Apuntes sobre la salida militar estadounidense de Afganistán

16 agosto, 2021 • Artículos, Asia/Pacífico, Asuntos globales, Portada • Vistas: 8368

¿El movimiento talibán hacia un pragmatismo político?

El Periódico

Moisés Garduño García

Al tiempo de escribir estas líneas, el movimiento talibán se encuentra anunciando el control de la capital afgana, Kabul, mostrando al mundo que la política exterior y de seguridad estadounidense en el país ha fracasado después de 20 años de invasión. Paralelo a la retirada militar estadounidense, el vocero talibán, Zabihullah Mujahid, ha manifestado que los combatientes están ingresando a la ciudad para evitar saqueos, mantener la seguridad de las personas y liberar prisioneros, siguiendo una estrategia similar a la utilizada en la captura de las 26 provincias (de 34 en total) que ha controlado su movimiento en un lapso de 2 semanas.

Características mostradas en el terreno

Es evidente que el talibán busca acrecentar su apoyo popular aprovechando el sentimiento antiestadounidense que se expande en la esfera pública afgana, la cual retrata a Washington como el responsable directo de la miseria y la inseguridad que vive el país. Después de 2 décadas, de acuerdo con Ahmed Rashid, la base ideológica talibana se encargó de graduar a una nueva generación de jóvenes con más resentimiento hacia Estados Unidos la cual, sin duda, coexistirá con una generación pragmática que está buscando las mejores relaciones políticas con los vecinos asiáticos, principalmente Irán, China, la India y Pakistán, para llevar a su país hacia una nueva fase de su historia contemporánea. El talibán sabe muy bien que, a pesar de que sus vecinos tienen agendas políticas muy distintas, e incluso enfrentadas, lo único que tienen en común hoy es evitar que sus fronteras con Afganistán se conviertan en zonas porosas que amenacen sus propias agendas de seguridad nacional. Para esto, es menester distinguir entre los talibanes del campo de batalla y los de las mesas de negociaciones de Doha. Los primeros son la nueva generación, más activos en términos militares e ideológicos (lo que explica el rápido avance en la toma de las provincias de las últimas horas). Los segundos, los que tomaron Kabul en 1996 y hoy lideran el movimiento político, más pragmáticos y deseosos de tomar el control estratégico y administrativo de su país.

Lo que se lleva y lo que deja Estados Unidos

Durante 20 años hemos observado una intervención militar estadounidense que solo ha hecho millonarios a los contratistas de armas de Estados Unidos y de algunos países de Occidente. En 2019, The New York Times reportó que Estados Unidos había gastado 2 billones de dólares en Afganistán sin obtener logros políticos o estratégicos considerables. Si bien hoy Osama bin Laden está muerto, no hay instituciones sólidas en el país asiático. La producción de opio en Afganistán se cuadruplicó superando las 300 000 hectáreas en 2018. El índice de desempleo juvenil alcanzó una tasa de 40%, mientras el desempleo entre las mujeres se disparó hasta 67%, el nivel más alto jamás registrado, pues el máximo anterior había sido de 50%, en 2012. Así, mientras empresas como Lockheed Martin, Raytheon Technologies, Boeing o Northrop Grumman se mantienen entre las armamentistas más importantes de Washington, Afganistán se despedaza en medio de una crisis que ha dejado 250 000 víctimas, 400 000 desplazados internos, un sistema político corrupto, una economía obsoleta y dependiente del factor externo, así como una crisis migratoria que está produciendo una nueva ola de refugiados, que se estima en aproximadamente en 3 millones de personas repartidas entre Irán, Pakistán y Tayikistán, y que, incluso, puede llegar a resentirse en Europa, como los casos de Líbano o Siria lo han demostrado en los últimos años. El mismo Presidente afgano, Ashraf Ghani Ahmadzai, se exilió el 15 de agosto de 2021 en Tayikistán, sin renunciar aún al cargo. En sí mismo, esta era una demanda del movimiento talibán para negociar cualquier tipo de transición política, pues consideraban que la victoria electoral de Ghani, en 2019, fue fraudulenta debido al bajo índice de participación en dicho proceso.

A diferencia de hace 20 años, el talibán puede capitalizar elementos a su favor fuera del terreno militar por medio de conversaciones y pactos políticos con grupos locales y con países vecinos.

Ciertamente, Estados Unidos perdió Afganistán desde que intentó ocuparlo militarmente. De hecho, el talibán mantuvo tanto la zona fronteriza con Pakistán como su influencia en gran parte del Afganistán rural durante todos estos años. Si bien es posible decir que Washington pudo retirarse victorioso de Afganistán en 2002, después de meses de haber golpeado a los talibanes con ayuda de la Alianza del Norte (combatientes sunitas tayikos, shías hazaras y laicos uzbecos), su ejército decidió quedarse y seguir haciendo contratos con los corporativos armamentistas en Washington, perdiendo el sentido de cualquier objetivo estratégico para la seguridad nacional estadounidense. Esta decisión, que aletargó la guerra, no calculó los errores subsecuentes en el terreno que, de acuerdo con Juan Cole, incluyeron el hecho que el Ejército Nacional afgano siempre presentara problemas para mantener reclutas, o que el mismo gobierno central comenzará a graduar a una élite política corrupta que provocó el colapso del Da Kabul Bank, robando dinero para comprar inmuebles en Dubái. En pocas palabras, ni el ejército ni el gobierno en Afganistán pudieron hacerse cargo de sí mismos, lo que desembocó en un dolor de cabeza para Washington dada la crítica de la opinión pública estadounidense, que se refería a esta situación como “la guerra más larga e inútil en la historia de Estados Unidos”.

