El desafío ruso en Siria: la maniobra que transformó la guerra

10 marzo, 2016 • Artículos, Asuntos globales, Medio Oriente, Portada • Vistas: 11089

Athena News

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avatarDefault José Ciro Martínez

Marzo 2016

El 30 de septiembre de 2015 Vladimir Putin cambió el rumbo de la guerra en Siria. El presidente ruso decidió lanzar una extensa intervención militar e incrementar dramáticamente la participación rusa en el conflicto. De este modo, el respaldo diplomático al régimen de Bashar al Assad se suplantó por una aventura militar activa y extensa que pocos expertos predijeron. Casi cinco meses después, el 22 de febrero de 2016, Estados Unidos y Rusia acordaron un cese de hostilidades en Siria, aprobado tanto por el régimen de al Assad como por la Comisión Suprema para las Negociaciones (CSN), la principal coalición de grupos rebeldes no calificados como terroristas -que incluye a la oposición laica, islamista moderada y kurda-. El cese de hostilidades comenzó en la medianoche del 27 de febrero y fue endosado de forma unánime por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidades en su resolución 2268.

El acuerdo no incluye al Estado Islámico (EI) ni al Frente al Nusra -afiliado a Al Qaeda-, por lo que muchas fuerzas rebeldes moderadas temen que esta carencia sea utilizada para legitimar ataques en su contra. El cese temporal no es tampoco un proceso liderado por las fuerzas locales sirias que, abandonados a su suerte, seguirían sumidos en el campo de batalla. Se trata más bien un acuerdo bilateral entre Rusia y Estados Unidos, quienes obligaron a sus aliados regionales a ratificar el acuerdo y a exigir la participación de las milicias sirias que patrocinan.  Si esta tregua frágil y precaria será capaz de arrojar una conclusión duradera a la violencia que atormenta al pueblo sirio desde hace más de cuatro años dependerá de un sinnúmero de factores. Más perceptibles, hoy por hoy, son los efectos del desafío ruso, una táctica audaz que ha logrado alterar el curso de la guerra civil en Siria.

En junio de 2015, varios indicadores claves apuntaban al derrumbamiento del régimen del presidente al Assad. Tras cuatros años de luchas constantes, las fuerzas rebeldes lograron apoderarse de varias localidades estratégicas en las regiones de Aleppo e Idlib que, junto a la caída de pueblos como Jisr al Shugur y la antigua ciudad de Palmyra en manos de rebeldes islamistas y del Estado Islámico, evidenciaban las pérdidas del régimen en el noreste y oeste del país. La reducción de apoyo iraní, enfrascado su gobierno en las negociaciones con Estados Unidos por su programa nuclear, disminuyeron aún más los recursos militares y económicos del régimen de al Assad.

En este contexto, una importante combinación de factores presagiaba el momento más crítico y más peligroso que había vivido el presidente sirio desde 2012. Por un lado, se consolidó el Frente Sur -la principal agrupación de facciones rebeldes vinculadas al Ejercito Libre Sirio en el sur del país- con el apoyo de Jordania y de Estados Unidos. Por el otro, la coalición entre los grupos salafís Ahrar Al-Sham y el Frente al Nusra avanzó peligrosamente en la provincia de Latakia, el feudo de la familia al Assad. Por estos motivos, las diversas fuerzas rebeldes lograron encender todas las alarmas en cuanto a un posible colapso del régimen.  Oficiales gubernamentales en Estados Unidos y de Gran Bretaña pronosticaron que la llegada del presidente sirio a la mesa de negociaciones era inminente. Sin embargo, esto no resultó así porque preparaciones secretas entre fuerzas sirias, iraníes y rusas habían comenzado algunos meses antes.

Putin tardó pero no falló en responder puesto que escogió el momento idóneo para su maniobra. La detonación de la crisis de refugiados en Europa y los numerosos fallos de la campaña militar occidental contra el Estado Islámico permitieron que Moscú se presentara como el escudo de defensa contra el extremismo yihadista. Aprovechándose de las reticencias de los países occidentales -incapaces de organizar una estrategia coherente en torno al conflicto en Siria- el Presidente ruso mandó 1500 soldados equipados con aviones y tanques al aeropuerto internacional Bassel al Assad en Latakia a principios de septiembre de 2015. Al finalizar este mes, Putin lanzó la primera jornada de bombardeos de la aviación rusa tras ultimar los detalles de su estrategia con el reconocido general iraní Qasem Soleimani.

