¿Integración o desintegración europea?

1 octubre, 2013 • Artículos, Europa, Portada, Sin categoría • Vistas: 6070

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Octubre 2013

Actualmente, la Unión Europea ve su integración contradicha al interior de ella misma. Ante los retos que exceden los efectos de la crisis del euro-  desde el deterioro del Estado de bienestar, pasando por la inmigración de Asia y África, hasta la intolerancia ejercida contra minorías- ¿cuál es el futuro de Europa? Esta es la segunda entrega de «Una perspectiva desde Irlanda» del Embajador de México en Irlanda, Carlos de Alba García.

¿INTEGRACIÓN O DESINTEGRACIÓN EUROPEA?

Al caso, nunca está por demás recordar que Europa, además de cuna de civilizaciones, lenguas madre y culturas, grandes exploradores, descubridores, inventores, innovadores y artistas, a la par de ser el continente que siempre ha buscado el equilibrio no siempre exitoso entre razón y fe, es el continente de la ilustración, del raciocinio sobre la verdad absoluta, como el de los guerreros que sembraron terror y muerte durante siglos de luchas fratricidas hasta años muy recientes, históricamente hablando. Por ello todos debemos de celebrar que recién la Unión Europea se haya hecho acreedora al Premio Nobel de la Paz, que el Presidente de la Comisión Europea, el portugués José Manuel Barroso, describió como «un rayo de sol en un cielo más bien gris…».

La Europa de la crisis que ocupa los titulares pesimistas de la prensa nos hace olvidar la exitosa construcción que representa este conglomerado en la historia reciente, misma que ha hecho transformar los valores tradicionales de soberanía en su acepción política, económica y financiera. Esta construcción existe en aras de fortalecer un poder central supranacional europeo para hacerlo capaz de competir con Estados Unidos, China, Rusia y los poderes emergentes de la India, Brasil, Sudáfrica y- en un futuro que esperamos cercano- México.

Dicho esto, claro está que mientras muchos apuntan a que los países de Europa avanzan hacia la mayor coordinación económica, fiscal y financiera, en lo político- particularmente en lo electoral- cada nación sigue pidiendo del menú de platillos a su discreción. Es decir, se observan liderazgos de partidos políticos que se dirigen a sus votantes como si vivieran en los antiguos Estados nación y no en los nuevos grandes conglomerados de decisiones conjuntas. Por ejemplo, Alemania, que vive principalmente de Europa pues ésta es su mercado de exportación primaria, es criticada continuamente por supeditar o postergar decisiones de las que depende el futuro de millones de europeos a los cambiantes humores en las urnas de los votantes germanos, cada vez menos dispuestos a cooperar con sus vecinos, o por lo menos, a hacerlo de buena gana.

En la actualidad, los líderes políticos de Europa están más preocupados por superar su próxima competencia electoral que en asegurarse un lugar en la historia por su compromiso con el futuro conjunto de Europa frente al resto de las potencias. Por ello, el reconocimiento en épocas aciagas a la UE con el Premio Nobel de la Paz, nos hace ver la importancia central del organismo como garante de la estabilidad económica y la paz internacional. Al respecto, cabe reflexionar sobre el hecho de que a diferencia de los ejércitos de Estados Unidos, China o Rusia, por mencionar sólo algunos de los más importantes, las tropas europeas agrupadas en la OTAN se ocupan actualmente de muchos más en misiones de paz que en hacer la guerra. De ahí que hay quien piensa que el premio y reconocimiento a la UE significa, ante todo, un reto para que los europeos avancen todavía más en una construcción colegiada en diversos campos, hacia un verdadero federalismo europeo.

Por ejemplo, ¿podríamos pensar que un futuro cercano en el que los asientos del Consejo de Seguridad de la ONU los ocuparía, en lugar de los estados soberanos europeos, el conjunto de la UE? Asimismo, ¿veremos la aparición de un ejército europeo que sustituya al francés o al británico, por citar dos de los más fuertes, para el mantenimiento de la paz?

Ahora bien, a la par que soñar con cambios que podrían estar a la vuelta de la esquina, Europa debe de resolver en el corto y mediano plazo dilemas culturales y económicos enormes. En primer lugar, son muchos los analistas y críticos que apuntan hacia una transformación del otrora ejemplar Estado de Bienestar europeo, hoy en día endeudado de manera excesiva y generalizada, incluso en la misma Alemania.

En el actual Estado de Bienestar, en lugar de que el trabajador reciba sus beneficios por parte de la empresa en la que labora, es el Estado, con recursos fiscales provenientes de los contribuyentes, quien tiene que subsidiar esos beneficios, así como a la creciente masa de desempleados. En algunos países, principalmente mediterráneos, el 15, 25, 40 y hasta el 50 % de los jóvenes están desempleados, y además, por la imposibilidad de devaluar la moneda común, los salarios reales se han reducido un 30% en los últimos tres años para los que sí cuentan con un puesto de trabajo.

