La diplomacia de los pequeños pasos

6 diciembre, 2017 • Artículos, Asuntos globales, Del Archivo, Portada • Vistas: 8574

Andrés Beltramo Álvarez

Diciembre 2017

Material original de Foreign Affairs Latinoamérica Volumen 17 Número 3

 

El trabajo del embajador es un trabajo de pequeños pasos,

de pequeñas cosas pero que acaban siempre por hacer la paz, acercar

los corazones de los pueblos, sembrar la hermandad.

Papa Francisco

El Vaticano, 17 de diciembre de 2014

 

FAL

Aquella mañana, Francisco se veía especialmente contento. Entusiasmado. Llegó con una evidente sonrisa a la Sala Clementina del Palacio Apostólico del Vaticano. Allí, bajo los abrumadores frescos del siglo XVI, plasmados con maestría por Cherubino Alberti y Baldassare Croce, acuñó una simbólica frase: habló por primera vez de la «diplomacia de los pequeños pasos».

Era jueves. Una mañana fresca, pero con intensos rayos solares que encandilaban los patinados sampietrini, los plomizos adoquines de la Plaza de San Pedro. La alegría del pontífice no se debía a su cumpleaños 78, que había pasado la víspera con algunos pobres de Roma. Su emoción procedía de un regalo recibido, simultáneamente, desde La Habana y Washington. Aquel 17 de diciembre de 2014, los presidentes Raúl Castro y Barack Obama habían anunciado al mundo el histórico «deshielo» entre ambos países. Un acontecimiento en el cual Jorge Mario Bergoglio cumplió un papel destacado.

Al día siguiente, la presentación de las cartas credenciales de los embajadores  de Bahamas, Bangladesh, Catar, Dinamarca, Dominica, Finlandia, Malasia, Mali, Mongolia, Nueva Zelanda, Ruanda, Tanzania y Togo ante la Santa Sede le dieron la oportunidad de hablar sobre aquel anuncio. «Hoy todos estamos contentos porque hemos visto cómo dos pueblos que se habían alejado hace tantos años, ayer han dado  un paso para acercarse. Esto ha sido posible gracias a los embajadores y a la diplomacia. Es un trabajo noble el de ustedes, muy noble», señaló el líder católico, en su italiano teñido de argentinidad.

Aquellas palabras no estaban previstas. Desde que asumió el papado, Bergoglio eliminó los discursos con motivo de la toma de cartas credenciales de los nuevos embajadores en el Vaticano. Prefirió privilegiar las conversaciones personales, íntimas. Pero en esa ocasión quiso hablar, tras ser señalado como el artífice del más importante acierto de la diplomacia vaticana en los últimos años. El más importante, pero no el único. Mucho menos rimbombante, pero igual de histórico, fue el acuerdo que acabó con una sangrienta guerra civil en la República Centroafricana, y que coincidió con el viaje apostólico de Francisco en noviembre de 2015.

La presencia del Papa ha sido fundamental en no pocas latitudes. Presionó enérgicamente para evitar la invasión militar de Estados Unidos a Siria en septiembre de 2013. Logró convocar a los Presidentes de Israel y Palestina a una significativa jornada de oración en el Vaticano. Concretó el anhelado abrazo con el líder ortodoxo ruso, el patriarca de Moscú Cirilo. Restableció las fracturadas relaciones entre la Iglesia católica y la Universidad Al-Azhar de El Cairo, cuyo imán es considerado el máximo referente de la comunidad islámica sunita en el mundo.

Apostó con decisión a la paz en Colombia. Fue aplaudido por republicanos y demócratas en su apoteósica visita al Congreso estadounidense. Ovacionado en los más representativos foros internacionales de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York hasta las instituciones europeas en Estrasburgo. Logró abrir canales de comunicación con China para propiciar un diálogo creativo y dinámico.

