La interminable reconstrucción

1 enero, 2014 • Artículos, Latinoamérica, Portada, Sin categoría • Vistas: 3805

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Enero 2014

A la historia de dictaduras, golpes de Estado y miseria masiva, se sumó una nueva tragedia que golpeó a Haití al atardecer del 12 de enero de 2010. Mientras el sol se ponía sobre el mar Caribe, la capital haitiana de Puerto Príncipe fue sacudida durante más de un minuto por un devastador terremoto de tipo trepidatorio de 7,3 grados en la escala de Richter. Los daños fueron inmensos, esta fue una de las mayores catástrofes humanitarias de la historia. Este es el diagnóstico de un país que sobrevive en terapia intensiva.

A sólo 10 kilómetros de profundidad y con epicentro apenas 15 kilómetros, debido al terremoto  murieron más de 316.000 personas, al menos 350.000 fueron heridas, y más de 1,5 millones quedaron sin hogar. Casi cuatro años después, la ayuda humanitaria ha renovado la superficie y la vida sigue; pero la miseria se oculta detrás de ésta y la comunidad internacional se pregunta cuándo se acabará la trama de corrupción e ineficiencia que abate la ayuda mundial.

UNA COMUNIDAD INTERNACIONAL EN LA ENCRUCIJADA

«Les Champs-de-Mars» (Campos de Marte) es la plaza emblemática de Puerto Príncipe. Aquí se erigía, majestuoso y blanco como la nieve, el Palacio Presidencial haitiano, una réplica de la Casa Blanca de Washington. Casi cuatro años después del terremoto, atrás de la reja metálica, yace el terreno llano cubierto por césped, a la espera de que Francia cumpla la promesa de financiar su reconstrucción, mientras que alrededor, vallas de un llamativo color rojo anuncian los proyectos ya en ejecución: la Corte de Cuentas y el Ministerio de Economía, cortesía de la cooperación taiwanesa y de Petrocaribe. El Gobierno haitiano no pagó ni siquiera las placas con los nombres de las calles: fueron donaciones de la compañía irlandesa de teléfonos móviles, Digicel, aunque la frase Haiti ap vanse- Haití avanza-, se puede observar en pancartas desplegadas por el gobierno del presidente Michel Martelly, cuya mayor preocupación parece ser la restauración del Ejército. Éste fue proscrito en 1995 después de una larga historia de golpes de estado y dictaduras apoyados por empresarios y políticos de derecha, como los que apoyaron el mandato autoritario de Duvalier.

«Abajo Lamothe y Martelly, hipócritas», rezan grafittis contestatarios en varios muros de la ciudad (Laurent Lamothe es el Primer Ministro). Una amiga empresaria me comenta «Los grafiteros son afines al ex presidente izquierdista Jean-Bertrand Aristide», quien al igual que Jean-Claude Duvalier, alias «Baby Doc», ha vuelto al país después de la catástrofe , al percibir en ello una oportunidad política. Allí están los dos viejos lobos de mar, acechándose mutuamente y tirando de los hilos en lo secreto. Hubo algunos intentos de llevarlos a ambos ante la justicia por asesinatos, torturas y corrupción, pero no prosperaron, por lo que la comunidad internacional los vigila de cerca, preocupada por su potencial desestabilizador así como de las de las mafias ligadas al narcotráfico y al contrabando que los financian. En otras palabras, la normalidad parece haber vuelto a Haití, tan acostumbrado a las catástrofes, la corrupción, a las intrigas de una clase política decadente y a la intromisión externa.

PROGRESO VISIBLE Y MISERIA INVISIBLE

«Hubo progreso. El aeropuerto está reparado y luce más decente que antes, las calles y carreteras fueron asfaltadas, ampliadas y provistas de faroles solares», me explica el director de Radio Métropole, Richard Widmaier, quien por su trabajo ha padecido en carne propia el caótico tráfico previo al terremoto. Cierto, la infraestructura renovada da un aire de modernidad a Puerto Príncipe. Pero como siempre en Haití, el país del vudú, las primeras impresiones engañan y hay historias detrás que solamente conocen los iniciados.

Por ejemplo la de los faroles. Los paneles solares fueron una donación de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah). El gobierno haitiano debía aportar los postes y colocarlos según ciertas especificaciones en las calles más transitadas de la capital. El presupuesto se ejerció; pero los postes no tenían ni la altura ni el material requerido y fueron colocados a menor distancia de los originales, razón por la cual no fueron suficientes y se necesitó una segunda donación para cumplir con el plan original de iluminación. Peor le fue a los faroles de la terminal de autobuses de la ciudad de Léogane, donde unos pícaros, bastante ágiles, se robaron paneles y pilas recién colocadas. He visto algunos de estos paneles en casuchas de campesinos, lugares donde la población no tiene ni agua potable, ni servicio de drenaje, ni calles, ni electricidad, y los usan sobre todo para escuchar la radio.

