Nicaragua: perpetuidad en suspenso 

18 mayo, 2018 • Artículos, Latinoamérica, Portada • Vistas: 8050

AFP-La FM

Edmundo Jarquín

Mayo 2018

En el primer trimestre de 2017 publiqué en Foreign Affairs Latinoamérica el artículo «Nicaragua ante la presidencia perpetua», en el que narro cómo el Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, había sido reelegido por 5 años más en noviembre de 2016. Y el caso de Nicaragua así lucía, a perpetuidad.

Lo era desde el punto de vista jurídico, pues Ortega, con base en los resultados electorales de 2011 (que le dieron una mayoría calificada en la Asamblea Nacional, como producto de unas elecciones con tal magnitud de irregularidades y de violencia gubernamental que, según la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea, los resultados «fue imposible verificar») había reformado la Constitución Política permitiendo la reelección indefinida y, con base en la misma reforma, había puesto a su esposa de Vicepresidenta para el período de 2017 a 2021, en un claro mensaje de establecimiento de una dinastía autoritaria familiar, como lo menciono en Régimen de Ortega. ¿Una nueva dictadura familiar en el continente?. El tema no era solamente de viabilidad jurídica. Abonaban en favor de la duración indefinida de Ortega otros factores de naturaleza política, económica y social, que se traducían en una aparente legitimidad política de un régimen de estabilidad autoritaria.

Al empezar su gobierno en enero de 2017, Ortega ofreció a los empresarios una suerte de alianza «público-privada», y así se constitucionalizó en la reforma mencionada, que permitió una política de diálogo y de consenso entre el gobierno y los gremios empresariales que convirtió a la Asamblea Nacional en una suerte de simple rubricadora legal de lo acordado entre gobierno y gremios. Aunque estos gremios tenían una agenda técnica-económica y otra institucional-democrática, la dinámica de la primera agenda fue postergando, hasta apagarse, a la segunda, en beneficio de la perpetuidad de Ortega. Mientras tanto el Presidente, con fondos de la privatizada cooperación petrolera venezolana (que en algunos años llegó a representar casi el 7% del PIB) avanzaba en la compra de medios de comunicación, en especial televisivos y radiales, impedía procesos electorales democráticos con fraudes e irregularidades en las elecciones, y reprimía con violencia los menguados focos de oposición que subsistían. La perfecta estabilidad represiva, se suponía, porque a la vez satisfacía dos preocupaciones de las prioridades de la política exterior de Estados Unidos: migración y lucha contra el narcotráfico.

Antes que el presidente estadounidense Donald Trump hablara de construir un muro entre México y su país, Ortega había establecido un muro militar casi infranqueable entre Costa Rica y Nicaragua para impedir la migración de cubanos, haitianos, sudamericanos y africanos hacia Estados Unidos. Así atendía una demanda del gobierno estadounidense, facilitada por el hecho de que el grueso de la emigración nicaragüense, tan importante como los países que están al norte de Centroamérica, es fundamentalmente hacia Costa Rica y Panamá (la emigración de Nicaragua hacia Estados Unidos es únicamente entre el 5% y el 10% de la de países como El Salvador, Guatemala y Honduras).

En Nicaragua ha quedado demostrado, una vez más, que la estabilidad autoritaria termina en represión masiva.

 

A su vez, durante la década de gobierno de Ortega, Nicaragua mantuvo y ligeramente elevó las tasas de crecimiento económico, que han sido las más altas de Centroamérica si se exceptúa a Panamá (entre 2006 y 2017 Costa Rica ha crecido a una tasa promedio del 3.9%; El Salvador, 1.6%; Guatemala, 3.4%; Honduras, 3.4%, y Nicaragua 4.2%.). Y mediante la generosa cooperación petrolera venezolana pudo mantener gastos sociales que no eran sostenibles en términos de la capacidad fiscal del gobierno.

Entendimiento corporativo con los gremios empresariales, control social del movimiento obrero y represivo de otros movimientos sociales, crecimiento económico y expansión del gasto social, y además nula competencia política por ausencia de elecciones democráticas, parecían sumarse en la fórmula perfecta de estabilidad autoritaria.

En un estudio de 2015 del Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP), coordinado por la Universidad de Vanderbilt, comentado por el profesor Kenneth Coleman de la Universidad de Michigan, señalaba que «entre los nicaragüenses, las preocupaciones económicas y la esperanza para la creación de empleos ha prevalecido sobre las preocupaciones de procedimientos democráticos». Y la Conferencia Episcopal Nicaragüense, en su reflexión pastoral con motivo de la temporada de cuaresma de 2018, indicaban que «es preocupante la indiferencia en que gran parte de nuestra sociedad ha caído frente a los graves problemas sociales y políticos del país». Y por si no fuese suficiente la perfección de la fórmula de estabilidad autoritaria que Ortega había alcanzado, su gobierno había logrado pasar desapercibido de la opinión pública internacional. Era un activo para Ortega, pues podía hacer lo que quisiera sin que el radar de la atención internacional lo registrara.

El izquierdista que una vez fue

Aparentemente, Ortega olvidó algunas lecciones de su viejo fervor revolucionario de inspiración marxista, que parece haber cedido en favor de su proyecto autoritario personal y familiar de poder por el poder, del poder por el dinero y de dinero por el poder. Durante 10 años, Ortega sufrió pocos retos reales a su poder. Escasas movilizaciones, que con frecuencia se encargaba de reprimir violentamente para asentar en la conciencia del pueblo el riesgo de salirse de la raya. Sin embargo, todo ha cambiado de un día para otro, y en la segunda quincena de abril de 2018 se ha configurado una verdadera sublevación popular desarmada, con masivas protestas de gente en las calles, derribamiento de los símbolos del poder orteguista, y sangrienta represión por las fuerzas paramilitares y de la propia policía. Una verdadera masacre, como ha sido reportada, de casi todos jóvenes y casi todos con balazos en la cabeza y en el tórax.

