La inminente era del neoprogresismo en Latinoamérica

28 enero, 2016 • Artículos, Latinoamérica, Portada • Vistas: 11511

 

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avatarDefaultDaniel F. Wajner

Enero 2016

Un nuevo fenómeno político parece estar surgiendo en los últimos meses en Latinoamérica. El carácter «progresista» de los gobiernos que dominaron los 15 años posteriores a las crisis de la década de 1990 se encuentra en constante deterioro, lo cual se vislumbra en el marco programático de las nuevas coaliciones que ascienden al poder, así como de otras que ya están en él y que comienzan a acomodarse para los nuevos vientos que se avecinan. Múltiples académicos, analistas y periodistas coinciden en que efectivamente se trata del inicio de una nueva era. No obstante, aún no existe consenso a la hora de definir cuál es su esencia y hacia donde apunta.

Mientras unos aducen que reaparece en forma camuflada el paradigma neoliberal y neoconservador de la década de  1990, otros sostienen que no es más que un fenómeno delimitado y pasajero, previo a un retorno reforzado del proyecto neoprogresista y neodesarrollista de la década de 2000. Sin embargo, el nuevo rumbo político que se avecina en Latinoamérica no se caracteriza por un retorno al primer modelo neoliberal ni por una potencial estación intermedia rumbo hacia el segundo, sino por un nuevo modelo que se presenta tanto en términos discursivos como una alternativa sintética y superadora, al que daremos en llamar el «neoprogresismo».

Por un lado, los gobernantes neoprogresistas heredan las bases macroeconómicas del modelo neoliberal -expuestas en el Consenso de Washington- basadas en la desregularización financiera y cambiaria, en políticas de liberalización arancelaria, en la atracción y la protección de inversiones, así como en una mayor disciplina fiscal. Estas bases fueron relativamente conservadas por una parte sustancial de los gobiernos progresistas latinoamericanos, de modo que los neoprogresistas se preocuparán por reforzarlos gradualmente. Las más sustantivas herencias se hallan en países como Argentina, Bolivia, Nicaragua y Venezuela, donde el proyecto progresista echó raíces más profundamente vía nacionalizaciones, proteccionismo y control cambiario, por lo cual los neoprogresistas habrán de maniobrar desde el comienzo con mayor determinación.

Por otro lado, a dichos pilares económicos estos gobernantes añaden diversos pilares comunicacionales y operativos expuestos por el progresismo. En estos se enfatiza de modo más jovial, horizontal e interactivo a la hora de relacionarse con la ciudadanía e identificarse con ella en tanto beneficiaria de un desarrollismo proactivo, renovador y eficiente. Para esto se conforma una estructura mediática de alto impacto diario que demanda infinitos recursos y que ocupa un espacio central de la agenda gubernamental. En ese sentido, se explica la estrategia retórica del recientemente electo presidente argentino Mauricio Macri así como el exitoso posicionamiento de su partido desde 2003. De modo que este nuevo modelo, si bien se plantea como una reacción ante el que le precede, expone de facto continuidad en lo que respecta a absorber los elementos discursivos y políticos propios del neopopulismo progresista.

Sin embargo, los neoprogresistas están lejos de presentarse como una mera síntesis de los dos modelos anteriores. Más bien pretenden exhibir una alternativa superadora y esperanzadora. En ese sentido, el pragmatismo y la «desideologización» de los que se enorgullecen sus portadores adquieren un protagonismo estelar debido a la fatiga de la opinión pública con el espíritu de confrontación y refundación que caracterizó a la región en las últimas décadas. Su foco programático radica en estimular inversiones para gestionar reformas destinadas al bienestar general, dejando de lado -por lo pronto retóricamente- los anteriores bagajes ideológicos. Los neoprogresistas imitan, pues, la «tercera vía» o «tercera posición» aparecida en Europa fundamentalmente en la década de 1990, presentándose «más allá de izquierdas o derechas».

