Pakistan: A Hard Country, Anatol Lieven, PublicAffairs

1 julio, 2011 • Reseñas • Vistas: 5777

cfr_logo L. Carl Brown

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Pakistan: A Hard Country, Anatol Lieven, PublicAffairs, 2011, 592 pp., US$35.00.
Deadly Embrace: Pakistan, America, and the Future of the Global Jihad, Bruce Riedel, Brookings Institution Press, 2011, 180 pp., US$24.95.

Lieven pone en tela de juicio la idea de que Pakistán es frágil al presentar con exquisito detalle cómo es que funcionan realmente las cosas, para bien o para mal, en ese «difícil país». Los partidos políticos de Pakistán, afirma, se entienden mejor en términos de sus diferentes raíces provinciales, y cada una de las cuatro principales provincias ofrece una cultura diferente. El Islam en Pakistán, por su parte, es mucho más que la división entre sunitas y chiitas, e implica múltiples movimientos antagónicos. Lieven dedica un capítulo entero a los militares pakistaníes y esboza sus raíces en el Raj británico (1858-1947). Todo esto contribuye a un Estado que ofrece servicios y gobierno limitados a la sociedad. En muchas zonas, las costumbres tribales o feudales constituyen la esencia de la gobernabilidad, y a lo largo de los 2 575 kilómetros de la Línea Durand que separa a Pakistán de Afganistán, la pretensión de una soberanía paquistaní encubre una auto-nomía regional de facto. En este sistema, se contrarrestará a los talibanes paquistaníes sólo en la medida en que crucen su poco poblada zona fronteriza. La yihad de los talibanes paquistaníes, provocada por la campaña estadounidense en Afganistán, sólo concluirá cuando se retiren las fuerzas occidentales del país. Después de eso, advierte Lieven, «no debe haber más guerras contra los Estados musulmanes en ninguna circunstancia».

Deadly Embrace, un libro mucho más breve, es en cierto sentido la principal fuente de información sobre la política estadounidense hacia Pakistán. Riedel, un veterano de la CIA, tuvo que posponer su jubilación cuando, a principios de 2009, el gobierno de Obama le pidió que presidiera un comité especial para revisar la política de Washington hacia Afganistán y Pakistán. Su conclusión es que en Pakistán podría darse un «Estado yihadista» y que se necesita una política estadounidense proactiva que impida este peligro. Así, el lector se encuentra ante el problema que presentan dos especialistas inteligentes y sus argumentos plausibles pero contradictorios: uno, que da prioridad a la retirada de Occidente; el otro, que propone lo que en los días del Raj británico hubiera sido definido como una política activista o «anticipada».

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