El momento ha llegado: tenemos que hablar sobre el islam

1 junio, 2018 • Medio Oriente, Opinión, Portada • Vistas: 30697

CNN

Eduardo Rafael Salgado Ávila

Junio 2018

La academia ha causado mucho daño al basar su producción de conocimiento respecto al islam en la confrontación, la diferenciación, el exotismo y el rechazo. No solo por la creación de dicotomías que enfrentan a diario a oriente y occidente, como si dos mundos colapsaran en uno mismo, sino por la interpretación y aplicación histórica que diversos líderes han dado a estos postulados científicos y han permeado en sus ciudadanos, lo cual ha conducido al nacionalismo exacerbado, al chovinismo y el jingoísmo.

Es fundamental tomar en cuenta un factor esencial cuando se habla sobre la ciencia: su relación con el poder. La fabricación de supuestos generales sobre la sociedad no escapa a esta conexión de intereses y el islam como unidad de análisis es una cuestión más en la que no debe olvidarse este argumento.

La religión que es centro de este artículo tiene cimientos en común con el judaísmo y el cristianismo, como la descendencia de Abraham, además de figuras principales compartidas como Moisés, David y Noé. No obstante, uno de los principios que lo distinguen de las otras religiones abrahámicas es el llamado shahada, el cual se ha prestado para malinterpretaciones y se ha traducido al español como: «no hay más Dios que Alá, Mahoma es el último de sus mensajeros». El texto arábigo dista tajantemente. Una observación crítica de la shahada requeriría las siguientes traducciones al español: «no hay más dios que Dios, Mahoma es el mensajero de Dios» o «no hay más divinidad que dios, Mahoma es el mensajero de dios».

La trascendencia sobre una apreciación correcta del shahada recae en 2 puntos principales. Por un lado, la exclusión que generaría la primera traducción arriba expuesta sobre las sociedades cristianas y judías de origen árabe, así como la gran exclusión sobre la creencia de otro dios que no sea llamado «Alá». En el idioma arábigo la palabra «Alá» o «Allah» no se refiere al nombre de una deidad musulmana, sino que simplemente es la versión del vocablo «dios» en el lenguaje, equivalente a decir «god» en inglés o «dieu» en francés. De esta forma, los católicos árabes también mencionan a «Alá» para referirse a su divinidad. Por otro lado, no cabe duda de que el riesgo de generalizar a partir de un caso específico es inherente a cualquier investigación social. Las muestras suelen ser pequeñas respecto al estudio de actitudes frecuentes de una población, lo cual deriva fácilmente en la generación de hipótesis sesgadas cuando no se indaga correctamente o no se analiza con las variables prudentes. Respecto al islam se han cometido errores puntuales en este sentido.

No obstante, Turquía tampoco es la representación general del islam, porque justamente una representación general del islam es irreal, no existe.

La religión mahometana cuenta con un aproximado de 1 800 millones de creyentes, quienes, contrario a lo que se ha divulgado continuamente, no son en su mayoría árabes. De hecho, el país con la mayor población musulmana no se encuentra en la región de Medio Oriente, sino en el sur de Asia: Indonesia, y es seguido por dos Estados que en su composición étnica no concentran grandes poblaciones árabes: Pakistán, con mayoría panyabí y pastún, e India, de mayoría indoaria. En cuarto lugar, respecto a su población musulmana, se encuentra Bangladesh, distinguido por su grupo étnico bengalí. Egipto, en sexto lugar, es el país árabe con mayor población musulmana.

En un panorama general, la Organización para la Cooperación Islámica (OIC por sus siglas en inglés: Organisation of Islamic Cooperation), ahora cuenta con 57 miembros de 4 continentes, es decir, por lo menos 57 países con poblaciones musulmanas considerables. Además, algunos Estados europeos no afiliados a la OIC también tienen residentes musulmanes cuantiosos, Kosovo 96%, Bosnia con un porcentaje del 50%, Rusia con entre 10% y 15% y Bulgaria con un aproximado entre 9% y 10% de sus habitantes.

Es relevante tener presente la distribución anterior para evitar la universalización de comportamientos por lo ocurrido en un país con mayoría musulmana. Así, sería un error de gravedad relacionar las atrocidades que acompañan a la infibulación o la mutilación genital femenina practicada en ciertos Estados como Somalia, Guinea o Yibutí, como una generalidad islámica. Lo anterior porque esta afirmación genera mayores conflictos por la discordia engendrada entre quienes no encuentran el sustento islámico para su realización.

Una generalización basada en los países mencionados en el párrafo anterior excluiría completamente a un estudio social de Turquía, por ejemplo, país en el que el 98% de la población es musulmana y en donde las mujeres expresan constantemente sus tendencias políticas, llevan consigo pulseras y collares de Atatürk, asisten a la escuela con normalidad, son profesionistas, marchan en contra de los feminicidios, la desigualdad, la discriminación y las prácticas neoliberales, utilizan ropa entallada, van a bares, rezan y debaten sobre la obligación del uso de la hiyab, anteriormente prohibido y sobre el cual ahora muchas mujeres luchan por poder portarlo públicamente. No obstante, Turquía tampoco es la representación general del islam, porque justamente una representación general del islam es irreal, no existe.

Asimismo, culpar a esta religión de ciertas prácticas patriarcales derrumbaría por completo el legado del movimiento feminista islámico que ha pugnado fervientemente por la reivindicación del papel social femenino a través de interpretaciones más precisas del Corán y que ha visto en sus filas a cientos de mujeres como Huda Sha’arawi, Zainah Anwar, Ziba Mir Hosseini, Meena Keshwar Kamal y Samira Ibrahim, entre muchas otras.