En su discurso oficial, Putin aseguraba que su intervención se limitaba a derrotar a las fuerzas islamistas radicales. Sin embargo, los últimos cinco meses dejan en evidencia que su propósito principal es preservar al gobierno sirio y asegurar sus intereses geopolíticos en el Cercano Oriente. La expandida intervención rusa abrió una nueva etapa en el conflicto, pues ha servido como un refuerzo vital tanto en el campo de batalla como en el tablero internacional para el casi defenestrado régimen del presidente al Assad.

Reuters / Goran Tomasevic

Reuters / Goran Tomasevic

La  maniobra de Putin requiere de la destrucción sistemática de las fuerzas rebeldes. Por este motivo no resulta sorprendente que la mayoría de los ataques aéreos rusos han sido dirigidos hacia los grupos militares apoyados por Estados Unidos, Turquía, los países del Golfo y las poblaciones civiles que viven bajo su control. En este contexto, el Estado Islámico siempre fue un objetivo secundario en la incursión del presidente ruso, que intentaba contrarrestar pérdidas territoriales en las áreas más preciadas por el presidente al Assad. Para asegurar el éxito de este objetivo, las fuerzas aéreas rusas utilizaron una de las tácticas más eficaces del gobierno sirio: el bombardeo de centros urbanos y de infraestructura importante.

Hay que recordar que desde el comienzo del conflicto, el gobierno sirio ha intentado obstaculizar la vida diaria de aquellos civiles que viven en zonas fuera de su soberanía territorial. Usando bombardeos aéreos y los temidos «barriles de la muerte» -frascos llenos de petróleo, explosivos y metralla- las fuerzas militares de al Assad elegían como blanco a escuelas, hospitales, generadores eléctricos y oficinas administrativas en manos de fuerzas rebeldes. Esta táctica acabó con la vida de muchos y amedrentó a los que sobrevivieron, destruyendo así el tejido social de las poblaciones fuera del control del gobierno sirio.

La intervención rusa ha exacerbado la eficacia de esta táctica. No es una casualidad que el general Samir Mohamed, portavoz del Ejército Sirio, proclamara que «Rusia es nuestro mejor aliado. Su apoyo ha sido crucial para lograr rápidos avances en el terreno y ello gracias a un armamento moderno así como un sofisticado sistema de reconocimiento aéreo.» Aunque el Kremlin reclama que sus ataques se centran en fuerzas terroristas, varias fuentes incluyendo el Instituto Sirio de Derechos Humanos, indican que casi el 90% de sus esfuerzos militares han sido dirigidos a los rebeldes apoyados por Occidente pero ajenos a las bandas radicales sunitas.

Aviones rusos han usado repetidamente bombas de racimo y explosivos no guiados cuya inexactitud amenaza la vida de civiles a lo largo del país. Desde octubre de 2015, portavoces de las fuerzas rebeldes han informado que los rusos asisten al presidente al Assad en su meta de despoblar los territorios fuera de su control. Tales esfuerzos contribuyen a que ciudades y pueblos controlados  por el gobierno sirio sean las únicas que puedan proveer la estabilidad que tantos sirios anhelan, aumentando así la probabilidad de que al Assad continué siendo parte imprescindible de una solución política pactada. Destruidas las alternativas a su régimen de terror, el presidente sirio puede afirmar ante el mundo que encabeza la única autoridad política capaz de mantener orden, proveer recursos básicos y gobernar.

Por otro lado, la realidad a la que se enfrentan los rebeldes moderados dada la tregua pactada el 27 de febrero de 2016 es poco prometedora. Mientras que los informes iniciales indicaban que la intervención rusa no había logrado ayudar al gobierno sirio en su deseo de reconquistar territorio, los últimos dos meses han dado lugar a victorias importantes. Diversos ataques aéreos rusos apoyaron a las fuerzas del régimen de al Assad en su recuperación de varios pueblos en la provincia de Latakia y de bases aéreas estratégicas, como Kuweiris en la provincia de Alepo. Por ejemplo, junto a fuerzas iraníes y milicianos del grupo libanés Hezbolá, batallones del gobierno sirio ahora rodean la ciudad de Alepo, símbolo importante de la insurrección inicial contra al Assad. Sin rutas de suministro desde Turquía, amputados con ayuda rusa, los rebeldes en la ciudad más grande de Siria prevén su próxima capitulación. «Pronto acabarán de liquidarnos. Sólo queda por ver si la ofensiva gubernamental será cruel y lenta o rápida y espectacular: eso es, un cerco o un bombardeo continuo,» confesó el líder de una de las fuerzas rebeldes principales en la ciudad.

