¿Estados Unidos primero?

30 marzo, 2017 • Artículos, Norteamérica, PJ Comexi, Portada • Vistas: 15622

El impacto de America First en la política energética de Norteamérica

AP

 William Jensen

Abril 2017

Una colaboración del Programa de Jóvenes del Comexi

Norteamérica es, de modo indiscutible, una potencia energética. Canadá, Estados Unidos y México comparten vastos recursos energéticos convencionales y no convencionales que, según el BP Energy Outlook de 2016, han convertido a estos países en una región exportadora neta de energía desde 2015. Los tres aceleraron la integración de su infraestructura energética, incluyendo redes eléctricas y gasoductos. Las redes eléctricas de Canadá y Estados Unidos se interconectan en treinta puntos a lo largo de su frontera, mientras que Estados Unidos y México construyeron de forma reciente infraestructura de gasoductos transfronterizos.

Como ejemplo del comercio regional, en 2015 las importaciones de crudo de Canadá a Estados Unidos representaron el 43% del total de sus importaciones y las exportaciones de gas natural de Estados Unidos a México representaron el 5% de la producción total de este recurso en el país. Aunado al crecimiento del mercado, los países de Norteamérica han impulsado una agenda de política y diálogo que se refleja en las reuniones de ministros de energía que se realizaron en 2015 y 2016. Asimismo, los tres países acordaron realizar una alianza en clima, energía limpia, y medioambiente, además del ya existente diálogo regulatorio en temas de electricidad, eficiencia energética y la industria de hidrocarburos.

Sin embargo, la llegada al poder de Donald Trump y su política de America First (Estados Unidos primero) obliga a reevaluar esta integración. En términos generales, el componente energético de America First aboga por promover a Estados Unidos como una isla energética, que explota recursos propios y que aprovecha las grandes reservas de hidrocarburos no convencionales, como el gas de lutitas o shale, que se encuentran dentro de sus fronteras.

Aunque algunos miembros del gabinete de Trump han hablado sobre la relevancia del sector, la política energética de America First aún no menciona qué hará con sus socios norteamericanos. Este texto abordará las implicaciones de esta política en relación con sus socios de la región y, de manera particular, lo que la política significaría para México.

La política energética trilateral

Los pilares de la política energética trilateral se basan en dos ejes: comercio y seguridad. En cuanto a la parte comercial, los tres países de Norteamérica tienen grandes intercambios de recursos energéticos. Canadá exporta cerca del 9% de su generación eléctrica a Estados Unidos, que además es casi su único cliente en la exportación de hidrocarburos. De hecho, las treinta interconexiones eléctricas de ambos países impulsan el comercio eléctrico con el que se abastecen regiones con consumos muy elevados, como el estado de Nueva York y la región de Nueva Inglaterra en Estados Unidos y el Pacífico del Noroeste en Canadá.

En el caso de Estados Unidos y México, la principal relación comercial está en el sector de los hidrocarburos. El desarrollo de tecnologías para la extracción de gas no convencional en Estados Unidos ha hecho que ese país se convierta en un exportador neto de hidrocarburos. Las compras mexicanas de gas natural representan el 60% de las exportaciones totales de este hidrocarburo para Estados Unidos. Por el otro lado, México exporta a Estados Unidos 688 000 barriles de crudo diarios de acuerdo con datos de 2015, por lo que el país del norte constituye su principal mercado. No obstante, las exportaciones mexicanas a Estados Unidos cayeron en un 37% entre 2006 y 2015, mientras que las exportaciones canadienses a Estados Unidos aumentaron en un 75% durante el mismo periodo.

David McNew/Getty Images

Cuando ocurrió la negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el sector energético no se discutió a profundidad por la configuración cerrada del sector energético mexicano. No obstante, a lo largo de los años, la relación trilateral en este tema se intensificó, específicamente en temas de información, datos y regulación energética. El enfoque en la política energética se basa en temas de seguridad de suministro energético y de protección de la infraestructura física de las instalaciones.

A raíz de los atentados terroristas en Estados Unidos del 11-S, se creó la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte. El propósito de este mecanismo era identificar la infraestructura crítica de la región y promover acciones para su protección.

Como se aprecia, Estados Unidos prefiere mantener relaciones bilaterales con sus socios en materia energética. Por su parte, la relación energética comercial entre Canadá y México es modesta, aunque con posibilidades de crecimiento.

De acuerdo con el reporte US-Mexico Energy and Climate Collaboration elaborado por Duncan Wood del Wilson Center, Washington considera de vital importancia asegurar el suministro energético por parte de proveedores amigables. México es un proveedor confiable y amigable para el mercado estadounidense. En el mismo reporte, Wood señala nuevas áreas de oportunidad para el desarrollo de la relación energética entre ambos países, por ejemplo, el intercambio de información y experiencias regulatorias, así como planes coordinados de inversión para el crecimiento y abasto del mercado energético, en particular, de gas natural y electricidad.

