Bélgica, amalgama de nacionalismos y futbol

8 junio, 2018 • Artículos, Europa • Vistas: 5765

 Alejandra Okaidi Mota Rodríguez y Fermín Beguerisse Hormaechea

Junio 2018

 

Usted reina sobre dos pueblos.

En Bélgica hay valones

y flamencos; no hay belgas.

Destree (Partido Valón Socialista) al rey Alberto I 

Durante el verano de 1789, a pocos meses tras la toma de la Bastilla en Francia, una revolución azotó las regiones de lo que hoy es Bélgica. Esta revolución permitió el surgimiento de los Estados Unidos Belgas; sin embargo, el proyecto no logró alcanzar los elogios de la posteridad, al contrario, el Estado de Bélgica, constituido tras la Revolución de 1830, lo recordaría con desprecio.

A lo largo de la historia, Bélgica fue ocupada por distintas potencias europeas. Por un tiempo parte de sus regiones pertenecieron al Imperio español, posteriormente al austriaco, y no mucho después la Francia revolucionaria desestabilizaría la región para pronto ser anexada por el Imperio napoleónico. Con la derrota de Napoleón, las potencias europeas, a partir del Congreso de Viena de 1815, combinaron los Países Bajos Flamencos con Bélgica, bajo la corona de un príncipe flamenco. La Revolución de 1830 sería prácticamente una revolución liderada por una burguesía francoparlante católica que rechazaba la predominancia flamenca y el calvinismo; este evento permitió la consolidación de un Estado francoparlante, unitario, centralizado y unilingüístico.

En 1831, el Congreso Nacional Belga promulgó una constitución liberal que contemplaba un fuerte parlamentarismo unitario junto con una monarquía constitucional. No obstante, este tipo de gobierno iría fragmentándose poco a poco. La conformación actual de Bélgica iría tomando forma a partir de tres eventos clave. En primer lugar, la ley de 1898, que aseguraría la publicación de las leyes en flamenco y francés; en segundo lugar, el territorialismo lingüístico flamenco de 1932, que permitiría la lengua flamenca en los sectores administrativos, armados, judiciales y educativos; y, en tercer lugar, aunque no menos importante, la «frontera intralingüística» que consolidaría la territorialización del francés y del flamenco a partir de 1962.

La división lingüística de Bélgica puede percibirse geográficamente desde la consolidación del flamenco en la región norte de Bélgica, también conocida como Flandes, la asimilación del francés en la región sur de Bélgica, llamada Valona, y las pequeñas regiones del sudeste de habla alemana. Estas diferencias lingüísticas no son meros clivajes culturales, sino que también acarrean consigo diferencias sociales y económicas. El mayor conflicto étnico reside entre valones y flamencos. Valona, al comienzo del Estado belga, era la región más industrializada del conjunto y experimentó un acelerado crecimiento económico gracias a sus grandes reservas de carbón. En cambio, Flandes, durante todo el siglo XIX, fue una región poco desarrollada y dependiente de la agricultura.

El francés cobró una gran relevancia por encima del flamenco durante el apogeo económico de Valona. Siendo así que existiera una feroz discriminación social y económica en contra de aquellos que no hablaban la lengua franca. La preparación universitaria y los puestos altos de trabajo exigían un vasto conocimiento del francés, siendo así que la mayoría flamenca fuese percibida como campesinos y obreros poco educados. En pocas palabras, el francés se volvió un instrumento de movilidad social que permitía a su vez el acceso a mayores oportunidades económicas. Sin embargo, a mediados del siglo XX, con el fin de la Segunda Guerra Mundial, las industrias de carbón y acero de Valona decayeron, mientras que Flandes experimentaba un acelerado crecimiento y desarrollo. La modernización del puerto de Antwerp, la inversión extranjera, la construcción de petroquímicas, la industria automovilística y los grandes astilleros impulsaron a la región flamenca posicionando a los flamencos por encima de los valones.

A partir de 1970, junto con el apogeo económico de la región flamenca, cinco revisiones constitucionales, impulsadas por movimientos flamencos, permitieron transformar al gobierno belga, haciéndolo pasar de un sistema nacional unitario con ciertas concesiones lingüísticas logradas en 1898, 1932 y 1962, a un complejo sistema federal que ha distribuido el poder en gobiernos subnacionales monolingüísticos y un gobierno federal. Hoy Bélgica comprende tres regiones y tres comunidades lingüísticas. Los gobiernos regionales de Bruselas, Flandes y Valona pueden decidir sobre economía, empleo, infraestructura pública, energía, transportación y medio ambiente. Mientras que los gobiernos de las comunidades francesa, alemana y flamenca solo tienen jurisdicción sobre idioma, cultura, educación, audiovisuales y ayuda humanitaria. Dejando así la defensa, la justicia, las finanzas nacionales, la seguridad social y las relaciones exteriores al Estado Federal.

