Turquía: la emergente política exterior militarista

24 julio, 2020 • Artículos, Medio Oriente, Portada • Vistas: 5361

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Moisés Garduño García

Julio 2020

Después de la muerte de dictadores, como Saddam Hussein, Muamar el Gadafi y Hosni Mubarak, y del actual debilitamiento de otros personajes, como el propio Bashar al Assad, el mundo árabe exhibe un claro vacío de poder que varios actores regionales, como Arabia Saudita, Irán y Turquía, han querido llenar a su modo y conveniencia. Este vacío de poder implica una nueva crisis en el Medio Oriente que es perfectamente comparable con las crisis más grandes de la región en los últimos 50 años, tanto por la magnitud de sus causas políticas como de sus consecuencias geopolíticas; es decir, un contexto semejante a la crisis de 1967-1973 (que desembocó en la derrota del nasserismo), a la de 2001-2003 (que devino en la denominada guerra contra el terrorismo y la invasión y ocupación de Irak) o incluso a la crisis de 2011 de la cual emergieron las revueltas populares árabes que visibilizaron la precariedad económica y social en la que se encontraba la mayoría de los jóvenes en la región.

Pero si la mal llamada Primavera Árabe fue o no un prólogo de este turbulento 2020, lo que podemos decir es que con la emergencia del covid-19 y su impacto en la economía mundial, el contexto actual se ha visto canalizado por figuras como Recep Tayyip Erdogan, Mohammed bin Salmán y Alí Jamenei para fortalecer sus respectivos gobiernos en la esfera pública, social, cultural e informativa, anteponiendo una supuesta garantía de la salud pública, para impulsar sus propias agendas en el mundo árabe y agudizar la promoción de sus modelos nacionalistas para la región: el neo-jomeinismo iraní, el wahabismo saudí y el erdoganismo o neo-otomanismo turco, como imaginarios referenciales para un mundo árabe profundamente lastimado y atrapado entre el autoritarismo militante y el islamismo radical.

El ideal del erdoganismo que se proyecta al mundo árabe e islámico lo hace bajo la idea de “la nueva Turquía” lo cual implica fundamentos ideológicos de una influencia más marcada en Oriente.

Hoy no hay fuerza contrarrevolucionaria alguna en el Medio Oriente actual que no provenga de al menos uno de estos personajes. Erdogan, Bin Salman y Jamenei han hecho de su interacción y competencia estrategica en el mundo árabe que la guerra en tierra ajena (guerras por encargo o guerras subsidiarias) sea vista como un modus vivendi con al menos cuatro objetivos principales: 1) paliar sus constantes de crisis legitimidad interna usando el ámbito externo para cosechar prestigio y garantizar la integridad territorial del Estado; 2) reprimir la emergencia de fuertes y novedosos actos de contrapoder, antipoder y movilizaciones sociales que presentan importantes liderazgos por parte de mujeres, en resonancia con lo visto en Argelia, Irak, Líbano y Sudán; 3) centralizar el poder generalmente alrededor del círculo de un solo hombre, grupo o partido con lo cual se replica el clientelismo que les ha mantenido en ese lugar de enunciamiento, y 4) desviar la atención pública hacia el exterior para minimizar la crisis económica, el desempleo juvenil, el aumento de la pobreza y la incertidumbre generalizadas, promoviendo importantes intereses económicos de los complejos militares-industriales nacionales, particularmente aquellos que esperan reconstruir lo destruido en Irak, Yemen y, en el caso turco en Libia y el norte de Siria, generado una economía de guerra donde mueren miles de personas conforme el conflicto se aletarga.

El 2016 como punto de inflexión: la emergencia de una “nueva Turquía”

La conjunción de estos cuatro puntos pueden ayudar a interpretar lo que Turquía está haciendo en algunas partes del Medio Oriente, sobre todo después de 2016, año en el que Erdogan frustró un golpe de Estado en su contra, señalando a Fatullah Gülen (resguardado en Estados Unidos) como principal autor intelectual. Unos meses después, el mandatario turco canalizó aquel golpe fallido en un cambio del sistema político turco que se transformó de un sistema parlamentario a uno de corte presidencialista, todo mediante el referendo del 16 de abril de 2017 que colocó a Erdogan, teóricamente, en la posibilidad de permanecer en el poder hasta 2034, después de haberlo conquistado desde 2002.

El 2016 aceleró la visión geopolítica que Ankara mantiene hoy, sobre todo en el Mediterráneo. Después de ese año, Erdogan agudizó el despliegue de operaciones militares en el norte de Siria, realizó ejercicios de disuasión en el Mediterráneo (para reclamar derechos territoriales de algunas islas griegas cercanas al norte de Chipre, donde se presume la existencia de grandes yacimientos de gas) y comenzó la construcción de bases militares en lugares como Afganistán, Bashiqa, Catar, Somalia y Sudán, en un proceso que actualmente tiene a Ankara involucrada en dos intervenciones militares directas que comprometen su influencia mediterránea: su aventura militar en Libia y la destrucción del proyecto del confederalismo democrático en el norte de Siria.

Esta presencia militar intenta favorecer los intereses del complejo militar industrial turco. De hecho, el ideal del erdoganismo que se proyecta al mundo árabe e islámico lo hace bajo la idea de “la nueva Turquía” lo cual implica fundamentos ideológicos de una influencia más marcada en Oriente (particularmente en el mundo islámico), sin abandonar las relaciones pragmáticas y de conveniencia que tiene y seguirá manteniendo con Occidente (particularmente Europa y Estados Unidos por medio de la Organización del Tratado del Atlántico Norte). Esto también se conoce como Sonderweg turco, una idea que ve a Turquía como una potencia mundial en ascenso no como una meta, sino como un destino apelando a un nacionalismo nostlagico fundamentado en la gloria otomana que conquistó Constantinopla (hoy Estambul), con aspiraciones a convertirse en una figura referencial para los árabes y no árabes de la región.

