Francisco y la experiencia latinoamericana para la Iglesia universal

11 marzo, 2015 • Artículos, Asuntos globales, Portada • Vistas: 8409

AFP/Andreas Solaro

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avatarDefault Rafael Jiménez Cataño

Marzo 2015

Mi primera reacción ante el origen del nuevo papa fue considerarlo americano. Los ha habido africanos, asiáticos (sobre todo sirios) y prevalentemente europeos. Luego me he ido acostumbrando a la etiqueta más habitual, latinoamericano, que no carece de peso. ¿La conocida unidad continental de América nos habría hecho sentir muy americano a un papa canadiense, por encima del reconocimiento del argentino por parte de la América más septentrional? La realidad es que los índices de popularidad más altos del Papa, según el Pew Research Center, se encuentran en Europa y en Estados Unidos, mientras que Latinoamérica anda más abajo, con excepción de Argentina.

La buena acogida casi unánime ha favorecido la aceptación de particularidades que en otras personas se habrían visto como defectos: que no sea un políglota, que no cante, que su italiano -aunque fluido y eficaz- presente frecuentes españolismos. Y esto es solo la superficie. Hay en el cambio de estilo y de estrategia comunicativa un flanco que podía ser muy vulnerable y, misteriosamente, lo es solo en una ínfima medida.

No hay que ser un exaltado para ver alguna relación entre la llegada de un polaco al solio pontificio y la caída del bloque comunista. Un papa latinoamericano significa que no le tienen que platicar lo que sucede en la vida de la Iglesia en el continente, o lo que pasa en la economía, la política, la cultura. Por otra parte, es el primer papa que viene de una megalópolis. Entre la abundante bibliografía es muy completo y maduro en este punto el libro de Austen Ivereigh El gran reformador (2014).

La reforma

Resaltar el carácter revolucionario de este papado puede ser un obstáculo para entenderlo. En primer lugar, es difícil superar la índole revolucionaria de la renuncia de Benedicto XVI. A esto se añaden las insidias de la mala memoria. En un congreso de comunicadores me tocó oír una serie de novedades del papado, tras las cuales Valentina Alazraki tomó la palabra para observar que ella estaba viviendo muchas «segundas primeras veces», porque Juan Pablo II ya había sorprendido con gestos que aparecían inusitados. También Benedicto XVI había viajado en autobús y había atravesado la calle en sus primeros días para trabajar en el departamento donde había vivido hasta entonces, fuera del Vaticano. Incluso la novedad de no instalarse en el apartamento pontificio rompía una tradición de apenas 60 años, porque el primero que vivió allí fue Pío XII.

La indudable transformación que se está operando en la Iglesia forma parte de toda una dinámica que incluye la renuncia de Joseph Ratzinger. Los cardenales, en las reuniones preparatorias del cónclave, estudiaron las necesidades de la Iglesia, perfilaron las características del papa que habían de elegir, y ésos fueron los elementos tangibles que los llevaron a escoger al cardenal Jorge Mario Bergoglio para poner por obra el programa. Lo que él está haciendo se puede reconocer principalmente en lo que sabemos de esas reuniones y en las conclusiones de la Asamblea del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, en 2007. También se advierte con nitidez en un discurso de Benedicto XVI en Friburgo, Alemania, en 2011, que exponía la necesidad de reforma. Un pasaje entre muchos: «Los ejemplos históricos muestran que el testimonio misionero de la Iglesia desprendida del mundo resulta más claro. Liberada de fardos y privilegios materiales y políticos, la Iglesia puede dedicarse mejor y de manera verdaderamente cristiana al mundo entero; puede verdaderamente estar abierta al mundo. Puede vivir nuevamente con más soltura su llamada al ministerio de la adoración de Dios y al servicio del prójimo. La tarea misionera que va unida a la adoración cristiana, y debería determinar la estructura de la Iglesia, se hace más claramente visible. La Iglesia se abre al mundo, no para obtener la adhesión de los hombres a una institución con sus propias pretensiones de poder, sino más bien para hacerles entrar en sí mismos».