No es posible ni conveniente que jóvenes capacitados, recién egresados de universidades europeas, tengan como principal opción la de emigrar ante la falta de oportunidades presentes y futuras que les ofrece el país que los vio nacer. Hasta hace pocos años, la emigración laboral era una oportunidad o una alternativa atractiva ellos; hoy se ha convertido en la única esperanza para poder trabajar, de otra forma, sólo queda engrosar las filas del desempleo en su propio país.

El Estado de Bienestar, en los años de la Guerra Fría, sirvió como la vitrina, el gran ejemplo de asistencia a los trabajadores en un esquema de capitalismo con rostro humano, de cara al modelo totalitario de los países socialistas y comunistas de Europa del Este. Pero así como, sin lugar a dudas, trajo muchos beneficios, también trajo excesos que aún se atestiguan, como las jubilaciones prematuras a los 55 o 60 años de edad cuando la esperanza de vida es de 85 y el ser humano aún está en capacidades plenas de extender su conocimiento y experiencias a nuevas generaciones. También produjo salarios y bonos elevados para la alta burocracia, particularmente en algunos países mediterráneos en crisis. Por si fuera poco, los enormes gastos que motivó dicho Estado de Bienestar fue causa, ciertamente no la única, de abultados déficits presupuestales que con la crisis financiera mundial hicieron una eclosión económica en los países del Continente.

Aunque la mayoría de trabajadores alemanes gozan de cierta prosperidad, ellos y los sindicatos- una fuerza ciertamente declinante en todo el mundo-, se aferran al Estado de Bienestar. No será fácil, ni es deseable, desmontarlo; pero sí es posible- y urgente, inclusive- transformarlo y mejorarlo con decisión política y con determinación.

En segundo lugar, Europa ha sido, es y será un laboratorio en el que pese a todo, conviven cada vez mejor, nacionalidades, razas y religiones dentro y fuera de sus fronteras. Sin embargo, hay que reconocer que continúa siendo un campo donde la tolerancia no siempre impera y asoman de nueva cuenta, y peligrosamente, los viejos rostros intransigentes que se pensaban enterrados. La misma Europa que avanza hacia la construcción de entidades supranacionales retrocede a juicio de muchos observadores con la aparición, válida o no, de nacionalismos que pueden fraccionalizar la fuerza de los Estados, lo mismo en Escocia y Cataluña, que en el País Vasco o en Flandes.

Es aquí que surgen muchas preguntas: ¿es el Estado español menos fuerte con una Cataluña y un País Vasco independientes? ¿Lo es el Reino Unido sin Escocia? ¿Camina Bélgica hacia el separatismo de Flandes, luego del avance municipal en las últimas elecciones de partidos políticos que desean su separación del sur francófono? ¿Es posible el avance de Europa hacia su federalismo y a la toma de decisiones conjuntas, mientras surge con mayor fuerza la división en los estados nacionales? ¿Es sólo consecuencia de la crisis económica el avance de los márgenes hacia el centro de la vida política en democracia de partidos políticos de derecha extrema, o abiertamente neonazis, en Grecia, Rumania y Hungría? ¿Progresarán aún más en éstos y otros países de Europa las banderas de la intolerancia y la persecución hacia los inmigrantes, en cuyas espaldas quieren hacer caer el peso y la responsabilidad por el desempleo y los abusos al Estado de Bienestar?

Yugoslavia y su desintegración, en parte fratricida no hace más de 15 años, es otro ejemplo de lo que no puede suceder más en Europa. Ello nos debe de llevar a desear que prevalezca la Europa de las esperanzas, la de la consolidación del conjunto por sobre los separatismos de diverso signo; la Europa de la inclusión por encima de las intolerancias a las minorías, una Europa que privilegie la cooperación y favorezca el desarrollo de África y partes de Asia- hogar de las diásporas que hoy recibe-, por encima de las simples políticas represivas a los inmigrantes indocumentados que dejan sus países por la falta de oportunidades en las viejas colonias.