De hecho, la conversión de la Catedral de Santa Sofía de museo a mezquita, por parte de Erdogan, es una evidencia para este argumento. Este movimiento es una muestra más de esta visión geopolítica que intenta terminar con un pasado secular basado en las acciones de Kemal Ataturk para buscar un nuevo liderazgo en el mundo islámico. Incluso, la fecha de reapertura de Hagia Sophia como mezquita también es simbólica, pues se planeó abrirla para el rezo de manera oficial el 24 de julio de 2020, una fecha que coincide con el aniversario del Tratado de Lausana de 1923, el cual proporcionó la base legal para la fundación de la República de Turquía que remplazó al entonces Imperio otomano. Simbólicamente, la conversión de Santa Sofía de museo a mezquita es una revancha contra la Turquía kemalista que vivió a las sombras de Occidente. Otra evidencia más para este argumento radica en el discurso en lengua árabe que publicó la presidencia de Erdogan, el cual incluye frases que el discurso en inglés omitió tales como: “El resurgimiento de Hagia Sophia (como mezquita) constituye una señal para la liberación de la mezquita del Al Aqsa” o como “el resurgimiento de Hagia Sofia constituye un saludo desde nuestro corazón a todas las ciudades que simbolizan nuestra civilización. Desde Bukhara hasta Andalucía”.

La política exerior militarista de Turquía en el norte de Siria

Esta visión neomesiánica es sumamente útil para comprender lo que Turquía está haciendo en Libia o el norte de Siria, escenario último que, sin exagerar, puede ser comparado a lo que Israel y Benjamín Netanyahu han hecho con la Franja de Gaza en los últimos 10 años. El norte de Siria se está convirtiendo en otra Gaza porque Turquía mantiene prácticas militares que incluyen violaciones de derechos humanos, transferencias de población y múltiples prácticas de reingeniería social y demográfica en la zona que corre de Manbij a Qamishli, donde se subraya la formación de zonas de control desconectadas entre sí, fuera del control del gobierno sirio, fragmentadas y a merced de la creciente influencia militar turca.

El sitio Middle East Report ubicó el 7 de julio de 2020 algunas prácticas demográficas, administrativas y militares que Turquía realiza en el norte de Siria, las cuales generan ganancias millonarias para los involucrados y que, al mismo tiempo, sirven para detener la autonomía kurda al oriente del río Éufrates y separarla de la frontera turca predominantemente kurda bajo un discurso que antepone la “necesidad de repatriar a los refugiados sirios que actualmente viven en Turquía” lo cual, de realizarse, constituiría una fuerte base social que equilibraría la fuerza politica en Siria en un futuro cercano.

Esta visión neomesiánica es sumamente útil para comprender lo que Turquía está haciendo en Libia o el norte de Siria que, sin exagerar, puede ser comparado a lo que Israel ha hecho con la Franja de Gaza en los últimos 10 años.

Lo anterior significa que Turquía controla todos los datos de reasentamiento demográfico en el norte de Siria, es decir, la manipulación del registro civil y de la identidad de las personas, construyendo hospitales, casas, escuelas y centros de ayuda humanitaria para quienes colaboren, y cárceles o centros de detención con prácticas de tortura para los disidentes. La evidencia de este argumento radica en el reporte de Human Right Watch sobre este tipo de prácticas contra civiles sirios por parte de Turquía en colaboración con el Ejército Libre Sirio desde 2019.

La extensión de la infraestructura educativa por medio de la Fundación Turca Maarif y las sucursales de las universidades de Harran y Gaziantep, el rediseño de la infraestructura de telecomunicaciones a partir de la Compañía Nacional de Correos y la Compañía Turca de Telecomunicaciones además de la presencia de la Agencia de Cooperación y Coordinación de Turquía, que es una agencia gubernamental clave en inversiones inmobiliarias dirigidas por el gobierno en Turquía, son solo ejemplos que Middle East Report menciona para visibilizar la estrategia turca en el norte de Siria.

Por lo tanto, un análisis adecuado de la política militarista turca actual debe considerar estas estrategias en el mismo grado que lo realizado por las fuerzas militares iraníes en el sur de Irak, lo hecho por las Fuerzas de Defensa Israelíes en la Franja de Gaza o las denigrantes acciones injerencistas saudíes en Yemen, todas las cuales han ido avanzando sin demora a pesar del covid-19 y de las preocupaciones económicas e incertidumbres sociales que se expanden al interior de cada una de estos países. En el caso turco, es necesario contrastar esta política militarista con una tasa de desempleo juvenil del 24%, con una cada vez más marcada centralización del poder y con otras cosas que están ocurriendo al interior de Turquía en términos de censura contra periodistas y académicos que han visto vulnerados su derecho de libertad de expresión, todo esto mientras el mundo entero se preoupa por lo que significará a corto plazo el término “nueva normalidad”.

MOISÉS GARDUÑO GARCÍA es doctor en Estudios Árabes e Islámicos Contemporáneos por la Universidad Autónoma de Madrid y maestro en Estudios de Asia y África con especialidad en el Medio Oriente por El Colegio de México. Es profesor de tiempo completo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) de México. En 2018 fue acreedor al reconocimiento Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en el área de docencia en Ciencias Sociales que otorga la UNAM, y actualmente es Coordinador del proyecto de investigación “Justicia social y sectarismo en el Medio Oriente del siglo XXI” en la UNAM, así como colaborador del proyecto “Representaciones del islam en el Mediterráneo local: cartografía e historia conceptuales” de la Agencia Estatal de Investigación de España. Sígalo en Twitter en @Moises_Garduno.

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