Algunos conceptos clave

Si pensamos en las «ideas fuertes» que dominan el magisterio de Francisco, una es la «cultura del descarte». De vigencia mundial, la vive encarnada en su experiencia latinoamericana. Parece una versión tangible de la «dictadura del relativismo» tan central en el magisterio de Benedicto XVI, expresión repetida muchas veces por Francisco, quien sin embargo parece sentir más inmediata la crisis de la verdad en esa manifestación antropológica: deshacerse del anciano porque estorba, del niño porque no produce, del pobre porque frena mi carrera, del enfermo porque despierta mi miedo al sufrimiento, del bebé por nacer porque más vale ahora que cuando lo haya mirado a los ojos. Todo relativismo esconde un absoluto. Ernest Hemingway ofrecía una perfecta formulación del relativismo moral: «es moral lo que me hace sentir bien después; inmoral, lo que me hace sentir mal después». Así justificaba su gusto por la tauromaquia, pero es obvio que el razonamiento vale también para lo contrario. El absoluto es el yo, el yo es el dictador, tal vez con algún absoluto anejo. Por ese dictador se desecha al viejo, al pobre, al niño.

AP

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Se podría ver de otra manera esa menor insistencia en el relativismo. Aparte de que en realidad hay mucho dogmatismo en la sociedad actual (temas tabú que, tocados sin una fuerte dosis de corrección política, hacen perder el trabajo, la libertad, la familia), lo que parece amenazar más a la humanidad es la creciente tendencia a pensar que la vida no es buena, que existir no es deseable, que la presencia del ser humano en el universo es una desgracia. La bondad y belleza de la vida parecen contenido constante de la predicación del Papa.

Otro aspecto, muy ligado a Latinoamérica, es la teología del pueblo, la relevancia de la religiosidad popular. En esto el Papa parece deudor de Alberto Methol Ferré, «el filósofo de Bergoglio». Es una atención al pueblo diversa de la teología de la liberación. Methol Ferré vivió los años del Concilio Vaticano II con la energía del recién convertido, con un luminoso ánimo chestertoniano, y sintió que la auténtica vida del pueblo de Dios perdía terreno en la década de 1960. Hacia el final de su vida escribía que «en un intento de purificación para resolver las crisis personales se arrasó con lo que el pueblo católico veneraba hacía siglos. El arte barroco latinoamericano fue arrumbado o vendido a vil precio en muchos sitios. (…) En nombre de un abstracto ‘Pueblo de Dios’ renovado, se quiso acabar con la religión del pueblo. Fue una manifestación de élites sin pueblo, angustiadas, impacientes». Octavio Paz decía, a diferencia de esos iconoclastas, que es imposible entender a México si no se conoce a la Virgen de Guadalupe. Este es el marco en el que hay que comprender la insistencia del Papa en conceptos como el de santuario, fiesta, peregrinación, imagen, «santuarizar la parroquia»… Y lo vemos en gestos suyos como tocar la imagen de la Virgen, llevar flores a la basílica de Santa María la Mayor antes de cada viaje, esperar la rosa blanca de Santa Teresita cuando le pide un favor. Gestos alejados de un catolicismo «ilustrado» que algunos querrían en esta reforma.

Nuevo tono comunicativo

Buena parte de la novedad es cuestión de estilo y, a menudo, se toma por cambio de fondo lo que era expresividad nueva. Un esquema frecuente es el que podríamos llamar «amplificación por contraste»: describir con trazos extremos lo contrario de lo que debería ser. Hace poco el Papa habló de los moralistas que se dedican a acusar. Con esto no descalifica ni la moral ni a los moralistas en general. Siempre es necesaria la buena voluntad para entender, pero en expresividades como esta la exigencia es mayor: si falta, el mensaje se convierte en una caricatura. Riesgos de una comunicación que, cuando funciona, es muy eficaz.

