Carta del Director

Al cierre de esta edición, nos llega la noticia del devastador terremoto de Puerto Príncipe, en Haití. Naturaleza y pobreza son un binomio que no sólo colapsa edificios no preparados para resistir un temblor y deja en segundos la desolación y la muerte; colapsa también la débil construcción institucional y añade una mayor dificultad a la solución de la ayuda humanitaria, con el riesgo de que el desastre sea aún mayor. Los efectos de un terremoto se pueden superar con un Estado y con instituciones que funcionen. Sin ellos, ni la ayuda será efectiva ni habrá posibilidades de aprovechar económicamente este impulso.

La rápida reacción del gobierno de Obama, con los efectivos del ejército para garantizar la seguridad y la eficacia en la distribución de ayuda humanitaria, no se explica solamente por razones de proximidad. Un año de la administración de Obama ya permite y exige capacidad de reacción. La ayuda de la Unión Europea, en cambio, aunque importante, ha estado por detrás de la de Estados Unidos desde el punto de vista operativo. No es sólo la mayor lejanía geográfica. La Unión Europea, con su tradicional paso lento en la toma de decisiones, está en un momento de adaptación institucional que le ha complicado su capacidad de reacción. De hecho, la Unión Europea ha dejado la gestión de la crisis en manos de Estados Unidos. En el drama de Haití, Latinoamérica como región ha estado ausente, y salvo el apoyo de algunos países más próximos, entre los que destaca República Dominicana, los países más potentes no han sido capaces de contrabalancear con la rapidez necesaria lo que exigía el momento y lograr lo que sí pudo hacer Estados Unidos. Aunque el mundo en pocas semanas deje de prestar atención a Haití, y nuevos episodios, quién sabe dónde, ocupen los medios de comunicación, Latinoamérica debe mantener a Haití en su agenda. En la reconstrucción de Haití, con ayuda internacional, por supuesto, Latinoamérica debe ocupar el lugar que le corresponde.

Foreign Affairs Latinoamérica ha querido iniciar el primer número de 2010 con un balance del primer año de Obama hacia Latinoamérica con el ensayo de Peter Hakim: un balance requerido por la misma importancia del cambio de la Presidencia en Estados Unidos y, en particular, por el cambio de orientación que se esperaba. El decepcionante primer año de Obama en Latinoamérica, según apunta Hakim, ha tenido su contrapunto por las decisiones de intervención urgente para hacerle frente a la crisis en Haití. En 2009, el gobierno de Obama ha titubeado ante Latinoamérica, y en particular en la crisis de Honduras, sin duda debido a los retos del multilateralismo, como sugiere Hakim. Al cierre de la edición, parece que la crisis de Honduras ha encontrado una salida «electoral» con una restauración democrática. Con Honduras en el límite y Haití en la urgencia, el gobierno de Obama recupera en Centroamérica y en el Caribe su capacidad de liderazgo y de toma de decisiones en ausencia de otros actores, sean Naciones Unidas o la Unión Europea.

En este contexto, el artículo clásico está dedicado a la relación entre Estados Unidos y Latinoamérica en 1984. Es el momento en que inicia el segundo mandato de Ronald Reagan y se enfrenta una doble crisis: la de la deuda y la de los conflictos en Centroamérica. El análisis de William D. Rogers es de lectura obligada un cuarto de siglo después para adquirir una dosis de optimismo constructivo.

En este número también dedicamos especial atención a dos temas clave en Latinoamérica: la entrada en la globalización de las empresas latinoamericanas y la seguridad. El surgimiento de las multinacionales en Latinoamérica es tratado por Lourdes Casanova, autora del libro Global Latinas: Latin America’s Emerging Multinationals. El análisis del fenómeno de las empresas latinoamericanas con presencia global nos transmite una buena imagen de una economía regional emergente. Las principales empresas globales de México, de Brasil, de Perú y de Guatemala señalan una senda a seguir que requiere la complementariedad de instituciones sólidas, un acuerdo regional de libre comercio y un avance en la equidad.

El tema de la seguridad en Latinoamérica se trata desde distintas perspectivas. Athanasios Hristoulas se refiere a la Iniciativa Mérida, con sus pros y sus contras. La ventaja de esta Iniciativa es el reconocimiento de la responsabilidad compartida de México y Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico. Sin embargo, la Iniciativa tiene la debilidad de concentrarse en la distribución de la droga, descuidando la producción y el consumo. Por otro lado, Daniel Flemes y Detlef Nolte abordan la agenda de seguridad latinoamericana y advierten que la amenaza prioritaria a la seguridad regional, el crimen organizado, ha sido relegada a un segundo plano, mientras la cooperación regional en materia de defensa y seguridad se encuentra en riesgo. Sobre el mismo tema de la «guerra contra las drogas», Juan Gabriel Tokatlian explica el papel del Comando Sur de Estados Unidos y su lugar central en la estrategia estadounidense contra la droga en Latinoamérica.

De las demás contribuciones, destacamos una doble crónica interpretativa del golpe en Honduras escrita por José Cuesta. El conflicto de las papeleras del río Uruguay es considerado desde la perspectiva de la Resolución Alternativa de Disputas por Roberto Luchi y A. Ariel Llorente. El concepto de la Responsabilidad de Proteger, adoptado en 2005 en Naciones Unidas por los jefes de Estado, lo explica Heraldo Muñoz como un instrumento poderoso para impedir tragedias humanitarias.

En el ámbito económico, hay que señalar el artículo de Barry Eichengreen en el que explica por qué el dólar sigue siendo la divisa de referencia al no poder ser reemplazado por el euro, el yen, la libra, el renminbi o los derechos especiales del giro del Fondo Monetario Internacional. El artículo de Roger C. Altman advierte del riesgo de la reversión de la globalización y de la necesidad del liderazgo internacional de Obama para evitar un retroceso en la liberalización de los mercados.

Finalmente y en el cierre de la edición, no podemos dejar de mencionar la victoria de Sebastián Piñera en las elecciones presidenciales en Chile, la cual cierra la fórmula de concertación centro-izquierda que ha funcionado desde el restablecimiento de la democracia en Chile. Con la alternancia política de centro-derecha se ratifica su consolidación.

Jordi Bacaria Colom