso intensivo en agua. La forma más convencional de extracción es mediante salmueras, lo cual implica crear piscinas de evaporación en las que la salmuera (agua salada rica en minerales extraída del subsuelo del salar) se deja evaporar durante meses bajo distintos procesos graduales, hasta conseguir la extracción del litio.

Aunque se trata de agua salada y no apta para consumo humano, la extracción de grandes cantidades de salmuera para su evaporación indudablemente afecta el sistema hídrico del salar, pues el agua dulce que también existe en el subsuelo y que en condiciones normales se desbordaría mediante manantiales y corrientes de agua hacia otros lugares de la superficie para consumo humano, baja de nivel con la extracción de la salmuera, alterando su proceso natural y limitando la disponibilidad de agua dulce de la región. Además, este proceso también requiere enormes cantidades de agua dulce. Los mejores cálculos estiman que se ocupan casi dos millones de litros de agua por cada tonelada extraída. Esto es particularmente grave debido a que estos salares se encuentran en algunas de las regiones más áridas de la tierra, donde el agua y la lluvia son de por sí escazas.

Los estudios han demostrado que el nivel de extracción de agua utilizada para la explotación de litio suele ser superior a la que se recupera mediante precipitación pluvial, por lo que es imposible que se reponga mediante procesos naturales. En general, se deduce que en los proyectos extractivos en los que se usa este sistema, se están generando las condiciones para una grave crisis de agua en el futuro. Los impactos de este problema ya son visibles en algunas regiones, por ejemplo, en el salar de Atacama, en Chile, en donde la extracción de litio consume el 65% del agua de la región, por lo que los habitantes de la zona ya enfrentan dificultades para tener agua dulce.

Otro impacto ambiental de consideración es la posibilidad de que químicos altamente nocivos que se usan durante el proceso escapen de las piscinas de evaporación y se incorporen a los ríos y otras fuentes de agua superficiales, envenenándolas y generando un grave problema de salud pública y una alteración de la flora y fauna, como ya se ha detectado en diversas zonas de extracción de todo el mundo, produciendo la muerte de animales de granja que bebían de estas fuentes o de peces que habitaban los ríos contaminados. Estos casos abarcan tanto el triángulo del litio en Sudamérica, como Nevada, Estados Unidos, o China, lo que refleja que se trata de un problema frecuente durante la extracción y que no depende del nivel de desarrollo económico del país o sus normas ambientales, si no que hasta ahora parece una consecuencia intrínseca del proceso de extracción y refinamiento que no ha podido ser controlada o no ha existido la voluntad para ello.

El incremento sostenido y exponencial de la demanda de baterías de ion-litio ha hecho que su explotación sea sumamente redituable.

Por estas razones, los grandes proyectos extractivos de litio están generando conflictos por el territorio con las comunidades que habitan a sus alrededores. Los pobladores en general lo consideran invasivo y perjudicial, incluso cuando se ha intentado darles regalías a estas comunidades para hacerlos beneficiarios del proceso, las comunidades locales perciben que el daño es mayor que los posibles beneficios.

Finalmente, también hay impacto ambiental producido por las baterías que son desechadas al terminar su vida útil. Cada año, millones de baterías de ion-litio (que representan miles de toneladas de litio procesado) son tiradas a la basura sin pasar por ningún proceso de reciclaje o de deshecho adecuado, terminando en los basureros donde, con el tiempo, sus fluidos nocivos pueden filtrarse al subsuelo y contaminar la tierra y el agua. Aunque las baterías de litio pueden reciclarse hasta cierto punto, actualmente es un proceso peligroso y con un costo elevado, lo que desde una perspectiva de mercado lo vuelve poco atractivo para la industria que encuentra más redituable simplemente producir baterías nuevas, aunque esto sea más perjudicial para el medioambiente que el reciclaje.

Con lo anterior, puede afirmarse que, aunque desde el punto de vista de la gobernanza global, el litio emerge como una alternativa verde de energía al reducir las emisiones de los vehículos automotores, desde el punto de vista de activistas y ambientalistas no lo es en absoluto, pues deja destrucción y contaminación en los sitios en donde es extraído, sin que hasta ahora existan regulaciones y procedimientos que lo impidan. Si los Estados poseedores del litio y los consumidores, en general, realmente desean hacer de este elemento una vía para lograr energía verde, no es suficiente su explotación y procesamiento. Se deben impulsar simultáneamente regulaciones estrictas sobre la extracción y los impactos ambientales, escuchar la voz de las comunidades e incluirlas plenamente en los procesos de decisión sobre los proyectos extractivos que las afectan, y fomentar un consumo y deshecho más responsable de las baterías de litio y otros artículos que lo utilizan como materia prima.

