La voluntad pública y su papel en las elecciones presidenciales mexicanas

6 junio, 2018 • Artículos, Latinoamérica • Vistas: 6303

 Rebecca Marwege

Junio 2018

En julio de 2018, México podría enfrentar un cambio histórico, y no me refiero a la posibilidad de ganar el mundial de futbol por primera vez, sino al hecho de que un candidato de izquierda pueda ganar las elecciones presidenciales. Si bien se ha escrito mucho sobre las elecciones presidenciales mexicanas en términos del futuro desarrollo económico y político de México, dependiendo de quién gane las elecciones, mi principal interés radica en la noción de «voluntad pública», implícita en gran parte de los debates políticos y en los procesos electorales en general.

Pero, ¿qué es la voluntad pública? La respuesta fácil sería que la voluntad pública es lo que se expresa por medio de las elecciones democráticas. Sin embargo, en la práctica no es un concepto tan sencillo como parece. De hecho, existe toda una literatura académica sobre la compatibilidad de la voluntad pública, las elecciones y la democracia, llamada teoría de la elección social, y entre sus estudiosos hay tanto académicos pesimistas como optimistas.

Uno de los principales pesimistas es William H. Riker, que ha sido considerado como un «hombre que se da cada siglo» por su contribución al análisis teórico y la defensa de la democracia, así como por su desafío al populismo. Riker argumenta que los resultados democráticos no reflejan la voluntad pública, sino que son inconsistentes y representan el resultado de un sistema de votación específico. Este argumento se basa en los hallazgos del ganador del premio Nobel de Economía Kenneth Arrow, quien estableció el teorema que señala que «ningún método para conciliar juicios individuales puede satisfacer simultáneamente algunas condiciones razonables de equidad en el método y una condición de la lógica en el resultado», en los casos distintos de la mayoría de votación entre dos opciones.

En términos simples, esta paradoja significa que ningún método de votación puede estar libre de contradicciones internas y satisfacer las siguientes condiciones: 1) admisibilidad universal (todas las opciones se tienen en cuenta en el proceso electoral); 2) monotonicidad (si una opción perdedora se mueve más abajo en la lista de preferencias, no afecta la opción ganadora); 3) no imposición (ninguna opción está destinada a ser ganadora antes de que la elección haya tenido lugar); 4) unanimidad (si todos prefieren x sobre z, también el resultado electoral prefiere x sobre z y no al revés); 5) independencia de alternativas irrelevantes (la elección solo depende de las opciones dadas y no hay una tercera opción que afecte el orden de las dos primeras), y 6) no dictadura (no hay un solo votante que determine el resultado).

Si bien estas condiciones parecen complicadas, en realidad solo definen cómo debería diseñarse un sistema electoral legítimo, a fin de evitar resultados irracionales o no democráticos. Sin embargo, la paradoja es que si se satisfacen todas estas condiciones, el resultado puede ser irracional. Por lo tanto, una parte de los votantes puede preferir A sobre B sobre C, otra B sobre C sobre A y otra C sobre A sobre B. En este caso, no hay un ganador claro, pero se puede observar un ciclo en las preferencias.

Si se considera este aspecto en el sistema electoral mexicano, algunos votantes podrían preferir José Antonio Meade (J) sobre Ricardo Anaya (R) sobre Andrés Manuel López Obrador (A), algunos R sobre A sobre J y algunos A sobre J sobre R. Por lo tanto, puede haber igualmente muchos votantes (digamos 33%) que prefieren J sobre R, R sobre A y A sobre J. Por consiguiente, no se puede determinar un resultado racional, claro y democrático, a menos que el sistema de votación restrinja una de las condiciones mencionadas anteriormente.