Política energética de Trump

Donald Trump anunció los primeros matices de su política energética America First el 26 de mayo de 2016, durante un mitin de su campaña presidencial en Dakota del Norte. Ahí prometió una «completa independencia energética de Estados Unidos» para que los recursos energéticos se produzcan dentro de sus fronteras.

Algunos elementos de cómo el gobierno de Trump ve la energía pueden delinearse en la información disponible en el sitio web de la Casa Blanca y en el discurso de toma de posesión del nuevo Secretario de Energía, Rick Perry.

La información disponible muestra que los planes energéticos de Trump se dividen en dos grandes pilares: desregulación e independencia energética. El primer pilar supone debilitar las regulaciones ambientales que impulsó el expresidente Barack Obama. En ese sentido, Trump plantea que el Climate Action Plan de Obama -que buscó reducir el uso de combustibles fósiles, aumentar la eficiencia energética y promover el uso de renovables-, así como las limitaciones a la exploración de petróleo en Estados Unidos ocasionaron la pérdida de empleos y el estancamiento del desarrollo económico.

AP

Uno de los símbolos del contraste entre los dos gobiernos es la aprobación de la construcción del oleoducto Keystone XL que llevará petróleo de Canadá a Texas. Obama lo congeló durante su presidencia mientras que Trump firmó un memorándum para facilitar su construcción. Al argumentar que tales acciones impulsarán el desarrollo del sector energético, Trump plantea que debe promoverse el uso de los recursos que están dentro de los territorios federales. De acuerdo con su propuesta, la explotación de esos recursos promoverá el desarrollo y modernización de la infraestructura de Estados Unidos. De forma más tímida, el nuevo secretario Perry mencionó que la política energética de America First incluirá el desarrollo de todo tipo de energía, incluyendo las renovables.

El segundo elemento que se aprecia en la política energética de America First es el que se relaciona con la seguridad energética vista con un enfoque de independencia energética de Estados Unidos. Para el gobierno de Trump, el producir recursos energéticos propios, en lugar de importarlos de otros países, redundará en un fortalecimiento de la seguridad energética. Para el nuevo gobierno, se trata de que los países productores de petróleo no puedan presionar a Estados Unidos a través del suministro del hidrocarburo. Por ello, pretende incrementar la producción nacional y garantizar el suministro de petróleo desde Canadá, país que difícilmente sería hostil a Estados Unidos.

La desregulación e independencia energética constituirían un cambio de paradigma de la política energética de Estados Unidos. En primer lugar, porque el gobierno de Obama impulsó de manera decidida acciones encaminadas a eliminar el uso de hidrocarburos muy contaminantes (como el carbón) e impulsar a través de las fuerzas del mercado el uso de nuevas tecnologías energéticas.

Implicaciones

En el breve panorama presentado, se percibe que el razonamiento del nuevo gobierno en temas de energía es congruente con sus ideales proteccionistas y nacionalistas. Sin embargo, al menos para el sector energético, la situación es muy compleja y ha habido ya numerosos intentos previos por lograr la independencia energética que fracasaron. De hecho, fue Richard Nixon quien, ante el embargo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) a los países consumidores en 1973, fomentó la idea de la independencia energética. La historia muestra que no existe una independencia energética total de los países. La matriz energética, es decir, todas las fuentes de energía que componen la producción y consumo de un país, debe ser variada para que sea segura. La cooperación entre países es el medio más eficaz para asegurar el suministro energético.

De ahí la relevancia de un sector energético norteamericano robusto. La integración de las cadenas productivas del sector ha hecho que los canadienses exporten crudo y electricidad a Estados Unidos y que a cambio compren hidrocarburos refinados. Lo mismo sucede entre Estados Unidos y México. El mercado mexicano es el más importante para los productores de gas natural de Texas, así como uno muy significativo para las refinerías estadounidenses.

Por otro lado, a raíz de la reforma energética, que está en su fase final de implementación, México ha fortalecido su seguridad en materia de energía al variar sus fuentes de suministro y canalizar nuevas inversiones. México es un gran mercado para Canadá y Estados Unidos.

La política energética de America First impactaría de modo negativo el desarrollo de los mercados energéticos. Si se genera desconfianza entre los socios del TLCAN se detendrían algunos proyectos de integración de infraestructura y de convergencia regulatoria. Los avances tecnológicos del futuro, como la electrificación de la movilidad y la generación avanzada de energías renovables, perderían impulso.

 

 

WILLIAM JENSEN es maestro en Políticas Públicas Internacionales por el University College London y licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Iberoamericana Puebla. Colaboró en la Dirección General de Asuntos Internacionales de la Secretaría de Energía y ahora se desempeña como asesor en la Alianza Energética entre México y Alemania. Sígalo en Twitter en @williamjensen.

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