Empero, no todos han sido logros para la diplomacia de Francisco. Su abierta simpatía por el presidente ruso Vladimir Putin le granjeó molestias (y protestas acaloradas) entre los cristianos orientales de Ucrania. Una parte de los colombianos, incluso muchos católicos, aún no le perdonan su apuesta por el «sí» en el referendo sobre el acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), promovido por el presidente Juan Manuel Santos. El aval para una mesa de diálogo entre el oficialismo y la oposición en Venezuela no ha brindado frutos, y en cambio ha dejado la impresión de que el presidente Nicolás Maduro lo usó para perpetuarse en el poder. Y su propuesta sobre reabrir un diálogo entre Bolivia y Chile, por el histórico reclamo boliviano de tener una salida al mar, cayó en saco roto.

Jugador activo

Más allá de las iniciativas fallidas, hay un consenso en que Jorge Mario Bergoglio es un papa de acción. Ha demostrado su voluntad de ser un jugador activo en el tablero mundial, y ha decidido sentar una posición e intervenir allí donde considera que su palabra puede marcar una diferencia. Además cuenta con una ventaja importante: su poder no es político, sino que deriva, en parte, de su investidura espiritual, pero esta reforzado por un gran apoyo popular y una simpatía de todo el mundo.

Con todo, el deshielo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos significó mucho más que la consagración del carisma de Francisco. En realidad, fue la certificación de un nuevo modelo que podría cambiar para siempre los resortes, ya desvencijados, que sostienen un fragmentado equilibrio en las relaciones internacionales. A 25 años del derrumbe del muro de Berlín y la caída del sistema bipolar producto de la Guerra Fría, el mundo todavía busca unas coordenadas compartidas que permitan superar la amenaza de los nuevos fundamentalismos y el terror mundial.

El pontífice argentino se ha convertido en una alternativa seria en un contexto cargado de incertidumbre e inestabilidad. Una opción viable, capaz de modificar sensiblemente el gran tablero mundial. Su peculiar estilo de liderazgo ha obligado a los grandes poderes trasnacionales a mirar hacia la Plaza de San Pedro y medirse con el que allí despacha. En el Vaticano habita un hombre que puede dirimir conflictos y marcar tendencias mundiales. A pesar de sus errores personales y las limitaciones de su puesto, tiene la autoridad moral para impulsar una propuesta a contrapelo de los parámetros del poder sostenidos por la sociedad actual. Su persona y su mensaje rompen de lleno con las modernas coordenadas del éxito, tanto en la política como en las finanzas. Ni poder económico, ni poder militar, ni poder financiero ni poder industrial. «El verdadero poder es el servicio», lo resume.

Más allá de las iniciativas fallidas, hay un consenso: Jorge Mario Bergoglio es un papa de acción.

No se trata solo de enarbolar la bandera de la rebeldía ni de presentarse como un «globalifóbico». Francisco ha manifestado claramente su deseo de cambiar una desigualdad hija del viejo esquema colonial en que unos ganan y otros pierden, insostenible en las relaciones contemporáneas entre los países. Ya en 2002 había esbozado su proyecto, en una reflexión dirigida a las comunidades educativas de la Arquidiócesis de Buenos Aires, basada en una lectura personal del poema épico argentino El gaucho Martín Fierro.

Un verdadero crecimiento en la conciencia de la humanidad no puede fundarse en otra cosa que en la práctica del diálogo y el amor. Diálogo y amor se suponen en el reconocimiento del otro como otro, la aceptación de la diversidad. Solo así puede fundarse el valor de la comunidad: no pretendiendo que el otro se subordine a mis criterios y prioridades, no «absorbiendo» al otro, sino reconociendo como valioso lo que el otro es, y celebrando esa diversidad que nos enriquece a todos. Lo contrario es mero narcicismo, imperialismo, pura necedad.