A pesar que Ortega hace mucho abandonó sus ideales izquierdistas, aunque no su retórica que sigue siendo, en general, del confuso «socialismo del siglo XXI», deberá estar recordando el análisis de Vladimir Lenin a quien se atribuye, en vísperas de la Revolución de Octubre, haber dicho que «hay décadas donde nada ocurre, y hay semanas donde ocurren décadas».

Mientras hace poco la salida de Ortega del poder parecía una propuesta quijotesca, ahora uno la encuentra en las portadas de todos los grandes periódicos y en los canales de televisión del mundo. Para entender cómo ha cambiado el escenario político en Nicaragua, valdría la pena citar a otro teórico y luchador marxista, que Ortega también parece haber olvidado. En 1930, cuando el movimiento comunista en China había sido abandonado por la Unión Soviética y sus fuerzas estaban diezmadas por los antiguos aliados en el movimiento nacionalista de Chiang Kai-Shek, Mao se refirió a un antiguo proverbio chino: «Una chispa puede incendiar la pradera». Exactamente eso fue lo que pasó en Nicaragua.

El imposible retorno a la estabilidad autoritaria

En Nicaragua ha quedado demostrado, una vez más, que la estabilidad autoritaria termina en represión masiva. Más temprano, o más tarde. Obviamente, aunque lo intente, Ortega no podrá ofrecer a Nicaragua la estabilidad autoritaria con crecimiento económico de la última década. El clima de inversión está gravemente herido.

Se juntaron todos los agravios del régimen orteguista, si se quiere micropolíticos, y estallaron en la macrodemanda política del fin de régimen. «¡Qué se vaya Ortega!», o «¡Elecciones anticipadas!», es lo que se grita en las calles.

Los estudiantes resentían el control mafioso de la progubernamental Unión Nacional de Estudiantes Nicaragüenses (UNEN), que sin su complacencia no podían acceder a becas. Los pobladores urbanos y rurales, que sin afiliarse al partido de gobierno no podían acceder al beneficio clientelista de los programas sociales. Los empresarios de todo tamaño, que sin acceso a los círculos del poder orteguista no podían gestionar casi ningún trámite, por pequeño que fuese, menos aún acceder a contratos o suministros gubernamentales. Y, bien importante, en el proceso de privatización familiar orteguista del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), se excluyó a numerosos militantes, porque dentro del sandinismo no cabía más identidad que ser orteguista.

Es difícil saber el desenlace de la crisis planteada pero, en todo caso, hay una Nicaragua antes de abril de 2018 y otra después de ese mes trágico. Independientemente del desenlace, la perpetuidad de Ortega en el poder está en suspenso.

EDMUNDO JARQUÍN es abogado y economista nicaragüense, especializado en políticas públicas. En 2006 fue candidato presidencial por el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), y en 2011, cuando la oposición se unificó contra la reelección del presidente Daniel Ortega (que bajo la misma Constitución estaba prohibido pues había sido Presidente en la década de 1980 y en el período que se inició en 2007), fue candidato a vicepresidente por la Alianza Partido Liberal Independiente (PLI). Es coordinar y coautor de El régimen de Ortega. ¿Una nueva dictadura familiar en el continente? Sígalo en Twitter en @mundoj1.

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6 Responses to Nicaragua: perpetuidad en suspenso 

  1. Que lastima está nota periodística, que para un internacionalista deja mucho que desear la parcialidad y oposición con la que argumenta esta persona, me extraña que la FAL este tomando referentes que han participado en elecciones de Nicaragua y no tanques de pensamiento como debe de ser.

  2. Arnoldo Toruño Toruño dice:

    Muy objetivo y acertado el articulo del Dr. Edmundo Jarquin.

  3. Arnoldo Toruño Toruño dice:

    Excelente el articulo del Dr. Edmundo Jarquin. Analiza con mucho tino la situacion nicaraguense

  4. Arnoldo Toruño Toruño dice:

    Excelente el articulo de Edmundo Jarquin. Es un analisis muy atinado de la situacion que vivimos los nicaraguenses

  5. Más que un análisis, es la posición de un Edmundo Jarquín que habría sido socio político de Daniel Ortega. Quisiera, un día, leer algo de un Edmundo Jarquín abstraído de resentimientos o desquites políticos. Mucho chamorrismo (otra familia dictatorial y con amargos recuerdos para Nicaragua) en su discurso. Ah, perdón! Él está emparentado con los Chamorro. Pero la cuestión es simple: hagamos análisis carentes de bilis.

  6. Angelica P. dice:

    Este sr. ex embajador sandinista, ex burócrata BID, disidente del sandinismo extremo y emparentado con el derechista diario La Prensa, trata de no maltratar al gran capital, encabezado por Pellas Chamorro, pariente de los dueños de La Prensa, quienes junto a otros capitales son los grandes sinverguenzas, ahora, por más de 11 años en sociedad con el régimen Ortega Murillo. No desde 2017 como lo trata de reflejar sin especificar que semejante barbaridad la ponen como ley de asociación público privada hasta 2017 pero para seguir depredando al país y sus ciudadanos por varios miles de millones de dólares.
    Esos son los que tienen, junto a su socio Ortega Murillo, hecho a nicaragua el pais más pobre del planeta y son los únicos responsables de lo que ahora sucede.
    Las mayorías ya no aceptan que estos desgraciados los traten como esclavos, gente inculta e inveciles.
    Sr Edmundo, la verdad os hará libres.

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