Orgullo, prejuicio y stamina

27 septiembre, 2016 • Norteamérica, Opinión, Portada • Vistas: 5092

El primer debate presidencial en Estados Unidos

AP/David Goldman

AP/David Goldman

Redacción FAL

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Las convenciones demócrata y republicana inauguraron oficialmente la justa electoral más importante para Estados Unidos. Después de unas primarias que dieron mucho de qué hablar, Donald Trump se alzó como el candidato del Partido Republicano a la presidencia, y Hillary Clinton por el Partido Demócrata. Dos candidatos en puntos distintos del espectro político. La campaña de Trump se ha caracterizado, más allá de los tantos comentarios discriminatorios, por apelar a aquellos ciudadanos disgustados con el establishment. Por su parte, el discurso de Clinton, más moderado, se ha basado en su extensa carrera política. El empresario exitoso contra la política consolidada. Este debate no escapo de estos puntos, dos proyectos que en ciertas instancias parecen ser contrarios.

El debate giró en torno a tres ejes: la prosperidad, la dirección del país y la seguridad. La Exsecretaria de Estado abrió la discusión centrada en el futuro que quieren los estadounidenses. Por su parte, Trump inició con, quizá, una de las preocupaciones más relevantes para una parte del electorado estadounidense: la fuga de trabajos a otros países -como México y China, aseguró el candidato-. «We are losing jobs» es uno de los slogans de los republicanos. Ciertamente, es difícil pensar que ha ciertos segmentos que carecen de un salario que alcance para vivir podrían pensar en los complejos temas de política exterior que se tocaron en el debate dignamente -esta parte del discurso no apela al color de la piel, sino a las necesidades materiales-.

De este primer punto, devino uno de las discusiones más clásicas entre demócratas y republicanos: ¿qué hacer con el esquema tributario? Trump propuso disminuir los impuestos a fin de atraer a las empresas y evitar que los trabajos se fuguen. Clinton argumentó que esto terminaría por beneficiar a los más ricos y que la verdadera clave no es evitar que los trabajos se vayan sino empezar a invertir en nuevas fuentes de empleo. Clinton también afirmó que disminuir las tasas impositivas para los ricos no era la solución y que las corporaciones debían pagar lo que les corresponde. Mientras avanzaba la contienda, el tema de los impuestos resultó ser una debilidad para el republicano.

El candidato republicano se mostró desencantado con los acuerdos comerciales de Estados Unidos. Incluso, aseguró que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) era el peor que había firmado el país. Alguien debería recordarle a Trump que fue negociado y firmado bajo un gobierno republicano, el de George H. W. Bush. Por su carrera, la candidata apoya algo que es de vital importancia para el sistema económico mundial y para la prosperidad estadounidense: «Estados Unidos necesita comerciar». Y es que Trump ha jugado una poderosa carta basada en que todo lo malo del país es consecuencia de la clase política a la que él no ha pertenecido, pero definitivamente con la que se ha codeado. Incluso, Clinton dio a entender que se le culpaba de todo lo que pasaba tras los continuos embates de Trump contra los 30 años de experiencia de la candidata.

AP Photo/Julio Cortez

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La política económica propuesta por Trump es la clásica de trickle-down economics. Los ricos, al final del día, y sus compañías terminarán por traer la prosperidad a Estados Unidos. La plataforma demócrata propone que esta estrategia ha resultado corta de miras y que es necesario lograr un crecimiento no solo sea fuerte, sino también justo y sostenible. Debe recordarse que Trump ha hablado del cambio climático como propaganda china en contra del crecimiento de la economía estadounidense.

Mientras el debate avanzaba, la demócrata se mostraba cada vez más segura y sonriente -quizá cercana a la arrogancia-. Mientras que Trump presentó una defensa lenta y poco efectiva. Claro, la sonrisa de Clinton se borró por unos instantes cuando surgió el tema de los tan famosos correos electrónicos mientras se discutía la declaración de impuestos del empresario. Sin embargo, aun de este ataque salió bien librada y supo acallar el tema con un simple «sí, fue un error». El republicano de personalidad histriónica se mostraba cada vez menos elocuente y recurrió a su estrategia típica de enlistar objetivos sin presentar propuestas claras. No es que esto no le haya resultado antes, a decir verdad ha sido bastante efectivo considerando sus puntos en las diversas encuestas.