El papel de China

Por el momento, la situación actual debe analizarse en paralelo con el proceso negociador de Doha donde, desde febrero de 2020, el talibán, el gobierno afgano y un grupo de países, que incluye a China y Estados Unidos, han venido discutiendo mecanismos viables para una transición, donde el talibán se comprometa a no apoyar grupos islamistas, como Al Qaeda, deponiendo sus armas para compartir el gobierno con otras fuerzas políticas que le permitan tener interlocutores en la comunidad internacional.

Ante lo inevitable del momento que experimenta el talibán, tampoco se debe ignorar la visita que pagó en julio pasado el Comité Político del Talibán a Beijing, en la que el Ministro de Exteriores, Wang Yi, aseguró al mismo mulá Baradar que “China respetaría la unidad territorial de Afganistán y que siempre se mostraría en contra de cualquier injerencia extranjera”. El líder afgano respondió la cortesía afirmando que ellos nunca dejarían que Afganistán fuera usado para atacar ni a China ni a ningún otro país. No olvidemos que a China le preocupa mucho que la frontera entre Afganistán y su provincia mayoritariamente musulmana, Xinjiang, pueda caer en un contexto de inestabilidad que amenace el proyecto de la Iniciativa del Cinturón y la Nueva Ruta de la Seda.

Lo anterior se menciona porque, a diferencia de hace 20 años, el talibán puede capitalizar elementos a su favor fuera del terreno militar por medio de conversaciones y pactos políticos con grupos locales y con países vecinos, diluyendo un poco su antigua retórica nacionalista de corte pashtun. Llama la atención que, a diferencia de la retirada estadounidense, las embajadas de China y Rusia no hayan dado indicios de salida ante la toma del talibán a Kabul, lo que proyecta una señal de un probable pragmatismo político que va en tono con la demostración de fuerza en el terreno táctico mostrada por los talibanes al tomar la gran mayoría de las provincias del país sin grandes operaciones bélicas.

La disyuntiva del movimiento talibán

Dado que Afganistán enfrenta desafíos abrumadores en materia de desarrollo, debido a la disminución de las subvenciones internacionales y la continua inseguridad, se presume que, de formar una transición ordenada, los grupos políticos afganos y los talibanes tienen la oportunidad de buscar una incorporación al sistema internacional mediante valiosos interlocutores en Asia que puedan reactivar una economía complicada y devastada por la guerra. Por el contrario, el hecho de dejarse guiar por intereses propios de grupo puede invocar experiencias similares a las de Irak o Libia, donde las élites políticas no terminan de encontrar un marco político integral, lo que facilita la producción y la reproducción de políticas sectarias no solo por parte de potencias injerencistas, sino también de corporaciones privadas y grupos extremistas.

Ante esto, es cierto que aún persisten grupos conservadores al interior del talibán que buscan imponer una visión rigorista del Islam. No obstante, por encima de esos cuadros, también hay una sociedad afgana que busca salarios dignos, acceso a la salud y la oportunidad de buscar un Afganistán posconflicto que se manifiesta en un mundo distinto al de hace 20 años. Los líderes del Consejo Político están conscientes de todas estas fuerzas y necesidades en el país, y estarán buscando que la renuncia de Ghani abra una oportunidad para poner a prueba su propuesta de pacificación y desarrollo. De otra forma, lo que hay es más guerra, crisis humanitaria y más inestabilidad regional.

Hasta el momento, a pesar del caos experimentado en el Aeropuerto Internacional de Kabul a raíz del cierre del espacio aéreo para vuelos comerciales, el movimiento talibán ha permitido operar la zona sin alterar el plan de salida de Estados Unidos y otras fuerzas internacionales. También, ha permitido el traslado de personal de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y de países europeos a zonas especiales de seguridad dentro de la ciudad. Además, también se operan carreteras estratégicas y puestos fronterizos para el paso de suministros. Por si fuera poco, a algunos llamados “señores de la guerra” se les ha permitido abandonar el país, como es el caso de Rashid Dostum o el prominente líder Atta Mohamemd Noor, sin venganzas o persecuciones. Estos datos son relevantes porque manifiestan una posición política crucial para entender la actual estrategia talibana, cuyos resultados querrán ser presentados oficialmente el 11 de septiembre de 2021. Si bien aún es necesario saber qué tipo de política talibana se implementará con respecto a las minorías y otros grupos vulnerables, particularmente las mujeres, las señales que estamos presenciando nos muestran que el talibán puede estar pensando en una política de pactos y alianzas que lo alejen del fantasma de la guerra civil la cual, sin duda, la sociedad afgana no se merece después de años de injerencias y guerras impuestas desde la época de la Guerra Fría.

MOISES GARDUÑO GARCÍA es doctor en Estudios Árabes e Islámicos Contemporáneos por la Universidad Autónoma de Madrid y profesor de tiempo completo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde dirige el Taller de Estudios sobre el Medio Oriente. Sígalo en Twitter en @Moises_Garduno.

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6 Responses to Apuntes sobre la salida militar estadounidense de Afganistán

  1. Es interesante poder analizar todos estos puntos, ya que la polarización política junto a los medios que tienen una tendencia occidental, no permiten conocer los hechos de manera imparcial.
    Mas que evidente, opino que el ágil avance del talibán se debe al completo fracaso de implantar un sistema democrático occidental en un sector que se ha regido tanto tiempo por sus costumbres y tradiciones, adaptándolas al mundo globalizado.
    No me queda más que seguir investigando datos como estos y dar seguimiento a la situación, ya que nuevamente en mi personal opinión, China pudiera encontrar un aliado geopolítico.

  2. […] resultados tienden a ser producto, en parte, de la agenda de seguridad de los Estados Unidos con un énfasis […]

  3. Juan Germán dice:

    gracias por compendiar tantas mentiras en un solo artículo¡

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