El Tíbet chino

11 julio, 2016 • Artículos, Asia/Pacífico, Portada • Vistas: 8869

Crecimiento económico con exclusión étnica*

Un tractor cargado con productos agrícolas estacionado afuera de una tienda en el poblado de Shelkar, en Tibet central. Fotografía: Carlos Mondragón

Un tractor cargado con productos agrícolas estacionado afuera de una tienda en el poblado de Shelkar, en Tibet central.
Fotografía: Carlos Mondragón

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Julio 2016

A lo largo de la última década, las relaciones entre China y Latinoamérica se han vuelto cada vez más estrechas, dando lugar a importantes acercamientos académicos, empresariales y políticos. Sin embargo, estos intercambios no suelen estar bien informados acerca de los enormes retos y diferencias internas -étnicas, políticas, geográficas- que subyacen el ascenso mundial de la República Popular China. Este desconocimiento es especialmente paradójico con relación al mundo tibetano, pues mientras que existe un profundo interés en Occidente por aspectos -debidamente simplificados- de las prácticas y los valores budistas, siguen siendo un misterio los desafíos y las estrategias socioeconómicas cotidianas de los tibetanos en China. Más aún, el Tibet chino comprende una superficie comparable a la de Europa Occidental, en una ubicación estratégica y con enormes reservas de potencial social, cultural y material. Su situación es ejemplar, y por eso conviene observarla con mayor atención.

Las escasas noticias que a Latinoamérica llegan sobre el Tíbet suelen concentrarse en protestas sociales o violaciones a los derechos humanos. En años recientes dos eventos tuvieron una mayor cobertura internacional: primero, el de los disturbios generalizados de 2008, y, segundo, el trágico proceso de autoinmolaciones que comenzaron en 2011 como forma de protesta pública extrema y que se siguen dando hasta la fecha. Ambos fenómenos son sin duda importantes, y exigen reportarse y analizarse, pero en aislamiento no permiten adivinar los complicados procesos de transformación socioeconómica y estrategias cotidianas de vida que marcan la realidad de la mayor parte de la población tibetana en China.

El caso tibetano guarda importantes lecciones y advertencias para los propios países de Latinoamérica con relación a los retos que plantean las relaciones entre minorías étnicas y Estados nacionales. Así como para las contradicciones que guardan los programas de desarrollo humano y combate a la pobreza en nuestro continente. Con esto en mente, las siguientes líneas ofrecen un vistazo rápido a la historia reciente y a la situación sociopolítica actual del Tíbet chino.

Geografía y economía

De entrada, es imposible comprender la situación contemporánea del Tíbet chino sin aclarar su demografía y geografía política. Según el censo más reciente, la población tibetana de China en poco más de 7.5 millones de personas, de las cuales 3 millones residen en la Región Autónoma del Tíbet (RAT), y otros 4.5 millones se concentran en diez Prefecturas Autónomas y decenas de Condados Autónomos ubicados en distintas partes de las provincias de Gansu, Qinghai y Sichuan. Esto significa que la mayor parte de la población étnica tibetana de China reside en municipalidades externas a la RAT, y por lo tanto no está sujeta a los mismos grados de control que los que operan en el Tíbet central. Esto ayuda a explicar, en parte, la capacidad de comunicación, organización y protesta que han podido generar los tibetanos en China en años recientes.

