La consolidación de un bloque de oposición en Europa del Este

27 julio, 2018 • Artículos, CEI Gilberto Bosques, Europa, Portada • Vistas: 5697

Los desafíos que plantea el Grupo de Visegrado para el proceso de integración europeo

 

El Diario

Anna Regina Sevilla Domínguez

Agosto 2018

Una colaboración del Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques

Los primeros 6 meses de 2018 han conducido a la Unión Europea a un estado de permanente incertidumbre económica y política, generado por el triunfo arrasador de formaciones de extrema derecha y antisistémicas en los últimos procesos electorales locales y nacionales de algunos de sus Estados miembros; la falta de consenso para abordar temas clave en la agenda comunitaria; el fortalecimiento de los nacionalismos, y la creciente tensión en sus relaciones trasatlánticas a causa de la imposición de aranceles contra el acero y el aluminio por parte del gobierno del Presidente estadounidense, Donald Trump. Cada uno de estos factores ha sido percibido por la opinión pública europea como una muestra de las deficiencias internas de las instituciones comunitarias, respecto a las cuales los ciudadanos son cada vez más críticos y conscientes de la relevancia de las decisiones que se toman en su interior. El continuo incremento del euroescepticismo, aunado a la pérdida de confianza hacia la Unión Europea, la cual de acuerdo con el Eurobarómetro de 2017 ha disminuido en diecisiete países y se sitúa en 41%, han sido determinantes en el declive de los partidos tradicionales y en el auge experimentado por los movimientos más radicales, así como en la consolidación paulatina de un bloque de oposición en Europa del Este.

Más allá de los desafíos internos, los intereses de terceros países en territorio comunitario se han convertido en una amenaza grave para la estabilidad europea y para el propio proceso de integración, especialmente si esos intereses coinciden con los de los gobiernos nacionales al interior de la Unión Europea. El mejor ejemplo de esta situación, y probablemente el que genera mayor preocupación entre las autoridades del bloque, es el relativo a la influencia e interés de Rusia en los Estados de Europa del Este. En los últimos años se ha podido observar el aumento de la influencia rusa en la orientación y contenido de distintas políticas implementadas por algunos gobiernos de Europa del Este, especialmente en materia de libertad de los medios de comunicación, independencia del poder judicial y defensa de la identidad nacional. De esta manera, los gobiernos de países como Bulgaria, Hungría, Polonia y Rumanía han mostrado una cara más autoritaria, siguiendo un camino diferente al planteado por la Unión Europea y socavando profundamente el Estado de derecho y la democracia.

Entre las prioridades de política exterior del presidente ruso Vladímir Putin, se encuentran el restablecimiento de los vínculos con los Estados excomunistas y el fortalecimiento de sus relaciones bilaterales con los países que integran el bloque comunitario. Para alcanzar tales objetivos, el gobierno ruso ha aprovechado la dependencia de los Estados europeos a los suministros energéticos, además de que, en su búsqueda de consolidar su influencia, se ha comprometido a contribuir en la modernización económica de los países del este por medio de la inversión y el desarrollo de proyectos millonarios conjuntos en sectores clave de la economía como el energético, el agrícola y el turístico. Debe resaltarse el especial interés que existe por parte de Rusia hacia los países que conforman el llamado Grupo de Visegrado, integrado por Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa, países que gracias a la cooperación que existe entre ellos han logrado posicionar a Europa del Este como una de las regiones más dinámicas y coordinadas en el continente. Rusia ha encontrado en el Grupo de Visegrado un espacio idóneo para ampliar su influencia por dos importantes razones. La primera se relaciona con las oportunidades que ofrecen estos cuatro países en materia de inversión, mientras que la segunda hace alusión a sus características político-sociales, mismas que lo convierten en un importante contrapeso interno para la Unión Europea. El Primer Ministro húngaro, Viktor Orbán, ha llegado a manifestar que, a pesar de que su país «navega en un barco occidental» como Estado miembro de la Unión Europea, «en la economía mundial sopla el viento oriental», con lo que ha justificado la estrecha relación que mantiene con el presidente Putin.

El continuo incremento del euroescepticismo, aunado a la pérdida de confianza hacia la Unión Europea han sido determinantes en la consolidación paulatina de un bloque de oposición en Europa del Este.