Y abundó:

Esto también debe leerse en la dirección inversa: ¿Cómo puedo dialogar?, ¿cómo puedo amar?, ¿cómo puedo construir algo común si dejo diluirse, perderse, desaparecer lo que hubiera sido mi aporte? La globalización como imposición unidireccional y uniformadora de valores, prácticas y mercancías va de la mano de la integración entendida como imitación y subordinación cultural, intelectual y espiritual. Entonces, ni profetas del aislamiento, ermitaños localistas en un mundo global, ni descerebrados y miméticos pasajeros del furgón de cola, admirando los fuegos artificiales del mundo (de los otros), con la boca abierta y aplausos programados. Los pueblos, al integrarse al diálogo global, aportan los valores de su cultura y han de defenderlos de toda absorción desmedida o «síntesis de laboratorio» que los diluya en «lo común», «lo global». Y -al aportar esos valores- reciben de otros pueblos, con el mismo respeto y dignidad, las culturas que le son propias.

José María del Corral, viejo amigo y cercano colaborador del Papa, me aclaró una vez: «Si seguimos haciendo lo mismo de siempre, nunca obtendremos resultados distintos». Una frase aplicable también al concierto internacional de las naciones. Un pensamiento que comparte el vicario de Cristo. Ahora, a la cabeza de la catolicidad, se siente en la obligación de lanzar al mundo un desafío y, para ilustrarlo, usó dos figuras geométricas: la esfera y el poliedro.

La humanidad está en la encrucijada de elegir entre estos dos modelos contrapuestos, como explicó Francisco en un mensaje de video enviado al Tercer Festival Italiano de Doctrina Social de la Iglesia en Verona, en noviembre de 2013:

La esfera puede representar la homologación, como una especie de globalización uniforme: Es lisa, sin facetas, igual a sí misma en todas sus partes. El poliedro tiene una forma semejante a la esfera, pero está compuesta por muchas caras. Me gusta imaginar a la humanidad como un poliedro, en el que las múltiples formas, expresándose, constituyen los elementos que componen, en la pluralidad, la única familia humana.

Mientras que en la esfera todos los puntos de la superficie están a la misma distancia del centro, en el poliedro la distancia varía en cada cara; es decir, en el poliedro no todas las partes deben ser iguales por fuerza. Es más, la forma misma depende de la diversidad. Pese a estas diferencias, juntas las partes forman un todo. Esa es, para el pontífice, la «auténtica globalización». No excluye, sino que integra. En la esfera, en la «globalización homologante», conceptos como la solidaridad son considerados una «palabrota» y aquellos sectores sociales «que no responden a la lógica productiva» (niños, jóvenes, discapacitados y ancianos) son tratados como residuos de la sociedad. Material de descarte. «Sacrificables», según la lógica salvaje del mercado. Como si el derecho de ciudadanía de los habitantes del mundo contemporáneo estuviese establecido no en la igualdad basada en la dignidad humana, sino en su poder adquisitivo. En la capacidad de sus carteras.

Realismo social

A diferencia de lo que pudiera pensarse, la reflexión del Papa en este campo es todo menos simplista. Parte de un descarnado realismo social. Él mismo lo ha proclamado: La realidad es superior a la idea. Y ha advertido lo peligroso que es vivir en el mundo de las ideas, desconectados de esa realidad o, peor, ignorando algunas de sus partes.

En su exhortación apostólica Evangelii gaudium escribió: «Hay políticos -e incluso dirigentes religiosos- que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan lógicas y claras. Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica. Otros olvidaron la sencillez e importaron desde fuera una racionalidad ajena a la gente».

De ese realismo surge la opción de los «pequeños pasos». Como si el Papa estuviese seguro de que un gesto, un detalle o una palabra en la intimidad pudiesen llegar allí donde la diplomacia convencional encuentra límites.

Federico Lombardi, sacerdote jesuita y Exdirector de la Oficina de Prensa del Vaticano, me lo explicó en una entrevista: «La diplomacia hace un trabajo importante en materia de acercamiento entre los pueblos y las naciones, pero no alcanza a hacer todo, y el culmen que permite alcanzar resultados nuevos es este salto personal, de valentía, que el Papa sabe suscitar y hacer más vivo».

