Argentina y Líbano: unidos por la crisis

15 abril, 2021 • Artículos, Latinoamérica, Medio Oriente, Portada • Vistas: 2725

Diario Sirio Libanés

Abás Tanus Mafud y Jodor Jalit

Abril 2021

Hasta 2018, el único fenómeno que unía a Argentina y Líbano parecía ser la migración transatlántica durante los siglos XIX y XX. Sin embargo, los recientes acontecimientos políticos y económicos sucedidos en el escenario libanés vuelven a cruzar los caminos de ambos países. En esta ocasión, debido a una situación en la que el carácter aspiracional o progresivo de un pueblo lucha contra una tormenta perfecta, como lo hizo Argentina con anterioridad.

Más allá de las diferencias estructurales en términos económicos, políticos y sociales, así como la ubicación geográfica y la presión a la que están sujetos Argentina y Líbano, también hay numerosos puntos de encuentro que permiten reflexionar y establecer algunos parámetros de comparación a partir de la crisis argentina de 2001 y la libanesa de 2018. Ejemplo de ello, es el tipo de cambio fijo con el dólar estadounidense, el esquema de producción decreciente, la profundización de la desigualdad y la pobreza, y la falta de voluntad y consenso político para impulsar reformas estructurales. De hecho, la violencia contra el sistema financiero y el rechazo a la clase política también encontraron paralelos en los ataques y el vallado de los bancos, y los lemas de protesta entonados, “Que se vayan todos” en Argentina, y “Todos, significa todos” en Líbano. Incluso se puede extender el argumento y agregar a los paralelos mencionados anteriormente, el suceso que terminó con la vida de 194 jóvenes en República Cromañón el 30 de diciembre de 2004, y la explosión en el puerto de Beirut que lleva contabilizados 202 muertos y 7500 heridos.

Por todo esto, se puede recurrir a la historia reciente y, particularmente, a la experiencia argentina a principios del siglo XXI para analizar el desafío que enfrentarán los libaneses en el futuro cercano, si la élite sectario-política no construye la voluntad y el consenso necesario para implementar las reformas necesarias que generen condiciones básicas para el desarrollo económico, mismas que podrían sanar las heridas abiertas por una crisis sin precedentes.

Paridad cambiaria y crisis financiera

A finales de la década de 1980, Argentina atravesaba una crisis de tal magnitud que incluso forjó un nuevo vocablo económico: hiperinflación. Mientras tanto, Líbano daba cierre a 15 años de conflictos armados que dieron lugar a la expresión “la guerra de los otros”, todo esto frente a un escenario internacional desbordado de optimismo tras la implosión de la Unión Soviética y el inminente dominio hegemónico de Estados Unidos, principalmente por medio de su moneda. En este sentido, tanto Argentina como Líbano vieron en el dólar estadounidense y en la paridad cambiaria la solución a muchos de sus problemas.

La implementación de un sistema de tipo de cambio fijo que ató al peso argentino en igualdad nominal con el dólar estadounidense, y a la libra libanesa en 1500 por cada unidad de billete verde, limitó la posibilidad de incentivos para la producción local, fomentando el aumento de las importaciones y transformando a ambos países en receptores de capitales golondrina. Este esquema de cambio fijo fue impulsado en Argentina por el Ministro de Economía argentino, Domingo Cavallo, y en Líbano por el Presidente del Banco Du Liban (BdL), Riad Salameh.

La teoría era bastante sencilla. El tipo de cambio fijo era un instrumento económico que establecía un equilibrio entre el volumen de moneda emitida y el volumen de reservas disponibles en el Banco Central. Los resultados en el corto plazo fueron similares: la inflación se redujo a un digito, la actividad económica creció por medio de las importaciones, y la privatización de los servicios públicos generó los recursos necesarios para atender problemas coyunturales (en el caso de Argentina la hiperinflación, y en el de Líbano la reconstrucción).

Tanto Argentina como Líbano vieron en el dólar estadounidense y en la paridad cambiaria la solución a muchos de sus problemas.

Esta solución sujeta a los ingresos de divisas y con un fuerte grado de exposición a las fluctuaciones del escenario internacional, empezaron a desequilibrarse cuando los acreedores dudaron sobre la capacidad de pago y el Fondo Monetario Internacional (FMI) no supo ser garante. Este desequilibrio comenzó a hacerse evidente durante la segunda mitad de la década de 1990, pero la situación fue contenida hasta 2001 en Argentina y 2018 en Líbano. La respuesta del gobierno argentino fue el regreso de Cavallo como ministro, la pesificación de los depósitos en dólares, y el límite a las extracciones de depósitos. En la jerga periodística, a este paquete de medidas se le conoció como “corralito”.

