Doctrina Carranza: ¿herramienta para las relaciones entre Estados Unidos y México en la era de Trump?

8 octubre, 2018 • Artículos, Norteamérica, Portada • Vistas: 19797

Secretaría de Cultura-Colección Ruth Becerra Velázquez

Arturo Magaña Duplancher

Octubre 2018

I. Todas las naciones son iguales ante el Derecho. En consecuencia deben respetar mutua y escrupulosamente sus instituciones, sus Leyes y su soberanía, sometiéndose estrictamente y sin excepciones al principio universal de no intervención.

II. Nacionales y extranjeros deben ser iguales ante la soberanía del Estado en que se encuentran; de consiguiente ningún individuo debe pretender una situación mejor que la de los ciudadanos del país donde va a establecerse y no hacer de su calidad de extranjero un título de protección y privilegio.

III. Las legislaciones de los Estados deben ser uniformes y semejantes en lo posible, sin establecer distinciones por causa de nacionalidad, excepto en lo referente al ejercicio de la soberanía.

IV. La diplomacia debe velar por los intereses generales de la civilización y por el establecimiento de la confraternidad universal; no debe servir para la protección de intereses particulares, ni para poner al servicio de éstos la fuerza y la majestad de las naciones. Tampoco debe servir para ejercer presión sobre los Gobiernos de países débiles, a fin de obtener modificaciones a las leyes que no convengan a los súbditos de países poderosos.

Mensaje del presidente Venustiano Carranza al Congreso de la Unión, 1 de septiembre de 1918.

A finales de la década de 1970, el gran politólogo estadounidense Stanley Hoffmann advirtió, al enumerar fortalezas y debilidades de la disciplina de las Relaciones Internacionales, que una de sus más serias flaquezas es el miedo a la historia. Escribió que el miedo a la historia no solo comporta la negación del valor que experiencias pasadas guardan para el presente sino que, además, promueve auténticas deficiencias en nuestra comprensión de la política internacional actual. Este miedo y su consecuencia más obvia, la obsesión por el presente, nos oculta el hecho de que un examen riguroso del pasado puede revelarnos que lo que creíamos nuevo no necesariamente lo es.

Podemos afirmar que México enfrenta hoy las amenazas del gobierno de Donald Trump un poco bajo la tiranía del presentismo de la que tanto nos advirtió Hoffmann. Para los jóvenes mexicanos, por ejemplo, y en función de la experiencia reciente, las relaciones entre Estados Unidos y México viven su peor época, la más desafiante y radicalmente apartada de la institucionalidad de cooperación que vieron establecerse formalmente en la década de 1990 y cuyos cimientos podrían haberse colocado desde una década antes. Es aquí donde, guardadas las debidas comparaciones y sin caer en el exceso opuesto sobre la relevancia automática de cualquier experiencia histórica, podríamos afirmar que México debería tomar en cuenta distintos episodios de la historia de sus relaciones internacionales para navegar el presente.

Uno de los primeros temas a analizar tiene que ver con la manera en que México históricamente ha utilizado las alianzas y los esquemas de cooperación internacional a su alcance para atenuar la asimetría de sus relaciones con Estados Unidos. La Doctrina Carranza, que en septiembre de 2018 celebra 100 años de pronunciada, adelanta el desconocimiento abierto de la Doctrina Monroe y tiene por contexto una intensa búsqueda de aliados en Europa, Latinoamérica y especialmente en Centroamérica para enfrentar lo que Genaro Estrada llamó «el acoso estadounidense a la Revolución».

Conviene recordar que en el periodo entre 1915 y 1920, el gobierno de Estados Unidos ordenó la expedición punitiva contra Francisco Villa encabezada por el general John J. Pershing en Chihuahua y amenazó continuamente, especialmente después de la promulgación de la Constitución de 1917, con medidas que fueron desde suspender su reconocimiento diplomático hasta invadir el territorio nacional o partes de él. Además de buscar aliados europeos tanto en términos diplomáticos, como militares y económicos, poniendo especial énfasis en Alemania, promovió estrechas alianzas diplomáticas y militares con los gobiernos latinoamericanos.

