Chile: a las puertas de un nuevo ciclo

1 noviembre, 2013 • Artículos, Latinoamérica, Portada, Sin categoría • Vistas: 2788

avatarDefault Alejandro Ramos y Gerard Soler

Noviembre 2013

El domingo 17 de noviembre tendrá lugar una jornada electoral particular. Chile celebra unas presidenciales que reflejan una nueva sociedad: desde su inclinación hacia la centro- izquierda a pesar de su gobierno derechista, pasando por la inclusión de un electorado joven- portavoz del desencanto social-, hasta llegar a un deseo de dinamismo en su política exterior.  Esta puede ser una nueva oportunidad para sobreponerse al pasado y escribir el futuro.

Una coalición de derecha, elegida democráticamente por primera vez en cinco décadas, ha gobernado Chile los últimos cuatro años y, de acuerdo con lo que vaticinan todas las encuestas, estaría a punto de perder el poder en los comicios que se celebrarán este domingo.

Es virtualmente un hecho que Michelle Bachelet -quien fue presidenta de 2006 a 2010 y luego se desempeñó como la primera Directora Ejecutiva de ONU Mujeres antes de regresar a la política chilena a principios de este año- ganará por un amplio margen.

Esto no es una sorpresa: desde hace más de un año los sondeos han señalado esta posibilidad. Los comicios municipales de 2012, en los que el oficialismo perdió algunos de sus bastiones tradicionales, y las elecciones primarias de junio de este año, de las que Bachelet salió muy fortalecida, parecen aumentar la probabilidad de que la ex mandataria regrese a La Moneda (palacio presidencial de Chile). Lo realmente insospechado es que la derecha y su candidata, Evelyn Matthei, podrían sufrir una derrota sin precedentes. Según el último sondeo del Centro de Estudios Públicos (CEP), la ex presidenta obtendría 47% de los votos, mientras que Matthei se quedaría con apenas 14%. Con estos antecedentes, los grandes interrogantes son si Bachelet logrará el triunfo en primera vuelta (de no ser así, el balotaje sería el 15 de diciembre) y si la nueva correlación de fuerzas en el Congreso le permitirá contar con una mayoría para sacar adelante su programa de Gobierno.

JORNADA SINGULAR

A la espera del desenlace electoral, los siguientes motivos hacen de esta elección una particular:

Los candidatos. 

Los dos principales bloques políticos llevan como abanderada a una mujer, algo inédito: Bachelet, de la Nueva Mayoría (la antigua Concertación más el Partido Comunista), y Matthei, de la Alianza (los partidos oficialistas Renovación Nacional y la Unión Demócrata Independiente). Tampoco tiene precedente el elevado número de candidatos, con un total de nueve.

La legislación electoral.

Será la primera elección presidencial en que regirá la nueva ley de inscripción automática y voto voluntario. Esto no es baladí: el padrón electoral creció en unos 5 millones de nuevos votantes, en su mayoría jóvenes, por lo que las campañas tratan de captar el voto de los indecisos, aunque los niveles de participación aún son una incógnita.

Elecciones primarias.

Es el primer proceso electoral en que los principales candidatos habrán surgido de unas elecciones primarias vinculantes, aunque el proceso ha ido por vías muy diferentes. En el caso de la Nueva Mayoría, Bachelet confirmó los pronósticos y arrasó con 73% de los votos. En el otro lado de la acera, tuvo lugar un accidentado proceso de nominación. El ex ministro Laurence Golborne, la carta más fuerte del oficialismo, debió renunciar antes de las primarias acosado por escándalos de su época como empresario. El también ex ministro Pablo Longueira lo reemplazó y ganó las primarias, aunque a los pocos días abandonó la contienda, aquejado de una severa depresión. Matthei surgió entonces como alternativa, aunque se encontró con una Alianza dividida y en crisis permanente.

¿EL FRACASO DE LA DERECHA?

El probable triunfo avasallador de Bachelet lleva a preguntarse por qué «fracasó» el proyecto de la derecha. Los siguientes son algunos de los elementos que ayudan a responder este interrogante:

Baja popularidad del Presidente.

A juzgar por la sostenida baja aprobación ciudadana, el Gobierno de Sebastián Piñera podría ser recordado a posteriori como uno de los más impopulares en la historia reciente de Chile. Resulta paradójico si se tiene en cuenta la estabilidad macroeconómica y el crecimiento de estos años, además de la buena imagen del país en el exterior, algo que normalmente se atribuye a una ejemplar transición a la democracia y a su modelo económico que ha convertido a Chile en uno de los países más prósperos de América Latina. La paradoja es aún mayor si se consideran algunos de los proyectos y las reformas que emprendió su gobierno, caracterizado por el pragmatismo que en más de una ocasión le arrebató a la centro izquierda algunas de sus banderas emblemáticas. Algunos ejemplos son la reforma tributaria de 2012 que aumentó la carga impositiva para las empresas, una ley antidiscriminación y la extensión del periodo de maternidad hasta 6 meses, lo cual fue considerado un logro para los derechos laborales y reproductivos de las mujeres.

Chile cambió.

El descontento social en Chile de los últimos años (movimientos estudiantil y regionalista incluidos) responde a la mejora en el nivel socioeconómico de una buena parte de la población; un desfase entre las demandas sociales de una pujante clase media y un vetusto aparato institucional heredado de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) que queda en evidencia y no responde a las necesidades actuales del país. En los sondeos, la ciudadanía expresa sistemáticamente su desaprobación hacia la clase dirigente y sanciona con bajas calificaciones a las dos principales coaliciones. Es menester considerar también el reciente 40° aniversario del golpe de Estado que ha reabierto una vieja herida en la derecha chilena que quizás no había cicatrizado tan bien como algunos pensaban.