Salvando las distancias, las medidas adoptadas por el BdL no distan demasiado de aquellas políticas económicas y financieras impulsadas por Cavallo en 2001. De hecho, el BdL “lolarizó” los depósitos bancarios en moneda extranjera (un lolar es un dólar libanés, o un dólar estadounidense atrapado en el sistema bancario libanés), e implementó restricciones sobre el retiro de depósitos. Es decir, el BdL construyó un corralito. Incluso, los efectos del corralito libanés pueden compararse con los de su antecesor argentino, pues tanto el peso argentino como la libra libanesa encontraron una nueva fórmula cambiaria (o punto de equilibrio): 1 dólar por 3.04 pesos y 1 dólar por 3900 libras, junto a la aparición de mercados cambiarios paralelos, acelerando la inflación y destruyendo el poder adquisitivo.

De la crisis financiera a la crisis política

En este contexto, libaneses y argentinos asignaron la responsabilidad de las crisis en las clases políticas y en las entidades bancarias y financieras. Todo esto derivó en amplias movilizaciones sociales que entonaban cánticos de rechazo hacia toda la dirigencia política, e imágenes de desesperación ante la imposibilidad de acceder a sus ahorros, o la evaporación de muchos de ellos por la devaluación (60% en Argentina, 80% en Líbano) y la inflación (29.3% en Argentina y 142.3% en Líbano, mientras que los precios de los alimentos crecieron 400%).

A diferencia de Argentina, donde la crisis económica pareció ser un fenómeno cíclico, en Líbano la crisis económica, financiera, fiscal y política de 2018 fue una novedad. La consecuencia es un fenómeno ampliamente familiar para los argentinos: la pérdida de confianza en el sistema bancario y en la moneda nacional. De hecho, Argentina desarrolló un sistema bimonetario que se materializó en la dolarización de los insumos más importantes (viviendas, vehículos e industria), la imposición del dólar estadounidense como moneda de ahorro, y la conservación de dichos ahorros por fuera del sistema bancario (225 500 millones de dólares, según la estimación del Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina). En tanto que el tipo de cambio se está desdoblando en Líbano y está surgiendo un mercado de cambio informal, los libaneses parecen encolumnarse detrás de los argentinos.

Otro hito en la historia libanesa reciente es la declaración de incapacidad de pago a los acreedores internacionales y su pedido de asistencia al FMI, todo para la implementación de un programa económico que reduzca la participación de la deuda externa como porcentaje del PBI (220.7%) y el déficit fiscal. Para realizar el desembolso solicitado, al igual que en el caso argentino, la entidad exigió una serie de reformas, entre las que destacan la reducción de subsidios, la reforma tributaria y laboral, la ley anticorrupción, y las leyes de incentivos a la producción, por ejemplo, de cannabis medicinal. Más allá de las similitudes, las diferencias centrales entre ambos casos radican en los sistemas productivos y en el hecho de que este era el primer impago libanés. Con esto se quiere destacar que, debido a la falta de producción nacional, Líbano enfrentará una situación similar a la de Argentina respecto a la imposibilidad de cumplir con sus obligaciones frente a los acreedores. En consecuencia, los libaneses deberán recurrir a un megacanje o reestructuración de la deuda externa (Argentina lo logró en 2005 durante la presidencia de Néstor Kirchner).

Por último, gracias a la devaluación, Argentina recuperó la competitividad económica en el corto plazo, e incrementó las exportaciones agrícolas-industriales favorecidas por los precios internacionales, al mismo tiempo que redujo las importaciones netas (de 20 321 millones de dólares en 2001 a 8989 millones de dólares en 2002). De esta manera, el país sudamericano recuperó su capacidad de pago a los acreedores. Por su parte, Líbano depende de los servicios financieros y de las remesas internacionales (36.2% de su PIB), porque su sistema de producción no tiene industria que genere valor. De hecho, la economía libanesa está basada en la especulación financiera y en los bienes raíces, un hecho que obliga a repensar las bases productivas del país.

Externalidades: pandemia y explosión

Cuando Argentina ingresó en la crisis financiera de 2001, el sistema internacional resultó ser relativamente benévolo (creciente demanda y precios relativamente altos de productos primarios). Por el contrario, Líbano encuentra un escenario internacional adverso debido a la pandemia de covid-19, mientras que la explosión en el puerto de Beirut agregó una dificultad interna no menor.