Luego del conflicto que entonces parecía inminente entre Estados Unidos y México en junio de 1916 con la batalla de El Carrizal como detonante, Carranza buscó la celebración de un congreso panamericano, que por distintas circunstancias no pudo llevarse a cabo, contra las presiones estadounidenses. Para ello envió a Salvador Alomías como embajador ante los países centroamericanos aprovechando una coyuntura especialmente relevante: un fuerte enfrentamiento entre Costa Rica, El Salvador y Honduras, por un lado, y Estados Unidos y Nicaragua, por el otro, en relación con el tratado Bryan-Chamorro.

La Doctrina Carranza adelanta el desconocimiento abierto de la Doctrina Monroe y tiene por contexto una intensa búsqueda de aliados para enfrentar lo que Genaro Estrada llamó «el acoso estadounidense a la Revolución».

Carranza no solo les respaldó en esa disputa, esencialmente bajo el argumento de que la nueva base naval y el canal interoceánico a construirse eran proyectos expansionistas que ponían en peligro la soberanía de los países involucrados, y aún la de México, implicando la absoluta hegemonía estadounidense en Centroamérica sino que propuso a estos países una alianza militar e incluso favoreció fuertemente un proyecto de reunificación de El Salvador y Honduras en una República de la América Central como la que funcionó entre 1895 y 1898. En el fondo, se trataba de una estrategia para consolidar una alianza útil frente a las presiones estadounidenses en ascenso por los contenidos del artículo 27 constitucional.

En las circunstancias actuales, valdría la pena recuperar el valor de este planteamiento. Tanto en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que en el último mes entró en una etapa de negociación bilateral, sin la participación de un aliado estratégico como Canadá, como durante el drama relativo al arbitrario y brutal aseguramiento de menores no acompañados de origen centroamericano, descuidar a los aliados estratégicos no parece ser la mejor idea para negociar frente a la Casa Blanca.

Más aún, recordando una parte central del discurso leído precisamente hace 100 años ante el Congreso de la Unión, y teniendo como telón de fondo la de por sí muy asimétrica renegociación del TLCAN convendría tener presente el posicionamiento carrancista de que la diplomacia «no debe servir para la protección de intereses de particulares, ni para poner al servicio de estos la fuerza y la majestad de las naciones. Tampoco debe servir para ejercer presión sobre los gobiernos de países débiles, a fin de obtener modificaciones a las leyes que no convengan a los ciudadanos o súbditos de países poderosos».

Mucho habría que decir sobre la importancia de este postulado para lamentarnos de algunos de los contenidos, premisas y teatralidades del nuevo instrumento. Sobre cómo manejar una negociación forzada por circunstancias extraordinarias y salir razonablemente airosos, Carranza y sus diplomáticos impartieron una cátedra que ha probado ser muy difícil de emular.

Más allá del contenido de la doctrina, la praxis aparejada a ella también es relevante. En materia comercial hubo una gran negociación entre ambos países en 1918 en relación con el convenio de exportación de metales preciosos que se negociaba con Estados Unidos. El objetivo era regularizar ese intercambio comercial afectado con el ingreso de éste último a la Primera Guerra Mundial y que supuso restricciones, entre otros, a los países neutrales.

Al margen de que Carranza desaprobó inicialmente el acuerdo advirtiendo que «las bases preliminares en las negociaciones eran inaceptables y que México era colocado en una posición humillante», se invocó siempre el principio de reciprocidad para completar un acuerdo mutuamente beneficioso neutralizando con iguales dosis de firmeza que de flexibilidad las motivaciones de la política comercial estadounidense. La base real de ese entendimiento, como comenta María Eugenia López de Roux, «era la solución de la controversia sobre el petróleo» y, por lo tanto, las concesiones realizadas por el gobierno de Washington en materia comercial no resultaron suficientes para «borrar de la mente del gobierno y la opinión pública mexicana las repetidas amenazas expresadas por los intervencionistas norteamericanos».