En el contexto mexicano, la condición que se incumple es la unanimidad, ya que solo se toma en cuenta la elección principal de cualquier votante y se pierde el resto de la información sobre sus preferencias. Por lo tanto, puede ser que J sea elegido, con algunos votantes (por ejemplo 40%) que prefieren J sobre R sobre A, aunque la mayoría en total (60%) prefiere A sobre J. Este podría ser el caso si algunos votantes (por ejemplo 30%) expresan esta preferencia como R sobre A sobre J y otros (igual 30%) como A sobre J sobre R. Sin embargo, dado que el sistema de votación solo cuenta con la opción más preferida, el resultado ganador sería la mayoría de la primera opción más preferida, por lo tanto, J. Si el sistema tomara todas las preferencias en cuenta, A podría ganar, ya que una mayoría prefiere A sobre J. Alternativamente, podrían ocurrir ciclos, como se explicó anteriormente. Por lo tanto, el resultado de la elección depende del sistema de votación elegido, pero no «descubre» una voluntad pública fija.

Debido a este hecho, Riker argumenta que las elecciones solo sirven para despedir a los funcionarios electos del poder, en lugar de expresar la voluntad pública. En este contexto, enfatiza la importancia de las instituciones liberales, como las restricciones constitucionales, las legislaturas multicamerales, los partidos descentralizados, etcétera, que evitan la tiranía de «una oligarquía coercitiva [que] demanda hacer valer una voluntad popular imaginaria».

Riker y el populismo

Además, Riker ataca al populismo y considera que este afirma que «la gente, como entidad corporativa, quiere que sea política social» y declara que «[l]a gente es libre cuando sus deseos son ley». Por lo tanto, al asumir erróneamente la capacidad de poder representar la voluntad del pueblo por parte de los populistas, el liberalismo se transforma necesariamente en una «tiranía» de una oligarquía que reclama defender la voluntad popular. En consecuencia, las restricciones constitucionales se intentan abolir, socavando las instituciones liberales que impiden a los ejecutivos dictatoriales. Por lo tanto, para que se logre el populismo, las instituciones liberales deben ser destruidas. Por esta razón, Riker concluye que «el mantenimiento de la democracia requiere la minimización del riesgo en el populismo».

Estos argumentos son particularmente interesantes en el contexto de México, ya que López Obrador ha sido acusado repetidamente de seguir una agenda populista, con abundantes comparaciones con Venezuela (The Economist, 2018). Al observar el programa electoral del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), partido de López Obrador, también se puede detectar un claro énfasis en la voluntad pública. Por ejemplo, en la primera página, hay una exclamación: «Esta degradación no podrá frenarse y superarse, si el pueblo no se organiza para poder decir ¡basta! A quién movido por la ambición al dinero y al poder, mantiene secuestradas a las instituciones públicas, sin importarles el sufrimiento de la gente y el destino de la nación». Alternativamente, también en la primera página, dice que «Morena llama a cambiar este régimen […] para establecer […] un gobierno del pueblo y para el pueblo». Si se tienen en cuenta estas dos citas, se puede observar una dicotomía que se crea al referirse al público en oposición al régimen corrupto o la élite, independientemente de si esta acusación es precisa o no.

Por el contrario, la remisión al público es mucho menos explícita en los respectivos programas partidistas del Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Siguiendo a Riker, la referencia de Morena a la voluntad pública y su promesa de luchar por las instituciones electorales que sirven al público y aumentar la participación política pública por medio de referendos, iniciativas populares y otros, parece confirmar la afirmación de que es un partido populista. En este contexto, el argumento de Riker de que los partidos populistas tienden a abolir las instituciones democráticas para permitir el libre dominio de una voluntad pública utópica parece una señal de advertencia.

La incapacidad de los viejos partidos

Sin embargo, también hay académicos mucho más optimistas de la noción de la voluntad pública que critican a Riker. Dos de ellos son Jules Coleman y John Ferejohn que argumentan que Riker tiene que mostrar que el rango de ambigüedad por medio de una elección particular de un procedimiento de agregación es lo suficientemente considerable como para concluir que la voluntad general debe considerarse vacía. Por eso, argumentan que mientras el problema persiste cuál sistema electoral es más útil en indicar a la voluntad pública, el objetivo de definir qué método de votación se aproxima a una convicción compartida es más valioso que descartar por completo los resultados electorales. En este contexto, Joshua Cohen señala que la explicación de Riker solo muestra que una interpretación del populismo, concretamente el populismo procedimental, es incoherente, en contraste con el populismo epistémico que defiende los juicios de la mayoría como un indicador más que la encarnación de la voluntad general, reiterando la importancia de elegir un marco de votación confiable.