El factor Bachelet.

Cuando dejó la Presidencia en 2010, Bachelet tenía niveles de aprobación que rondaban el 80%. Este apoyo permaneció prácticamente intacto durante el tiempo que se alejó de la escena política. Los analistas políticos han señalado que su carisma y la conexión con la gente son algunas de sus principales fortalezas, aunque es difícil descifrar las claves de este fenómeno político sin antecedentes en la historia chilena reciente. La popularidad de Bachelet contrasta, además, con el rechazo a Matthei, a la que una gran parte de la ciudadanía identifica con los sectores más reaccionarios de la derecha.

UN PROGRAMA REFORMADOR

La expresidenta se ha propuesto regresar a La Moneda con un ambicioso programa de Gobierno que se cimenta en tres ejes principales: una nueva Constitución, una reforma educativa y una reforma tributaria. Con la nueva carta magna busca establecer un sistema acorde a los nuevos tiempos y reemplazar el texto actual, diseñado bajo la dictadura y que, pese a que se ha remozado en varias ocasiones, mantiene algunos enclaves autoritarios que dificultan la toma de decisiones democráticas. Por su parte, la reforma educativa apunta a instaurar una enseñanza pública de calidad y gratuita en todos los niveles y erradicar el lucro de los centros privados que reciben fondos estatales. Para financiarla ha diseñado una reforma tributaria que aumenta los impuestos a las grandes empresas y mantiene las tasas para las PyMES.

La ejecución de este programa dependerá del apoyo que logre la Nueva Mayoría en las elecciones parlamentarias, en las que se renovará la Cámara de Diputados y la mitad del Senado. Si la derecha no logra mantener suficientes escaños, se abrirá un escenario inédito con cambios institucionales que, según los partidarios de Bachelet, enterrarán definitivamente el legado de Pinochet. En cambio, si la centro izquierda no obtiene una ventaja holgada, las reformas de Bachelet corren el riesgo de chocar contra el muro del Congreso durante los próximos cuatro años.

LA POLÍTICA EXTERIOR DEL NUEVO GOBIERNO: ¿RUPTURA O CONTINUIDAD?

El modelo económico chileno se ha caracterizado durante las últimas décadas por la exitosa inserción internacional del país en el ámbito comercial, gracias a una extensa red de Tratados de Libre Comercio con más de 60 países. En este rasgo de su política exterior se observa una marcada continuidad durante los cuatro gobiernos de la Concertación y el actual, por lo que no es dable pensar que se vaya a modificar significativamente con el nuevo gobierno.

Por otro lado, todo apunta a pensar que la diplomacia chilena seguirá privilegiando el pragmatismo en su actuar internacional, buscando evitar roces innecesarios, en particular con los países de la región y, preponderantemente, con sus vecinos. Como ejemplo, ante los diferendos limítrofes con Argentina y Perú, se ha apostado por no dejar que éstos enrarezcan las relaciones bilaterales. En el caso de la demanda marítima que interpuso Perú en su contra en 2008, se espera pronto el fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Más ásperas han sido las relaciones con Bolivia, que en abril pasado presentó una demanda en la CIJ para forzar a Chile a negociar una salida con soberanía al océano Pacífico y Bachelet ha dicho que pretende retomar el diálogo con el Gobierno de Evo Morales, por lo que las autoridades bolivianas aguardan el cambio de gobierno en Chile.

Respecto de la membresía en los mecanismos de integración regionales y hemisféricos, mientras algunos actores aconsejan que la política exterior chilena se centre en la región sudamericana, otros creen que rendiría más frutos actuar en coordinación con los países de mayor peso a nivel hemisférico como Estados Unidos, México y, desde luego, Brasil. Al respecto, la postura de Chile hacia la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), liderada por Brasil, ha sido ambivalente. El Tratado Constitutivo fue aprobado por la cámara baja en 2009, pero en el Senado los parlamentarios de la alianza oficialista opusieron resistencia a ratificarlo por considerar que el bloque está controlado por los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), liderada por Venezuela.

Asimismo, hay quienes señalan la importancia de no descuidar otros organismos como la Organización de Estados Americanos (OEA), en cuyo seno Chile mantiene vínculos importantes con países de Norte y Centroamérica que no están incorporados en UNASUR.

De igual forma, Chile ha expresado su compromiso con el fortalecimiento del Sistema Interamericano y, en particular, con la promoción de mecanismos que resguarden el orden democrático en la región contemplados en la Carta democrática de la OEA.

Ahora bien, es una incógnita cuál será la posición de Chile en las recientemente creadas Alianza del Pacífico (junto a Colombia, México y Perú) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en las que el país desempeñó un papel importante como miembro fundador. Por lo pronto, ha dado muestras de que seguirá participando activamente e impulsando ambos mecanismos.

Cualquiera que sea el resultado de la elección, el domingo, Chile tendrá una nueva oportunidad de sobreponerse al pasado y escribir su futuro.

ALEJANDRO RAMOS es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el CIDE y tiene estudios de posgrado en Ciencias Políticas y Sociología en la FLACSO. Es asociado del Consejo Mexicano de Estudios Internacionales, COMEXI. Sígalo en Twitter en: @Alex_Ramos_C

GERARD SOLER es licenciado en Periodismo por la Universidad de Vic (Barcelona) y diplomado en Estudios Internacionales por la Universidad de Chile. Sígalo en Twitter en: @Gerard_Soler

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