Pero en relación con la Doctrina Carranza y su contexto, hay muchas más herramientas que tendrían que considerarse en este momento, si bien alejado de una amenaza bélica, si muy cerca de una preocupación vital por la soberanía nacional a partir del proteccionismo, la amenaza fronteriza y el discurso antimexicano.

Carranza vs. Villa: el cabildeo mexicano en Estados Unidos

A principios de 1915, Estados Unidos parecían favorecer a Villa como posible receptor del reconocimiento político estadounidense. Para muchos, esto siempre tuvo que ver con el conocimiento que Villa tenía de la importancia que la opinión pública estadounidense guardaba para su carrera política y militar. En 1914, Villa concedía entrevistas de manera gratuita a corresponsales de medios impresos estadounidenses, pagaba importantes sumas a cambio de publicidad en periódicos de El Paso y aparecía en las cintas cinematográficas, que el público estadounidense demandaba de manera entusiasta, que reproducían sus batallas chihuahuenses e intentaban algo así como pequeños documentales biográficos sobre su persona. Así, para el 11 de abril de 1914, el enviado Wallace Carothers refería al Departamento de Estado estadounidense que «Villa no es solo amistoso, sino extremadamente agradecido con Estados Unidos». La actitud de simpatía por parte del gobierno de Woodrow Wilson hacia Villa en este periodo era realmente notable.

No obstante, para abril de 1915, el asunto se había complicado para «el centauro del norte». La decisión de reconocerlo sobre Carranza ya no parecía tan sencilla para Wilson. En primer lugar Carranza, por medio de la llamada Oficina Mexicana de Información, establecida en Nueva York, había conducido una campaña propagandística sin precedentes para convencer a Estados Unidos de la justicia y sensatez del programa político carrancista y de la supuesta vinculación entre Villa y las fuerzas políticas reaccionarias relacionadas con Victoriano Huerta. A este argumento lo favorecía el hecho de que ciertos grupos conservadores en Estados Unidos opinaran de manera entusiasta sobre Villa.

Al gobierno del presidente electo Andrés Manuel López Obrador, le corresponderá valorar la importancia de dar una nueva vigencia a esta Doctrina.

En consecuencia y gracias en gran medida al grupo de cabildeo mexicano, todo parecía apuntar a que Wilson optaría por un gobierno civil, encabezado por Carranza, antes que por un gobierno militar, encabezado por Villa aún si éste había prometido «colocarse a la disposición de Estados Unidos» en caso de una guerra contra Japón. Prueba de ello es que el gran hombre de confianza de Wilson, Lincoln Steffens, se había convertido en el más entusiasta de los propagandistas proCarranza y antiVilla en el escenario público estadounidense.

A pesar de la actitud antiestadounidense que el general Carranza había demostrado de distintas maneras, Estados Unidos reconocieron formalmente al régimen carrancista como gobierno de facto de México el 19 de octubre de 1915. Acto seguido, Estados Unidos impuso un embargo de armas y municiones a Villa e incrementó la exportación de ambas al gobierno de facto en México. Sin la intensa actividad de cabildeo este resultado habría sido imposible.

La doctrina hoy

Parece evidente que hoy más que nunca necesitamos en Estados Unidos un proyecto continuo, sistemático y permanente de cabildeo y comunicación no solamente centrado en necesidades comerciales inmediatas sino más bien orientado a comunicar a las grandes audiencias estadounidenses y sus conexiones con la política, el empresariado y la vida pública de ese país, las bondades de la relación bilateral, los méritos y las contribuciones de los mexicanos en Estados Unidos y la necesidad de una relación de cooperación estrecha basada en el respeto mutuo. En este punto hay un innegable paralelismo con nuestra situación actual.