Si se tienen en cuenta estos enfoques, el énfasis de Morena en la voluntad pública también podría tomarse como un indicador de la incapacidad del PAN y del PRI para tener en cuenta la preocupación de este supuesto público, en lugar de una comprensión literal del público y su capacidad de agencia. Por lo tanto, incluso si la insistencia de López Obrador sobre la dicotomía entre el público frente al gobierno y sobre la capacidad de Morena para representar al público tiene que tomarse con un grano de sal, sus partidarios, que se identifican con este público, representan un indicador importante de la insatisfacción de una parte considerable del electorado. En consecuencia, el argumento de Riker permite una crítica fundamentada del reclamo a la representación del público por parte de Morena, mientras que los críticos de Riker también subrayan la necesidad de tomar en serio el discurso de López Obrador y evaluar el desempeño de los otros partidos y su reclamo de representación democrática.

Además, si se considera la paradoja de Arrow en el contexto de las elecciones mexicanas, reafirma la necesidad de no ver las elecciones como el único transmisor de la democracia, sino como un instrumento de la misma que puede necesitar ser ajustado y solo puede dar una indicación de la «voluntad del público». En este sentido, el objetivo de Morena de mejorar el desarrollo democrático de México por medio de una mayor participación ciudadana, bien puede ser legítimo, siempre que no vaya en contra de las instituciones democráticas establecidas.

Para concluir, es importante reiterar dos puntos fundamentales. Primero, si existe algo así como la voluntad pública, difícilmente se puede detectar de manera confiable por medio de las elecciones, pero las elecciones solo pueden proporcionar un resultado indicativo. Esto enfatiza la necesidad de reflexionar críticamente sobre la retórica política que establece una dicotomía entre el público y la élite, y afirma ser el único agente capaz de representar al público con la verdad. Segundo, la democracia debe ser más que elecciones. Como he establecido anteriormente, la democracia no es igual a la voluntad pública para las elecciones, es aún más importante fortalecer las instituciones democráticas que permiten a los ciudadanos participar en la política incluso después de las. Si se considera el contexto mexicano, esto significa que mientras Morena tiene algunos rasgos populistas innegables y estos deben ser evaluados críticamente, su preocupación por hacer que la democracia mexicana sea más accesible para el público en general es un reclamo legítimo e importante.

 

REBECCA MARWEGE es licenciada en Relaciones Internacionales por el King´s College London y maestra en Teoría Política por la London School of Economics. Además, es candidata a doctora en Ciencias Políticas por la Columbia University, New York. Consulte algunas de sus publicaciones en su sitio de academia.edu.

 

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One Response to La voluntad pública y su papel en las elecciones presidenciales mexicanas

  1. Lizeth Merino dice:

    Leo este artículo después de las elecciones y antes del inicio del sexenio del Próximo presidente (1ro de diciembre).
    Considero pertinente el análisis vertido en este artículo, en términos de las elecciones y la expresión de la «voluntad pública». En México, la voluntad pública que se manifestó en las elecciones fue favorable para MORENA. Por su puesto, que no se trata de la voluntad de todos los mexicanos, fue el resultado de un sistema electoral, de acuerdo con Riker y otros teóricos. No obstante, sí se puede notar (véase cualquier periódico nacional o local de México) que hay altas expectativas respecto a un cambio en el sistema donde la voluntad pública impere sobre la voluntad de los gobernantes corruptos (retomando la dicotomía que señala la autora). Tarea imperante que llevará más de un sexenio y que también requerirá de miradas críticas.

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