Cuando se llegó al segundo segmento del debate, acerca de la dirección del país, se habló del tema racial. Quizá uno de los más relevantes para la política interna. La Exsenadora dijo que había que restaurar la confianza entre la policía y las comunidades. Clinton se refirió a las comunidades durante el resto del debate, a manera de apelar a la unidad básica de convivencia en el país. Un término que puede abarcar todo o nada, depende de cómo se le mire. Lo cierto es que hay un tema de raza importante que no se ha logrado superar en Estados Unidos. Trump habló de la ley y el orden y de la necesidad de preservarlo, revelando que entiende poco del tejido social y el trasfondo de la problemática. Aprovechó además, este punto, para hablar de como algunos de los criminales que poseían un arma podrían ser inmigrantes ilegales. Quizá esta haya sido la única mención a la migración, en un debate que no tocó temas relacionados con la reforma migratoria ni con la construcción del «muro».

Getty Images

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Lo cierto es que en estos temas los demócratas presentan una agenda reformista, mientras que el mismo Trump defendió traer de vuelta el orden, ¿acaso se ha perdido? Clinton entró en terreno pantanoso cuando habló de la necesidad que evitar que las armas lleguen a manos de quienes las usarán para hacer daño -una afrenta directa a la segunda enmienda-. Trump estuvo de acuerdo con la candidata demócrata cuando se argumentó que las armas no deberían ser permitidas para quienes estuvieran en la lista de restricciones para volar.

Al cerrar el tema racial, Trump acusó a Clinton de haber preparado el debate, como una clásica política. A lo que Clinton respondió con quizá la frase más significativa de la noche «I also prepared to be President». Ciertamente, lo que vende Clinton son los muchos años en importantes cargos públicos. Como toda persona en el mundo de lo público, no todo ha salido bien para Clinton y es algo que ha aprovechado Trump. Cuando llego el tema de la seguridad, la candidata fue atacada por dejar, durante sus funciones como Canciller, un vacío con la salida de las tropas estadounidenses de Irak que fue uno de los factores del surgimiento del pseudo Estado Islámico.

Por supuesto, en seguridad se trató el tema de los ataques cibernéticos. Tras los diferentes escándalos relacionados con estos en la Convención Nacional Demócrata, parecía un tema evidente que surgiría en el debate. Las acusaciones contra Trump eran obvias también. El candidato fue acusado de promover por medio de Twitter el ataque. Sin embargo, Trump no desaprovechó el momento para atacar a los demócratas pues las revelaciones del atentado demostraron una clara inclinación para apoyar a Clinton por encima de Bernie Sanders durante las primarias.

Cuando surgió el tema de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Trump defendió su ya sostenida postura de que Estados Unidos debería cobrar por sus servicios de defensa. Por su parte, en medio de la argumentación poco diplomática Clinton aprovechó para patentar su calidad como presidenciable. La candidata hizo un llamado a los aliados de Estados Unidos para asegurar que honraría los acuerdos de defensa.

¿Quién ganó? Difícil de decir, aunque las encuestas colocan a Clinton como la ganadora, cada candidato apeló a los electores que tienen asegurados en su plataforma. Clinton hizo un llamado a la clase media, mientras que Trump habló a los trabajadores que han perdido sus empleos en medio del éxito del comercio internacional, y a una clase que ha perdido la confianza en los políticos. Sin embargo, ninguno de los dos apeló directamente a los votantes independientes, especialmente a los jóvenes que podrían aportar el margen de ganancia. Ahora bien, ¿quién tiene el temperamento adecuado y la stamina adecuada para gobernar Estados Unidos? La respuesta pareciera más obvia.

MARIO RODRÍGUEZ HEREDIA es Editor Web de Foreign Affairs Latinoamérica. Sígalo en Twitter en @MarioRHeredia.

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