La irrupción de la pandemia de covid-19 exigió una estricta cuarentena que aumentó la presión sobre la estructura socioeconómica libanesa. Particularmente, la medida sanitaria redujo al mínimo la actividad económica interna, al tiempo que la inversión extranjera directa cayó 20% y el ingreso de remesas provenientes del golfo 6.6%, ambos en comparación con 2019. Todo esto se tradujo en un aumento del desempleo (65%, según la Organización Internacional del Trabajo) y la pobreza (55%, según el Banco Mundial). A diferencia de Argentina que lanzó, por ejemplo, en abril de 2002, el Plan Jefes y Jefas de Hogar, el Estado libanés no poseía un Estado benefactor capaz de asistir a los más necesitados ante estas situaciones, lo que intensificó el problema.

La irrupción de la pandemia de covid-19 exigió una estricta cuarentena que aumentó la presión sobre la estructura socioeconómica libanesa.

A la pandemia se le sumó un fenómeno de carácter local: la segunda mayor explosión no nuclear en la historia de la humanidad. Este hecho sucedió el 4 de agosto de 2020 y dejó inoperable al puerto de Beirut, sitio por el que pasaban 80% de las exportaciones e importaciones del país. Este flagelo, al igual que la tragedia de Cromañón, está marcado por la corrupción, afectó la vivienda de 300 000 personas y repercutió directamente en las condiciones de vida de los libaneses (el Banco Mundial estima que los daños producidos elevaron la pobreza al 80%). Asimismo, la asistencia internacional 11 000 millones de dólares comprometidos por medio de la Conferencia del Cedro) y la reconstrucción del puerto (su costo se estima en 10 000 millones de dólares) están atadas a una serie de reformas políticas que la élite sectario-política libanesa no puede, o no quiere, llevar a cabo.

Para concluir, la combinación de las consecuencias derivadas de la pandemia de covid-19 y la destrucción del puerto de Beirut profundizaron los desafíos a los que el Estado libanés deberá de enfrentarse para poder dar vuelta a la página de la crisis financiera, económica y fiscal que derivó en el cuestionamiento de toda la clase política dirigente a partir de octubre de 2019. El pesimismo social frente a este escenario se manifestó de una forma ya conocida para los argentinos: la emigración. En 2001, cerca de 800 000 argentinos migraron a Brasil, España, Estados Unidos, Italia, México y Uruguay. En el caso libanés, de acuerdo con un estudio realizado por ASDA’A BCW Arab Youth Survey 2020, 77% de la población joven manifestó deseos de migrar.

Entre la reforma y la desconfianza

Tras la crisis económica de 2001 y la pérdida de poder adquisitivo, la desconfianza de la población argentina en la moneda nacional presentó un desafío que ninguna política implementada por el gobierno logró disipar. De tal manera, el temor de que la historia se repitiera llevó a que la economía entrara en un proceso de creciente informalidad, y la sociedad apuntara sus energías a la adquisición de divisas internacionales. Este mismo problema parece estar emergiendo en el escenario libanes, motivo por el cual se destaca la importancia de que las autoridades impulsen reformas necesarias y suficientes para garantizar la seguridad de los ahorros y producir estabilidad económica. Además, siguiendo el ejemplo de Argentina con la intervención en el tipo de cambio y la asistencia social, estas transformaciones no deben seguir exclusivamente las recomendaciones del FMI.

Finalmente, como se mencionó anteriormente, la similitud de Argentina y Líbano en escenarios políticos y económicos críticos permite inferir que el proceso de salida no será una tarea fácil. Además, la continuidad de las políticas vigentes en adición a reformas cosméticas que no abordan los problemas de fondo, no permiten especular con un horizonte optimista. Esto de frente a un momento de crecientes demandas sociales que exigen una respuesta ágil y fuerte del Estado para impulsar la recuperación y el crecimiento económico. De esta manera, la paridad cambiaria de la libra libanesa debe pasar a segundo plano, y la confianza, la estabilidad y la seguridad tienen que estar en el centro de la escena.

ABÁS TANUS MAFUD es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional de San Juan y maestro en Política y Economía Internacionales por la Universidad de San Andrés, Argentina. Es profesor de Política Transnacional en la Universidad Católica de La Plata y editor en la sección de Economía de El Intérprete Digital. Cuenta con un certificado en Geopolítica en el Medio Oriente por la University of Kaslik, Líbano. Sígalo en Twitter en @atmafud. JODOR JALIT es maestro en Defensa Nacional por la Universidad de la Defensa Nacional, Argentina y Director de El Intérprete Digital. Sígalo en Twitter en @jodorjalit.

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