Un albañil tibetano empleado para trabajar en la destrucción y renovación urbana del centro histórico de Lhasa. Fotografía: Carlos Mondragón

Un albañil tibetano empleado para trabajar en la destrucción y renovación urbana del centro histórico de Lhasa.
Fotografía: Carlos Mondragón

En cuanto a la transformación económica del Tíbet actual, fue al principio de la década de 1990 que se sentaron las bases de la estrategia fiscal que desde entonces implementa el gobierno central como iniciativa para la integración plena de la minoría tibetana. El arquitecto de esta estrategia fue Hu Jintao, quien, antes de ser Presidente de China (entre 2002 y 2012) fungió como Secretario del Comité Regional del Partido Comunista de la RAT (entre 1988 y 1992). Durante su gestión Hu estuvo a cargo de diseñar respuestas a las protestas independentistas que se dieron entre septiembre de 1987 y marzo de 1988 en Lhasa y partes del Tíbet allende la RAT, así como de mantener un orden férreo antes y después de Tiananmen (en 1989). La estrategia de Hu se centró en elevar de manera acelerada la prosperidad promedio de los tibetanos bajo el supuesto de que un mejor nivel de vida neutralizaría sus inconformidades políticas y culturales. Esta estrategia encontró su cauce más importante en el llamado Programa de Desarrollo de la Región Occidental (comúnmente conocido como xibù dàkaifa, «desarrollo del Occidente»), que comenzó a implementarse a nivel nacional entre 1996 y 1998.

Desde ese tiempo y hasta hoy, el espinazo del «desarrollo del Occidente» ha sido una serie de gigantescos proyectos de desarrollo infraestructural que son descritos como clave para extender la riqueza de las ciudades del litoral hacia las regiones empobrecidas del centro y occidente de China. Esta iniciativa ha tomado la forma de una derrama sin precedentes de recursos gubernamentales dirigidos a las provincias interiores: así, entre 1997 y 2007 se cuadruplicó, a base de subsidios, el PIB de la RAT.

La magnitud de esta inyección masiva de subsidios dio lugar a un crecimiento enormemente ineficiente a lo largo del interior chino, toda vez que alimentó una burbuja inmobiliaria, desarrollista y crediticia construida sobre las bases de estructuras económicas desequilibradas. En la RAT, ha generado un tipo de crecimiento que favorece a sectores burocráticos y laborales de origen chino han, al mismo tiempo que erosiona las bases tradicionales del autosustento, el ingreso, la infraestructura y la gestión cultural de tibetanos urbanos y rurales. En consecuencia, expertos chinos e internacionales han reconocido y criticado el paradójico carácter étnicamente «exclusionario» de la estrategia. Sin embargo, en lo que va del siglo XXI se ha intensificado la escala de esta intervención desarrollista, en gran medida debido a la continuidad del supuesto de que las tensiones sociopolíticas se pueden aminorar con mayor prosperidad económica, aun bajo condiciones intensificadas de autoritarismo.

En consecuencia, como respuesta a los disturbios de 2008 se ha intensificado el control social al mismo tiempo que aumentaron aún más los subsidios presupuestales directos del gobierno central hacia la RAT. Así, cada año a partir de 2010 los subsidios han excedido el 100% del PIB anual de dicha entidad. Para poner esta cifra en contexto conviene señalar que los subsidios directos para Guizhou, la provincia más pobre de China, apenas alcanzaron el 16% del PIB provincial en 2012; en Qinghai, la provincia vecina más semejante al Tíbet, esa cifra fue de 44% del PIB en el mismo año, y en Gansu de 18%. A partir de estas enormes diferencias, no puede sorprender que en 2014 la RAT fuese la única entidad provincial de la República Popular China en alcanzar su meta ambiciosa de 12% de crecimiento anual.

Los desequilibrios generados por esta derrama de subsidios se pueden observar en una gama amplia de indicadores, entre otros, la balanza de pagos de la RAT. Desde principios del siglo XXI el Tíbet central ha presentado un déficit de balanza comercial consistentemente superior al 70% de su PIB anual. Esto es el resultado de una economía desarrollista profundamente dependiente de inyecciones masivas de capital monetario y humano procedente de otras partes de China. En efecto, las estructuras a que da lugar esta economía de dependencia se sustentan en la importación de todo tipo de inversiones, bienes y servicios. Esto incluye la mano de obra calificada, la cual, debido al estado profundamente deficiente de la educación en el Tíbet, suele proceder de otras provincias y municipalidades de la República Popular China. El resultado de esta falta de sustentabilidad interna han sido niveles elevados de exclusión y marginación étnica interna, con todo lo que eso significa para las relaciones entre los tibetanos y el resto de China.

