Elecciones en Irán: el espejismo de una transformación

8 junio, 2017 • Artículos, Medio Oriente, Portada • Vistas: 3319

AFP

  Rodrigo Azaola

Junio 2017

La victoria de Hassan Rouhani en las pasadas elecciones del 19 de mayo de 2017 lo coloca entre dos fuerzas antagónicas: una sociedad sofisticada y exigente y un aparato político-religioso refractario al cambio. Consciente de esta divergencia -más apremiante luego de las audaces y finalmente reprimidas protestas reformistas de 2009 y 2011, conocidas como el Movimiento Verde-, Rouhani, en los últimos días de su campaña, invocó un pacto que ahora parece faustiano: denme más del 50% de los votos para lograr un cambio.

Rouhani inicia su segundo mandato presidencial no solo con más de la mitad de los votos (al final del conteo, 57%) sino también con significativas mayorías en áreas rurales. Su bloque político, denominado liberal o reformista, obtuvo además la mayoría absoluta en el consejo municipal de Teherán y en más de la mitad de las ciudades más importantes del país.

No era para menos. Como candidato prometió excarcelar a los dirigentes del Movimiento Verde, promover mayores libertades sociales y políticas y, por si fuera poco, mejorar la economía del país. En cambio, su principal contendiente, Seyyed Ebrahim Raisi, apoyado por el Líder Supremo, Alí Jamenei, prometió subsidios y fortalecer la identidad revolucionaria establecida por Ruholla Jomeini en 1979. Pero los privilegios de una economía estatista y los ecos revolucionarios no son ya parte fundamental del imaginario de aquellos menores de 25 años, que representan el 40% de la población.

Irán se enfrenta a un proceso de cambio demográfico que de forma paulatina ha provocado el reajuste de la clase política gobernante, tanto liberal como conservadora. No es factible postergar ni silenciar tópicos como derechos humanos, libertades sociales y políticas, desempleo, inflación o la corrupción desaforada amparada en la connivencia de las fuerzas armadas y el estamento religioso. Pero ni los que pueden operar el cambio, ni aquellos cuya supervivencia depende de frenarlo, tienen interés por soltar las riendas de la República.

Lo interesante no será que las promesas de Rouhani no se cumplan una por una, sino cómo utilizará su inacción para culpar y debilitar a las facciones conservadoras. Si acaso, al término de su gobierno podría lograr que el desprestigio de dichas facciones sea aún mayor, lo que no es difícil tomando en cuenta el desastroso rumbo que Irán emprendió bajo el liderazgo vitriólico de Mahmud Ahmadinejad. Rouhani, al menos de manera nominal, encarna las aspiraciones de reforma e integración global que tanto anhela el iraní de calle.

Pero la paciencia de la sociedad se acorta y la capacidad del gobierno de reformar -vale la pena preguntarse también si la intención- es poca. Rouhani, además, se enfrenta a otros retos. En primer lugar, que el acuerdo nuclear de 2015, en pocas palabras, uranio por inversiones, se sostenga a pesar del gobierno de Donald Trump. Pero también que los beneficios económicos de este acuerdo lleguen a las clases necesitadas. Hasta ahora, los principales favorecidos de los acuerdos económicos firmados en los últimos 2 años han sido los conglomerados asociados a las Guardias Revolucionarias y al Líder Supremo.

REUTERS

El contexto regional no es menos complicado. Irán mantiene operaciones militares costosísimas en Siria, donde apoya a Bashar al Assad; en Yemen, para desmayo de la Casa de Saud; y en Irak, cuyo vacío de poder, legado de la ineptitud británica y estadounidense, ha sido aprovechado de forma astuta y meticulosa por Teherán. En los tres casos anteriores, además, la política iraní es complementaria de manera marginal a los intereses de Estados Unidos y de sus aliados regionales.

Pero ni siquiera este complejo entorno inspira en Irán prisa o vértigo. Acostumbrada a perdurar bajo presiones enormes, la clase gobernante iraní, cualquiera que sea su orientación política, es tan opaca como calculadora. Su paciencia comienza donde la de los demás termina (no por nada, durante las negociaciones del acuerdo nuclear, mantuvo en vilo a la diplomacia europea y estadounidense por más de una década) y el tejido mismo de sus múltiples instituciones, contradictorio e inescrutable incluso para sus propios protagonistas, le otorga una ventaja fundamental: siempre hay terreno para ceder y calmar a sus detractores, domésticos y extraregionales, sin que esto resulte en un sacrificio vital ni una vuelta de timón significativa.

De forma optimista, Rouhani puede sentar las bases para el lento tránsito de Irán de una teocracia que tutela autoritariamente a sus ciudadanos, y no precisamente a todos con la misma medida (inclúyanse aquí a las minorías étnicas y religiosas y, más ominosamente, a los derechos políticos y civiles de las mujeres) a una república más democrática y genuina; y de una economía cerrada y oligárquica a un modelo neoliberal de certidumbres y, en el mejor escenario, de naturaleza incluyente.

Este tránsito, que comenzó desde la presidencia de Mohamed Jatamí en 1997, es irreversible. Lo único sujeto a interpretación es cómo sucederá y si la sociedad iraní tolerará la velocidad con la que hasta ahora se ha dado. Por ahora, en el muy corto plazo, para una nación que se precia justificadamente de una continuidad cultural, lingüística y étnica que se remonta 4000 años atrás, Rouhani se enfrenta a dos retos mayúsculos.

Al interior, al reto de calibrar sus acciones de gobierno de tal manera que las expectativas de la sociedad no se traduzcan en impaciencia y oposición, que bien pudiera expresarse en las calles. Al exterior, acostumbrar, de ser esto posible, al gobierno de Trump a descifrar y comprender la miríada de señales y mensajes emitidos por la República Islámica de Irán. Más allá del mandato presidencial que apenas comienza, del errático gobierno estadounidense e incluso de las condiciones económicas adversas, el nuevo presidente tiene ante sí la enorme tarea de mantener un sistema de gobierno insuficiente para acomodar las exigencias de una sociedad cada día más distante e incrédula del proyecto nacional que el mismo Rouhani, por más que haya pretendido distanciarse, representa y defiende. 

RODRIGO AZAOLA es maestro en Estudios de Medio Oriente por El Colegio de México. De 2004 a 2006 fue encargado de Asuntos Políticos en la Embajada de México en Irán.

Tags:, , ,

One Response to Elecciones en Irán: el espejismo de una transformación

  1. Carlos Quintero Sanchez dice:

    Es un excelente analisis. La apertura democratica en Iran seria mas rapida con un liderazgo pragmatico en Occidente. Lastima que ello no sea asi en E.U.A.

Responder a Carlos Quintero Sanchez Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Cargando…