También les «Champs-de-Mars» tienen una historia escondida: la historia de los invisibles. Después del temblor, la plaza fue convertida en un gigantesco campamento de damnificados de los barrios pobres aledaños. De repente, saltaron de la invisibilidad a la fama mundial. No hubo reportero ni voluntario, que no se parara allí para sacar una foto. Fue el campamento más mediático de todos, por el cual batallaban todas las ONG. El otro lugar emblemático, el campo de golf de Pétionville, estuvo a cargo del actor norteamericano Sean Penn, cuyas simpatías por los excluidos lo llevaron a Haití y lo convirtieron en experto en de ayuda humanitaria. Creó una Fundación (J/P HRO) y en una pequeña casa turquesa en las alturas mientras supervisaba el campo de golf, recibía a la prensa internacional y despotricaba contra la supuesta ineficiencia de la ayuda internacional. El actor se codeaba al mismo tiempo con los políticos haitianos, quienes vieron con creciente enojo e impotencia cómo se les escapaba el control del circo humanitario. Un año después, J/P HRO recibió el contrato para demoler los restos del Palacio Presidencial. Fue uno de los varios contratos que se adjudicaron los norteamericanos.

Según un reporte del buró del enviado especial de la ONU, Bill Clinton y Paul Farmer, («Lessons from Haiti»), entre los mayores contratistas extranjeros post-terremoto figuran dos norteamericanos (Chemonics, Development Alternatives, ambos consultores), un dominicano (Estrella), un francés (Alstom) y un español (Elsamex), todos contratistas de construcción y transporte. Además, el reporte destaca que 90 % de la ayuda recibida no pasó nunca por manos del gobierno haitiano, y 56% fue gastado en personal, coches, importación de materiales, alquileres, administración. «Fue un error, ya que de esa manera debilitamos las instituciones que deberíamos fortalecer y desarrollar», concluyeron los autores.

LA REPÚBLICA DE LAS ONG

El estremecedor reporte no es del agrado de los funcionarios de la ONU y se le busca en vano entre las múltiples revistas de auto-publicidad que se exhiben en la «logbase», una villa de contenedores al lado del aeropuerto internacional donde se encuentra la administración de la misión de las Naciones Unidas en este país (Minustah) desde que el terremoto destruyó el edificio que ocupaba anteriormente en el barrio de Bourdon. La primera misión de la ONU en Haití data de 1990 cuando se supervisó la organización de las primeras elecciones después del fin de la dictadura. Desde entonces, han seguido varias misiones con distintos enfoques: formar una policía nacional, apoyar el Estado de derecho, contribuir al desarrollo, asegurar el orden, etc. Miles de funcionarios internacionales que han intentado sacar adelante a ese país, cada tres años en promedio, son reubicados. Sophie de Caen es canadiense, lleva nueve meses en Haití y tiene todavía el brío optimista de los recién llegados. A la entrada de su austera oficina que le asignaron como directora en Haití del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se apilan ejemplares de un pequeño libro, cofinanciado por el PNUD y escrito por el famoso autor haitiano, Gary Victor. «Collier de débris». La obra cuenta la historia de cómo, en tiempo récord, los haitianos limpiaron su ciudad de diez millones de metros cúbicos de escombros. Miles de ellos recibieron durante meses un salario por ese trabajo; el programa fue un éxito que De Caen recuerda con emoción. Aún así, las cifras son poco alentadoras: apenas 2,5% de la ayuda se gastó en este tipo de programas que benefician directamente a la población más necesitada

«Ciertamente, hay críticas de que al gobierno haitiano no fue tomado en cuenta durante la repartición de la ayuda, pero hubo una razón», dice De Caen. «El gobierno no estaba operativo, 35.000 funcionarios habían muerto, casi todos los edificios oficiales estaban derrumbados.» Actualmente, eso ha cambiado y en su apreciación, el gobierno haitiano se hace cada vez más cargo de su propio desarrollo. Pero de nuevo, las cifras revelan otra correlación de fuerzas. El presupuesto para el siguiente ejercicio ronda los 3.200 millones de dólares. Entre 2010 y 2012, el gobierno haitiano gastó 2.600 millones de dólares en la reconstrucción y recibió 514 millones por parte de Petrocaribe; la ayuda internacional (multilateral, bilateral y privada) desembolsó 9 mil millones, además de 1.900 millones para la Minustah y 994 millones en condonación de deuda haitiana.

Por eso, llaman a Haití «la República de las ONG», algo que no le gusta a Martelly, quien ha puesto en marcha una campaña para aumentar la recaudación de impuestos, gravando las remesas y persiguiendo a evasores, y prepara también una ley sobre las ONG. Tal vez sea demasiado tarde. Los fondos se reducen progresivamente: «En 2010, tuvimos mil millones de dólares disponibles, el año pasado fueron apenas 60 millones», dice De Caen. Después de 20 años de ayuda, la comunidad internacional se está cansando por el poco progreso registrado (…).

Espera la segunda entrega de «La interminable reconstrucción» muy pronto.

SANDRA WEISS es politóloga  por el Institut d’Etudes Politiques de Paris y periodista. Trabajó en el servicio diplomático alemán, fue jefa de edición de la Agencia France Presse y llegó a América Latina en 1998. Residió en Uruguay, Venezuela, Chile, El Salvador, y desde 2008, en México. Escribe para Die Zeit, NZZ, Der Standard, colabora con laTV Deutsche Welle y el suplemento dominical de Milenio.

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