Liderazgo político y democracia directa

8 febrero, 2019 • Artículos, Latinoamérica, Portada • Vistas: 12529

El México de Andrés Manuel López Obrador

La Verdad Noticias

 Nicola Morfini y Bernardo Sainz Martínez

Febrero 2019

El enorme éxito político de Andrés Manuel López Obrador suscita grandes expectativas sobre su sexenio. Durante su campaña, López Obrador anunció cambios profundos en el país. Su cruzada contra la corrupción no es más que una parte de un amplio discurso sobre un México diverso, más democrático, participativo y próspero. Sin embargo, ahora que es Presidente, diversos grupos se encuentran a la expectativa de ver sus propios intereses priorizados en la agenda del nuevo sexenio. La respuesta de López Obrador a estas presiones ha sido desvincularse de las responsabilidades y adoptar una forma anómala de liderazgo. A pesar de tener un gran capital político, López Obrador no toma posiciones precisas sobre ningún tema fundamental, desde asuntos económicos hasta dilemas éticos. Entonces, es necesario preguntarse a qué se debe este estilo de liderazgo.

Muchos consideran a López Obrador un líder casi todopoderoso, ya que su robusta victoria le otorga un amplio margen de maniobra. Pero, ¿es verdaderamente así? Aunque parezca una gran fortaleza, el tamaño de su victoria electoral podría representar al mismo tiempo su mayor debilidad. Su base electoral y parlamentaria es muy diversa y esto constituye un riesgo para la estabilidad de su gobierno, ya que cualquier decisión corre el riesgo de descontentar a una parte significativa de su coalición. Por lo tanto, la necesidad de mantener unidad en la coalición y el partido otorga a los grupos que apoyan a López Obrador un enorme poder de negociación, que se traduce en una oportunidad para el chantaje. Dado que López Obrador no podrá contentar a todos, ¿qué van a pedir a cambio los descontentos? Los grupos que no vean representados sus intereses podrían ejercer presión sobre el gobierno para obtener beneficios económicos para sus bases electorales. Estos beneficios podrían ir desde la implementación de programas de apoyo de tipo fiscal o redistributivo hasta formas de corrupción. Es muy improbable que su equipo económico implemente políticas económicas de tipo socialista. Por lo tanto, el costo necesario para el mantenimiento de la estabilidad de la base electoral del gobierno constituye el mayor riesgo de aumento del gasto público.

Otra alternativa consistiría en que los descontentos no pidieran dinero ni programas de apoyo, sino la cabeza de algunos secretarios o cargos cercanos al gabinete presidencial. Los descontentos podrían efectivamente pedir la sustitución de miembros del gobierno por elementos más afines a algunas minorías. Si esto pasara, López Obrador podría perder algunos de sus técnicos, lo cual sería un grave golpe para su reputación. La presencia de técnicos, sobre todo en el sector económico, ha sido el elemento tranquilizador que le ha permitido mantener el apoyo de las fuerzas moderadas del país y de los mercados internacionales.

A pesar de que López Obrador aún goza de altos niveles de aprobación y popularidad, su margen real de acción política y de liderazgo está restringido en gran medida por los límites estructurales de su coalición. Estos límites inevitablemente afectan su estilo de mando y podrían convertirse en un riesgo no solo para el gobierno sino también para la democracia mexicana. Las consultas populares son un instrumento útil para aliviar las posibles tensiones internas de la coalición. Sin embargo, su uso constante altera el proceso de representación democrática y de toma de decisión. López Obrador a menudo ha expresado su deseo de ser un «padre de la democracia». Pero, ¿a qué tipo de democracia se refiere?

El mayor reto para México es preservar y consolidar su democracia, ya que de esta depende la estabilidad social y las cuentas públicas del país.

El día después de que fracasara el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) en la consulta popular, López Obrador apareció en un video en el que afirma su intención de reformar la Constitución con el fin de quitar «todos los candados» para que las consultas populares sean aplicables a todos los ámbitos. Este tipo de declaraciones evidencian una posible involución de la democracia en México. Los límites a las consultas populares están presentes en todas las constituciones de las democracias representativas; es la ausencia de tales límites lo que representa una anomalía. Por ejemplo, ¿qué pasaría si el pueblo fuera llamado a pronunciarse sobre temas fiscales o de impuestos? Las democracias representativas, como la mexicana, se basan en la mediación de los políticos, los cuales deben tener márgenes para implementar políticas impopulares. Estas no son necesariamente malas políticas. Al revés, las políticas impopulares, en muchos casos, representan una dolorosa toma de responsabilidad para los líderes. Sin embargo, en una democracia directa basada en consultas sería imposible tomar tales decisiones. En este escenario, el líder tendría garantizada la eterna mayoría, ya que cualquier decisión tendría a más de la mitad de la base en su favor.

