Trump y su apuesta por rescribir las asimetrías en la interdependencia

7 enero, 2019 • Artículos, Norteamérica, Portada • Vistas: 5323

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Matías Mongan

Enero 2019

El presidente Donald Trump pareciera abocado a poner fin al sistema de gobernanza creado por su país hace más de 8 décadas para dar lugar al nacimiento de un nuevo escenario caótico que beneficie a sus intereses y que permita que Estados Unidos siga manteniendo la hegemonía mundial a un menor costo. El Exministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, asegura que Trump considera que si no puede readecuar el sistema capitalista trasnacional acorde a sus intereses, de igual forma puede «demoler todos los convenios multilaterales actuales y comenzar de cero con un nuevo orden que se asemeje a una rueda, con Estados Unidos en el centro y todas las otras potencias a su alrededor. Todas ellas unidas por medio de una disposición de acuerdos bilaterales que le asegure a Estados Unidos ser siempre el socio más fuerte y así poder beneficiarse de la táctica de divide y vencerás».

Desde que llegó a la Casa Blanca, Trump actuó como una suerte de free rider que está intentando rescribir de forma unilateral las asimetrías en la interdependencia generadas por la globalización capitalista. Más allá de que esta estrategia está resultando exitosa desde el plano económico y comercial, lo más probable es que la intensificación de las disputas comerciales lleve a incrementar las tensiones en Occidente y dé pie a una posible escalada militarista con la principal potencia emergente: China, un país que ahora se ha convertido en el principal defensor de un sistema multilateral en crisis como consecuencia de los embates de Trump y los sectores populistas de derecha.

Prioridad a los intereses nativistas sobre los geopolíticos

Luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos edificó las bases de un orden mundial que combinó herramientas clásicas de poder con herramientas de gobernanza modernas que permitieron dotar de un mayor volumen político a su hegemonía. En contraposición a otras potencias hegemónicas que impulsaron liderazgos unilaterales y que recurrieron a alianzas acordes para mantener un balance de poder muchas veces inestable, Washington promovió una serie de regímenes internacionales con el fin de revestir de una mayor estabilidad a su predominio. También porque consideraba (producto quizás de la influencia liberal) que el ámbito multilateral era el espacio más eficaz para hacer frente a los complejos desafíos que enfrentaba por delante la sociedad internacional a raíz de los cambios generados por la modernidad capitalista.

A diferencia del realismo que instauró una visión cerrada del poder, el paradigma trasnacionalista promovió un enfoque más amplio y multidimensional del mismo. Según Robert Keohane y Joseph Nye (1977), el poder militar no era la única forma de dominación que existía en el sistema internacional, sino que también había otros mecanismos más intangibles que en ocasiones permitían alcanzar resultados igual de efectivos y a un menor costo político. «Cuando decimos que la interdependencia asimétrica puede ser una fuente de poder estamos pensando el poder como el control sobre los recursos o como el potencial para afectar los resultados. Un actor menos dependiente en una relación, a menudo, cuenta con un recurso político significativo, porque los cambios en la relación (que el actor puede iniciar o amenazar con ellos) serán menos costosos para ese actor que para sus socios. Sin embargo, esa ventaja no garantiza que los recursos políticos otorgados por asimetrías favorables llevarán a similares patrones de control sobre los resultados. La negociación política es el medio usual de traducir la potencialidad a los efectos y a menudo se pierde buena parte en la traducción.»

Más allá del perfil intervencionista o aislacionista de las distintas presidencias, Estados Unidos siempre se mostró dispuesto a ejercer su papel como garante sistémico de la estructura y no dudó en utilizar la coacción (ya sea diplomática o de otro tipo) para corregir el comportamiento de aquellos Estados díscolos que trasgredieran las reglas del andamiaje institucional  liberal. No obstante su poder estructural, es decir su capacidad para establecer el marco y las reglas bajo las cuales los actores desempeñan sus relaciones, a la potencia hegemónica paulatinamente se le hizo cada vez más difícil sacar provecho de las asimetrías en la interdependencia. Esto en gran parte se dio como consecuencia de que el sector financiero, como diría el expresidente dominicano Leonel Fernández, se convirtió en un «fin en sí mismo», ya que gracias a las desregulaciones neoliberales dejó de ser necesario que los inversores de capital se vinculen a emprendimientos productivos para cosechar niveles de riqueza inauditos. Esto a su vez hizo que sea cada vez más difícil regular las actividades trasnacionales, las cuales suelen llevarse adelante por fuera del alcance del Estado.

Las desigualdades sociales generadas por las políticas de libre comercio tras la crisis financiera de 2008, sumado al impacto de las prácticas laborales flexibilizadoras, como la deslocalización, contribuyeron a propagar el descontento social en Estados Unidos y promovieron una crisis de representatividad que fue capitalizada por Trump, quien utilizó un discurso polarizante que consolidó su papel de independiente y que le permitió contar con el respaldo electoral de los denominados «perdedores de la globalización». El empresario logró llegar a la Casa Blanca con un discurso económico altamente nacionalista y prometiendo corregir las reglas de un sistema de comercio «desleal» que reproduce desigualdades y que favorece el ascenso de actores hostiles al interés nacional estadounidense, como por ejemplo China.