Bélgica, por lo tanto, tiene un Estado Federal con un parlamento y gobierno federales; una comunidad flamenca con un gobierno y un parlamento; una comunidad francesa con parlamento y gobierno propios; una comunidad alemana con un gobierno y un parlamento; la región de Bruselas con parlamento y gobierno; la región de Valona con gobierno y parlamento; y finalmente la región de Flandes con gobierno y parlamento propios.

Como resultado de estos cambios, la vida pública de Bélgica se conduce por el lenguaje, es decir, los partidos cristianos demócratas, los liberales y los socialistas, se han dividido a sí mismos en flamenco parlantes y francoparlantes. Hoy en Bélgica hay un sistema de partidos francófonos y flamencos, que generan una democracia consociacional que requiere de un gabinete federal con un número igualitario de ministros por cada grupo lingüístico aparte del Primer Ministro, y de mecanismos de gobierno que aseguren la formación de coalición para gobernar, sin que un grupo lingüístico pueda imponer su decisión sobre el otro.

La constante problemática política continúa siendo las transferencias económicas interregionales. En Bélgica los ingresos del gobierno, para todos los niveles, continúan siendo los impuestos a nivel nacional. Debido a que Flandes es más rico que Valona, los flamencos pagan proporcionalmente más impuestos que los valones. Los partidos flamencos constantemente impugnan la desproporcionalidad de las transferencias de Flandes a las regiones de Valona y Bruselas. En la actualidad, Bruselas exige una mayor proporción del ingreso debido a la relevancia que posee en Europa, ya que no solo es la capital del Estado belga sino también de Europa. Bruselas fue elegida como célula germinativa de la unidad europea y lo continuó siendo en 1958 con la fundación de la Comunidad Económica Europea (CEE), y cuando se convirtió en Unión Europea el aparato administrativo en Bruselas ya era tan grande que no podía ser trasladado a otra ciudad.

Los flamencos tienen sentimientos ambivalentes hacia Bruselas. Algunas veces se enorgullecen de ella, aunque otras veces la miran con suspicacia por haberse convertido en una ciudad donde el 75.6% de los habitantes tienen origen extranjero. Esto sin lugar a dudas complejiza la diversidad étnica y lingüística de Bélgica, provocando una débil identidad belga, y propiciando los estereotipos. Como ejemplo de ello, mientras a flamencos e inmigrantes europeos del norte se les cataloga como disciplinados y trabajadores, a los valones y europeos del sur se les considera más relajados. No obstante, a estos estereotipos se le suman inmigrantes turcos, cameruneses, guineanos, argelinos, entre otros.

Como se observa, desde su conformación, Bélgica ha sido particularmente susceptible a la diversificación de grupos de interés. Diversificación que puede encontrarse hoy en lo social, lo laboral, lo cultural, lo deportivo y demás tipos de organización social.

Futbol 1 – Separatismo 0

Durante muchos años, el futbol ha sido el deporte más importante a nivel nacional en Bélgica. No solo es el deporte más popular, también es el que tiene más participación, más cobertura mediática, el que ha recibido más contribuciones económicas y el que tiene mayor alcance social.

Sin embargo, incluso el futbol ha sufrido las consecuencias del separatismo existente en el país. Al ser una federación, cada comunidad y cada región dentro de Bélgica tienen mayor poder de decisión y cada una se encarga de sus políticas y regulaciones. Esta redistribución de poder ocurrió en distintas esferas, como ya se mencionó, tuvieron mayor control en temas lingüísticos, económicos y también en los culturales, donde se encuentra el futbol. Debido a esta división, en Bélgica no existe una confederación nacional que se encargue de los asuntos deportivos. Como consecuencia de esto, existen muchos debates cada que se tiene que tomar una decisión sobre los Juegos Olímpicos o algún campeonato mundial.

Se le ha pedido a las asociaciones deportivas que tengan una rama valona y otra flamenca. Algunas asociaciones se negaban a cumplir con estas demandas ya que significaba dividir su poder y, probablemente, terminaría con la desintegración de las actividades deportivas. A pesar de las quejas, muchas de ellas tuvieron que seguir lo establecido por el decreto. Dentro de las asociaciones deportivas que sobrevivieron esta difícil situación se encuentra la Belgian FA (Real Federación Belga de Futbol).

