Mucho ruido, pocas nueces

22 febrero, 2018 • Artículos, PJ Comexi, Portada • Vistas: 5810

La política exterior neozelandesa en la era Ardern

Getty Images

Elena Curzio Vila

Febrero 2018

Una colaboración del Programa de Jóvenes del Comexi

El siglo XXI ha iniciado con una vorágine de cambios en paradigmas y dinámicas en el escenario internacional. El preocupante surgimiento de nacionalismos y populismos, incluso en los países que de manera más decidida han impulsado la globalización, debilita el espíritu de cooperación y desarrollo tejidos a duras penas por el gobierno de Barack Obama después de los excesos del unilateralismo de George W. Bush. En este contexto resulta imperativo para países como Nueva Zelanda afinar de forma calculada su política exterior pues su supervivencia depende en gran medida de ello. Se podría recrear aquella frase de «¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!» por algo cercano a «¡Pobre Nueva Zelanda, tan lejos de todo y tan cerca de nada!» para retratar la psyche neozelandesa, regida por la eterna consciencia de un colosal cuerpo de agua que separa por miles de kilómetros la civilización más cercana.

Los fuertes lazos que unen al Reino Unido con Nueva Zelanda marcaron en un pasado no muy distante su pauta de acción sobre la política exterior. En el marco de la Conferencia de San Francisco de la Organización de las Naciones Unidas en 1945 y en pleno auge de la descolonización, el entonces primer ministro Peter Fraser marcaba un hito al pronunciar su célebre frase: «La política exterior neozelandesa es y será independiente». Ese corte histórico da pie a una nueva narrativa que reivindica la autonomía de Nueva Zelanda en política exterior. Nunca declaró formalmente su independencia, pero sí su autogobierno en asuntos internos (aprobada en 1850 por la Ley Constitucional de Nueva Zelanda), más lo expresado por Fraser consolidaron la idea de Nueva Zelanda como actor internacional soberano. El encogimiento del imperio y, en particular, el ingreso del Reino Unido a la entonces Comunidad Económica Europea en 1973, transformó la relación comercial que hasta entonces existía entre los dos países. Nueva Zelanda inicia una intensa campaña de distanciamiento y diversificación económica y política.

A diferencia de México, que en el artículo 89 de su Constitución enumera los principios de política exterior, Nueva Zelanda no cuenta con un documento que enuncie sus propios principios rectores. Su cancillería diseña periódicamente un documento similar al Programa Sectorial de Relaciones Exteriores que enumera los objetivos estratégicos y traza líneas de acción de corto y mediano plazo. El instrumento procura relativa estabilidad doctrinaria ya que se apega a principios de idealismo pragmático inherentes a la tradición exterior neozelandesa de los últimos 50 años. El idealismo implícito en su tradición considera las grandes causas de la humanidad como la no proliferación nuclear, protección del medio ambiente y derechos humanos. El aspecto pragmático refleja la importancia que Nueva Zelanda da al comercio y al fortalecimiento de relaciones bilaterales con socios estratégicos.

La campaña de Ardern fue una de crítica al TPP por lo permisible de la compra de terrenos y propiedades en Nueva Zelanda para extranjeros (tema que tiene al país en vilo por la actual crisis inmobiliaria).

 

La estrategia en vigor actualmente, fue presentada al Parlamento por el anterior gobierno de Bill English. La estrategia destaca siete prioridades: protección al sistema mundial de reglas, crecimiento comercial, las regiones de Asia-Pacífico y Pacífico, medio ambiente, seguridad y desarrollo de capacidades de organización. Este documento establece líneas de trabajo de gran alcance, sin embargo, no permite tomar la temperatura de lo que constituirán las prioridades durante el gobierno de Jacinda Ardern, quien fungirá como primera ministra de 2017 a 2020.

Las elecciones de septiembre de 2017 no dieron a ningún partido la mayoría necesaria para formar gobierno. Winston Peters, líder del tercer partido político, Nueva Zelanda Primero, surge como kingmaker y forma coalición con los partidos Laborista y Verde, proyectando a Ardern, quien fue designada líder del Partido Laborista tan sólo dos meses antes de la elección, como la jefa de gobierno más joven del mundo con solo 37 años de edad. El gabinete es una amalgama de partidos en extremos opuestos del espectro político, pero este es, como todo, un juego de tronos.

Los hay que considerarán a Peters como la reencarnación del Conde de Warwick, pues funge de nueva cuenta como Ministro de Asuntos Exteriores, cartera que dirigió de 2005 a 2008 bajo el liderazgo de la primera ministra laborista Helen Clark. La diferencia estriba en que Clark lo nombró tras definir de manera clara e irrefutable sus prioridades en materia de política exterior, dejando poco espacio a la creatividad o a desplegar una gestión personalizada.

Con la ausencia de influencias considerables del partido laborista en materia de política exterior como Phil Goff o David Shearer, el bagaje de Peters no era desdeñable. Se tiene que recordar, además, que en Nueva Zelanda todos los ministros son parlamentarios, elegidos democráticamente y no se nombran arbitrariamente. Peters puede desempeñar un papel de bisagra en la relación con Estados Unidos, inconsistente desde la expulsión de Nueva Zelanda de la alianza de seguridad ANZUS (Australia, Estados Unidos y Nueva Zelanda.) en la década de 1980. La experiencia de Peters es clave en este contexto pues estableció una relación de gran cercanía con el gobierno de George W. Bush, que puede resultar valiosa para lidiar con un Washington que perdona, pero no olvida y que prefiere interlocutores más alineados con la visión del actual inquilino de 1600 Pennsylvania Avenue.