A pesar de lo anteriormente expuesto, una corriente peculiar en Estados Unidos y Europa, principalmente, pero que también se ha arraigado en otras regiones como Latinoamérica, ha maximizado los casos de atropello, que sin duda suceden como en cualquier comunidad, para su producción mediática. De esta forma, las mujeres como Ayaan Hirsi Ali encuentran con mayor facilidad un espacio para expresarse. Ayaan es originaria de Somalia y sufrió en persona la infibulación. Huyó de su país hacia Estados Unidos, dónde encontró cabida en ciertos grupos sociales que impulsaron sus textos en contra del islam, especialmente tras los acontecimientos del llamado 11-S. Ali ha criticado fervientemente el «comportamiento islámico hacia las mujeres» a través de sus escritos y películas, entre los cuales se ha referido a las musulmanas como «vírgenes enjauladas».

Es imperativo que la academia, especialmente la mexicana, no caiga en el tan criticado orientalismo acuñado por Edward Said y que no base sus argumentos de crítica en razonamientos generalizados de suma parcialidad.

El problema esencial con la defensa que propone Ayaan Hirsi Ali, y quienes basados en sus escritos sugieren una solución al islam como si este fuera una enfermedad, es que hace un llamado recurrente a la liberación y salvación de todo un género que profesa una religión. Lila Abu Lughod, profesora estadounidense de ascendencia palestina, especialista en estudios de género, discrepa contundentemente con Ayaan por suponer que hay una sociedad occidental superior que tiene la obligación de rescatar a todo un grupo de mujeres musulmanas inferiores.

Lamentablemente estos discursos incendiarios, generalizados y orientalizados sobre una religión han derivado en intervenciones constantes en países con mayoría musulmana. Estas intervenciones, además, parecen ser justificadas incluso por académicos mexicanos como el Dr. en filosofía por la Universidad de Oxford, Álvaro Rodríguez Tirado, quien en su artículo El Islam: los límites de la tolerancia remarca claramente que «si no establecemos límites a la tolerancia, si no reconocemos que la tolerancia deja de ser efectiva y obligatoria ante la intolerancia del otro, habremos perdido la batalla en la guerra cultural». Él mismo cita a Ayaan Hirsi Ali para destacar que «no podemos luchar en contra de una ideología únicamente con bombardeos, drones, y asaltos por tierra al enemigo».

Es imperativo que la academia, especialmente la mexicana, no caiga en el tan criticado orientalismo acuñado por Edward Said y que no base sus argumentos de crítica en razonamientos generalizados de suma parcialidad. Un académico de esta talla debe hacer caso a lo que el mismo Said señala en su obra Cultura e Imperialismo: «debe intentar no dominar a los otros, ni tratar de clasificarlos o situarlos en moldes jerárquicos. Y, por encima de todo, no [debe] reiterar constantemente que nuestra cultura o país es el número uno. Un intelectual para quien existan suficientes elementos de valor puede prescindir de ello».

Si bien es cierto que mucho camino hay por recorrer para combatir los abusos perpetrados por comunidades patriarcales a lo largo del mundo y defender los derechos de las mujeres, también es verdad que no es posible crear un manual de acción para las sociedades en general basado en la experiencia europea o estadounidense y mucho menos se puede crear un diagnóstico tan simplista como el de la religión cuando detrás de cada Estado hay factores económicos, políticos e históricos que han moldeado un comportamiento. Chandra Talpade Mohanty, al igual que Lila Abu Lughod, especialista en estudios de género, ha luchado constantemente para que el feminismo del primer mundo no se convierta en un feminismo colonial que permita la entrada redentora de las potencias en países tercermundistas con la bandera del rescate de las mujeres. El desarrollo de concepciones homogeneizadoras y totales como «las mujeres de la India» o «las mujeres musulmanas» es un paso hacia atrás para la búsqueda de un posible remedio para cuestiones que afectan a grupos específicos y que involucran aspectos políticos, económicos, históricos, coloniales, imperiales e internacionales, no necesariamente religiosos.

No hay más tiempo, la coyuntura requiere que la academia y la sociedad mexicana se aventuren en el estudio de las regiones y la religión involucradas en este texto para poder aportar mucho más a una posible cooperación entre organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil en la búsqueda de resoluciones en cuanto a preocupaciones compartidas.  Es fundamental romper las barreras impuestas por un cierto tipo de producción de conocimiento basado en la diferenciación y el enfrentamiento para percibir de una vez por todas el parecido entre los problemas a los que se enfrentan las sociedades y lo fácil que será llegar a acuerdos en conjunto al quitar la idea de Samuel P. Huntington de el «choque de civilizaciones» para dejar la preocupación sobre «batallas culturales» que no corresponden. Es inevitable, en efecto, el momento ha llegado: se tiene que hablar con mayor seriedad sobre el islam.

EDUARDO RAFAEL SALGADO ÁVILA es licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y actualmente cursa la maestría en Estudios del Medio Oriente en El Colegio de México. Realizó prácticas profesionales en la Embajada de México en Turquía. Sígalo en Twitter en @ESalgado91.

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One Response to El momento ha llegado: tenemos que hablar sobre el islam

  1. Tarik Zeraoui dice:

    Un error referirse a los musulmanes como «mahometanos». Como seguro sabe el autor, a diferencia de los cristianos en el Islam no se «cree»en Muhammad, sino que se le reconoce como profeta (en árabe, mensajero, ya que no hay acción de profetizar) pero la religión islámica no gira en torno a su figura. Por esto musulmán quiere decir aquel que se somete a la voluntad de Dios, no de Muhammad.

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