El pontífice argentino se ha convertido en una alternativa seria en un contexto cargado de incertidumbre e inestabilidad.

La clave -continuó-  es «su don de relación personal». «Al inicio no comprendía bien el concepto de ‘cultura del encuentro’, pero siguiéndolo comprendí que esta idea tiene eficacia, sea a nivel de los líderes religiosos o políticos que él encuentra, o al de las relaciones entre los pueblos y naciones. Existe en él algo característico que involucra a los otros y  los pone en  situación de empujar un paso más los procesos que han madurado en el tiempo. El Papa es un movilizador de personas, compromete a los líderes y los ayuda a dar pasos nuevos.»

Es como ver la historia desde una óptica nueva. Por un lado, se resiste a las tradicionales dinámicas del poder internacional. Por el otro, propone una mirada distinta sobre el lugar que ocupa cada pueblo y cada país en el concierto mundial. Es una mirada nueva que también ha guiado al Papa en la elección de los países a los cuales ha decidido viajar.

En más de 5 años de pontificado, Bergoglio no ha visitado ninguna de las grandes potencias, con una sola excepción: Estados Unidos. A pesar de haber recibido invitaciones de los países más poderosos, ha optado por practicar una geopolítica de las «periferias emergentes», como ocurrió en su gran gira sudamericana de 2015, para la que eligió recorrer países ubicados al margen de las posiciones dominantes. Son pueblos perdedores de guerras, históricamente asediados por sus vecinos, pero, al mismo tiempo, con una recuperada estabilidad y un gran deseo de rescate. Ha seguido parámetros similares en África, Asia y Europa.

Al mismo tiempo, decidió hacerse presente en escenarios, pasados y presentes, de violencia y confrontación, como Albania, Azerbaiyán, Bosnia y Herzegovina, Corea del Sur, Egipto, Georgia, República Centroafricana y el Medio Oriente. Esa también es una característica de la «diplomacia de los pequeños pasos», para indicar al mundo que su mensaje se sostiene con los hechos.

La opción por las periferias es algo más que una coordenada geográfica. Es, sobre todo, una actitud existencial, que aplica también a las relaciones entre los países. El Papa lo explicó en 2015 en una entrevista con un diario parroquial de La Cárcova, un barrio pobre de las afueras de Buenos Aires:

Cuando hablo de periferia hablo de límites. Normalmente nosotros nos movemos en espacios que de alguna manera controlamos. Ese es el centro. Pero a medida que vamos saliendo del centro vamos descubriendo más cosas. Y cuando miramos el centro desde esas nuevas cosas que descubrimos, desde nuestras nuevas posiciones, desde esa periferia, vemos que la realidad es distinta. Una cosa es ver la realidad desde el centro y otra cosa es verla desde el último lugar a donde vos llegaste. Un ejemplo. Europa, vista desde Madrid en el siglo XVI era una cosa, pero cuando Magallanes llega al fin del continente americano y mira Europa, desde ahí entiende otra cosa. La realidad se ve mejor desde la periferia que desde el centro. También la realidad de una persona, de las periferias existenciales e incluso la realidad del pensamiento. Vos podés tener un pensamiento muy armado, pero cuando te confrontás con alguien que está fuera de ese pensamiento de alguna manera tenés que buscar las razones del tuyo, empezás a discutir, te enriquecés desde la periferia del pensamiento del otro.

ANDRÉS BELTRAMO ÁLVAREZ es corresponsal en el Vaticano de la agencia mexicana Notimex y La Red AM 910 de Buenos Aires. Escribe para el diario italiano La Stampa de Turín, en su sitio Vatican Insider y en su blog Sacro&Profano. Es autor de los libros De Benedicto a Francisco, ¡Quiero lío! y La reforma en marcha. Sígalo en Twitter en @sacroprofano.

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One Response to La diplomacia de los pequeños pasos

  1. Nestor Ceron Suero dice:

    Excelente analisis, permite situar al lector dentro de las acciones constructivista de la diplomacia .

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