Sigue siendo un misterio a qué tipo de relación aspira Nueva Zelanda, pues elude temas espinosos, por ejemplo la cooperación en el marco de la alianza «five eyes», uno de los principales temas de interés para Estados Unidos. Esta es una alianza de cooperación de inteligencia entre Australia, Canadá, Estados Unidos, el Reino Unido y Nueva Zelanda, ampliamente criticada por evadir legislaciones nacionales sobre la vigilancia de sus ciudadanos. Además, no parece haber expectativas de avance en la posibilidad de negociar un tratado de libre comercio.

El contrapeso de Peters es David Parker, Ministro de Comercio, pues las carteras de relaciones exteriores y comercio se ejecutan en inexorable coordinación. Nueva Zelanda es, como México, un defensor acérrimo del libre comercio y su supervivencia depende en gran medida de ello. La red de acuerdos que ha amasado ha transformado sectores como el de lácteos en pioneros (Nueva Zelanda es el primer exportador de lácteos al mundo). Fue el primer país desarrollado en firmar un tratado de libre comercio con China en 2008 y actualmente los tiene con Australia, con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, P4 y la República de Corea, entre otros. Estuvo involucrada desde el origen del accidentado Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP) y está en negociaciones con la India y la Unión Europea.

La campaña de Ardern fue una de crítica al TPP por lo permisible de la compra de terrenos y propiedades en Nueva Zelanda para extranjeros (tema que tiene al país en vilo por la actual crisis inmobiliaria). En el marco del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC) que se llevó a cabo en Vietnam en 2017, Parker negoció la prohibición de este punto en el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP), suceso que ha creado malestar en Singapur, pero ha calmado las aguas en casa cumpliendo la promesa de campaña del partido laborista.

Es de esperar que Ardern no se desvíe del curso que sus predecesores han marcado: establecer nuevos canales de comercio, como el Partenariado Económico Comprehensivo Regional cuya conclusión tras más de veinte rondas no se avista en el futuro cercano; la firma del CPTPP y la negociación de un tratado de libre comercio con regiones como la Alianza del Pacífico. Peters anunció la reanudación de las negociaciones del tratado de libre comercio con Bielorrusia, Kazajistán y Rusia. La lógica tras esta decisión es un misterio y no hace más que alimentar la sensación de algunos observadores de que la triada Ardern, Parker, Peters ni tiene, ni marca un rumbo claro.

Debe continuar con la tradición laborista de asistencia y cooperación en el Pacífico Sur y con los esfuerzos para avanzar en temas prioritarios como el cambio climático. Existe cierta desconfianza del ministro Peters en el Pacífico Sur, por lo que el Foro de las Islas del Pacifico representa para Ardern importantes espacios en los que Nueva Zelanda podría (en tándem con su vecino al otro lado del mar de Tasmania) marcar su liderazgo y consolidar su hegemonía regional.

En lo que respecta a su relación con Australia, Nueva Zelanda se encuentra al inicio de lo que pueden ser 3 largos años. Las prioridades del Primer Ministro australiano distan mucho de las de Ardern. Aunque en lo personal fluya simpatía, el gobierno laborista puede encontrar resistencia en Canberra en temas de medio ambiente, seguridad e integración regional. Es esencial definir la agenda de trabajo para evitar que la relación se entibie más.

A poco de haber concluido sus primeros 100 días de gobierno, Ardern que en ámbitos de política interna ha sido directa y eficiente, sigue sin pronunciarse con claridad sobre sus prioridades en política exterior.

 

La participación de Ardern en APEC 2017 incluyó encuentros con el primer ministro Justin Trudeau, el presidente Enrique Peña Nieto y el primer tête à tête con el presidente Donald Trump. Estos constituyen más un acto de presentación, que un acercamiento a aliados estratégicos. Queda por determinar si Nueva Zelanda continuará estrechando relaciones con China, Japón y Singapur como hizo el Partido Nacional en la última década. Esto resulta determinante en vista de las nubes que amenazan con tormenta de inestabilidad a la región de Asia-Pacífico.

Uno de los estandartes de la política exterior neozelandesa es el presentarse como paladín del orden internacional. Esto más que atender temas de interés personal para Ardern, es un tema de interés nacional, pues Nueva Zelanda ha forjado su credibilidad en foros multilaterales defendiendo estos principios. Se trata de un reto titánico pues las organizaciones internacionales viven su momento de mayor deslegitimación.

Resulta paradójico que, siendo Nueva Zelanda un país que ha basado su desarrollo en su interacción con el mundo, el público kiwi (como el mexicano) manifieste poco interés en temas de política exterior. A poco de haber concluido sus primeros 100 días de gobierno, Ardern que en ámbitos de política interna ha sido directa y eficiente, sigue sin pronunciarse con claridad sobre sus prioridades en política exterior. Sin la exigencia del público, es poco probable que el gobierno sienta presión por definir objetivos. Es más factible que dé seguimiento y continuidad a políticas heredadas y contenga o maneje las crisis a medida que vayan sucediendo. Se presenta una coyuntura interesante en el trazo de la hoja de ruta, pero para ello alguien debe tomar la batuta y no parece que esto pueda acontecer sin impugnación al interior de un gabinete que es, a todas luces, la heterogeneidad en su máxima expresión.

ELENA CURZIO VILA es maestra en Geopolítica por el King’s College de Londres y en Seguridad Internacional por la Warwick University, del Reino Unido, y licenciada en Relaciones Internacionales y Política por la University of Essex. Es miembro del Servicio Exterior Mexicano. Se ha desempeñado como encargada de Asuntos de Cooperación en la Embajada de México en los Países Bajos. Actualmente es Cónsul en la Embajada de México en Nueva Zelanda. Sígala en Twitter en @elenacurzio.

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