Getty Images / Sasha Mordovets

Getty Images / Sasha Mordovets

Miembros de la cúpula del régimen sirio indicaron que confían plenamente en una eventual victoria militar este año, complicando así la posibilidad de que el frágil acuerdo alcanzado entre John Kerry, el Secretario de Estado de Estados Unidos, y el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, desemboque en una solución política pactada. En este sentido, la operación rusa cumplió con dos objetivos importantes. Primero, cambió el mapa militar en Siria. En sólo cinco meses, Putin logró dar marcha atrás a los avances lentos pero consistentes hechos por las fuerzas rebeldes durante los últimos cuatro años. Si se insiste en una negociación política en estas circunstancias, se llevarían a cabo en el momento más favorable para el presidente al Assad desde el estallido inicial de la revuelta en 2011.

Además, la operación de Putin impuso modificaciones importantes en la diplomacia estadounidense que cambió su tono dramáticamente en los últimos meses. Washington ahora le da la bienvenida a Irán a la mesa de negociaciones sobre Siria y ya no insiste en la renuncia de al Assad como condición previa a cualquier solución política. Barack Obama auguró que Rusia, al intervenir en Siria, acabaría en un atolladero. Sin embargo, contario a las predicciones del mandatario estadounidense, el plan audaz de Putin parece estar dando frutos con creces.

Además, fuera del territorio sirio, la intervención diseñada por Putin representó un paso importante hacia la reconstrucción del poderío ruso en la región. Los bombardeos de la aviación rusa de septiembre de 2015 significaron la primera acción bélica de Moscú fuera del entorno inmediato de la Rusia postsoviética. Al margen de Washington y sus aliados, Rusia se ha vinculado al llamado eje de resistencia -en el que se encuentran Irán, Siria y Hezbolá- como una puerta de entrada al Cercano Oriente. Junto a sus esfuerzos bélicos en Ucrania, Putin parece obsesionado con recuperar la posición de superpotencia que ocupó la Unión Soviética durante la Guerra Fría. En este contexto,  la gran amenaza que supuestamente representa el Estado Islámico parece una simple coartada para expandir el poderío ruso.

Cinco meses después de su comienzo, la intervención rusa en Siria parece responder más a la defensa de los intereses geopolíticos de Moscú que a un genuino interés en poner fin a la guerra civil que se vive desde hace casi cinco años. Mientras tanto, el presidente al Assad observa como un mero espectador los esfuerzos de Irán, Hezbolá y Rusia que decidirán su futuro político. Igual de impotentes han quedado las fuerzas de la oposición, que incesantemente solicitan ayuda militar, financiera y diplomática de sus aliados turcos, estadounidenses, saudíes y cataríes.

El resultado más lamentable de las incesantes maniobras extranjeras es que, tras más de un cuarto de millón de muertos y doce millones de desplazados, el destino de Siria  no queda ya en manos de sus líderes ni de sus habitantes. El futuro del país no se decidirá en los palacios de Damasco, ni en las mezquitas de Hama o los campos de guerra de Alepo, sino en la Casa Blanca, en el Kremlin y en los hoteles lujosos de Múnich y Ginebra. Los sirios, de un lado y de otro,  no estarán presentes en esos escenarios. No están invitados.

JOSÉ CIRO MARTÍNEZ es estudiante doctoral en Ciencias Políticas y becario de la fundación Bill and Melinda Gates en la Universidad de Cambridge. 

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2 Responses to El desafío ruso en Siria: la maniobra que transformó la guerra

  1. Christian Jerez Arellano dice:

    Como losn mercenariuos nbterroristas de ISIS, A-Nusra, Al Qaeda, Los «rebeldes moderados sirios, que no nson otros que terroristas coin cara de niño y el napoyo de EEUU, Arabia Saudita, Israel,Turquía y Qatar principalmente, nya estarían en nla hoguerra del Infierno.Mueren 40 y bmás terroristas y no se disminuyen. Alguien no muy desconocido les paga y los apertrecha. Pero lan guerra la perderán. Sólo lo terrible son los muertos inocentes del gobierno y sus milicias de apoyo y la población civil. Esto se repite ben Libia ¿Qué hicieron en Libia? destruyeron un país que hoy se debate en una sangría espoantosa. ¿Y en Irak, lo mmismo, más de 2,5 vmillones son nlos refugiados sin contar vla población civil muerta. Y ¿En Yemen? Los israelíes y sauditas, Sionismo macrabro y sunismo wahabaista radical. Nadie puede desmentir esto. Está bueno de ser los lacayos del imperialñismo estadounidense e inglés.

  2. […] de la participación a nivel local. Muchos en esta izquierda han callado o incluso aprobado la intervención rusa a favor del régimen de Al Assad que comenzó en octubre de 2015 y que excede con creces la […]

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