Más allá de sus constantes embates hacia el multilateralismo, la originalidad del proyecto «trumpista» no radica en su aislacionismo sino en su fuerte impronta nativista, que se sintetiza en el eslogan de su gobierno «Estados Unidos primero».

Más allá de sus constantes embates hacia el multilateralismo, la originalidad del proyecto «trumpista» no radica en su aislacionismo sino en su fuerte impronta nativista, que se sintetiza en el eslogan de su gobierno «Estados Unidos primero». Esta tendencia queda claramente en evidencia en el capítulo 1 de la Agenda de Política Comercial de la Presidencia para 2017, realizada por la Oficina del Representante de Comercio de Estados Unidos, donde el gobierno dejó en claro su intención de abandonar el internacionalismo liberal para dar prioridad a los intereses de la población autóctona (los nativos) y así poner fin a un paradigma económico (el globalismo) que perjudica a la economía estadounidense y que privilegia a los capitales privados trasnacionales y a unos colectivos sociales minoritarios que no formarían parte de la identidad nacional. «Creemos que esos objetivos pueden ser mejor alcanzados si nos enfocamos en las negociaciones bilaterales en vez de las negociaciones multilaterales y en la renegociación y revisión de los acuerdos comerciales cuando nuestros objetivos no se estén cumpliendo. Finalmente rechazamos la idea de que Estados Unidos debe, para acceder a una supuesta ventaja geopolítica, pasar por alto las prácticas de comercio injusto que producen perjuicios a los trabajadores estadounidenses, agricultores, rancheros y empresas en los mercados globales», puntualiza el documento. .

Desde que Trump llegó al poder se mostró muy crítico hacia los acuerdos de libre comercio suscritos por sus antecesores. En este marco amenazó a sus socios comerciales para que accedan a revertir los patrones comerciales que resultaban deficitarios para su país, de lo contrario su gobierno estaba dispuesto a abandonar el multilateralismo y dar inicio a una guerra comercial de largo alcance que perjudicaría el sistema comercial en Occidente.

Para demostrar que su proyecto nativista y su decisión de defender a los trabajadores estadounidenses iba en serio, el Presidente anunció el 1 de junio de 2018 la puesta en vigor de aranceles del 25% al acero y del 10% al aluminio proveniente de la Unión Europea, Canadá y México. Con esta decisión el mandatario buscó anteponer los planteamientos estadounidenses en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Esta estrategia terminó resultando exitosa, ya que Washington no solo logró imponer en rasgos generales sus términos en el flamante Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) sino que también anunció que va a mantener los aranceles a pesar del acuerdo alcanzado.

Mientras profundiza la guerra arancelaria contra China y sus otrora aliados, Trump parece abocado a desarmar el sistema multilateral de comercio creado por su país hace más de 8 décadas atrás para librarse de toda atadura que le impida rescribir a su antojo las asimetrías en la interdependencia. En este contexto, la Organización Mundial del Comercio (OMC) se convirtió en un obstáculo que atenta contra la aplicación de las políticas económicas unilateralistas. La Casa Blanca acusa al organismo de ser incapaz de garantizar un sistema de comercio «justo» y de hacer que Beijing cumpla con las normas vinculantes, principalmente en lo referido a la propiedad intelectual y la competencia comercial desleal. «China es una gran potencia económica, pero es considerada como un país en desarrollo en el seno de la OMC. Por lo tanto, tiene enormes ventajas, especialmente respecto a Estados Unidos. ¿Alguien acaso piensa que esto es justo? Estamos mal representados. La OMC es injusta con Estados Unidos», exclamó Trump en su cuenta de Twitter.

Sus críticas se centran principalmente hacia el Órgano de Solución de Diferencias, al que acusa de perjudicar el interés nacional estadounidense debido a las constantes condenas emitidas en su contra (principalmente por denuncias de competencia desleal). Ante esta situación el mandatario decidió bloquear el nombramiento de nuevos jueces para fomentar la progresiva paralización del organismo. De los siete jueces que integran el tribunal encargado de dirimir las disputas comerciales actualmente solo hay cuatro puestos ocupados, siendo tres el mínimo necesario para poder llevar adelante la solución de los litigios. Esta difícil situación se puede tornar más crítica aún en los próximos meses cuando terminen el mandato de otros dos magistrados. «Creo que los miembros están estudiando soluciones alternativas sobre lo que se puede hacer y espero que se ponga en marcha un mecanismo que nos permita continuar con nuestro trabajo», afirmó el director general de la OMC Roberto Azevêdo.