En este contexto, el sector terciario de la RAT merece particular atención, ya que consiste principalmente en cuadros administrativos y empresariales chinos cuya presencia se ha expandido de manera exponencial en los centros urbanos como respuesta a las necesidades y oportunidades de gestión que les brinda un barril presupuestal prácticamente sin fondo. La expansión de este sector se observa de manera clara en la corrupción y el urbanismo rampante que ha sido el motor básico de la inversión y el crecimiento dependiente de la región, el cual es ineficiente toda vez que no está enfocado a la generación de capital humano local.

Más aún, estos males vienen acompañados por el crecimiento exponencial de una burocracia extralocal cuyos mandos medios y altos se reservan predominantemente para funcionarios de etnicidad han. Lo que de riqueza generan los subsidios oficiales suele mantenerse dentro de esferas de consumo y servicios de una élite urbana, empresarial y administrativa principalmente china, asalariada, y con nulo interés en las ansiedades de gestión política y cultural de los tibetanos. El diseño de la política económica del Tíbet, en este escenario, sigue estando fuera de las manos de los tibetanos. Esto es consistente con la visión estratégica más amplia a la que responde el desarrollo, en conjunto, del occidente chino.

El palacio de Potala, en la capital tibetana, con un centro comercial y elementos callejeros decorativos producto de la "renovación" urbana. Fotografía: Carlos Mondragón

El palacio de Potala, en la capital tibetana, con un centro comercial y elementos callejeros decorativos producto de la «renovación» urbana.
Fotografía: Carlos Mondragón

El Tibet en contexto estratégico regional

Allende las distorsiones y contradicciones que subyacen el crecimiento económico a partir de subsidios masivos, el Plan de Desarrollo del Occidente logró poner en marcha la ampliación y modernización de vías estratégicas de comunicación entre la RAT y el resto de China. Esta mejora infraestructural ha permitido un aumento en el traslado de mercancías y personas, así como tiempos más rápidos de despliegue de las fuerzas policiacas y militares hacia el Tíbet y las otras lejanas fronteras occidentales del país. Esta modernización de caminos ha abierto también las puertas para una mayor integración estratégica de China con sus vecinos en Asia Central y el Sur de Asia: en 3 décadas la inversión y la presencia de China en Camboya, Laos, Myanmar, Nepal, Pakistán, Vietnam y las repúblicas centroasiáticas ha crecido de manera importante, dando lugar a una mayor codependencia entre los gobiernos de aquellas naciones y el gigante asiático.

A la par de la transición laboral y el desarrollo de la infraestructura de caminos, aeropuertos y ferrocarriles, la integración económica de la RAT se ha gestionado también mediante la renovación radical de Lhasa, la capital administrativa, histórica y religiosa, del Tíbet. Como en el resto de China, el esfuerzo por modernizar Lhasa ha estado fuertemente influido por la especulación inmobiliaria y flujos crediticios rampantes, en este caso destinados a lucrar con un mercado emergente de funcionarios tibetanos medios y la creciente burocracia y clases empresariales de etnia han. Este proceso de renovación y crecimiento urbano se ha multiplicado en decenas de ciudades medias y pequeñas, dando lugar a un fenómeno creciente de inmigración informal.