Desde un principio, la Belgian FA recibió ayuda de los diferentes gobiernos para alcanzar un objetivo: el desarrollo del futbol en su país. A lo largo de los años, la cantidad de clubs y afiliados creció exponencialmente; sin embargo, cuando se tuvo que decidir si aceptarían el decreto que dividiría su fuerza en dos distintas ramas, la Belgian FA atravesó un momento de incertidumbre. No sabían si los subsidios que les daba el gobierno serían suficientes para cubrir los costos de dicha separación, por lo que decidieron continuar como una unidad nacional.

Todo cambió cuando el equipo nacional empezó a deteriorarse, ya que la FA tuvo que reconsiderar su posición frente al gobierno y aceptar sus subsidios. Para lograrlo, en 2009 se creó la División Flamenca de Futbol. A partir de entonces se dieron muchos cambios, sobre todo en la distribución de las donaciones del gobierno, en la adaptación de la nueva estructura y en la creación de las diferentes ramas. El poder de las asociaciones nacionales quedó severamente afectado, en algunos deportes, las asociaciones solo funcionaban para conectar al deporte belga con el resto del mundo.

A pesar de todas las complicaciones, la Belgian FA ha conservado la capacidad de proponer políticas nacionales y de limitar el campo de acción de las diferentes ramas. Estas últimas, aún no desarrollan esas facultades por lo que siguen luchando contra la resistente estructura sobre la que se encuentra la FA. Este es un claro ejemplo de cómo las divisiones políticas, sociales y culturales de Bélgica han dañado aspectos que deberían de ser un apoyo y no un obstáculo hacia la aceptación y la unión del país.

Como puede observarse, la federalización de Bélgica ha tenido un gran impacto en la estructura del deporte. Aunque el futbol soportó esta presión, llegó un punto en el que los problemas financieros desembocaron en la creación de una rama flamenca. Las diferencias en el lenguaje, la geografía y la cultura han logrado separar al futbol belga; solo hay dos posibles reacciones ante un escenario como este: un futbol más unido, basado en los méritos del deporte, o que sea dañino para la calidad del equipo.

El futbol como factor de cambio

Es evidente que en Bélgica existe una crisis de identidad nacional. Muchos piensan que una reconciliación entre los diferentes actores es irrealizable. Este es el sentimiento que viven día a día los belgas, los persigue la idea de que las diferencias culturales jamás podrán superarse. Pero existe un lugar donde las oposiciones se desvanecen: los estadios de futbol.

El futbol ha sido testigo de un fenómeno excepcional. Cuando los estadios se atiborran de negro, amarillo y rojo, los belgas olvidan sus diferencias y se unen para apoyar a su selección nacional. No importa qué idioma hables, las porras se escuchan fuerte y claro, en cualquiera de ellos. Este fenómeno estuvo muy presente en la Copa Mundial de futbol Brasil 2014. La selección de futbol belga logró despertar un sentimiento de unidad frente a la grave situación política que atravesaban.

En ese entonces, el Partido Nacionalista Flamenco (Flemish Nationalist N-VA Party) adquirió mucho poder. El ambiente político estaba cada vez más a favor de la división, se recalcaban todos aquellos aspectos que los diferenciaban y se convencían cada vez más de que la unión no era más que una farsa. En 2014, era evidente que Bélgica era el país menos patriótico en toda Europa. Hay muy pocas cosas que unen a los belgas, dentro de ellas se podría decir que el futbol es de las más importantes.

Muchos belgas, vieron por primera vez a los Red Devils jugando en una Copa del Mundo. Muchos otros, querían que su equipo volviera a jugar como en las épocas de oro, no perdían la esperanza de que el equipo nacional venciera a sus típicos rivales (Francia y Países Bajos). La división entre la política y el deporte no podría haber sido más complicada que en esos días.

Para muchos belgicists, la Copa del Mundo era la oportunidad que les permitía a los ciudadanos crear un vínculo con sus compatriotas. Dentro del equipo nacional se pueden encontrar flamencos, valones e incluso migrantes luchando por un mismo objetivo. La diversidad dentro del equipo nacional es aceptada y admirada por todos los aficionados. El futbol es mucho más que un simple deporte y en 2014 era la forma en la que se podía combatir a la ideología separatista que abundaba en el país. Incluso el Primer Ministro, Elio Di Rupo, mostró su entusiasmo ante las victorias de los Red Devils. Muchas personas consideraban que solo existía una Bélgica y que estaba compuesta de flamencos y valones, conviviendo y respetándose como se hace en el deporte.

Para que el efecto del futbol sea sustancial, es necesario que los ciudadanos no olviden que existen maneras en las que pueden convivir. Hay un efecto positivo generado a partir del deporte, ayuda a sembrar la semilla de lo que podría ser Bélgica podría ser, y de cómo el norte y el sur podrían trabajar juntos buscando un mismo objetivo. El país necesita que ese sentimiento no se esfume al momento en el que acaben las Copas del Mundo; ésta es la única forma en la que se podría sobrepasar las barreras separatistas.