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La aparente ambigüedad de contenido doctrinario de las coaliciones neoprogresistas no sólo sintoniza bien con un público joven y altamente «posideologizado», sino que resulta funcional en términos de participación política porque permite la integración de sectores partidarios previamente antagónicos. Por ejemplo, Cambiemos, la coalición en el poder en Argentina, acoge a líderes de agrupaciones radicales y peronistas, así como allegados a la socialdemocracia y a viejas guardias derechistas. De modo similar, en la plataforma opositora de Venezuela, Mesa de Unidad Democrática (MUD), -que triunfó en las últimas elecciones legislativas- unifica sectores de todo el espectro del mapa político antichavista: desde socialdemócratas, progresistas y laboristas hasta centristas, liberales y democristianos.

En varias ocasiones, a ello se suma un liderazgo por parte de personalidades que adquirieron fama en ámbitos centrales de la esfera pública como deportes, televisión o negocios. Este es el caso de Horacio Cartes en Paraguay, Jimmy Morales en Guatemala y del propio Macri. Dicha ruptura con las dicotomías ideológicas y con los aparatos partidarios también se refleja en la composición de los ejecutivos neoprogresistas que optan por ministros de perfil tecnocrático con credenciales de gestión en áreas específicas. En definitiva, lo que en otra época solía entenderse como debilidad -la escasa consistencia ideológica, la falta de experiencia política y la juventud del liderazgo- es percibido hoy como ventaja para implementar, en sus palabras, «una nueva forma de hacer política».

Asimismo, en lo que respecta a las audiencias de apoyo, destaca el intento por dejar a un lado la retórica clasista que predominaban en modelos anteriores. Pese a que los neoprogresistas apelan a conquistar su caudal político en todos los sectores sociales, su posicionamiento comunicacional apunta ante todo a los niveles socioeconómicos medios de la población, en donde se han desarrollado las mayores disputas propagandísticas con el modelo anterior. Se trata de un público objetivo que presenció en la última década el fortalecimiento económico pero que se percibe lejano a las ganancias en relación a otras capas poblacionales. A esta población, los neoprogresistas dirigirán sus esfuerzos para consolidar la gobernabilidad por un período considerable.

La mayor prueba del comienzo de una nueva era la ofreció una ola de eventos que se desencadenó a finales de 2015: la llegada de Macri a la presidencia argentina, la contundente victoria de la MUV en las elecciones legislativas venezolanas tras 17 años de triunfos «bolivarianos», el inicio del juicio político a la Presidenta brasileña Dilma Rousseff que podría representar la caída del Partido de los Trabajadores (PT) y la victoria electoral de Jimmy Morales en Guatemala. Sin embargo, sus raíces pueden ser detectadas previamente, como demuestra la gestión en Paraguay desde la llegada a la presidencia de Horacio Cartes en abril de 2013 o el retorno al poder del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México, una opción intermedia entre el modelo neoliberal del Partido Acción Nacional (PAN) y el progresismo del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Es también posible identificar patrones neoprogresistas a partir de la decisión de Ollanta Humala, Presidente de Perú desde julio de 2011, de desprenderse del bando chavista al que inicialmente se le relacionaba y asumir un camino autónomo. Si bien es discutible, también es posible detectar la adopción de ciertas particularidades Neo-Pros en los segundos gobiernos de Tabaré Vásquez en Uruguay desde marzo de 2015 y de Michelle Bachelet en Chile desde marzo de 2014.

Independientemente de los escenarios particulares, los gobiernos progresistas tendrán por delante desafíos en común. Primeramente, deben lidiar con una coyuntura adversa para la región, más aún en aquellos países que deberán enfrentarse a profundos desajustes económicos con sus consecuentes efectos en términos sociales. Basta con ver en Brasil la reacción ciudadana a los síntomas de la recesión que progresivamente se consolida. En segundo lugar, deberán consolidar la gobernabilidad, lo que implica chocar y negociar con elites políticas previamente fortalecidas -como agrupaciones sindicales, grupos estudiantiles, burocracias estatales y políticos opositores- dispuestas a demostrar hostilidad y desestabilizar el orden público para recuperar el poder y los recursos perdidos. En países como Venezuela, la amenaza de quiebre institucional es aún mayor dada la disposición al choque desde el propio Estado. Prueba de esto es la reciente impugnación de ocho diputados del MUD que fue calificada de «golpe judicial».