El Grupo de Visegrado fue creado en 1991 con la finalidad de intensificar la cooperación entre sus Estados miembros, que comparten gran parte de su historia, valores, cultura e incluso necesidades, intereses y preocupaciones, así como para terminar con los restos del bloque comunista en Europa del Este. Desde su creación, los cuatro países aspiraban a tener un mayor acercamiento con Europa Occidental, por lo que uno de sus principales propósitos consistió en apoyarse mutuamente para conseguir la transformación de sus estructuras y políticas internas a fin de cumplir con los requisitos necesarios para ingresar a la Unión Europea, objetivo que alcanzaron en la ampliación del 1 de mayo de 2004. Si bien con su integración al bloque comunitario cumplieron con uno de sus objetivos centrales, la cooperación al interior del Grupo de Visegrado no cesó y, por el contrario, sus vínculos comerciales, políticos y culturales han experimentado una evolución pocas veces antes vista en grupos similares. Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa han defendido los aspectos culturales que los distinguen del resto de los países europeos y han optado por proteger sus intereses nacionales, aunque estos contravengan a los comunitarios, situación que los ha enfrentado en repetidas ocasiones a la Unión Europea y que favorece sus relaciones con Rusia.

Reacción ante la crisis migratoria

La crisis migratoria de Europa, que inició en 2015 con la llegada masiva de refugiados y solicitantes de asilo a los países de la Unión Europea provenientes de África y del Medio Oriente, ha inyectado vitalidad a la unidad del Grupo de Visegrado debido al fuerte rechazo que ha surgido al interior de los cuatro países hacia la acogida de migrantes. Este rechazo ha encontrado su motivación en el fortalecimiento del nacionalismo, la xenofobia y la discriminación promovidos por sus propios gobiernos, así como en el temor hacia el asentamiento de miles de migrantes en su territorio y los efectos que esto tendría en su seguridad nacional y en la preservación de su identidad y valores. A pesar de los compromisos adquiridos con la Unión Europea, los países del Grupo de Visegrado han unido sus voces para hacer frente a las políticas impulsadas por el bloque comunitario en materia migratoria, especialmente a las cuotas de refugiados sugeridas para aliviar la presión de los países mediterráneos, las cuales han sido ampliamente rechazadas por los cuatro integrantes del Grupo pese a las demandas realizadas por el resto de los Estados miembros y por las propias instituciones europeas. Como muestra del rechazo, ninguno de los miembros del Grupo de Visegrado participó en la minicumbre europea sobre migración convocada por el Presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y que tuvo lugar el 24 de junio de 2018, decisión que intentaron justificar bajo el argumento de que en el tema migratorio la Unión Europea no puede imponer criterios a los Estados miembros.

El gobierno de Orbán

Si bien el tema migratorio ha fortalecido la cooperación entre los países del Grupo de Visegrado, no ha sido el único que los ha llevado a desafiar a las autoridades comunitarias y a consolidarse con un importante bloque de oposición contra las políticas europeas dentro de la propia Unión Europea. En Hungría, por ejemplo, el gobierno del primer ministro Orbán -quien actualmente se encuentra desempeñando su tercer mandato consecutivo gracias a la victoria obtenida el 8 de abril de 2018 por el Fidesz (Unión Cívica Húngara), partido que lidera y que aseguró una mayoría de dos tercios en el Parlamento- ha llevado a cabo numerosas enmiendas constitucionales que socavan las libertades fundamentales y los principios democráticos al limitar la independencia del poder judicial, del Banco Central Húngaro, de los medios de comunicación y de las autoridades dedicadas a la protección de datos.

Pese a las llamadas de atención realizadas por la Comisión Europea y al elevado número de procedimientos de infracción iniciados en su contra, el gobierno de Orbán ha adoptado una actitud desafiante, defendiendo sus iniciativas y llamando al pueblo húngaro a proteger el orgullo patrio, la identidad nacional y la cristiandad. Sin duda, el rechazo a la migración ha marcado la agenda de política exterior de Hungría de los últimos 3 años. No obstante, hoy las medidas adoptadas no tienen cabida en una democracia europea. La radicalización del discurso del Fidesz condujo a la aprobación, el 20 de junio de 2018, de la Ley Stop Soros, que criminaliza y castiga con penas de hasta un año de cárcel a los individuos u organizaciones no gubernamentales financiadas desde el extranjero que brinden ayuda a los inmigrantes irregulares en territorio húngaro. El nombre de la ley hace alusión al magnate estadounidense de origen húngaro, George Soros, a quien Orbán considera el principal promotor de la migración irregular en Europa. Con estas medidas, el Primer Ministro magiar ha conseguido liderar la oposición en Europa del Este contra las políticas migratorias de la Unión Europea y se ha convertido en el pionero de una serie de disposiciones xenófobas que han servido de ejemplo para el resto de los Estados miembros del Grupo de Visegrado.