Hay controversias sobre su predicación que se disolverían si hubiera conciencia de que se trata de una cuestión semántica: qué quiere decir una palabra. «La Iglesia no hace proselitismo. Crece más bien por atracción.» Éstas son palabras de Benedicto XVI en Aparecida, hechas propias con insistencia por Francisco. «Proselitismo» significa aquí un método de reclutamiento, alude a prácticas de partidos y de sectas. El sentido original, compatible con la «atracción», es lo que Francisco practica descaradamente en su modo tan directo de proponer la vida cristiana y la entrega a Dios. ¿Qué otra cosa hace la Iglesia que sale y va en misión? A eso el Papa le llama «hacer lío». Evita una palabra por las adherencias negativas que ha ido tomando con el tiempo y usa otra de sentido oficial negativo, confiando en que el contexto orientará su comprensión. Lo mismo sucede con el énfasis en realidades que, en la percepción de algunos, excluirían otras. Parece que la misericordia exime del cambio de vida, pero el Papa anima como pocos a acudir a la confesión y a reconocerse pecadores. «Para mí el sentirse pecador es una de las cosas más lindas que le pueden suceder a una persona, si la lleva hasta las últimas consecuencias.» Tener misericordia de un drogadicto no significa concederle que al drogarse hace bien.

EFE/Osservatore Romano

EFE/Osservatore Romano

A algunos católicos, no necesariamente tradicionalistas, les incomoda este lenguaje porque les parece ambiguo. Claro que lo es, igual que el de ellos para quien no tiene los parámetros de lectura con que ellos cuentan. Les parece que el Papa no es suficientemente claro sobre cuestiones centrales y candentes, y aquí tal vez son víctimas de la selección que la prensa hace de las enseñanzas del Pontífice. Hay una claridad que a otros papas les habría costado al menos una campaña denigratoria. En la rueda de prensa volviendo de Filipinas, Francisco habló de la posible reacción de responder con una bofetada a quien hablara mal de su madre. Estas palabras dieron la vuelta al mundo y dejaron de lado una declaración de la misma entrevista que quizá habría acarreado muchas polémicas, porque es uno de los temas tabú de nuestro tiempo. Se refirió a la enseñanza de la teoría del género en las escuelas como «colonización ideológica» y la comparó con lo que hacían con los niños y con los jóvenes los nazis en Alemania y los fascistas en Italia. También ha llamado Herodes a los promotores del aborto; ha defendido la necesidad de un padre y una madre para todo niño; ha hablado de la encíclica Humanae vitae como texto profético de Paulo VI.

El cambio personal

Francisco quiere reformar a los cristianos, más que al cristianismo. La primera reforma es la personal, de ahí que parezca no dejar títere con cabeza. «¿No vas a misa? ¡Sos tonto!» (expresión que sonó más ruda en italiano, aunque en español es bastante ligera); pero al que va a misa le dirá que no sirve de nada si no atiende a su prójimo, y al que cuida de los demás le dirá que aun así puede ser un hipócrita. Es percepción de muchos que a nadie vapulea tanto como a los sacerdotes. Falso: a la curia romana le atiza más fuerte.

Es la idea de que solo la conversión personal hace posible una reforma institucional. Ludwig Wittgenstein escribió: «será revolucionario aquél que consiga revolucionarse a sí mismo». Francisco propone una transformación que empieza por uno mismo y en él resulta patente, basta ver cómo era antes y cómo es ahora como papa. Y desde el punto de vista de la reflexión sobre necesidades, medios y objetivos, el núcleo de su programa para toda la Iglesia es lo que se había preparado para la Iglesia en Latinoamérica.

RAFAEL JIMÉNEZ CATAÑO es doctor en Filosofía y es profesor titular de tiempo completo en la Facultad de Comunicación Institucional de la Universidad de la Santa Cruz en Roma. Sus temas de investigación y docencia incluyen la argumentación, el diálogo, el cuidado y la cortesía. Además es autor de Lo desconocido es entrañable. Arte y vida en Octavio Paz (2008) y Ragione e persona nella persuasione (2012).

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One Response to Francisco y la experiencia latinoamericana para la Iglesia universal

  1. Teodoro Rodríguez dice:

    Muy ilustrativo, sobre todo para quienes no tienen conciencia histórica y dan crédito únicamente a lo que leyeron en los titulares de la prensa por la mañana, sin confirmar veracidad ni antecedentes.

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