Al respecto, el éxito económico de los últimos decenios en Europa atrajo a seis millones de inmigrantes que se quedaron en el continente- en su mayoría de África Subsahariana, Medio Oriente y países de Asia- junto con los muchos países que ya no muestran un rostro tolerante como en el pasado. Sociedades tradicionalmente orgullosas y abiertas a la inmigración, como la danesa y otras escandinavas, por mencionar sólo algunas del Norte europeo, hoy le cierran sus puertas. Muchos de estos inmigrantes profesan la fe islámica y ello es causa de disgusto o preocupación, o simple resistencia cultural europea, pese a que la religiosidad en el continente decrece de manera consistente. Sólo con revisar las estadísticas europeas (Euroestat) vemos que en uno de los países más poblados, Francia, la religión musulmana ocupa el segundo lugar después de la católica. De ahí que esas resistencias culturales expliquen en parte la negativa que persiste en buena parte de los Estados europeos a que Turquía se integre como miembro pleno a la UE.

Ciertamente los casos de Escocia, Cataluña, Flandes y el País Vasco, por mencionar sólo algunos, no pueden ni deben ser necesariamente cismáticos, aunque indudablemente representan un movimiento pendular y son impulsados por una variedad de fuerzas en las que la emoción nacional juega una buena parte. En todo caso, debemos de celebrar que hasta ahora todos estos movimientos nacionales se llevan a cabo mediante procesos democráticos, referendos y respeto a las constituciones imperantes. Al respecto, ETA parece ser parte ya del pasado, como es el caso del Ejército Republicano Irlandés (IRA por sus siglas en inglés) de Irlanda del Norte, donde hoy en día está representada en el Parlamento esa fuerza católica por el partido Sinn Féin.

Otro nubarrón sobre la UE ciertamente lo representa el reto de Gran Bretaña, nación que siempre ha tratado de jugar con fuerza la carta de la excepcionalidad frente al resto de sus socios. La derrota en el Parlamento del primer ministro, David Cameron, por los laboristas y parte de sus aliados conservadores tories para que su país reduzca las aportaciones a la UE, cuando el conjunto desea aumentarlas, hace ver que el europeísmo británico está más desdibujado que nunca y que en la isla despierta el interés de cada vez menos personas.

Es entonces prudente preguntar si jugará cada vez más el Reino Unido su carta atlántica para fortalecer su alianza con Estados Unidos de espaldas a Europa. Muchos ven en este movimiento político sobre todo un mal negocio, puesto que su principal mercado sigue siendo Europa y porque de alejarse perdería gradualmente sus derechos adquiridos. Además, sólo en sueños se puede pensar en Gran Bretaña como en un gran imperio- como para permanecer aislada- y los hechos apuntan a que su economía ya fue desplazada por Brasil del lugar número seis entre las más grandes del mundo.

Estas contradicciones, y otras que vemos en la actualidad, no deben de sorprendernos. Lo cierto es que Europa, históricamente, ha vivido a plenitud una enorme variedad de crisis económicas, religiosas, políticas, de desintegración e integración de imperios y naciones, y a pesar de éstos retos, debo de concluir que Europa cuenta con enormes fortalezas, históricas, culturales y económicas que le permitirán continuar adelante y fortalecida. Por ejemplo, cuenta con instrumentos legales, ciertamente perfectibles, como el Tratado de Lisboa, que han brindado al continente mejores reglas y una forma de gobierno más organizada. Seguramente en un futuro cercano, Europa se proveerá de otros Tratados más para consolidarse y seguir adelante, alimentados también con la decisión y empuje de sus líderes políticos, sobre todo, con el pragmatismo, pero también con la sabiduría popular que históricamente ha prevalecido y seguramente se impondrá en el continente. Si bien Europa enfrenta en la actualidad muchos riesgos, ciertamente entre ellos no se avizora, no al menos ahora, que esté en camino de integrarse al Tercer Mundo; sí en cambio, que sigue en condiciones de competir con los mejores del orbe.

Por ello, para un país como México que ofrece enormes oportunidades en un mundo convulso, es importante conocer a fondo los alcances de esta crisis europea. Celebro el interés de la Academia Mexicana de contar cada vez con un mejor instrumental que nos permita analizar ese enorme mercado que aún está por descubrir el empresario mexicano. Y eso que ya desde hace más de 10 años contamos con un Tratado de Libre Comercio con la UE; éste, evidentemente, aún nos falta por aprovechar.

Si India, China, Rusia, Brasil o Sudáfrica, los llamados BRICS, ven y analizan a Europa- uno de los principales poderes regionales globales- de una manera particular, conforme a sus intereses nacionales, de cara al futuro y en constante interacción con ella, México no sólo no debe de estar al margen, sino a la cabeza. El gran paso que hemos dado al mercado español en los intercambios comerciales sólo es el principio de lo que debe ser el gran salto al continente del helenismo, del latinismo, de la enciclopedia, el romanticismo y el clasismo. El continente de la innovación y la investigación y con el que compartimos raíces históricas y culturales profundas.

CARLOS GARCÍA DE ALBA es Embajador de México en Irlanda.

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