La posición polaca

Las políticas húngaras han recibido el apoyo del gobierno de Polonia, en donde el Partido Ley y Justicia, del presidente Andrzej Duda ha impulsado una serie de reformas al sistema judicial, la imposición de multas a los medios de comunicación que den cobertura a las protestas de opositores contra el Parlamento, así como el rechazo al mecanismo de reubicación de refugiados del bloque europeo. La implementación de las anteriores medidas ha aumentado la tensión entre Polonia y la Unión Europea al grado de que esta última decidiera el pasado 20 de diciembre de 2017 activar el artículo 7 del Tratado de la Unión Europea contra ese país por sus reformas judiciales, decisión sin precedentes en la historia del bloque que amenaza el derecho al voto de Polonia dentro del Consejo Europeo.

La influencia del Grupo de Visegrado en Europa del Este ha aumentado en los últimos meses gracias al alto nivel de empatía que han alcanzado con países que comparten sus intereses y preocupaciones.

Sin embargo, la complejidad del procedimiento para activar el mencionado mecanismo de sanción hace que la posibilidad de que se ejecute sea mínima, especialmente porque se requiere del reconocimiento unánime por parte de los veintiocho Estados miembros del bloque comunitario, de que existe una vulneración del Estado de derecho en Polonia, y Hungría ha manifestado que hará lo necesario para bloquear el procedimiento, acusando a la Unión Europea de querer afectar la soberanía del Estado polaco. La posición adoptada por ambos países y el apoyo que se han brindado para crear un contrapeso respecto a las políticas comunitarias y la aplicación de su legislación, muestran el importante desafío al que se enfrenta el bloque europeo para lograr una mayor integración de sus Estados miembros y cumplir con su objetivo de una Europa más unida, más fuerte y más democrática, objetivo planteado en la Hoja de Ruta presentada por Jean-Claude Juncker durante su Discurso del Estado de la Unión de septiembre de 2017 sobre el futuro de Europa.

El caso de República Checa y Eslovaquia

Por su parte, el partido en el gobierno de República Checa, la Alianza de Ciudadanos Descontentos, del primer ministro Andrej Babis, que llegó al poder en octubre de 2017, ha conseguido ganar popularidad por medio de un discurso euroescéptico centrado en el rechazo al euro y las cuotas de refugiados. El discurso crítico hacia la Unión Europea ha acercado cada vez más a República Checa con el resto de los países del Grupo de Visegrado, especialmente por el temor que comparten en torno a la pérdida de su identidad ocasionada por la llegada masiva de inmigrantes musulmanes y los riesgos que consideran que representaría para su seguridad. Al igual que Hungría y Polonia, República Checa ha decidido desafiar a las autoridades europeas y continuar promoviendo su propia política de inmigración.

Finalmente, Eslovaquia ha sido el país del Grupo de Visegrado que menos preocupaciones ha ocasionado a la Unión Europea. Sin embargo, su primer ministro Peter Pellegrini ha mantenido las fuertes políticas antiinmigración impulsadas por el exprimer ministro Robert Fico, mismas que esgrimen un criterio religioso para filtrar la llegada de refugiados.

Sentimientos compartidos

Si bien estos cuatro países persiguen objetivos diferentes en materia económica, social y cultural, han encontrado importantes puntos de coincidencia permitiéndoles adquirir relevancia como grupo y avanzar en sus objetivos, desafiando a los países europeos con mayor influencia y poder a nivel internacional. Estos países simplemente han dejado de creer que las políticas aplicadas por la Unión Europea son las mejores para sus ciudadanos y han preferido tomar sus propias decisiones buscando proteger sus intereses nacionales y cada uno de los elementos que constituyen su identidad de acuerdo con su percepción. La influencia del Grupo de Visegrado en Europa del Este ha aumentado en los últimos meses gracias al alto nivel de empatía que han alcanzado con países que comparten sus intereses y preocupaciones. Tal es el caso de Austria, con quien acordaron reforzar la defensa de las fronteras externas de la Unión Europea y procesar a los migrantes fuera de las mismas.

El rechazo a las políticas comunitarias, la desconfianza hacia las instituciones europeas, el incremento del sentimiento nacionalista, la aprobación de medidas radicales de derecha y el acercamiento hacia Rusia, han llevado al Grupo de Visegrado a generar una brecha entre dos Europas y a convertirse en un verdadero bloque de oposición contra las políticas impulsadas por la Unión Europea, así como en un peligro para el proyecto de integración europeo liderado por Alemania y Francia.

ANNA REGINA SEVILLA DOMÍNGUEZ es licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es investigadora en el Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques del Senado de la República y miembro asociado del Programa de Jóvenes del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi). Sígala en Twitter en @Regina_SevillaD.

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