Conclusiones

Con el surgimiento de la computación y el internet en el siglo XX, empezamos a vivir una revolución tecnológica sin precedentes. pero fue en el siglo XXI, en consonancia con el incremento de las capacidades de procesamiento de los microchips y la tendencia a la miniaturización de las tecnologías, que se dio un auge en la creación e innovación de dispositivos electrónicos móviles que satisficieran las necesidades de la nueva sociedad mundial: mayor conectividad, trabajo deslocalizado, entretenimiento móvil. El incremento sostenido y exponencial de la demanda de baterías de ion-litio ha hecho que su explotación sea sumamente redituable pues los precios han crecido sustancialmente en correlación directa a la demanda, que parece insaciable en la medida en que, incluso, se han producido más celulares y baterías de ion-litio que el total de la población mundial.

Los yacimientos explotables de litio están concentrados en solamente unos cuantos países. En consecuencia, quienes poseen este recurso se han visto favorecidos al obtener mayores ganancias por la explotación y venta del mismo y han impulsado grandes desarrollos extractivos en sus territorios. Conscientes de esta relevancia estratégica, las grandes potencias están intentando asegurar su acceso a los grandes yacimientos mediante acuerdos de inversión y explotación. Por su parte, los países del triángulo del litio no parecen estar aprovechando la coyuntura, pues mantienen una perspectiva primario-exportadora que es la que menos les favorece, a excepción de Bolivia que, en algún momento, planteó un proceso de industrialización con base en este recurso, pero el proceso fue interrumpido por el golpe de Estado de 2019 y tampoco es claro hasta dónde podría desarrollar su industria, aunque llegó a plantear la fabricación de sus propios autos eléctricos; es decir, la escala completa de producción en la cadena de valor.

Sería importante que Argentina, Bolivia y Chile realizaran esfuerzos de industrialización conjunta del litio que les permitan obtener el máximo beneficio económico. No hacerlo es un desacierto político y económico porque perpetúa el subdesarrollo e incrementa la dependencia tecnológica, como ha ocurrido largamente en Latinoamérica. Además, trabajar colaborativamente, les permitiría incluso desarrollar una estrategia de control de precios dado su alto control sobre las existencias de este recurso estratégico, lo que sería más ventajoso para ellos que competir en el sector primario-exportador.

Aún no es tarde para que los países del triángulo del litio generen las condiciones de industrialización suficientes y necesarias para aprovechar la demanda exponencial y tomar un lugar destacado en los diferentes eslabones de la cadena de valor global de la industria de vehículos eléctricos y sus baterías, que al parecer será el sector de mayor crecimiento mundial las siguientes décadas. Sin embargo, ninguna promesa de crecimiento económico debería ser lo suficientemente atractiva para pasar por encima del bienestar social y la conservación del medio ambiente, la explotación de los yacimientos de litio debe hacerse responsablemente.

Exponer a las comunidades que viven próximas a los desarrollos extractivos a enfermedades o a crisis de agotamiento de agua derivados de la actividad extractiva es un sinsentido y, por ello, deben regularse las condiciones para su explotación y trabajar en acuerdos con las poblaciones para que sean partícipes reales del beneficio económico y social, y no como suele ocurrir en este tipo de desarrollos extractivos, sean simplemente desplazadas territorialmente y vulneradas en sus derechos.

La industria del litio es presentada mundialmente como una bandera de la energía verde, por su potencial para reducir las emisiones de carbono producidas por los vehículos automotores. Y es verdad que, en la medida en que aumenten los autos eléctricos disminuirá la contaminación por emisiones de dióxido de carbono, pero no será una verdadera solución a los problemas ambientales si no se resuelve también el grave impacto negativo que generan los extractivismos intensivos sin regulaciones ni controles apropiados, y esto es algo en lo que deben de poner atención los países poseedores de litio, porque una lección aprendida de otros proyectos extractivos a gran escala es que los recursos se extraen y se exportan, pero los daños ambientales se quedan en los territorios y en el planeta, y pueden durar siglos.

ENRIQUE CATALÁN SALGADO es profesor investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco. Es especialista en Estudios Regionales de América Latina y Política Exterior de Estados Unidos, globalización, integración regional y gobernanza global. Es miembro del Observatorio de la Relación Binacional México-Estados Unidos en calidad de profesor asociado y es miembro del proyecto de investigación México y América Latina en la redefinición de los órdenes hegemónicos del siglo XXI, del área de Política Internacional del Departamento de Política y Cultura de la UAM-Xochimilco. Sígalo en Twitter en @consultor_ri.

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2 Responses to El litio como recurso estratégico del siglo XXI

  1. […] del Sur y Japón. Han comprendido que la industria de baterías de litios se ha transformado en estratégica y una industria base (como la industria del acero o el cemento) capaz de generar aguas abajo un […]

  2. Rigoberto Rodríguez Benítez dice:

    Gracias a Enrique Catalán por este interesantísimo artículo al que sólo le falta la parte técnica (la química) y las fuentes que utiliza. No obstante, nos ofrece un panorama general 1) de los espacios ricos en yacimientos del metal y sus compuestos, 2)de los lugares en los que se extraen y donde se procesan hasta convertirse en productos comerciales, en forma de baterías y otras presentaciones y usos y, finalmente y más interesante para la definición de políticas públicas, legislación y proyectos de desarrollo con preocupación social, 3) del impacto en la salud pública, la contaminación y el agotamiento del agua para consumo humano.

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