El desplazamiento masivo de chinos pobres hacia el Tíbet central es reflejo de un proceso mucho más extendido en toda la República Popular China. En este sentido, no responde a una política específica del gobierno central. Pero sus efectos locales han alimentado el temor de tibetanos dentro y fuera de China de que el gobierno central está implementando una estrategia demográfica dirigida a convertir a la mayoría étnica tibetana en una minoría de facto dentro de su propio territorio ancestral. Lo cierto es que la situación y los motivos que llevan a los chinos pobres a migrar al Tíbet no son los mismos que han llevado a los tibetanos rurales a desplazarse hacia Lhasa, Shigatse, y otros núcleos urbanos en desarrollo. En esta diferencia inciden una serie de factores que dirigen nuestra mirada hacia el escenario de cambio social en el Tíbet. Es en este escenario, más rural que urbano, en donde se están gestando procesos sorprendentes (incluso contraintuitivos) acerca de la naturaleza de la pobreza y de la economía tradicional del Tíbet.

Pobreza, subsistencia y transformaciones rurales 

La economía agraria del Tíbet ha tenido como pilares históricos la cosecha de la cebada y el pastoreo trashumante de yaks, cabras y borregos. Engarzados a una red compleja de intercambios de productos básicos entre diferentes núcleos rurales, urbanos y transfronterizos, esta economía tradicional ha sido descrita como de «subsistencia» en la medida en que representa un colchón de reserva para la supervivencia de los tibetanos rurales, al margen de la economía de mercado. En realidad, representa más que un colchón: la actividad de subsistencia trashumante es, por definición, estacional. Lo mismo es verdad para la producción de cebada, debido a que representa un cultivo que no se puede cosechar más que una vez al año. Crucialmente, todo este entramado productivo depende de formas comunales de posesión y uso de suelo, mismas que son contrarias a la lógica de propiedad y de mercado que se está imponiendo bajo el actual régimen de desarrollo estatista del Tíbet.

Vista a la luz de los estándares de medición oficial de la pobreza, la tibetana es una forma de subsistencia que cae de manera casi natural dentro de la categoría de «pobreza rural», en algunos casos extrema, toda vez que parece carecer de capacidad productiva. La respuesta ha sido implementar una intervención desarrollista enfocada en transformar la economía rural del Tíbet en una economía de mercado. Parte clave de esta estrategia pasa por la sedentarización de la población trashumante a partir del cambio de uso de suelo, de regímenes de propiedad, y de asentamiento, específicamente a partir de la concentración de nómadas en «pueblos nuevos» compuestos de vivienda social financiada y construida por subcontratistas chinos.

El resultado de estas intervenciones ha sido que el campo tibetano ha sufrido una transición laboral aún más radical que el de las ciudades. Desde 1999, la población de la RAT pasó de ser 76% agraria (la mayor proporción de población agraria de cualquier provincia de la República Popular China para ese año) a solo 56% en 2008. A la fecha, menos de la mitad de la fuerza de trabajo de la RAT sigue teniendo acceso al campo como principal escenario de trabajo, sustento y autogestión local. En paralelo, ha crecido la población urbana flotante consistente en trabajadores estacionales dependientes de subempleos precarios. Este proceso se ha traducido en la erosión de un contexto reciente en el cual las comunidades nómadas y agrícolas del campo tibetano habían desarrollado estrategias exitosas de diversificación de sus fuentes de ingreso, de tal forma que lograban mantener sus ingresos y reservas por encima de las líneas nominales de pobreza en las que viven. En concreto, desde la década de 1980 los tibetanos rurales han logrado combinar, de manera flexible y ad hoc, periodos de producción agrícola y ganadera estacional con periodos de trabajo remunerado en sectores urbanos no calificados, notablemente la construcción y los servicios municipales de limpieza. Esta diversificación solo ha sido posible bajo condiciones de relativa autogestión dentro de regímenes colectivos de propiedad y producción rural, precisamente las condiciones que están siendo erosionadas bajo el actual régimen desarrollista de la RAT.