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Un desafío adicional para las coaliciones neoprogresistas, carentes de aparatos partidarios consolidados, radicará en la capacidad para mantener su unidad interna a medida que surjan crisis, además de articular paralelamente un diálogo constructivo con la oposición que contenga la dicotomía y el espíritu de revanchismo. En ese sentido, se comprenden los esfuerzos del nuevo gobierno federal argentino en consagrar el flamante acuerdo con las provincias -muchas de ellas opositoras- y difundir la sonriente imagen de Macri con los 24 gobernadores, más aún después de sus primeros controvertidos «decretazos». Finalmente, para trasladar el modelo al ámbito regional y consolidar una impronta en su inserción internacional, los gobiernos neoprogresistas deberán emprender procesos de integración regional e interregional que logren volver a entusiasmar a las elites intelectuales, así como convencer a Estados Unidos y a la Unión Europea de retomar la apertura mutua en una coyuntura de fuertes amenazas locales y globales.

Todo parece indicar que la era del neoprogresismo está tomando fuerza en Latinoamérica. No obstante, como solía decir el intelectual francés Jacques Benigne Bossuet, «la política es un acto de equilibrio entre la gente que quiere entrar y aquellos que no quieren salir». Para pronosticar sobre su capacidad de reacción ante futuros contendientes, su grado de efectividad gubernamental y su consecuente duración en el poder, es aún temprano.

DANIEL F. WAJNER es  investigador y doctorando en el Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Hebrea de Jerusalem. Sus investigaciones abarcan los campos temáticos de legitimidad internacional, integración regional y resolución de conflictos, así como las relaciones políticas de Latinoamérica y el Medio Oriente. Contacte al autor en el correo electrónico daniel.wajner@mail.huji.ac.il.

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3 Responses to La inminente era del neoprogresismo en Latinoamérica

  1. […] ese cambio, de ocurrir? ¿Qué profundas serían las bases socioculturales de ese cambio? Daniel F. Wajner en Foreign Affairs en Español afirmó: “Un nuevo fenómeno político parece estar surgiendo en los últimos meses en […]

  2. José Antonio Ardila dice:

    Interesante análisis de la realidad que muchos «politólogos» no ven o no quieren ver. Lo expuesto sobre los países mencionados es general para el resto de los del continente.
    El factor «desideopolitizador» ha sido factor fundamental en la retórica y política de los neoprogres para absorber votantes.
    Gracias por tan brillante exposición.

  3. Aura Vivas dice:

    …Lamentablemente, los «gobiernos progresistas» no fueron nada progresistas…se disfrazaron de progresistas, echaron cuentos, dijeron mentiras, hicieron promesas y el pueblo viviendo de la ilusión, comiendo cable y muriéndose de mengüa….en Venezuela los robolucionarios viven en y de la propaganda, en una torre de márfil pintada de rojo con la sangre de todas las víctimas del hampa que la robolución usó y usa para controlar al pueblo, tenerlo asustado…pero el hampa se les fue de las manos., ni ellos mismos pueden controlarla ahora…Los robolucionarios solo sirvieron para dividir al país y así poder saquearlo…perdieron la oportunidad de realmente servir al país y a su pueblo, de levantar el nivel de vida, moral y educación del pueblo…..por sus frutos los conoceréis….Que dolor, que dolor, que pena…

Responder a LATINOAMÉRICA : Llegan los neoprogresistas, ¿se van los populistas? » Noticias del jardin Cancelar la respuesta

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