La consulta sobre el NAIM ha expuesto las contradicciones latentes en la práctica de la democracia directa. La ausencia de cuórum ha permitido a una pequeña minoría tomar una decisión estratégica. No hay que olvidar que los participantes en la consulta han sido poco más de un millón, sobre un total de casi 73 millones de votantes. Esto denota una paradoja: por un lado, se adoptan métodos de dictadura de la mayoría, mientras que por otro la mayoría no se encuentra efectivamente representada. A nivel filosófico, las consultas representan una diversión de lo que es la democracia moderna e inclusiva -cuyo objetivo es la tutela de la minoría- hacia una dictadura de la mayoría. Curiosamente, Jair Bolsonaro, el Presidente ultraderechista brasileño, se ha pronunciado en la misma dirección. «La democracia es la dictadura de la mayoría. Si no estás de acuerdo te pliegas o te vas», dijo Bolsonaro. López Obrador nunca se ha pronunciado de forma tan clara y radical sobre su idea de democracia; sin embargo, sus discursos sobre las consultas necesariamente implican un escenario similar al que proporciona Bolsonaro. El problema de este tipo de postura es que no denota una posición de derecha o de izquierda, sino una progresiva degradación de los valores democráticos en Latinoamérica.

Uno de los mayores problemas heredados a López Obrador por el sexenio de Enrique Peña Nieto es la caída en la credibilidad de las instituciones políticas mexicanas. Sin embargo, López Obrador no parece tener la intención de cambiar las cosas. En lugar de devolver credibilidad a la política y pedir honestidad y eficiencia a los funcionarios, el Presidente apunta a desmantelar el proceso democrático. Sus declaraciones en favor de la democracia directa representan una toma de posición muy clara, es decir, «el sistema político es corrupto por sí mismo y no hay manera de reformarlo: mejor derrumbarlo». Además, esto se revela coherente con el plan de «austeridad republicana» propuesto durante la campaña electoral. Ya que todos los burócratas son corruptos, es razonable pagarles menos. Lo anterior significa que, en lugar de formar políticos más responsables y productivos, simplemente se propone bajar la remuneración con el fin de igualarla a su bajo nivel de desempeño. Este puede ser uno de los mayores errores, ya que en su programa de gobierno no existe ninguna propuesta acerca del mejoramiento de la calidad de la función pública. En ningún momento López Obrador ha marcado como prioridad la necesidad de transparentar la cooptación de los representantes políticos dentro de los partidos, o de profesionalizar el servicio público. Todo apunta a que el nivel de la propuesta y de la producción legislativa de los políticos mexicanos no va a mejorar, sino que será sustituida por consultas populares, las cuales difícilmente representan un avance democrático.

En conclusión, la incertidumbre sobre la dirección del país en materias económicas y sociales aumenta considerablemente el riesgo político. La reacción de los mercados a la noticia de la cancelación del NAIM es una prueba de ello. No hay que equivocarse: la reacción de los mercados no se limita al mero proyecto aeroportuario, sino que fue también un juicio sobre el liderazgo y la nueva dinámica democrática mexicana.

El mayor reto para México es preservar y consolidar su democracia, ya que de esta depende la estabilidad social y las cuentas públicas del país. La insurgencia de problemas puramente políticos, como la irrupción de métodos ilimitados de consulta popular, pone en segundo plano a los problemas sustanciales del país como son la violencia, la corrupción endémica, la debilidad de las fuerzas de seguridad y una justicia ineficiente. Sin embargo, no es un error considerar estos temas como secundarios. No porque no sean relevantes, sino porque para enfrentarlos es necesario que el gobierno tenga la fuerza y los instrumentos necesarios para intervenir. Si no se resuelven antes los problemas de toma de decisión democrática, difícilmente se podrá resolver los problemas más profundos y sustanciales del país.

NICOLA MORFINI es profesor de la asignatura Entorno Político y Social en el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE). BERNARDO SAINZ MARTÍNEZ es asistente de investigación en la asignatura Entorno Político y Social en el IPADE. Las opiniones de los autores son personales y no representan la posición oficial del IPADE.

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