Una familia de tibetanos rurales en peregrinaje. Fotografía: Carlos Mondragón

Una familia de tibetanos rurales en peregrinaje.
Fotografía: Carlos Mondragón

Conclusión

La visión del Tíbet comúnmente compartida por una mayoría de políticos y funcionarios chinos se caracteriza por dos importantes equívocos: 1) la persistencia de la pobreza en el Tíbet se debe al atraso cultural de los tibetanos, el cual se manifiesta en una incapacidad para transitar hacia una modernidad plena, y 2) el atraso cultural genera resistencias al cambio social, las cuales se convierten en el factor clave de la inconformidad social que niega los evidentes beneficios que ha traído el crecimiento económico. Desde esta visión se desprende la imagen arquetípica del tibetano atrasado, a saber, la del nómada trashumante atorado en la composta de una forma de vida feudal, carente de educación y de las condiciones necesarias para dedicarse al trabajo productivo. El remedio para esta condición ha consistido en transformar las estructuras improductivas de la RAT para incrementar su productividad y capacidad de ingreso monetario.

A decir de la mayoría de los especialistas extranjeros y chinos sobre el Tíbet, el balance de esta política económica ha sido un fracaso con algunos elementos rescatables, toda vez que se ha detonado un cierto tipo de prosperidad para élites chinas y tibetanas urbanas, así como la modernización infraestructural de una región enorme, otrora carente de los componentes más básicos de un estado moderno. Sin embargo, este crecimiento y modernización se han caracterizado por ser insostenibles, toda vez que se basa en un modelo ineficiente de subsidios masivos, que han dado lugar a un aumento notable de desigualdad y exclusión étnica que está dando lugar a la rápida proletarización de sectores tibetanos otrora autosuficientes. Las consecuencias de estos procesos no se han hecho esperar, dando lugar a nuevos factores de tensión y malestar en una región cuya población ha padecido históricamente de políticas culturales y económicas enormemente traumáticas.

Para Latinoamérica, una mayor proximidad a la situación del Tíbet permite comprender mejor la diversidad interna de China. Conocer estos contextos puede llevar a mejorar también la interlocución diplomática, empresarial y social entre actores y organismos hispanoamericanos con sus contrapartes chinos a nivel regional, provincial y municipal. Pero quizás más importante es que las formas en que los tibetanos han respondido a las enormes transformaciones sociopolíticas que están experimentando arroja lecciones valiosas para Latinoamérica con relación a temas de pobreza y subsistencia, así como para el diseño de políticas de desarrollo y a la manera en que se deben reconceptualizar las relaciones entre las minorías étnicas y los Estados nacionales.

*La mayor parte de los datos socioeconómicos y los argumentos clave de este texto se obtuvieron del trabajo pionero que durante más de 2 décadas ha realizado en Tibet y China el profesor Andrew Martin Fischer, del Instituto de Estudios Sociales de la Haya, Países Bajos.

CARLOS MONDRAGÓN es profesor e investigador del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México.

 

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One Response to El Tíbet chino

  1. Gerardo Lima Molina dice:

    El desarrollo económico del Tíbet es tan complicado como el desarrollo de los «pueblos y comunidades» indígenas en Latinoamérica, ya sea en el sur mexicano o en la selva brasileña. Las poblaciones tradicionales cuentan con un bagaje muy distinto al occidental y a la mentalidad económica capitalista. A mi parecer, un desarrollo integral, tanto en Tíbet como en Latinoamérica, depende de una mayor comprensión de una cultura completamente distinta, de métodos tradicionales, «primitiva» si se quiere, pues aún la trashumancia es difícil de entender para una sociedad sedentaria que lo ha sido durante milenios. Dice Denisse Dresser que las cuestiones culturales sólo se utilizan para explicar un problema cuando ya no se tienen argumentos. Y aunque la idea es curiosa, y hasta graciosa, obvia que no sólo la economia define a una sociedad. La cultura es tan importante como lo es la economía en una civilización. Así, es triste entender cómo se deja atrás la importancia de la religión en el Tíbet. Y es más triste cómo la China moderna destruye la capital religiosa del Tíbet tratando de modernizarla, y después sus líderes han se preguntan: ¿por qué los tibetanos no están contentos?

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