Sin embargo, existen posiciones que consideran que el futbol no es un factor de cambio en la política. Hemos analizado que para que exista un buen desempeño en el equipo nacional, se necesitan de políticas que beneficien su crecimiento. Para ganar la Copa del Mundo es necesario un trabajo en conjunto y Bélgica carece de ésta ventaja. Cuando el evento deportivo no es de tal magnitud, los estadios de futbol se quedan vacíos y se tienen que regalar playeras de la selección.

Para muchos está claro que los sentimientos que se generan el estadio no son los mismos que guían el voto. Es demasiado precipitado llegar a la conclusión de que el futbol tiene propiedades mágicas que pueden juntar a la población belga. El futuro del país no depende de una Copa Mundial, va mucho más allá del sentimiento efímero y visceral que se crea cuando juegan los Red Devils.

Aunque los deportes, en especial el futbol, tienen mucho que ver con la política, muchas veces los resultados que generan son contrarios a los unionistas. Esto se puede ver fácilmente en la estructura que tiene el desarrollo de las políticas públicas dentro del futbol en Bélgica. La esfera deportiva se dejó en manos de las comunidades y, desde que se tomó esa decisión, hay muchos más problemas relacionados al papel implícito que tiene la federación dentro de esto.

Estructuralmente, existe un impedimento para que el futbol funja como un factor de unión. Si las decisiones no se están tomando a nivel federal, los intereses de las diferentes comunidades terminarán por amoldar al futbol a su conveniencia. El futbol sería utilizado como un factor más de división gracias a las políticas implementados por los diferentes gobiernos.

Es claro que el futbol puede usar utilizado por la política de distintas maneras. En el caso de Bélgica existen dos formas de utilizarlo: para unir a la población y consolidar al país, o como un instrumento político de división. La población belga ha experimentado un cambio en su forma de percibir sus diferencias, gracias al futbol: mientras los Red Devils aumentan sus victorias, la línea que divide al norte y sur del país parece que está difuminarse. A la vez, dentro del país, la estructura por la cual se organizan los eventos deportivos no le permite la consolidación de este sentimiento. Para que el futbol logre ser un factor de cambio en el país, debe de superar todos los obstáculos que se le han puesto en la arena política.

Hacia Rusia 2018

A pesar de que Bélgica se encuentra a 2 años de elecciones generales, 2017 tuvo actividad política significativa. Después de 30 años el Partido Socialista se encuentra debilitado y su representación ha disminuido en los distintos parlamentos belgas. En cambio, el partido liberal Mouvement Réformateur (MR) hoy se encuentra fortalecido, y ha logrado vincular esfuerzos entre el gobierno federal y el gobierno de Valona. En Bélgica y en la comunidad francesa los gobiernos continúan siendo liderados por los socialistas, aunque no así los parlamentos.

Hace 3 años el partido liberal francófono MR dirigió sus esfuerzos hacia el liderazgo del gobierno federal, donde era el único partido francófono, y se encontraba frente a tres partidos flamencos. Su fortalecimiento actual en el ámbito federal y en el regional, ha permitido impulsar a Valona hacia un mayor desarrollo, procurando dirigir los esfuerzos del gobierno hacia un nuevo programa: Une Wallonie plus forte. Programa que, sin lugar a dudas, ha vuelto a profundizar las diferencias flamencas y valonas, y que vuelve nuevamente a dirigir ingresos nacionales hacia un proyecto valón y no belga.

Bajo este escenario, el camino de los Red Devils hacia el Mundial ha sido prácticamente impecable. Bélgica no faltó a ningún Mundial entre 1982 y 2002, después tuvo que enfrentar una sequía y es hasta Brasil 2014 que volvieron a incorporarse a los grandes. Parece que es la hora de la verdad para la nueva generación de oro. Su objetivo es igualar el mejor resultado que Bélgica ha tenido en un Mundial: la semifinal en México 1986.

Los resultados que se obtengan en Rusia nos darán un panorama más claro sobre el sentir de los ciudadanos belgas. Nos encontramos ante una situación política que vuelve a inundar al país con su discurso de separación, si el equipo nacional logra su objetivo, muy probablemente ocurra lo mismo que en 2014: la unión regresará y tal vez, solo tal vez, pueda destruir todas las dudas de los ciudadanos y les regrese la esperanza de que es posible dejar a un lado todas las disparidades. Al final, son ellos los que lograrán que la unión completa de Bélgica no sea una idea utópica.

 

ALEJANDRA OKAIDI MOTA RODRÍGUEZ y FERMÍN BEGUERISSE HORMAECHEA son estudiantes de la licenciatura en Relaciones Internacionales en el ITAM.

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