Trump fundamenta su decisión de poner fin a los desequilibrios económicos haciendo hincapié en que esas asimetrías amenazan la seguridad nacional de su país. No es la primera vez que Estados Unidos utiliza argumentos de este tipo para justificar los brotes económicos proteccionistas que de manera cíclica se repiten en su historia. Así, por ejemplo, el gobierno de Richard Nixon utilizó un discurso de estas características para respaldar su decisión de poner fin en 1971 al patrón oro y para implementar una sobretasa del 10% a todos los bienes importados con el objetivo de mitigar el creciente déficit de la balanza de pagos con el extranjero. Una estrategia similar fue seguida por su par Ronald Reagan en la década de 1980, cuando logró que Japón decidiera plegarse en 1981 a un acuerdo de restricción voluntaria de exportaciones de automóviles. La iniciativa, que tuvo una duración de 3 años, apuntó a que la entrada de autos japoneses se amoldara a la demanda del mercado estadounidense. De esta forma, empresas como Honda, Nissan y Toyota, se vieron forzadas a disminuir su producción, o en su defecto a buscar nuevos mercados, para no profundizar el descontento social que existía en Detroit hacia la exigente competencia externa.

Trump fundamenta su decisión de poner fin a los desequilibrios económicos haciendo hincapié en que esas asimetrías amenazan la seguridad nacional de su país.

Pero el escenario económico actual es totalmente diferente al que existía hace 40 años atrás, lo que complota contra el intento de Trump de rescribir unilateralmente las asimetrías en la interdependencia. Durante la década de 1980, el comercio bilateral se caracterizaba por incluir mayoritariamente bienes finales, como pueden ser materias primas o automóviles, lo que posibilitaba que un actor más poderoso utilice sus herramientas de presión para manipular la interdependencia y así tratar de conseguir algún tipo de beneficio concreto. En contraposición, actualmente la mayoría de los productos comercializados son bienes intermedios, lo que hace más complicado poder alcanzar algún tipo de ganancia absoluta en un mundo totalmente interconectado e independiente.

A pesar de esta situación, el mandatario estadounidense parece empecinado en modificar el sistema económico internacional a fuerza de aranceles y guerras comerciales. Pero a diferencia de sus antecesores republicanos no lo hace desde dentro del sistema sino desde afuera, promoviendo un discurso polarizante que socava las bases del orden mundial creado por su propio país.

Pero ahora bien, ¿qué tipo de consecuencias puede producir este escenario caótico promovido por Trump y los demás populistas de derecha? La supresión de las reglas institucionales que durante décadas moldearon el comportamiento internacional de los Estados puede llevar a incrementar el nivel de conflicto, ya que estos no tendrían ningún impedimento para usar todos sus atributos de poder para alcanzar sus objetivos geopolíticos. Pero este escenario de suma cero también aumentaría de forma considerable los riesgos, advierten Keohane y Nye. «La eficaz manipulación de la interdependencia asimétrica dentro de un área no militar puede suscitar el riesgo de una contramedida militar. Así, por ejemplo, cuando Estados Unidos explotó la vulnerabilidad japonesa a un embargo económico entre 1940 y 1941, Japón contraatacó con el bombardeo a Pearl Harbor y Filipinas.»

Estos hechos luctuosos pueden volver a repetirse tranquilamente en un escenario como el actual, en donde los odios y los nacionalismos están cada vez más enraizados como consecuencia de los discursos de odio difundidos por los líderes populistas de derecha. En el plano internacional, China, el principal enemigo de Trump y el único país con las capacidades de poder suficientes para hacer frente al apetito imperialista del gobierno estadounidense, ya demostró que está dispuesto a entablar una guerra comercial de largo alcance para defender sus intereses económicos. Mientras intensifica sus quejas en la OMC para expresar su rechazo a las prácticas proteccionistas llevadas adelante por Estados Unidos, Beijing recientemente estrechó sus vínculos con Rusia y la Unión Europea para contener a Trump. Por otra parte, alertó sobre la necesidad refundar un sistema de comercio internacional en crisis como consecuencia de las políticas unilaterales impulsadas desde la Casa Blanca.

De esta forma pareciera que el mundo se adentra en una nueva Guerra Fría, por medio de la cual la potencia declinante (Estados Unidos) busca entorpecer el ascenso al poder mundial de la potencia ascendente (China). Pero a diferencia del pasado, cuando existían límites claros que promovían un nivel mínimo de certidumbre, el escenario actual es mucho más difuso e impredecible. La declinación estratégica de los regímenes internacionales y la forma de hacer política por parte de los populistas de derecha contribuyen a aumentar el nivel de inestabilidad a niveles que no se veían desde hace décadas. Trump ya demostró que no tiene ningún interés en seguir las reglas del sistema y que está dispuesto a usar todas las herramientas a su alcance -incluyendo la mentira y las prácticas políticas deshonestas- para doblegar al enemigo estratégico. Lo que complotaría contra la posibilidad de alcanzar normas claras que eviten que las dos potencias mundiales caigan en situaciones de conflicto o anarquía en el futuro próximo.

MATÍAS MONGAN es licenciado en Comunicación Social y maestro en Relaciones Internacionales por la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Ha trabajado en distintos medios periodísticos, tanto escritos como radiofónicos. Actualmente realiza doctorado en Derecho, Gobierno y Políticas Públicas en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Sígalo en Twitter en @matiasmonganm.

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