Del decálogo internacionalista de Carranza, la interpretación que Luis Cabrera hizo en su momento de la doctrina que hoy celebramos, destaca un énfasis en la inviolabilidad territorial del país y en el principio de igualdad jurídica ante el Derecho Internacional. Con ello, México defendió su derecho a considerar que toda violación del Derecho Internacional, «por amistosos que parezcan los motivos y por sinceras que sean las protestas de no implicar hostilidad contra el pueblo y el gobierno mexicanos», supone cruzar una línea roja.

Ciertamente hay un debate sobre el contrafactual de pensar a Carranza enfrentando al gobierno de Trump. Para hacer plausible el análisis bastaría con comparar su actitud con la del Presidente de México, Enrique Peña Nieto, invitando al entonces candidato Trump a la residencia oficial de Los Pinos. Al primer representante oficioso de Wilson que lo visita a en noviembre de 1913, Carranza lo hace esperar 10 días, lo recibe con fría formalidad y, sobre todo, como sostienen los historiadores, «no se conmueve ante sus buenas intenciones aparentes».

Por otro lado, así como el problema para México provocado por su legislación petrolera en sus relaciones internacionales determinó la conformación de la Doctrina Carranza, no parece advertirse aún una respuesta mexicana integral, vigorosa, de defensa de principios e intereses, ante la construcción de un muro fronterizo. Tampoco acciones específicas destinadas a repeler, controvertir o impugnar judicial y políticamente su propia edificación. No es fácil imaginar al primer jefe limitándose a advertir que México no lo pagaría sino más bien repitiendo aquello de que «todos los países son iguales, deben respetar mutua y escrupulosamente sus instituciones, sus leyes y su soberanía». También sería mucho pedir que Trump fuera capaz de reproducir las palabras del presidente Wilson, quien en su discurso de enero de 1918 decía en referencia a México:

Esa nación a quien nosotros podríamos aniquilar, tiene tanta libertad en sus propios actos como nosotros. Siendo yo fuerte, me avergonzaría de provocar al débil pues mientras mayor es mi fuerza, más grande también mi orgullo al no emplearla en la opresión de otros.

En palabras de Luis Cabrera, el gobierno de Carranza, con su Doctrina, no hizo otra cosa que defender el derecho de resistir todos los actos de un gobierno extranjero que directa o indirectamente afectaban la soberanía nacional.

Dimensionando los alcances mundiales de su lucha, Carranza señaló «nuestra obra de salvar a la nación tiene más importancia todavía: la de que México sea el alma de las demás naciones que padecen los mismos males que nosotros; la lucha nuestra será el comienzo de una lucha universal que dé paso a una era de justicia, en que se establezca el principio del respeto que los pueblos grandes deben tener a los pueblos débiles». Este planteamiento, como premisa de la autonomía relativa de nuestra política exterior, tendría que encontrar idealmente cabida en las decisiones a adoptar frente a Trump. Lamentablemente esta conmemoración es la de la vigencia de una idea y no la de un criterio orientador para remar las turbulentas aguas de nuestra relación con Washington. Al gobierno del presidente electo Andrés Manuel López Obrador, que rendirá protesta el 1 de diciembre de 2018, le corresponderá valorar la importancia de dar una nueva vigencia a esta Doctrina.

ARTURO MAGAÑA DUPLANCHER es profesor de la Universidad Iberoamericana y de la Universidad de las Américas, Ciudad de México. Fue Jefe de la Unidad de Investigación y Análisis del Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques del Senado de la República. Este artículo es una versión sintética de la ponencia presentada en el Ciclo de Mesas Redondas «Cien años de la Doctrina Carranza: su génesis, vigencia y proyección internacional», celebrada en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, en colaboración con el Instituto Matías Romero de la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el 1 de septiembre de 2018. Sígalo en twitter en @Duplancher.

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